25 años de pontificado del Papa

+ Francisco Gil Hellín, Arzobispo de Burgos, España 


Catedral - 19 octubre

1. Nos hemos reunido hoy para celebrar la Eucaristía del Domingo por un motivo entrañable: dar gracias a Dios por los veinticinco años de Pontificado de Juan Pablo II. Me parece que hay sobrados motivos para esta gran acción de gracias, porque el Papa, se encuentra en la cumbre de su vida. Al igual que san Pablo cuando escribía a su discípulo Timoteo, podría decir: «Mi partida es inminente. He peleado el noble combate, he alcanzado la meta, ha guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la merecida corona que el Señor, Justo Juez, me entregará en aquel día» (2 Tim 4, 58). Ciertamente, sólo Dios sabe cuando se cumplirá esto al pie de la letra ¡Ojalá el Señor le siga concediendo fuerzas para pastorear al rebaño que le encomendó hasta el final!

2. Lo que, en cambio, somos bien conscientes todos los cristianos, e incluso los hombres de buena voluntad, es que Juan Pablo II ha dado la vida por la Iglesia y por el mundo. Ha visitado múltiples naciones en sus viajes apostólicos; ha estado con los Estadistas y dirigentes de muchas naciones y ha luchado valientemente por la paz; ha defendido a los pobres frente al capitalismo salvaje y al comunismo ateo; ha predicado valientemente en defensa de la vida de los no nacidos y de los que se encuentran en estado terminal; ha estrechado contra su pecho a niños enfermos y a jóvenes heridos de muerte por el Sida; ha librado incontables batallas en defensa de la dignidad de toda persona humana, y de la santidad del matrimonio y la familia; ha tendido puentes con los cristianos de otras Confesiones y con los que no creen en Jesucristo, pero admiten la existencia de Dios; ha celebrado sínodos ordinarios y extraordinarios; ha pedido perdón por los pecados cometidos en el pasado por los hijos de la Iglesia; ha escrito páginas y páginas de encíclicas, cartas a los sacerdotes y exhortaciones postsinodales; ha pronunciado un número ingente de homilías; y todavía ha tenido tiempo para visitar muchas de las parroquias de su diócesis de Roma.

¿Cómo no agradecer a Dios tantas cosas, que son otras tantas manifestaciones de su Providencia sobre el Papa y de su amor hacia nosotros?

3. En este feliz aniversario, tenemos un nuevo motivo de agradecimiento en el desvelo y Providencia especial con que Dios fue preparando a Juan Pablo para que pudiera ser el Pastor Bueno que necesitaba la Iglesia en el último tramo del siglo XX y primeros compases del XXI.

La vida del Papa es, en efecto, una vida sobre la que Dios ha tenido una Providencia especialísima desde su más tierna infancia. Siendo todavía un niño, le llevó a su madre y le pidió el sacrificio de no disfrutar lo que es el amor materno. Un poco más adelante, le pidió el sacrificio de su padre; con el añadido, de no poder acompañarle en su muerte, pese a vivir con él. Era todavía un joven, cuando le pidió lo último que le quedaba en la tierra: su hermano. Al contemplar esos sucesos desde la montaña del final de la vida del Papa, uno advierte enseguida que Dios le iba preparando, con esos golpes fuertes y tan dolorosos, para ser un servidor plenamente entregado a él, curtido en el sufrimiento y generoso en la entrega.

Siendo ya Papa, esa Providencia se advierte con especial fuerza en el momento del atentado de la Plaza de san Pedro. Como el mismo Papa ha reconocido, la Virgen puso su mano maternal para que la bala homicida no acabara con su vida. Esa Providencia especial aparece también en la fortaleza heroica con que le ha dotado. Cuando fue elegido Papa, quiso que estuviera en la plenitud de la vida y con tantos bríos, que pudiera ser llamado «el atleta de Dios». Ahora, cuando su vida está en decreciente acelerado, haciendo que vaya de acá para allá, desafiando sus achaques y sus evidentes limitaciones. Esto sólo es explicable por la fuerza del Espíritu, que es infinitamente superior a las fuerzas humanas.

Menos aparente, pero igualmente especial, ha sido la Providencia de Dios sobre el Papa en el ejercicio ordinario de su ministerio. ¡Cuántas dificultes, dentro y fuera de la Iglesia! ¡Cuántas zancadillas, oposiciones y persecuciones! Sólo Dios y el Papa saben los sufrimientos que ha debido soportar por ser fiel a la doctrina de Jesucristo, sin ceder a las modas, las corrientes de opinión, la opresión de los poderosos y el qué dirán.

Digamos, pues, con el prefacio: ¡Señor, en verdad es justo y necesario… darte gracias por este Papa que nos ha dado!

4. Pero hoy no podemos quedarnos aquí, si realmente queremos ser hijos buenos y fieles de la Iglesia, a la que el Papa preside en la caridad y de la que él es el principio y fundamento visible de unidad. Ser hijos buenos y fieles de esa Iglesia es querer al Papa; quererle con cariño humano y sobrenatural. Es pedir por él, para que Dios le conceda seguir siendo bueno y fiel hasta el final. Es seguir al Papa, escuchar sus enseñanzas, acogerlas de buen grado y tratar de llevarlas a la práctica sin hacer rebajas ni reducciones. Es imitar al Papa. Imitarle en su amor a la Eucaristía; en su confianza ilimitada y su recurso constante a la Virgen; en la entrega generosa en el cumplimiento de la tarea que Dios nos ha encomendado a cada uno. Imitarle, en el afán apostólico para promover la fe. En este día del DOMUND deberíamos pensar que el mejor regalo que podemos ofrecer al Papa es ser más apostólicos en nuestra familia, entre nuestros amigos y colegas de profesión, en el ambiente donde nos movemos. Dios nos necesita con una descarada carga apostólica, capaz de superar la indiferencia y la incredulidad del ambiente. Que vuelva a resonar hoy el grito que lanzamos hace pocas semanas al clausurarse el Congreso Nacional de Misiones celebrado en Burgos: ¡es la hora de la misión, la hora de hacer apostolado, la hora de anunciar a Jesucristo, la hora de dar la cara por él, la hora de saborear el gozo de ser cristianos!

Que Santa María la Mayor haga de cada uno de nosotros un buen hijo de su Hijo; un hijo que acude a Ella con total confianza; un hombre y una mujer capaces de decir con el Papa: totus tuus, soy todo tuyo. Amén.