Semblanza biográfica cronológica y anecdótica de Juan Pablo II 

Pedro Beteta


Introducción

¿No es demasiado pronto para hacer una semblanza biográfica de Juan Pablo II?. ¿Una semblanza biográfica a base de anécdotas?. Siempre tuvo buen humor.

Nacimiento y adolescencia

Años de infancia. La noticia de la muerte de su madre. Muere su único hermano. Providencias extraordinarias en la infancia de Juan Pablo II. La muerte de su padre.

Vocación sacerdotal 

La llamada al sacerdocio. Del totalitarismo nazi al comunista.
Una sola raza: la de los hijos de dios. 
Dos historias con un mismo mensaje.


Ordenación sacerdotal

Ordenación sacerdotal y primera Misa. Peleó silenciosamente contra el comunismo.



Pastor episcopal y profesor universitario

Profesor universitario y obispo. Para dar formación cristiana se hace escritor y publica con pseudónimo. El Concilio Vaticano II y su nombramiento de Arzobispo. Hubo quien “supo” que sería Papa algún día. Es nombrado Cardenal. 



El cardenal Karol Wojtyla es elegido Papa.

En dos Cónclaves seguidos. El 16 de octubre de 1978. ¿El humo de una fumata o de un cañonazo?. Aceptó confiando plenamente en la Virgen María. El Papa del hombre. Un Papa muy cercano. La “Redemptor hominis” fue su primera y emblemática Carta Encíclica.



La caída del comunismo

La fragua del atentado. El atentado del 13 de mayo de 1981. Derribó -con la ayuda de la Virgen de Fátima- al comunismo. La caída del comunismo era lógica: no tenía fundamentos antropológicos. 



Los viajes en el pontificado de Juan Pablo II

A Juan Pablo II no se le puede entender sin sus viajes. El viaje a Tierra Santa merece mención especial. 


Un hombre contemplativo.

Oración y Eucaristía. Contemplativo en el dolor, en el hospital, su segunda casa. Contemplativo en la vida cotidiana. Contemplativo en un trabajo agotador. Contemplativo en la ancianidad. 


Sus bodas de oro sacerdotales

Cincuenta años de sacerdocio. Veinticinco años de Pontificado. Batiendo records










Introducción a una semblanza cronológica y anecdótica del Papa Eslavo



¿No es demasiado pronto para hacer una semblanza biográfica de Juan Pablo II?


Acaba de dejarnos un gigante de la santidad y de la Historia. Habrá que esperar a que pase el tiempo y que los historiadores y biógrafos hagan su labor. No obstante, con la inmediatez del acontecimiento que pese a no ser inesperado nos ha impactado, hemos pensado que bien se podría hacer, en estos dolorosos momentos, una aproximación biográfica. 

Ya cuando vivía se escribieron muchas semblanzas de Juan Pablo II. Aunque nos falte la perspectiva histórica necesaria para hacer una semblanza biográfica honda, ya suenan los adjetivos de “Magno”, “el Grande”,… etc. que acompaña al nombre del Papa Juan Pablo que acaba de morir y que para muchos ha sido, sobre todo, un gran santo del segundo milenio a quien le cupo la suerte de introducir a la Iglesia en el tercero. 

Cuando a Juan Pablo II le propusieron mientras vivía hacer su biografía respondió: Esperen a que me muera. Quien lo pretendía era Georges Weigel, periodista norteamericano. Ante la negativa, no se arredraron sus colaboradores más cercanos, porque quienes le conocían sabían dónde le “apretaba el zapato” y que “tecla tocar”. Así fue como le dieron el único argumento que le podría hacer cambiar de opinión: Santidad, es una manera espléndida de evangelizar. Después… se le abrieron todos los archivos a Weigel y tuvo largas conversaciones con Juan Pablo II. Testigo de esperanza es quizá de los pocos libros que responden a una biografía hecha “desde dentro” de Juan Pablo II.

Nosotros no pretendemos esto. Sólo aportar, ante la inmediatez del desaparecido Juan Pablo II, una semblanza biográfica y cronológica acompañada enriquecida de muchas anécdotas.


¿Una semblanza biográfica a base de anécdotas? 

