Un intelectual dinámico 

Antonio Ma Rouco Varela, Arzobispo de Madrid


CORRÍA el otoño del 78. Se aguardaba la elección del nuevo Papa con expectación, pero con lo que casi nadie contaba era con ver en el balcón de la Basílica de San Pedro a un eslavo. Poco a poco se fue conociendo el itinerario de hombre, Karol Wojtyla, estudiante, obrero, actor y literato, seminarista, párroco, profesor universiario, obispo y cardenal, a quien entonces, como Juan Pablo II, la Providencia colocaba en el puesto de Timonel de la Iglesia. Comenzaba un pontificado con un dinamismo y una riqueza difícilmente previsibles. Manifestaba un espíritu firme y profundo, jovial y cercano, capaz de un hondo recogimiento y de una fascinante extroversión, a veces conmovedoramente tierno. Su trato con Dios y con los hombres lo han dotado de una excepcional humanidad que se ha ido reflejando en todo su quehacer pastoral, caracterizado por una inmensa solicitud por la persona humana. Como exige la lógica de la Encarnación, Juan Pablo II está siendo en este último tramo del siglo XX el gran valedor del hombre en su dimensión plena, en su dignidad más radical, denunciando las versiones falseadas, erradas o insuficientes de la realidad humana, contrarias o ajenas al designio de Dios sobre la persona, porque, tal como había señalado el Concilio, el misterio del hombre sólo se esclarece verdaderamente en el misterio de Cristo, el Verbo encarnado, que manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación.

En su enseñanza, en sus viajes, en sus intervenciones en los foros internacionales y hasta en sus gestos más sencillos, ha sido para el mundo imagen viva, ilustración óptima, del manifiesto con el que comenzaba una de las constituciones más importantes del Concilio: "El gozo y la espe¬ranza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo, y no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón" (Gaudium et Spes 1).

La voz, los gestos y el corazón de Juan Pablo II han acogido e iluminado las inquietudes del hombre contemporáneo a propósito de asuntos como las agresiones y desprecios a la vida humana, la familia, los derechos humanos, el trabajo, el dolor, el desarrollo, la conducta que degrada la dignidad humana, las relaciones internacionales, la caída del muro de Berlín y sus implicaciones, el subdesarrollo de numerosos pueblos del planeta, la ecología, la propiedad y el estado, la cultura, la libertad y su vocación a la verdad y el amor, la desesperanza que no pocas veces se cierre sobre los jóvenes... Su voz se ha dejado sentir en todos los conflictos nacionales e internacionales donde se ha atentado contra la dignidad del hombre. Y como buen samaritano ha querido llegar, incluso con su presencia física, al hombre concreto mediante sus largos y fatigosos viajes; y especialmente a los jóvenes, con la convocatoria de las Jornadas Mundiales de la juventud. En España no podremos olvidar nunca la celebrada en el Monte del Gozo en Santiago de Compostela.

No se ha cansado de recordar continuamente que hace falta una mirada profunda sobre los problemas del hombre para descubrir en su raíz la ruptura y el desequilibrio del pecado, que hallan su solución en Cristo.

¡No temáis! ¡Abrid las puertas a Cristo!, ha sido el estribillo que no cesaba. Y es que, como escribía en el hermoso y sugestivo libro Cruzando el umbral de la esperanza, "el Evangelio es la confirmación más plena de todos los derechos del hombre" (pág. 195).

Firmemente convencido de que el hombre es el camino primero y fundamental de la Iglesia, ha alentado a los católicos a una nueva evangelización y ha fomentado los fundamentos de la comunión eclesial (promulgación del nuevo Código de Derecho Canónico, publicación del Catecismo universal, sínodos sobre el laicado, la vida consagrada y el sacerdocio,...) para que la fe no pierda sus contornos precisos e irrenunciables, ni su novedad con fáciles irenismos, que la apartarían del servicio que Jesucristo le confió: anunciar y llevar al hombre concreto a la plenitud de la dignidad que Dios le otorgó cuando lo creó a su imagen y semejanza. Además, no se puede olvidar los impulsos que ha dado al diálogo ecuménico e interreligioso, con acciones tan significativas como el encuentro de Asís. Sus mismos detractores reconocen que Juan Pablo II se ha convertido en el lider espiritual y en el punto de referencia ético más importante de nuestro tiempo. Su presencia, a veces, es capaz de convocar a millones de personas que se entusiasman con sus palabras. Se dice que, a pesar de ello, esas muchedumbres no viven o no aceptan totalmente su mensaje. Pero es que el hombre, aunque esté en la oscuridad, no puede sino anhelar, alegrarse y entusiasmarse cuando, con valentía y coherencia, alguien le muestra la Luz, el Bien, el Amor y la Belleza a que está destinado. ¡Qué hermosos son sobre la tierra los pies del mensajero que anuncia el Evangelio!

Fuente: La Gaceta de los negocios y
analisisdigital.com