Tenemos un reto muy grande: asimilar el legado de Juan Pablo II»

 

Habla el padre Juan Rivas L.C., fundador de «Hombre Nuevo» Por Walter Turnbull

El padre Juan Rivas, L.C., es el fundador y, durante muchos años, director del movimiento «Hombre Nuevo». Este movimiento, que empezó en Estados Unidos hace dos décadas, se ha ido extendiendo por toda América a partir de la radio y la televisión.

«Hombre Nuevo» es una experiencia de evangelización cuyo fundamento es Jesucristo y cuya inserción es en el tiempo de hoy, con las estructuras tecnológicas de la sociedad moderna y la busca de la transformación de la sociedad a través de los mass media.

¿A qué necesidad respondió la fundación de «Hombre Nuevo» dentro del gran campo de la evangelización? ¿Cuál era su objetivo? Propiamente, fue una iniciativa del papa Juan Pablo II en su primera visita a Estados Unidos, cuando dijo que la Iglesia estaba perdiendo terreno en los medios de comunicación. Recuerde que un tiempo en Estados Unidos estaba muy fuerte el padre Fulton J. Sheen y después de él no se hizo nada. Entonces el Papa mandó a los Legionarios de Cristo a hacer algo para darle una fuerte voz a Cristo en los medios de comunicación. Esa fue la necesidad, la iniciativa...

¿Usted tenía alguna experiencia en medios de comunicación, o tuvo que aprender? Yo creo que todos los sacerdotes en algún sentido somos comunicadores, somos evangelizadores, pues hemos tenido siempre el mejor maestro, que es Cristo, y tenemos el mejor mensaje, que es el Evangelio.

¿Fue fácil? ¿Hace cuánto tiempo comenzó? No fue fácil, a mí me lanzaron a la televisión en 1984. Me ordené a finales del 1982; entonces, propiamente, empecé a ser sacerdote en los medios de comunicación. La televisión impone, es un medio muy difícil, y además a mí me cuesta mucho sonreír, ¿verdad? Pero, poquito a poquito, aprendemos de las técnicas y puedo decir que, al final de ese período de televisión, me sentía bastante confortado. Y después comencé yo por mi propia parte lo de la radio, que considero un mejor medio evangelizador, más adaptado al Evangelio que la televisión.

¿Ha tenido algún descalabro? Sí, al principio. Yo comencé en la televisión, y la televisión crea mucha imagen, una personalidad, y la gente te saluda, te reconoce en los supermercados, en la calle, y cuando se cayó lo de la televisión creí que era muy fácil poder yo solo hacerla. Me di cuenta de que no es así. Me llevó tres años o cuatro años todavía el poder dar el primer paso a la radio. Aprende uno a golpes a construir un apostolado en los medios de comunicación. La que nos sacó adelante fue la Virgen de Guadalupe; a ella le encomendé el apostolado y, gracias a ella, tuvimos por primera vez en 1987 el programa de radio. 

Los que tenemos el canal mundial de televisión EWTN lo hemos visto ahí, y constatamos que, con veinte años de experiencia, ahora se le da maravillosamente... Sí, la segunda etapa en la televisión comenzó en 1997, pero ya con mucha experiencia de radio. Curiosamente, me sucedió lo mismo que a Fulton J. Sheen: él comenzó también en la radio y la radio exige mucho en cuanto a preparación, en cuanto a clarificación de conceptos, y creo que esa experiencia de radio me facilitó ahora hacer mejor las cosas en la televisión. 

¿El mensaje que usted extiende en sus giras, en sus presentaciones, es sobre la importancia de la Virgen María en la evangelización? ¿Por eso le llama «una cruzada mariana»? Aunque la llamo «cruzada mariana», me quiero centrar en la Eucaristía. Hablo del poder del Resucitado y de ese misterio de que Cristo se quedó con nosotros después de haber vencido al demonio, al pecado y a la muerte. Cristo se quedó realmente en la Eucaristía. El mensaje es sobre el gran poder del Resucitado y, en concreto, el gran don de Cristo resucitado entre nosotros.

Las condiciones, la situación de la Iglesia y de la sociedad, ¿han cambiado desde que comenzó «Hombre Nuevo» hace veinte años? Sí, yo creo que sí han cambiado, y para bien, gracias al papa Juan Pablo II. La Iglesia está en un nivel de prestigio muy grande en Estados Unidos y yo creo que en todo el mundo ha habido grandes conversiones al catolicismo, sobre todo entre gente preparada, intelectual, pastores protestantes. En este sentido ha cambiado mucho. Ha cambiado mucho, también, en el sentido del ecumenismo. Incluso yo me ha vuelto más ecuménico. Yo no lo era tanto al principio. He entendido mejor lo que es el ecumenismo, que es que nos podamos dar la mano con otras religiones para buscar la verdad. 

¿Es lo mismo relativismo que tolerancia y ecumenismo? Creo que este es el problema al que se va a enfocar mucho el actual papa Benedicto: el problema del relativismo, donde no hay verdad y vale lo mismo una religión que otra, una cosa que la otra. Eso también es lo que yo quiero aclarar, es uno de los enfoques que le estoy dando ahora a la predicación: explicar la fuerza de la verdad en la Iglesia Católica, cómo hay un solo Dios, un solo Cristo mediador entre Dios y los hombres, y una sola Iglesia. Y es esa Iglesia el instrumento que Dios nos da para encontrarnos con la verdad, que no es una idea, sino una persona, y esa es Cristo.

¿Cuál diría usted que es el principal reto que tenemos en este momento los que estamos involucrados en la evangelización? Yo creo que tenemos un reto muy importante, y que no todos se dan cuenta, que es el legado del papa Juan Pablo II: tenemos que asimilarlo. No quiero usar una expresión despectiva, pero me parece muy mal —es lo menos que puedo decir— que nosotros, mexicanos, digamos: el Papa mexicano, y el Papa mexicano por aquí, y viva el Papa, y argüende con el Papa, y gritos al Papa, y que ni siquiera hayamos leído las cartas de amor que ese Papa nos ha escrito. ¿Qué pensarían de una novia que le dice a su novio «te quiero mucho», y tira las cartas de amor a la basura? Diríamos: mentiras y cuentos. Así que, el gran reto —para mí— de la Iglesia, es asimilar la doctrina y el legado del papa Juan Pablo II, hacerlo asequible a la gente, y cumplir con su compromiso de evangelización que nos dejó. Ya no es tiempo para vivir avergonzados del Evangelio. Hay que salir a las calles, a las casas, a las montañas y llevar a Cristo con nosotros