Pero, ¿acaso se puede escribir una breve semblanza biográfica de Juan Pablo II a base anécdotas? Honradamente pensamos que de cualquier otra persona no; pero de Juan Pablo II creemos que sí. Y la razón está en algo que fue muy peculiar en este Romano Pontífice: que aunque hablaba muchos idiomas, habló uno que es universal: el de los gestos. Su capacidad de convocatoria vino dada, en gran parte, porque quien le ha veía, entendía lo que le deseaba trasmitir. Fue un gran comunicador porque supo hacerse entender con gestos cargados de significación. 

Toda su actividad pastoral estuvo marcada por gestos que son palabras universales: besar el suelo al llegar a un país, visitar la Sinagoga de Roma, abrazar a los niños, acariciar a los enfermos, ponerse a confesar personalmente en la Basílica de San Pedro todos los años, salir del hospital antes de tiempo para defender con un discurso a la familia, etc. Por el calado doctrinal y vital de sus gestos se pudo atisbar lo que subyacía en su alma. Y siguiendo algunos de sus eventos históricos con gestos y palabras hemos elaborado esta breve semblanza biográfica de fácil lectura sobre el Papa que acaba de dejarnos. 

Siempre tuvo buen humor. 

Antes de entrar en esa semblanza biográfica cronológica, permítasenos subrayar que ni la ingente carga que supuso el Pontificado le hizo perder el buen humor que tuvo siempre. Como muestra, ahora, vaya esta anécdota. Acabamos de decir que Juan Pablo II habló muchos idiomas, era un auténtico políglota. En una ocasión preguntaba a unos purpurados que le acompañaban: ¿Saben qué idioma se habla en el Cielo? Desconcertados guardaron silencio, pensando, como era palmario, que se trataba de una broma. Pero al insistir el Papa, se fueron aventurando: ¿latín, quizá?, ¿polaco, tal vez?, ¿italiano, podría ser? Al cabo de un rato, interrumpió el Papa: ¡húngaro! ¿Por qué húngaro, Santo Padre? Y les respondió: porque cuesta aprenderlo ¡una eternidad!

En una ocasión, en Roma, entre Cardenales, pregunta cuántos esquían en sus países de origen. Ante la negativa, él asegura que en Polonia un tercio de los Cardenales esquían. ¿Cómo es posible si sólo son dos: Wyszynsky y él? Es que yo sí esquío y el Primado vale por dos, responde.

Preparaba el Cardenal Tucci un viaje del Santo Padre y daba instrucciones sobre el clima, las soluciones a problemas organizativos, trenes, costumbres, etc. Y como este Cardenal hubiera sido antes profesor de Teología y director de la revista cultural La Civiltá Cattolica durante 14 años, el Papa lo tomó por el brazo y lleno de cariño y guasa le dijo: ¡Pobre padre Tucci, qué bajo ha caído!



NACIMIENTO Y ADOLESCENCIA


Años de infancia 

Fue en un 18 de mayo de 1920. Aquel día primaveral de un año en el que Polonia se abría a la esperanza tras la interminable primera guerra mundial, un joven y humilde matrimonio de un pueblo, Wadowice, cerca de Cracovia, recibía con gozo el nacimiento de su tercer hijo. Fue bautizado con el nombre de Karol José. Antes que él había nacido una niña que pronto moriría y un niño: Edmundo.

Según la revista Chi, el fallecido Papa, vino a este mundo porque su madre se negó a abortar. La revista decía, a comienzos de 1998, que los médicos aconsejaron “interrumpir el embarazo”, es decir, abortar, a Emilia Daczorowska, madre de Karol Wojtyla. Se le advirtió que de no aceptar el consejo ponía su vida en peligro y la integridad del niño. Pese a ello la madre del futuro Papa se negó a abortar y, dispuesta a sacrificar su vida, por el hijo se arriesgó y le dio a luz. El niño nació sano. Ella, en parte por esto, tuvo complicaciones posteriores de corazón y riñón. Murió a los 44 años, cuando Karol tenía menos de 9 años. 

Si esta madre hubiera cedido a las presiones “terapéuticas” en aras de sus convicciones cristianas, hubiera privado a la humanidad de un hombre que ha resultado ser providencial y clave en la historia humana. Es significativo que quien firmaba la noticia publicada en la revista Chi fuera Sor Lucia, la vidente de la Virgen en Fátima, fallecida en febrero de 2005 y que tanta relación acabó teniendo después con el Papa.


La noticia de la muerte de su madre. 

