¡Qué el Papa renuncie!

Pbro. Prisciliano Hernández Chávez, C.O.R.C.

 

Lo dicen y vociferan en los medios, algunos, los de la falsa compasión que se hacen notar para que el Papa no contradiga con su vida doliente un iluso ser cristiano. No creen en la infalibilidad porque ellos son la verdad, la única incuestionable; porque se es infalible (?) desde antes; ni creen en la encarnación del Verbo en la práctica, salvo del logos en su discurso de soliloquio gnóstico. Sus lucubraciones no surgen de la escucha en la comunión del nosotros, de la Iglesia y del Espíritu, ni del acoger benevolente de la fe, que es pistis(= fe), la fe de la Escritura, que es una fe confiada en Aquél «que, siendo de condición divina, tomó condición de esclavo… se sometió a la muerte y muerte de cruz…», quien en su aparecer es el amor, y el amor es hasta la muerte, y el apóstol Pablo nos invita a tener sus sentimientos (cfr. Fil 2, 5 ss). Juan Pablo aceptó el consejo: su testimonio es una vida entregada y una sangre derramada hasta la ultimidad de la cruz, su cruz. Les ofende la oblación del papa Juan Pablo a quienes han hecho de su credo hegeliano, el único válido, alma de ideologías totalitarias: mi tesis, mi antítesis, mi síntesis... mi verdad que es la verdad porque poseo al logos en el puño de mi escrito, de mi idea, de mi grito.

¡Que Juan Pablo II renuncie!Que se baje de la cruz, para creer en él, porque queremos que sea como nosotros, con nosotros y para nosotros, mediocre; que se quede a mitad del camino, porque nos ofende la diferencia de una fidelidad hasta la muerte y muerte de cruz, ya que dejamos la cruz a la vera del camino por insoportable e injusta; es mejor el sacerdocio o el matrimonio ad tempus, por cierto tiempo, de verano y de circo. 

Mientras, el Pueblo de Dios, el vapuleado de siempre, el que paga los platos rotos… ora, llora, acompaña silente como María a su Hijo, sufriendo la misma pasión, su pasión que es la suya, desde el murmullo herido del corazón. La pasión del Papa, no es La Pasión (The Passion)de Mel Gibson, actuada y extraordinaria; sino la real, la del Jesús de la historia, la del Jesús de hoy, la de su vicario, su icono viviente; la contemplamos así en el Papa, real y presente, en el testigo, quien afirmó alguna vez que el bautizado ha de aceptar el martirio como condición de futuro; ahora ya es condición de presente para él, para nuestro amado Juan Pablo, el primer papa mexicano…

Gracias, Señor, por el papa Juan Pablo II , por su dolor y sufrimiento, quien nos confirma en la fe, ya no con encíclicas luminosas y palabras del milenio, las pronunciadas por las calles polvorosas del Israel del mundo, sino con tu tesis nuclear, convertida en síntesis de tu vida y de su vida en el amén esponsalicio del Calvario. Ahí, con su amén prolongado y jadeante, nos enseña la elocuencia del evangelio del dolor, del evangelio de las bienaventuranzas; nos disciplina en el amor a tu Padre y nuestro Padre, en el amor a los hermanos. 

Gracias porque le permites pronunciar en la vida los tres petrinos: te amo…, Señor, Tú sabes que te quiero, y de tu parte, eres el único con tu Padre —que sepa yo— que tienes la última palabra sobre tiempos y mandatos, de cada quien y de cada cual, y hasta aquella última, de los tiempos últimos, de la consumación de la historia: apacienta hasta que yo te diga ahora, en este instante: ven, bendito de mi Padre, a tomar posesión del Reino, porque tuve hambre en la humanidad del último cuarto del siglo XX y principios del primer milenio, y me diste de comer; tuve sed y me diste de beber; fui peregrino y me buscaste hasta el último rincón del mundo en los hombres y mujeres, en los niños y ancianos, en los sacerdotes y obispos, en los jóvenes y en los deportistas, en los enfermos, en los jefes de Estado y en los políticos, en los intelectuales, artistas, en los esposos, en las familias y en el hombre común sin nombre y que vaga por el mundo sin sentido de la vida ni el significado profundo de la existencia donada para los demás, culto agradable al Padre, alimento de Jesús.

Fuente: elobservadorenlinea.com