El legado de Juan Pablo II a sus “pequeños amigos” 

Arnold Omar Jiménez Ramírez


De los innumerables legados que Juan Pablo II dejó a la Humanidad, está una carta dirigida a los niños –a quienes llama «mis pequeños amigos»–, llena de amor, de ternura, escrita con un acento paternal. En estos días en que celebramos a los pequeños, es bueno recordar lo que Juan Pablo II les dijo a los niños en esta carta fechada el 13 de diciembre de 1994 y, por qué no, comentarlo con ellos.


Vivir el Nacimiento de Jesús


Juan Pablo II redactó dicha carta días antes de la Navidad, a la que calificó como «La Fiesta de los Niños». Trajo a colación hermosos episodios de su vida que quiso compartir con los niños: «Queridos niños, os escribo acordándome de cuando, hace muchos años, yo era un niño como vosotros. Entonces yo vivía también la atmósfera serena de la Navidad, y al ver brillar la estrella de Belén corría al Nacimiento con mis amigos... Los niños manifestábamos nuestra alegría, ante todo, con cantos. ¡Qué bellos y emotivos son los villancicos, que en la tradición de cada pueblo se cantan en torno al Nacimiento! ¡Qué profundos sentimientos contienen y, sobre todo, cuánta alegría y ternura expresan hacia el divino Niño venido al mundo en la Nochebuena! Por desgracia –señalaría posteriormente el Santo Padre–, Jesús fue perseguido por Herodes, que quería matarlo y tuvo que huir con María y José hacia Egipto». En esto, el Santo Padre reconoce el sufrimiento de miles de niños en el mundo: «¡Queridos amigos! En lo sucedido al Niño de Belén podéis reconocer la suerte de los niños de todo el mundo. Si es cierto que un niño es la alegría no sólo de sus padres, sino también de la Iglesia y de toda la sociedad, es cierto igualmente que en nuestros días, muchos niños, por desgracia, sufren o son amenazados en varias partes del mundo: Padecen hambre y miseria, mueren a causa de las enfermedades y de la desnutrición, perecen víctimas de la guerra, son abandonados por sus padres y condenados a vivir sin hogar, privados del calor de una familia propia; soportan muchas formas de violencia y de abuso por parte de los adultos. ¿Cómo es posible permanecer indiferente ante el sufrimiento de tantos niños, sobre todo cuando es causado de algún modo por los adultos?».


El Amigo, que viene al corazón


Juan Pablo II, en el texto recuerda también a los niños que están próximos a hacer su Primera Comunión, y habla de la fiesta más importante en la infancia de los niños; tan es así, que la familia entera se acerca al Sacramento, toma fotografías y hace una gran fiesta. El mismo Papa recuerda su Primera Comunión en el pueblo de Wadowice, en Polonia, con sus amigos, y después recordará a los grandes niños de la historia de la Iglesia que, por amor a la Eucaristía, dieron su vida: «¡Cuántos niños en la historia de la Iglesia han encontrado en la Eucaristía una fuente de fuerza espiritual, a veces incluso heroica! ¿Cómo no recordar, por ejemplo, los niños y niñas santos, que vivieron en los primeros siglos y que aún hoy son conocidos y venerados en toda la Iglesia? Santa Inés, que vivió en Roma; Santa Águeda, martirizada en Sicilia; San Tarsicio, un muchacho llamado con razón el ‘Mártir de la Eucaristía’, porque prefirió morir antes que entregar a Jesús Sacramentado, a quien llevaba consigo».


Orad, niños, orad


Un fragmento realmente conmovedor de la carta, es donde el Papa pide a los niños su oración y, a los adultos, les dice que deberíamos aprender a orar como los niños, que hablan a Dios, como al Padre que no los defraudará: «Queridos amigos pequeños, deseo encomendar a vuestra oración los problemas de vuestra familia y de todas las familias del mundo... Debemos rezar juntos y mucho para que la Humanidad, formada por varios miles de millones de seres humanos, sea cada vez más la familia de Dios, y pueda vivir en paz... Permitidme, queridos chicos y chicas, que al final de esta carta recuerde unas palabras de un Salmo que siempre me han emocionado: ¡Laudate pueri Dominum! ¡Alabad niños al Señor, alabad el Nombre del Señor! Mientras medito las palabras de este Salmo, pasan delante de mi vista los rostros de los niños de todo el mundo: De Oriente a Occidente, de Norte a Sur. A vosotros, mis pequeños amigos, sin distinción de lengua, raza o nacionalidad, os digo: ‘¡Alabad el Nombre del Señor!’»

Fuente: semanario.com.mx