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Juan Pablo II, Misionero del Mundo
Jesús Villagrasa, L.C.
El pontificado de Juan Pablo II, desde su inicio hasta su conclusión,
ha sido una peregrinación apostólica por el mundo entero.
Ninguna consideración médica, ningún cálculo político
frenaban su determinación de acudir allí donde su presencia era
deseada y esperada. Su intención, oración, acción y magisterio
hacen de Juan Pablo II uno de los mayores misioneros del siglo XX.
La geografía de sus viajes internacionales fue muy
variada. En sus 104 viajes, visitó 129 naciones y 617 ciudades,
pronunció 2.382 discursos y recorrió 1.162.615 kilómetros. Ningún
líder público ha viajado tanto. Además, hizo 146 viajes por
Italia en los que visitó 259 localidades. Más que los números,
maravilla su tenacidad para no rendirse ante las dificultades, ni
siquiera cuando en los últimos años menguaban sus fuerzas.
Su primer viaje apostólico internacional, apenas tres
meses después de su elección, lo llevó a Santo Domingo, México
y las Bahamas. Su último viaje (14-15 de agosto de 2004),
tuvo por meta el Santuario de Nuestra Señora de Lourdes
(Francia). Enfermo entre los enfermos, Juan Pablo II realizó los
tradicionales gestos del peregrino. «Arrodillándome de nuevo en
la Gruta de Massabielle –dijo al inicio del Rosario– siento
con emoción que he alcanzado la meta de mi peregrinación».
Lugares, personas, acontecimientos, conmemoraciones,
canonizaciones, encuentros masivos y privados, hitos históricos y
pequeños eventos de crónica... se acumulan en el gran mosaico de
esta ininterrumpida peregrinación por el mundo.
Se entregaba en los encuentros personales. Mostraba toda su
ternura a los enfermos –sobre todo si eran niños–, a los
minusválidos y a los ancianos. Veneraba en ellos a Cristo
crucificado. Aunque fueran muchos, a cada uno quiso saludar,
acariciar, escuchar y confortar… y decirle que contaba con sus
oraciones y el ofrecimiento de sus sufrimientos.
Veía con ojos contemplativos las personas y los lugares.
Juan Pablo no encontraba masas sino multitudes, personas. Cada
una, un misterio.
Oraba en el reclinatorio de su capilla peregrinando
espiritualmente por el mundo. Y peregrinaba orando. La
oración precedía, acompañaba y cerraba los días de sus viajes;
la oración larga y profunda a primeras horas del día en la
capilla de la nunciatura que lo hospedaba, o ante el Tabernáculo
en las iglesias que visitaba; la corona del Rosario desgranada en
el coche, avión o helicóptero que lo trasportaba. Un día
viernes, el helicóptero lo llevaba de Jerusalén a Galilea; no
miraba por la ventanilla; leía una página de un pequeño libro,
muy gastado, sin tapa, y se recogía en oración; leía otra y de
nuevo oraba; estaba haciendo el Via Crucis; la apretada
agenda de ese día no le permitía hacerlo, como solía, en la
capilla por la tarde.
Esta espiritualidad que animó a Juan Pablo II, su rico magisterio
y, sobre todo, la intencionalidad, magnitud y amplitud de su acción
hacen de este gran misionero del siglo XX un modelo para quienes
el Señor de la Mies se digne llamar a su servicio para cumplir,
en el tercer milenio cristiano, la misión que Cristo Redentor ha
confiado a la Iglesia y que está aún lejos de cumplirse, pues
–así lo sentía Juan Pablo II– se halla todavía en los
comienzos.
J. Villagrasa ha publicado el libro Juan Pablo II, misionero del
mundo, Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, Roma 2005, 253 pp.,
[Ioannes Paulus II, 3]
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