“Misteriosa Contemporaneidad…”

Dr. Luis Béjar Fuentes

 

“En este don, Jesucristo entregaba a la Iglesia la actualización perenne del misterio pascual. Con él instituyó una “misteriosa contemporaneidad” entre aquel Triduum (pasión, muerte y resurrección) y el transcurrir de los siglos” (EE, 5).
En su última encíclica denominada: “Ecclesia de Eucaristía” (La Iglesia vive de la Eucaristía), Su Santidad Juan Pablo II ha hecho una monumental síntesis de lo que nuestra Iglesia ha creído y vivido por 20 siglos, y entrega al nuevo milenio, un legado perenne de la más pura doctrina magisterial sobre el Santo Sacrificio de la Misa y el sentido que tiene la Eucaristía para nosotros los Católicos, de tal forma que su lectura y estudio debería ser indispensable para todos los que queramos avanzar en la comprensión y vivencia de tan increíble don de Nuestro Señor Jesucristo: su presencia real —cuerpo y sangre, alma y divinidad— en forma sacramental en medio de nosotros, HOY y siempre, mientras haya un Sacerdote que realice la consagración. “Y he aquí que YO ESTOY con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

La riqueza de dicha encíclica es tal, que seguramente por muchos años será la referencia obligada para profundizar en el pensamiento y contemplación de tan sublime realidad, de la que él mismo vive con toda intensidad al desear “sucitar (en nosotros) este ‘asombro’ eucarístico” (EE, 6).

Quiero compartir con Uds. una reflexión, resultado del impacto que tuvo en mí una de sus múltiples expresiones magistrales, que me ha permitido entender mejor la participación en el Santo Sacrificio de la Misa y vivir más intensamente los momentos de Adoración Eucarística. En el punto 5 de la introducción dice textualmente: 

“En este don, Jesucristo entregaba a la Iglesia la actualización perenne del misterio pascual. Con él instituyó una “misteriosa contemporaneidad” entre aquel Triduum (pasión, muerte y resurrección) y el transcurrir de los siglos” (EE, 5).

Inmediatamente me remitió a las dos palabras claves: misteriosa y contemporaneidad. La primera: siempre relacionada a lo que en la Iglesia entendemos por “misterio” —todo aquello que siendo verdad de fe, es imposible penetrar y explicar por medio de la razón, pero que gracias a las luces del Espíritu Santo (“el Paráclito que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho”. Jn 14, 26), empezamos a entender y a pregustar en el contexto de la eternidad sin llegar nunca a agotarlo— y la segunda: “contemporaneidad”, entendida como sucediendo en el momento presente, en el hoy, independientemente de ser un acontecimiento histórico.

No obstante queda una palabra por aclarar y que significa una realidad que pertenece intrínsecamente sólo a Dios: eternidad. Sólo Él es eterno, nosotros sus criaturas que fuimos creados a su imagen y semejanza y aunque somos ya inmortales, estamos sujetos a dos criaturas más: el tiempo y el espacio. Él no. Por tanto Dios es ¡Presencia Permanente fuera de la escala del tiempo y del espacio! Sólo así podemos entender porqué su respuesta a Moisés fue: “diles que mi nombre es Yo soy” (Ex 3, 14).

No obstante, con la Encarnación el rostro invisible de Yahvéh se hace visible y palpable a nuestros sentidos, pues “al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios (Padre) a su Hijo nacido de mujer, nacido bajo la ley. (Gal 4, 4)”. Esto significa la irrupción del Dios Trino, pleno en sí mismo y eterno, en el tiempo, en la escala en la que nos movemos tú y yo. A partir de ese momento por y en Jesucristo (el Verbo), podemos penetrar en el insondable misterio de su eternidad aún dentro del tiempo. El “Yo Soy” pronunciado en múltiples ocasiones por Jesús en su vida pública y registrado en el Nuevo Testamento —por ejemplo: “Porque si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestro pecado” (Jn 8, 24) y “Yo soy el pan que ha bajado del cielo” (Jn 6, 41) en el contexto eucarístico—, da plenitud y sentido a las palabras del Padre en el Antiguo Testamento, y confirma la expresión 

“Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (Jn 13, 11) o aún más contundente: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10, 30).

De esto se desprende que siendo siempre Presente, para Dios no hay pasado ni futuro y por lo tanto, el sacrificio del Calvario —aunque en forma incruenta (sin sangre)— lo puede renovar con su omnipotencia en el momento actual, siempre que haya una consagración en unidad con el Papa y de acuerdo a la liturgia. Por eso Su Santidad Juan Pablo II insiste en que “la Eucaristía es sacrificio en sentido propio y no sólo en sentido genérico” (EE, 13).

En este contexto, al participar del Santo Sacrificio de la Misa y al escuchar las palabras de la consagración del pan: “Tomad y comed todos de él porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros” (cfr. Mt 26, 26; Lc 22, 19; 1Cor 11, 24) y del vino: “Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados” (cfr. Mc 14, 24; Lc 22, 20; 1Cor 11, 25), tengo la certeza de este maravilloso misterio y de su contemporaneidad. Verdaderamente se realiza el milagro de la transubstanciación. El pan deja de ser pan para transformarse en el Cuerpo de Cristo y el vino deja de ser vino para transformarse en la Sangre de Cristo… y por ende en alimento de mi cuerpo y de mi alma. De aquí la expresión maravillosa: Mysterium fidei (¡Misterio de la fe! Sólo con la fe —contra toda apariencia externa— se puede contemplar y vivir este sacramento en el HOY mío, nuestro… dentro de la eternidad de Dios (por los siglos de los siglos…).

Con esta certeza de fe y sabiendo que Él ha querido permanecer en medio de nosotros FISICAMENTE; sí, repito, FISICAMENTE presencia REAL con toda su Divinidad y Humanidad resucitada y gloriosa pero oculto bajo las especies eucarísticas en la Sagrada Reserva, el impulso natural que emana del amor tratando de responder al Amor —muchas veces abandonado en los Sagrarios— es visitarlo con frecuencia, platicarle, saludarlo, agradecerle, bendecirle, alabarle, en fin, explayarse sabiendo que por su infinita misericordia y locura de amor se queda esperándonos, dando todo el tiempo para oírnos y atender nuestras súplicas y peticiones, siempre en el contexto de la salvación de nuestra alma (hágase tu voluntad y no la mía). 

Finalmente, escuchemos y hagamos nuestras las palabras de quien cree y vive esta realidad, con la seguridad de que Él, a través de su Espíritu y por intercesión de nuestra Santísima Madre, la “Mujer Eucarística” nos espera:

“Es hermoso estar ante Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo amado (cfr. Jn 13, 25), palpar el amor infinito de su corazón… ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!”

Juan Pablo II (EE, 25).

Estamos en el “Año Eucarístico” (Octubre 04-Octubre 05) declarado por Su Santidad, busquemos a Jesús en su Palabra, en el Pan de Vida y en los Sagrarios, mientras perdura el HOY… el mañana no nos pertenece y no sabemos si lo viviremos. ¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar, en el cielo, en la tierra y en todo lugar!