España, sé tu misma

Antonio Montero, Arzobispo de Mérida-Badajoz

 

Así se lo ha dicho a Europa Juan Pablo II, recordándole al viejo Continente sus raíces cristianas, que a nosotros españoles nos cuadran a la perfección, pues, como el mismo Pontífice acaba de recordarnos, el cristianismo católico forma parte de nuestra identidad hispana desde los primeros siglos de la Iglesia, y lo sigue siendo hoy, con las precisiones oportunas. Su Santidad nos invita, incita y reta a pasar la antorcha de la fe a las generaciones venideras.

Escribo en caliente, no tanto por el radiante sol, vespertino en Cuatro Vientos y matinal en la Castellana, como por la explosión espiritual y afectiva que he podido compartir, el sábado con setecientos mil jóvenes y el domingo con un millón de fieles, en sendos espacios celebrativos de inabarcable magnitud, donde caben los tópicos más audaces: la tierra por dosel y por techo el firmamento, la Iglesia peregrina a la intemperie y la celeste contemplándonos. Rehuyo la tentación literaria para dar fe, en primera persona del singular, de mi sorpresa y asombro por esa concurrencia humana, con un mes escaso de preparación, en un puente festivo y primaveral de cinco días, en un ambiente social de nervios crispados y semblantes mohínos, en climaterio electoral, finales de curso y primeras comuniones.

Luego aquello de si el Papa está enfermo, si vendrá o no vendrá, o cómo vendrá, mezclados el interés humano, el respeto y la ternura filiales, sin mengua tampoco de las contaminaciones ideológicas. La realidad objetiva, que estropea tantos reportajes y desmiente tantas cábalas, ha sido por nonagésimanona vez la de las claves de fe, el sentido de Iglesia, la calidad humana y cristiana de nuestras gentes. Resulta que en Cuatro Vientos el número de jóvenes que escucharon al Papa y a los que el Papa escuchó, era casi tres veces superior al de los 250.000 que lo recibieron con alborozo en el Bernabeu, en octubre de 1982. ¿Habría entre ellos alguno que sea padre de los que ahora han acudido a Cuatro Vientos? En cálculos humanos, muy pocos de estos últimos habían nacido por entonces. 

¿Qué quiero decir con esto? Pues que se trata de dos generaciones juveniles de corte y signo totalmente diferentes, con moldes los primeros de un Estado confesional y una democracia incipiente, y marcados los segundos por la explosión de las libertades, los relevos socialistas y populares, la litrona y el bacalao, la "tocata fuga" de la Iglesia tras la confirmación; la de los profesores acorralados y los padres en desconcierto. Estos del sábado tarde son los hijos de la postmodernidad y de los ismos más deprimentes: materialismo, consumismo, hedonismo; sin llegar masivamente ni al escepticismo ni al nihilismo. Son hijos también, en buena proporción, de una sociedad del bienestar y de una Iglesia en sus cuarteles de otoño, encuadrada, por lo común y sin nostalgia, en los nuevos moldes democráticos, aunque no en los modelos de sociedad (muy distantes de sociedades-modelo) que, por nombrarlos de algún modo, hemos dado en llamar postmodernos.

El rostro cristiano de los jóvenes

Bueno, pues olviden ustedes, o al menos relativicen lo bastante, el cuadro tenebrista que antecede. Los viejos, aunque intentemos lo contrario, siempre corremos el peligro de volvernos gruñones y segregar moralina. Yo digo que aquí han estado más de medio millón de chavales y chavalas, pasando tres noches en blanco, participando en vigilias de oración, rezando con fervor, matándose en servicios de voluntariado, cantando a Cristo a grito pelado, proclamando su cariño a la Iglesia, testimoniando sus propias flaquezas y su fe. No digo que todos, ni sé si la mayoría, sean conscientes de su fe, enamorados de Cristo, aunque sí compenetrados afectiva y espiritualmente con el Papa.

