Lolek sin Miedo

J. Jesús García y García

 

«La muerte de un justo es una fiesta, en que la Tierra toda
se sienta a ver cómo se abre el Cielo» (JOSÉ MARTÍ)

No precisamente sentados sino de pie, con el alma en vilo, intentamos contemplar la gloriosa cuanto merecida ascensión al cielo del más grande héroe vivo que tuvo el mundo católico en los últimos 26 años y fracción. Lástima que una espesa cortina de lágrimas nos impidió ver el prodigio, el cual de todos modos se produjo, aunque nos lo haya ocultado nuestra ceguera. En vano fue que nos dijeran que no lloráramos, que más bien estalláramos de alegría porque teníamos ya, de hecho, un nuevo santo en el cielo y porque habían cesado los dolores de la vida y los dolores de la muerte de nuestro padre (no tanto un amigo o un hermano sino, básicamente, un padre, el Santo Padre, nuestro padre que estaba en la tierra y que reiteraba una y otra vez su consejo de oro: «¡No tengan miedo!»). Lloramos mucho y no por Juan Pablo II (él goza ya de una eternidad gloriosa en el regazo amoroso del Padre), sino, lógicamente, por nosotros mismos, que hemos quedado en la orfandad. 

A Karol Wojtyla, en su infancia, sus amigos lo llamaban Lolek. Al quedar solo en el mundo, apenas mayor de veinte años, pasó a ser Lolek sin Miedo. Cuando se ha perdido todo se adquiere la valiosa facultad de perder el miedo. 

Después de probar muchas y muy variadas actividades, se convirtió en Juan Pablo, el segundo de ese nombre y 264º. de la lista general de vicarios de Cristo, que reinó del 16 octubre de 1978 al 2 de abril de 2005; el Papa de los récords, anécdotas, curiosidades y hechos especiales: el primer Papa no italiano en 455 años; el primero de nacionalidad polaca y venido de un país comunista; el primero en emprender una tarea inmensa para acrecentar la universalidad de la Iglesia lanzándose a una dilatada serie de viajes a través del mundo (104 sin contar los realizados en territorio italiano), lo que ninguno de sus predecesores había al menos soñado; el primero en ser herido de un tiro en la calle; el primero en visitar una sinagoga, una mezquita y un templo anglicano; el primero en celebrar una Misa ante cuatro millones de fieles, en Manila, Filipinas; el que, siendo Papa, sacó a la luz cinco libros y más de 500 artículos y ensayos, así como numerosos documentos: encíclicas (las suyas fueron 14 y una más quedó empezada), exhortaciones apostólicas, constituciones apostólicas, cartas apostólicas y motu proprios; el que emitió el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica; el primero en pedir perdón por los errores cometidos por los cristianos a lo largo de los siglos, en particular por «los pecados cometidos en servicio de la verdad: intolerancia y violencia contra los disidentes, guerras de religión, violencias y abusos en las Cruzadas, métodos coactivos en la Inquisición»; el que duplicó el número de países que sostienen relaciones con el Vaticano; el que convocó a tres jubileos universales y condujo a la Iglesia al tercer milenio; el que proclamó a alrededor de mil 400 nuevos beatos y cerca de 500 nuevos santos; el que nombró a la casi totalidad de los cardenales que ahora están reunidos para nombrar al nuevo ocupante del solio pontificio; el que se consagró enteramente a la Virgen María con la declaración «Totus tuus, Maria»; aquél que suscitó este testimonio de alguien que le fue muy cercano: «La oración es para él como respirar»; el que cumplió el tercer pontificado más largo de la historia de la Iglesia, después de Pedro y de Pío IX... el que, finalmente, al decir del vocero Joaquín Navarro Vals, a pesar de que hablaba perfectamente el inglés, no conoció nunca el significado del término wek-end, ya que ni los domingos descansaba.

Queda allí Juan Pablo II como paradigma de irrepetibilidad. Sabemos que cada uno de nosotros es una unidad distinta e inimitable; que jamás existirán en el mundo dos personas iguales, con las mismas características y responsabilidades: que nadie podrá sustituirnos en la misión rigurosamente personal que Dios nos ha confiado en sus planes inescrutables. Pero solemos decir en México que todos somos iguales ante la ley, pero hay unos más iguales que otros. Del mismo modo, siendo todos irrepetibles, Juan Pablo II es más irrepetible que nadie.

Descanse en paz el Papa Viajero. Recordemos que Vasconcelos decía: «Viajar es ir repartiendo pedazos del corazón». México se quedó con cinco pedazos de esa preciosa víscera cordial.