Funeral por el Papa Juan Pablo II

+ José Sánchez González, Obispo de Sigüenza-Guadalajara.España

8 de abril de 2006

Textos: Hech 2,14.22-32; Jn 10,11-18.

Introducción

En unión con todos los católicos y en sintonía con millones de personas de todas las religiones, razas, culturas y países, queremos con esta celebración manifestar nuestro más profundo sentimiento por la muerte de nuestro Santo Padre el Papa Juan Pablo II. Después de una larga vida generosamente entregada al servicio de Dios, de la Iglesia y del mundo entero, fue llamado de esta vida por el Señor a las 21,37 horas del pasado sábado, día 2 de abril, en el Sábado de Pascua y Víspera del II Domingo de Pascua, fiesta de la Divina Misericordia, instituida por el mismo Juan Pablo II. Fue probado y purificado por el sufrimiento, por la enfermedad y por las limitaciones inherentes a la condición humana y como consecuencia de su dedicación sin reservas para mayor gloria de Dios y el mejor servicio a la humanidad.

Hemos sido convocados para hacer memoria de nuestro Santo Padre el Papa Juan Pablo II en el mejor marco que tenemos los cristianos, es decir, celebrando el Memorial de Jesucristo Muerto y Resucitado la Eucaristía, escuchando la palabra de Dios, uniéndonos por la celebración y por la Comunión en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y dando gracias con Cristo al Padre por todos sus dones, especialmente hoy por el regalo que ha supuesto para la Iglesia y para la humanidad la persona, el ministerio, la vida y la muerte del Papa Juan Pablo II.

La Eucaristía es, al mismo tiempo, la mejor oración por el eterno descanso del que fue en vida el supremo representante de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, que se ofrece en el único y perpetuo sacrificio por el perdón de los pecados y por la salvación de todos; también por la de Juan Pablo II.

El Buen Pastor que da la vida

Al escuchar del mismo Jesús la proclamación de la parábola del Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas, es inevitable la comparación de nuestro difunto Supremo Pastor de la Iglesia, el Papa Juan Pablo II, con Jesús, el Buen Pastor. Él también vivió entregado a su ministerio de representar a Jesucristo como Buen Pastor, dándonos suficientes pruebas de estar dispuesto a dar la vida por nosotros - de hecho a punto estuvo de que le fuera arrebatada violentamente en el cumplimiento de su deber. Él entregó su vida generosamente en su dedicación total al servicio de Dios y de la Iglesia hasta el último aliento. Al final y de modo consciente, se puso en manos de Dios y de su Santa Madre, aceptando la muerte como acto de la entrega definitiva de la vida, que había recibido de Dios como regalo.

Es tanto lo que ya se ha dicho sobre el Papa y tanto lo que se puede decir que necesariamente uno se queda corto al intentar resumir su rica personalidad y su largo y fecundo ministerio en el marco de una homilía. Aun a riesgo de quedarme corto, me atrevo a destacar algunos rasgos característicos del Papa que nos deja.

Su personalidad fue tan rica y adornada con tantos dones de Dios, que unió en síntesis fecunda un celo infatigable y una actividad incansable con su condición de hombre orante, contemplativo y profundamente religioso.

Dotado generosamente por la naturaleza, tuvo una base humanística y artística en su juventud que se fortaleció con una sólida formación filosófica de orientación personalista y se completó con una rica formación en las ciencias sagradas, sobre todo en la Teología y en la mística, especialmente de la mano de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz.

Su experiencia de lucha contra dos regímenes totalitarios, el Nazismo y el Comunismo soviético, el amor y la defensa de Polonia como gran patriota, junto con el duro trabajo, tanto manual, como intelectual y el sufrimiento por la pronta muerte de su madre, de su hermano y de su padre, forjaron una personalidad recia, sin que perdiera por ello la bondad y la cercanía a la persona sufriente.

Supo hacer compatible su patriotismo como buen polaco con su apertura al mundo entero, que recorrió en sus viajes apostólicos y al que sirvió como a su propia familia. Fue ciudadano del mundo.

El eje y centro de su vida lo constituye Jesucristo Muerto y Resucitado, el Hijo de Dios, Cabeza, Esposo y Señor de la Iglesia, en el que está la respuesta a la pregunta sobre el hombre, y está llamado a constituirse en Señor del mundo y de la historia. Desde ese centro, eje y foco, Jesucristo Resucitado, se ilumina el misterio del hombre y éste es entendido y presentado como "el camino de la Iglesia".

