El Puente

Padre Luis Alfonso Orozco

 

Entre las muchas imágenes inolvidables del extraordinario evento que resultó el funeral del Papa Juan Pablo II, el pasado viernes 8 de abril en San Pedro, me viene a la memoria esta: el féretro desnudo de madera de ciprés posado sobre el piso y dentro el cuerpo del Papa. Ahí yacían los restos mortales del hombre que detentó por espacio de casi 27 años el cargo de Sumo Pontífice de la Iglesia universal. 

Pontífice viene del latín y significa puente. El ser Pontífice en la Iglesia señala la función de servir de puente que enlaza dos extremos llamados a unirse, Dios y los hombres. Y en el caso del Papa se trata del Pontífice-Puente máximo de la Iglesia, cuya misión es la de acercar a todos los hombres al misterio de Dios Uno y Trino. Aquellas muchedumbres de jóvenes y no tan jóvenes que se volcaron sobre Roma para dar su último saludo y homenaje a Juan Pablo II, rezar por él y acompañarlo en su último tránsito terreno lo hicieron con amor y gratitud sincera, precisamente porque reconocen que el Papa es un hombre de Dios, un sacerdote y pastor sacrificado, que además es el Puente más seguro y firme que nos comunica con Dios Nuestro Señor y Creador. 

Estoy convencido que muchos, muchos hombres y mujeres en estos días están volviendo a la fe cristiana, gracias al testimonio de la vida extraordinaria de Juan Pablo II el Grande, y los eventos en Roma de inicios del mes de abril lo están confirmando. El Papa, el Puente a prueba de terremotos para caminar y llegar hacia la orilla de Dios; el Papa, un suelo de roca seguro donde pisar para confirmar la propia fe en Cristo y por tanto el sentido profundo de la existencia humana. El Puente es para caminar y atravesarlo y llegar al otro extremo que se quiere alcanzar; no es para quedarse en él. El Sumo Pontífice, el Papa, Puente y Camino para conducir los pasos de millones de fieles hacia Dios.

En su libro, Don y Misterio, publicado en 1996 en el trascurso del jubileo número cincuenta de su ordenación sacerdotal, Juan Pablo II escribió: “Quien se dispone a recibir la Sagrada Ordenación se postra totalmente y apoya la frente sobre el suelo del templo, manifestando así su completa disponibilidad para asumir el ministerio que le es confiado... recordando el momento de la Ordenación sacerdotal, escribí una poesía de la cual quiero citar aquí un fragmento: Eres tú, Pedro. Quieres ser aquí el Suelo sobre el que caminan los otros... para llegar allá donde guías sus pasos... Quieres ser Aquel que sostiene los pasos, como la roca sostiene el caminar ruidoso de un rebaño...” (Juan Pablo II, Don y Misterio, BAC, Madrid 1996, p. 59).

El ministerio petrino del Papa es –siguiendo esta imagen- el suelo firme para apoyar los pasos en la fe de millones de creyentes en Cristo, un suelo y un Puente que dan seguridad y firmeza para caminar sabiendo hacia donde se dirigen los pasos de la propia vida, hacia Dios, porque este es el fin de la existencia humana. Es la función grandiosa y misión única, sin parangón en la tierra, del Papa como Vicario de Cristo y Pontífice máximo de la Iglesia universal.

Juan Pablo II ha sido este Puente seguro que ha conducido las vidas de millones de almas hacia Dios durante los admirables casi 27 años que duró su ministerio apostólico. Sabemos que después de él, el Espíritu Santo enviará a su Iglesia un nuevo Pastor que ocupe su función de ser Puente fiel entre Dios y los hombres. Será el nuevo Papa que la providencia tenga designado y que cumplirá su alta misión con fe, amor y responsabilidad, con la conciencia de ser el instrumento en manos de Dios para conducir a las almas hacia el cielo. El Puente no se ha roto, simplemente pasa en manos del sucesor de Juan Pablo II al servicio de la Iglesia y de todos los hombres de buena voluntad.