Por lo dicho más arriba, nadie piense que creo que todo el monte es orégano. Sé que ni la familia, ni los centros de enseñanza, ni la catequesis, pueden fácilmente sobreponerse al influjo de "la calle": la Tele (-basura), los efectos negativos de Internet, los botellones noctámbulos y el alcohol desmedido. Pero son adolescentes y jóvenes en agraz y moldeables, los más de natural noble y bondadoso, que según las estadísticas son más creyentes que los adultos. Los jóvenes son cosa de hombres, o sea de personas hechas y derechas, varones y mujeres. Es hora de meditar, de intercambiar contactos entre legisladores, educadores, pastores y agentes sociales de todo tipo. Y, por favor, que nadie cometa la infamia de arrancarles la fe, de dejarlos sin Dios, sin Cristo, sin María, sin modelos de santidad, sin Iglesia. 

¿Y qué decir de los mayores? Sumen ustedes el millón de cabezas, tocadas con gorrilla o pañolón, por lo antedicho del astro rey, que, a vista de helicóptero o de "jirafa" de TV, trazaban una cruz inabarcable, con el palo central en la Castellana, de Cibeles a Castelar, y el travesaño Plaza de Colón- Génova, con el clavo central en la rotonda donde se alzaba el inmenso altar mayor, con el estrado pontificio, el sitial de los Reyes, las altas instancias del Estado y del Gobierno, el séquito papal y los ciento veinte obispos concelebrantes. Esto suena a mayestático, pero no a ostentación ni oropel; sencillamente a dignidad y solemnidad religiosa. ¡La gran Catedral de campaña en la gran plaza emblemática de España y América!

Pueblo de Dios incontable

Vienen de todas las Iglesias locales afincadas en el solar hispano, al conjuro del Papa peregrino y convocadas por la Conferencia Episcopal Española. Abundan también los jóvenes y adultos sudamericanos. Los acoge la diócesis de Madrid, a lo grande y con inmenso amor, bajo el impulso entrañable de su Pastor, el cardenal Rouco. En el crucero Colón-Castellana, sobrepasaban, como he dicho, el millón los participantes, arracimados también en las calles adyacentes, a los que hay que sumar los que aclamaban al Santo Padre en los tres itinerarios que realizó en el Papamóvil, en sus desplazamientos callejeros. Pero, a mi modo de ver, la concurrencia infinitamente más numerosa la han dado las audiencias de Televisión Española y de la COPE, junto a las Cadenas nacionales de televisión y de radio, hasta una cobertura entre todos los actos que puede cifrarse en veinte millones de seguidores, tan fervientes muchos de ellos como los que cantaban y aclamaban en la magna asamblea del entorno papal.

Me pregunto: ¿Es esto o no es esto la España católica? En estas mismas páginas diseñé someramente hace poco los efectivos de la Iglesia de España en bautizados, creyentes, practicantes, alejados, indiferentes y hostiles; así como también su presencia en la educación, la acción caritativa y social, la cultura y la implantación popular. No entro ahora en guarismos. Sí digo que la Iglesia católica, con laudable libertad religiosa y espíritu ecuménico para otros credos y comunidades, sigue siendo el hogar religioso y el referente moral para la inmensa mayoría de los españoles, que la llamamos, como siempre, y ella se deja llamar, nuestra Iglesia. ¡España, sé tú misma!

Un nuevo horizonte

La quinta Visita pastoral del Papa Wojtyla se cierra, pienso, con un enorme saldo positivo. Treinta y dos horas de brisa acariciante, de bálsamo curativo, de terraza soleada. Bendito el que nos lo trajo, un hombre enviado por Dios, cuyo nombre es Juan Pablo. Bien que necesitábamos su paso por este hogar de pueblos, por esta Iglesia apostólica. En lo que toca a sus pastores, y, con más razón que Pablo, como el último de los apóstoles, acojo de buen grado las lineas editoriales del diario ABC (5, 5, 2003) en su comentario a la Visita: 

"La jerarquía española tiene ante sí una ocasión irrepetible para aprovechar el estímulo recibido por los católicos y abordar directamente los problemas de su relación con la juventud, de la selección y formación de los sacerdotes, del desarrollo de la vida parroquial y de la aportación intelectual y doctrinal a la sociedad española.... Seguidos de actitudes que expresen vocación participativa en las inquietudes de los ciudadanos, superando la disyuntiva habitual entre proselitismo o desistimiento. El Papa ha dejado una gran responsabilidad en manos de la Iglesia española"

Fuente: periodismocatolico.com