A los seis años comienza a ir a la escuela primaria. La muerte de su madre, ocurre el 13 de abril de 1929 cuando apenas tenía 9 años. Fue el primer drama de su vida. Un día, a la salida del colegio, se enteró de que su madre ha muerto de un ataque al corazón. Tuvo conocimiento del hecho cuando una profesora se lo comunicó. La reacción fue muy distinta de lo previsto. Dijo: es la voluntad de Dios. En aquel momento no lloró, después sí. Hasta escribió una poesía a su madre junto a la tumba. Arrodillado junto a la tumba de su madre, años más tarde, siendo Papa, en Junio de 1999, al igual que hiciera en Junio de 1979, Juan Pablo II rezó por ella. Quizá repitiera la poesía que hacía tantos años había escrito: “Sobre tu blanca tumba florecen las flores blancas de la vida. ¡Ay! ¿Cuántos años llevo ya sin ti, cuántos años?”.

Esos pocos años de trato con su madre dejaron en él una profunda huella y le dieron perspectiva de la trascendencia que tiene la mujer, la madre, en la vida de los hijos. Afirmaba el 25 de marzo de 1995: La madre es la mujer a la cual debemos la vida. Nos ha concebido en su seno, nos ha dado a luz en medio de los dolores del parto con los que cada mujer alumbra una nueva vida. Por la generación se establece un vínculo especial, casi sagrado, entre el ser humano y su madre.

Después de engendrarnos a la vida terrena, nuestros padres nos convirtieron, por Cristo y gracias al sacramento del bautismo, en hijos adoptivos de Dios. Todo esto ha hecho aún más profundo el vínculo entre nosotros y nuestros padres, y, en particular, entre cada uno de nosotros y la propia madre.


Muere su único hermano.

Cuando tiene doce años, de nuevo surge la cruz en su camino. Su hermano Edmundo, su mejor amigo, que ha terminado la carrera de medicina y comienza su andadura profesional en un hospital, muere al poco tiempo en ese mismo hospital a causa de una epidemia de escarlatina. Tan sólo unos meses más tarde, la penicilina, descubierta en 1928, se comercializa y se distribuye en Europa, dejando de ser la escarlatina una enfermedad mortal. Cuando una vecina intentó consolarle, Karol, sereno, aunque lleno de dolor, la miró con seriedad y de nuevo dijo simplemente: Fue la voluntad de Dios. 

Creció solo al lado de su padre, soldado profesional del antiguo ejército austro-polaco. Estos violentos golpes que tuvieron que sobrellevar fortalecieron la espiritualidad de ambos, y su dolor se convertía en oración y lágrimas. La familia Wojtyla quedó reducida al padre y al hijo. Su unión, quizá por eso, se hizo pronto mayor y muy honda. Padre e hijo se hicieron inseparables. El Papa confió al escritor André Frossard el papel que había desempeñado en su religiosidad: Mi padre era admirable. Los violentos golpes que tuvo que soportar abrieron en él una profunda espiritualidad, y su dolor se hacía oración. El mero hecho de verle rezando de rodillas tuvo una influencia decisiva en mis años de juventud.

En los atardeceres hacían juntos largas caminatas y conversaban, también con largos y elocuentes silencios. Quizá esas caminatas fueron el inicio de su afición a la montaña, al descubrir a Dios en la naturaleza. La naturaleza favorece meditar sobre la teología de la creación que fue tan meditada después por el Santo Padre. Quizá porque deja entrever, aunque sea pálidamente, la fascinante belleza de un Dios que ha llegado a la locura de la Encarnación por amor al hombre.

Al Papa le gustó siempre la montaña, buscaba oír siempre a Dios y lo encontraba escucha en la naturaleza. Posiblemente haya sido Juan Pablo II uno de los Papas más centrados en contemplar la faz de Cristo, pero para llegar a ello ha seguido la lectura de la Revelación. Y la primera página es la Creación. Juan Pablo II, dijo en una ocasión: La naturaleza es un libro. El hombre debe leerlo, no emborronarlo. En sus páginas hay un mensaje que espera ser descifrado. Es un mensaje de amor, en el que Dios quiere llegar al corazón de cada uno para abrirlo a la esperanza.

