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Dios es el protagonista en la oración
SS.
Juan Pablo II
La oración
puede cambiar vuestra vida. Ya que aparta vuestra atención de
vosotros mismos y dirige vuestra mente y vuestro corazón hacia el
Señor. Si nos miramos solamente a nosotros mismos, con
nuestras limitaciones y nuestros pecados, tomará cuerpo en
nosotros con suma rapidez la tristeza y el desconsuelo. Pero si
tenemos nuestros ojos fijos en el Señor, entonces nuestro corazón
se llenará de esperanza, nuestra mente se iluminará por la luz
de la verdad, y llegaremos a conocer la plenitud del Evangelio con
todas sus promesas y su vida.
- ¿Qué es la oración? Comúnmente se considera una
conversación. En una conversación hay siempre un «yo» y un
«tú». En este caso un Tú con mayúscula. La experiencia de la
oración enseña que si inicialmente el «yo» parece el elemento
más importante, uno se da cuenta luego de que en realidad las
cosas son de otro modo. Más importante es el Tú, porque
nuestra oración parte de la iniciativa de Dios.
- ¿Cómo reza el Papa? Os respondo: como todo cristiano: habla
y escucha. A veces, reza sin palabras, y es entonces cuando más
escucha. Lo más importante es precisamente lo que «oye». Trata
también de unir la oración a sus obligaciones, a sus
actividades, a su trabajo, y unir su trabajo a la oración.
- Orar no significa sólo que podemos decir a Dios todo lo que
nos agobia. Orar significa también callar y escuchar lo que Dios
nos quiere decir.
- La oración debe abrazar todo lo que forma parte de nuestra
vida. No puede ser algo suplementario o marginal. Todo debe
encontrar en ella su propia voz. También todo lo que nos oprime;
de lo que nos avergonzamos; lo que por su naturaleza nos separa de
Dios. Precisamente esto, sobre todo. La oración es la que
siempre, primera y esencialmente, derriba la barrera que el pecado
y el mal pueden haber levantado entre nosotros y Dios.
- Debemos orar también porque somos frágiles. Es preciso
reconocer humildemente y en forma realista que somos pobres
criaturas, con ideas confusas, tentadas por el mal, frágiles y débiles,
con necesidad contínua de fuerza interior y de consuelo.
- La oración es el reconocimiento de nuestros limites y de
nuestra dependencia: venimos de Dios, somos de Dios y
retornamos a Dios. Por lo tanto, no podemos menos que abandonarnos
en Él, nuestro Creador y Señor, con plena y total confianza.
- Si tratáis a Cristo, oiréis también vosotros en lo más
íntimo del alma los requerimientos del Señor, sus insinuaciones
continuas.
- En la oración, pues, el verdadero protagonista es Dios. El
protagonista es Cristo, que constantemente libera la criatura de
la esclavitud de la corrupción y la conduce hacia la libertad,
para gloria de los hijos de Dios. Protagonista es el Espíritu
Santo, que «viene en ayuda de nuestra debilidad».
- Procurad hacer un poco de silencio también vosotros en
vuestra vida para poder pensar, reflexionar y orar con mayor
fervor y hacer propósitos con más decisión. Hoy resulta difícil
crearse «zonas de desierto y silencio» porque estamos
continuamente envueltos en el engranaje de las ocupaciones, en el
fragor de los acontecimientos y en el reclamo de los medios de
comunicación, de modo que la paz interior corre peligro y
encuentran obstáculos los pensamientos elevados que deben
cualificar la existencia del hombre.
- Dios nos oye y nos responde siempre, pero desde la
perspectiva de un amor más grande y de un conocimiento más
profundo que el nuestro. Cuando parece que Él no satisface
nuestros deseos concediéndonos lo que pedimos, por noble y
generosa que nuestra petición nos parezca, en realidad Dios está
purificando nuestros deseos en razón de un bien mayor que con
frecuencia sobrepasa nuestra comprensión en esta vida. El desafío
es «abrir nuestro corazón» alabando su Nombre, buscando su
Reino, aceptando su Voluntad.
-Cuando recéis debéis ser conscientes de que la oración no
significa sólo pedir algo a Dios o buscar una ayuda particular,
aunque ciertamente la oración de petición sea un modo auténtico
de oración. La oración, sin embargo, debe caracterizarse
también por la adoración y la escucha atenta, pidiendo perdón
a Dios e implorando la remisión de los pecados.
- La oración debe ir antes que todo: quien no lo entienda
así, quien no lo practique, no puede excusarse de la falta de
tiempo: lo que le falta es amor.
- No pocas veces acaso podemos sentir la tentación de pensar
que Dios no nos oye o que no nos responde. Pero, como
sabiamente nos recuerda san Agustín, Dios conoce nuestros deseos
incluso antes de que se los manifestemos. Él afirma que la oración
es para nuestro provecho, pues al orar «ponemos por obra»
nuestros deseos, de tal manera que podemos obtener lo que ya Dios
está dispuesto a concedernos. Es para nosotros una oportunidad
para «abrir nuestro corazón».
- Para orar hay que procurar en nosotros un profundo silencio
interior. La oración es verdadera si no nos buscamos a
nosotros mismos en la oración, sino sólo al Señor. Hay que
identificarse con la Voluntad de Dios, teniendo el espíritu
despojado, dispuesto a una total entrega a Dios. Entonces nos
daremos cuenta de que toda nuestra oración converge, por su
propia naturaleza, hacia la oración que Jesús nos enseñó y que
se convierte en su única plegaria en Getsemaní: «No se haga mi
voluntad, sino la tuya.»
- La oración puede definirse de muchas maneras. Pero lo más
frecuente es llamarla un coloquio, una conversación, un
entretenerse con Dios. Al conversar con alguien, no solamente
hablamos sino que además escuchamos. La oración, por tanto, es
también una escucha. Consiste en ponerse a escuchar la voz
interior de la gracia. A escuchar la llamada.
- El hombre no puede vivir sin orar, lo mismo que no puede
vivir sin respirar.
- A través de la oración, Dios se revela en primer lugar como
Misericordia, es decir, como Amor que va al encuentro del
hombre que sufre. Amor que sostiene, que levanta, que invita a la
confianza.
- La intervención humanitaria más poderosa sigue siendo
siempre la oración, pues constituye un enorme poder
espiritual, sobre todo cuando va acompañada por el sacrificio y
el sufrimiento.
- La oración es también una arma para los débiles y para
cuantos sufren alguna injusticia. Es el arma de la lucha
espiritual que la Iglesia libra en el mundo, pues no dispone de
otras armas.
- San Pablo, orando en medio de las dificultades de la vida, oyó
estas palabras del Señor: «Te basta mi gracia: la fuerza se
realiza en la debilidad.» La oración es la primera y fundamental
condición de la colaboración con la gracia de Dios. Es menester
orar para obtener la gracia de Dios y se necesita orar para poder
cooperar con la gracia de Dios.
Fuente:
catholic.net
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