Juan Pablo II - Gracias!!

Judith Araújo de Paniza

 

Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo”. (Juan Pablo II, Jubileo año 2000)  

Con un nudo en la garganta, y lágrimas en los ojos, por el guayabo que da despedirse de alguien tan querido y admirado, no quiero dejar pasar este momento sin dar públicamente gracias a ese ser humano tan especial, con la fe de que Jesús cumple en él su promesa  “Yo soy la resurrección y la vida: quien cree en mí, aunque hubiere muerto, vivirá; y todo aquel que vive, y cree en mí, no morirá para siempre” (San Juan 11, 25-26).  

Pegada a las noticias,   recordando sus acciones y palabras, leyendo todo lo que puedo de su vida, comprendo las palabras del Señor referentes al  grano de trigo que debe morir para ofrecer sus frutos. El testimonio de vida es el mejor medio de enseñanza.  

El mundo entero se desborda en expresiones de afecto y emoción alrededor de este hombre que le dijo sí un día al Señor, entregó su vida a su servicio,  y permitió ser su instrumento para llevar el amor de Dios a los demás. Preguntémonos: ¿cuál puede ser nuestra mejor forma de honrarlo?  

Ser cristianos como Juan Pablo II nos pidió. Cambiar nuestras vidas, amar a Cristo y dejarnos amar por El. Juan Pablo II mostró en su propia vida cuan eficaz, fructífera y activa puede ser una vida si se deja conducir por el Espíritu Santo.  

El Santo Padre murió en el año de la Eucaristía, convocado por él mismo. Hagámosle un homenaje convirtiendo a la Eucaristía en el centro de nuestra vida. Partió el primer sábado de mes ofrecido a la Santísima Virgen María: sigamos sus consejos con el rezo del Santo Rosario, con los misterios luminosos que tuvo a bien adicionar el Santo Padre, para que meditemos la vida de nuestro Señor Jesucristo diariamente, agarrados de la mano de nuestra madre en el cielo. El última mensaje que preparó antes de morir hablaba de la Divina Misericordia: adquiramos esa devoción para sentir en nuestras vidas la influencia divina de la misericordia de Dios.  

Juan Pablo II, desde el testimonio de millones de jóvenes que lo aclaman hoy con alegría, nos enseñó que la dignidad humana está por encima de todo, que la vida es sagrada desde su concepción hasta la muerte, que tenemos que fortalecer a la familia como núcleo de nuestra sociedad, que debemos trabajar por la justicia y la paz con las armas más eficaces: el perdón y el amor.  

Nos dejó miles de escritos, cartas apostólicas, encíclicas, testimonios. No nos quedemos solo en nostalgias: honrémoslo leyendo y aprendiendo sus enseñanzas sobre cómo aplicar el evangelio de Cristo en nuestra vida diaria y  en el mundo  en que vivimos con sus dificultades y contradicciones. 

 

 

 

 

Gracias a Juan Pablo II por reflejar a nuestro Señor en su vida. «Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre» (Hb 13,8). Escuchémosle cuando nos dice: “no tengan miedo”.  Sigamos su ejemplo contribuyendo en la construcción de la civilización del amor cristiano. Y a Maria repitámosle junto a él: “Totus tuus”. Esos son los agradecimientos que a  su Santidad Juan Pablo II le regocijarían: que animados por su trabajo eficaz y  por su testimonio de vida, múltiples almas aceptemos su invitación a caminar hacia Dios desde Cristo.