Providencias extraordinarias en la infancia de Juan Pablo II

Si la Providencia cuida de todos nosotros habitualmente, en la vida de Juan Pablo II se mostró con cierto “descaro” ese providente cuidado. Su vida ha sido salvada por Dios para llevar a cabo su misión muchas veces. Un día, a la salida del colegio, en otoño de 1930, cuando tenía por tanto 10 años y vivía Lolek sólo con su padre, ya que su madre acababa de morir y su hermano Edmundo concluía su carrera de medicina en Cracovia, ocurrió el siguiente suceso. Solía comer Karol con su padre en el bar-restaurante de los Banas, en Wadowice. Mientras jugaba, antes de comer, con Boguslaw, compañero de clase e hijo del dueño del restaurante, había un guardia local de seguridad que cuando bebía más de la cuenta solía, precavidamente, dejar la pistola con el seguro puesto en un cajón detrás del mostrador. En una de éstas, Boguslaw tomó el arma y apuntó en broma a Lolek, pero se le disparó inesperadamente el arma y la bala le pasó rozando la cabeza haciendo añicos una ventana ante el asombro de todos. Todo quedó en un gran susto.

Comenzada la segunda guerra mundial, con Polonia invadida por los nazis, es atropellado al salir del trabajo, en la fábrica Solvay, donde Karol se había quedado hasta muy tarde estudiando. Regresaba tarde a casa, desfallecido debido al cansancio y al hambre y cae al suelo. Un camión alemán que pasa le atropella y continúa sin detenerse. Allí queda Karol malherido hasta el amanecer. Al fin, es llevado grave a un hospital, para que pueda ser atendido.

La actitud valiente de Karol Wojtyla es admirable porque hubo de superar muchas veces el miedo que sentía y la incertidumbre en la que vivía. Con su sinceridad habitual, cuando le preguntaron si había sentido miedo en su vida, respondió: Pensando en mi vida, puedo decir que una experiencia inolvidable de peligro y de miedo es, ciertamente, la de la guerra. Tenía 20 años cuando en Europa y en el mundo se desencadenó la tempestad de la segunda guerra mundial, que sembró muerte y destrucción. Mi generación quedó marcada por el miedo a los bombardeos, las deportaciones y las represalias. Lamentablemente sé lo que significa tener miedo.


La muerte de su padre. 

Acabado el bachillerato, la familia –los dos–se trasladaron a Cracovia y Karol se inscribió en la Facultad de Filosofía. En 1939, la Guerra Mundial interrumpió sus estudios. Entonces, con 19 años tuvo que empezar a ganarse el pan, trabajando duramente en las canteras de Cracovia y en las fábricas químicas de Solvay. Todas las tardes cuida con cariño de su padre, que está en cama, enfermo de corazón. El amor por su padre hace más intenso su dolor al verle sufrir postrado. 

Un día, Karol vuelve a casa como de costumbre, con la comida y algunas medicinas. Entra en su cuarto y al momento sale conmocionado y blanco: su padre ha muerto de un ataque al corazón durante su ausencia. Era el 18 de febrero de 1941. Aunque acompañado por sus amigos, Karol se queda sólo. A los veinte años, se quedó definitivamente solo en el mundo. Es destinado ese mismo año a trabajar en otra fábrica; allí ha de transportar cal en cubetas.

Me convertí demasiado joven en un hijo único, huérfano de madre, ha dicho Juan Pablo II. En una conversación con André Frossard, deja en el aire este comentario que denota la amargura de su alma de esos años: Con veinte años ya había perdido a todos mis seres queridos, incluso algunos a los que hubiese podido amar, como aquella hermana mayor que murió seis años antes de nacer yo. En un viaje a Polonia, rememorando su juventud, siendo ya Papa, en la Iglesia de Wadowice, diría: Aquí me acuerdo de mi honrado padre; aquí nos poníamos juntos ante el altar del Sagrado Corazón. 



VOCACIÓN SACERDOTAL 


La llamada al sacerdocio

La vida es un don de Dios y siempre ha de ser defendida. Juan Pablo II no cesaó nunca de proclamarlo. A los padres deben los hijos la mayor parte de su vocación y así lo pregona el Papa: ¡Cuántos de nosotros deben también a la propia madre la vocación sacerdotal! La experiencia enseña que muchas veces la madre cultiva en el propio corazón por muchos años el deseo de la vocación sacerdotal para el hijo y la obtiene orando con insistente confianza y profunda humildad. En la tradicional Carta a los sacerdotes el Jueves Santo les escribía en 1995: Así, sin imponer la propia voluntad, ella favorece, con la eficacia típica de la fe, el inicio de la aspiración al sacerdocio en el alma de su hijo, aspiración que dará fruto en el momento oportuno.

