«El amor me lo explicó todo»

Pbro. Prisciliano Hernández Chávez, CORC

 

El redoblar de las campanas aunado al dolor acompasado de las lágrimas, anunciaron el último viaje y el gran paso del amadísimo Juan Pablo II, el Magno entre Magnos, hacia la eternidad, ante el postrer llamado del 2 de abril a la 1.37 p.m., hora de México: «Ven, bendito de mi Padre, a tomar posesión del Reino». 

Nuestro corazón sintió el desgarrón: algo muy nuestro se fue con él, algo suyo se ha quedado para siempre con nosotros. La crónica de la partida fue escrita en el fondo del alma con lágrimas, con gozo, con nostalgia, con rezos y un concilio de cirios encendidos; la propia de seres entrañables, la del amor sincero y transparente, la del fino amor y del amor recíproco. ¿Cómo no expresar nuestro pesar ante nuestro padre y pastor, tan nuestro y tan de todos, el Papa que vino de Polonia y que inició su itinerario, ex laboris solis, desde México, desde el regazo maternal de Santa María de Guadalupe, su Virgen y nuestra Madre Morenita, hacia la aldea global?

También los papas mueren, y los Magnos también, a pesar de su proclama al amor por la vida, a la persona humana en todos sus estadios en virtud de su absoluta dignidad, desde la concepción hasta la muerte natural.

Quien amó la vida con la pasión de quien tiene corazón de joven, el timonel intrépido de la Iglesia hacia el tercer milenio, ha muerto, aunque vive para siempre en la plena comunión con el Señor de la vida, de la historia y de la eternidad.

Ahora más que nunca, cuando se entrecruzan los límites de nuestra pequeñez y su grandeza, nos preguntamos:¿Cuál sería la clave de su pasión huracanada y a la vez serena y atrayente por la persona humana, por el mundo, por la Iglesia, por la Virgen, por Jesús, por la Eucaristía, por el sacerdocio... en una palabra, por la salvación y la santidad? ¿Cuál sería la clave de su vocación y misión? ¿Cuál sería la clave del núcleo de su identidad personal? Ciertamente fue un buscador incansable de la verdad en todos sus ámbitos: ¿El «Teatro Rapsódico» de la clandestinidad? ¿El nacionalismo polaco pisoteado por los nazis o los soviets? ¿La catedral del pensamiento de Tomás de Aquino? ¿San Juan de la Cruz por aquello de «Oh noche que me has guiado;/ oh noche más amable que la aurora;/ oh noche que has unido al Amado con la amada»? ¿El personalismo de Max Scheler para fundamentar una ética católica? ¿El ideal de Luis María Griñón de Montfort, que le abrió las puertas del amor filial y pleno a la Santísima Virgen María expresado en su consagración-lema totus tuus (soy todo tuyo), dirigido y vivido en su plena comunión con Ella? ¿El rosario? ¿El Angelus? ¿El Via crucis? ¿La santa Misa? ¿La devoción a la Divina Misericordia revelada a la ahora santa Faustina Kowalska?

Cierto que todo esto fue amado, valorado y profundizado; todo influyó para que Dios nos regalara a la Iglesia y a la humanidad este hombre que habría de ser faro en la noche oscura de la historia del tercer tercio del siglo XX de tránsito al nuevo milenio, en los momentos más pavorosos del eclipse de Dios y del eclipse del valor trascendente de toda persona humana.

Este corazón que dejó de latir para el mundo, entrañable e inolvidable, escribió una frase juvenil de los años de la ocupación nazi: el amor me lo explicó todo. Ése fue su secreto. De ahí se deriva su ingente trabajo intelectual, poético y pastoral, en las diversas etapas como obrero, seminarista, sacerdote, obispo y papa. El amor fue el sentido último de su vida. A él consagro toda su vida. Un amor no en abstracto sino un amor en recepción, al experimentar el amor de la Indivisa Trinidad por Jesucristo, de María, de los santos, de sus amigos y fieles; pero también en su vertiente de donación, y de donación total que tuvimos el privilegio de conocer a lo largo de su pontificado de más de 26 años.

Muere, pero no muere del todo —finis, sed non finis—. Para los cristianos, su fe es Cristo Resucitado, tercia san Agustín. Él es nuestra esperanza y Él hizo efectiva la dimensión trascendente del amor del papa Juan Pablo, a tal grado que continuará siendo guía, faro e intercesor.

La Iglesia, en su momento, nos dará la seguridad de tener audiencia con él por su pronta canonización. ¡Dialogar con Juan Pablo II desde la posibilidad de la comunión de los Santos! Dialogar su poesía, su pensamiento; pero, sobre todo, sentir su cercanía y su aliento: no tengan miedo, abran las puertas al Redentor… duc in altum… rema mar adentro… Porque el amor se lo explicó todo; así descubrimos el secreto de su pensamiento y de su labor pastoral, el secreto de su cercanía y de su voluntad indomable.

Gracias, Padre, por el papa Juan Pablo. Gracias, Juan Pablo, por tu entrega. Gracias por tu clave, llave de la proexistencia feliz y el granito de arena de la civilización del amor: el amor me lo explicó todo.

Fuente: elobservadorenlinea.com