En la rica y fecunda doctrina de Juan Pablo II aparece en el centro el misterio de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero inmediata y directamente vinculado a Dios, el hombre, la persona humana, con su dignidad sagrada y sus derechos inalienables a la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, a la verdad, a la libertad, también a la libertad religiosa, a la justicia y a la solidaridad.

Juan Pablo II ha sido un defensor infatigable de los derechos humanos y el mensajero, testigo y constructor de la paz, asentada sobre las sólidas bases de la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad, que en el lenguaje cristiano se llama caridad o amor. La meta e ideal que propone a la Iglesia y al mundo es "la civilización del amor".

En el ámbito de la Iglesia, el Papa se preocupó y nos dejó un rico magisterio sobre el ministerio del Obispo y del sacerdote, sobre la Vida Consagrada y sobre el papel de los fieles cristianos laicos. Fue un luchador infatigable por la unidad dentro de la Iglesia, por la unidad entre las diversas tradiciones cristianas, por la unidad de Europa y por la unidad de todo el género humano, sobre la base del respeto, del diálogo y de la comunión. 

Vivió permanentemente preocupado por la relación entre la fe y la razón, la fe y la ciencia, la fe y la cultura, por la evangelización de los medios de comunicación y por la evangelización a través de los modernos medios de comunicación social, que él tan ejemplarmente supo utilizar.

Manifestó siempre una especial preocupación por los pobres, por los enfermos y por los que sufren y tuvo una especial dedicación y afecto por el matrimonio y por la familia según el plan de Dios, por los jóvenes, por los niños y por los ancianos.

Los trabajadores y los emigrantes ocuparon una parte importante de su dedicación y de su magisterio, manifestándose siempre como un gran maestro y testigo de la justicia social y de la paz entre los pueblos.

2. El testimonio de su vida

Si rico y fecundo ha sido el magisterio de Juan Pablo II, no ha sido menos ejemplar su espiritualidad, centrada en Jesucristo Muerto y Resucitado, con su especial devoción a la Virgen Santísima, de la que se consideraba "todo suyo". "Totus tuus" - era el lema de su escudo.

Unió en armónica síntesis su espiritualidad centrada en la profundidad y riqueza de la liturgia con sus devociones populares, fiel a las tradiciones de su pueblo y a la religiosidad de su infancia.

Se preocupó de la persona humana como "del camino de la Iglesia", con opción preferencial por los más pequeños, por los enfermos y desfavorecidos.

Resplandece en Juan Pablo II con luz especial su coherencia de vida. Habló conforme a su fe. Actuó según las exigencias del Evangelio que intentó seguir con fidelidad. Vivió conforme al Maestro que siguió con fidelidad hasta la muerte, sin bajarse de la Cruz.

Juan Pablo II permanece y permanecerá para todos los cristianos y para todas las personas de buena voluntad como un referente moral de primer orden, por el que hoy, en nuestro mundo, tan falto de verdaderos referentes morales universales, damos gracias a Dios.

3. Testigo de Jesucristo Resucitado

Escuchando la primera lectura de la Misa de hoy, tomada de uno de los sermones de San Pedro, el primer Papa, después de la Venida del Espíritu Santo, encontramos la clave de la personalidad y de la espiritualidad de Juan Pablo II.

No podemos encerrar la persona y el ministerio de Juan Pablo II en el limitado esquema de un líder social, sin más, aunque, efectivamente, su vida y su persona sean referentes para los creyentes y para el mundo entero.

Juan Pablo II fue ante todo un creyente en Jesucristo Resucitado, al que proclamó con su palabra y con sus gestos y al que testimonió con su vida. Sin su fe en Jesucristo no es comprensible su vida, ni es fácil de entender el interés que ha despertado en su vida y en su muerte.

El anuncio de Jesucristo Resucitado, del que Juan Pablo, como San Pedro y los demás Apóstoles fue testigo, con la invitación a abrirle de par en par las puertas, a no tener miedo y a remar mar adentro, constituye el testamento que nos deja como precioso legado nuestro Santo Padre el Papa Juan Pablo II, que acaba de pasar de este mundo a la vida definitiva.

Escuchar este mensaje e imitar su ejemplo es el mejor homenaje que, junto con nuestra oración por su eterno descanso, podemos ofrecerle hoy y siempre. Amen.