Y es en este tiempo cuando, solo, en medio del tumulto de los turbulentos acontecimientos bélicos y familiares, se hace transparente en su alma el querer de Dios para él. En otoño de ese año sabe ya, con la certeza interior y personal que caracteriza cuando el Señor llama, que su camino es ser sacerdote. En otoño de 1942 es aceptado como seminarista clandestino en la archidiócesis de Cracovia, iniciando secretamente sus estudios de filosofía.

Muchas veces me preguntan, sobre todo la gente joven, por qué me hice sacerdote. Lo contestaré brevemente. Pero tengo que empezar por decir que es imposible explicarlo por completo. Porque no deja de ser un misterio, aún para mí mismo. ¿Cómo se pueden explicar los caminos del Señor? Con todo sé que en cierto momento de mi vida me convencí de que Cristo me decía lo que había dicho a miles de jóvenes antes que a mí:"¡Ven, sígueme!" Sentí muy claramente que la voz que oía en mi corazón no era humana, ni era una ocurrencia mía. Cristo me llamaba para servirle como sacerdote.

El seminario clandestino ocupa parte del palacio episcopal de Cracovia. Pero Europa está en guerra, y Karol tiene que sacar el tiempo de los ratos libres que le deja el trabajo. Así, estudiando y rezando, se prepara para el sacerdocio. Ha de hacerlo en la clandestinidad porque su vida no vale nada si descubren que es seminarista. El joven Karol Wojtyla está aprendiendo, como aprenden todos los hombres –¡en su propia carne!–, que su existencia no le pertenece, que la vida es de Dios y que tiene que ser preparado por Él para poder llevar a cabo su misión plenamente. 


Del totalitarismo nazi al comunista. 

Al acabar la guerra, los nazis, antes de abandonar Polonia, redoblaron la persecución contra el pueblo polaco, fusilando a todos los jóvenes que encontraban a su paso. Una noche entran en casa de Karol; pero él puede esconderse en la cocina, y allí permanece rezando. Los nazis lo registran todo. Suben y bajan, revuelven y miran habitación por habitación. Pero a él no le ven, y milagrosamente Karol salva la vida. En 1944, durante la invasión rusa de Polonia, Karol Wojtyla –más tarde Juan Pablo II– llevaba ya varios años estudiando clandestinamente para ser sacerdote.

Cuando termina la segunda guerra mundial, Polonia pasa de ser invadida por Alemania a serlo por Rusia. La invasión nazi se muda por la comunista que duraría hasta la década de los ochenta. El suboficial del Ejército Rojo Vasily Sirotenko fue quien entró en Cracovia al mando de las fuerzas rusas. Era un joven profesor de Historia Medieval y, habiendo hecho un buen acopio de libros interesantes por diversos lugares de Cracovia, escritos en latín, busca afanosamente alguien que se los pueda traducir al italiano. Él no sabe latín pero sí italiano. Le informan que hay 18 seminaristas encarcelados de la fábrica Solvay y quizá le puedan traducir los libros. Los intentos son vanos, todavía no dominan la lengua de Virgilio. No obstante le dicen hay uno que puede saber latín: Karol Wojtyla. El comandante le pregunta a Karol sobre su deseo y le responde que los puede traducir al ruso directamente. Karol sabe ruso porque su madre era de ascendencia rusa y hablaba con ella en ruso también. Maravillado el comandante lo lleva con él. Al principio, interesadamente desde luego, pero luego se hacen amigos y lo hace pese a los riesgos colaterales que tiene. Sus compañeros le hacen ver que de llegar a conocimiento de sus superiores podría sufrir graves consecuencias. 

Hace caso omiso del consejo y llegan a ser amigos. Y así es como de nuevo salva Karol su vida. Sus compañeros murieron deportados en Siberia. Karol Wojtyla ha visto siempre cómo la Providencia le iba llevando por sus inescrutables caminos. Nunca olvidó aquella antigua y bienhechora amistad. En el año 2001, Sirotenko recibió agradecido una felicitación del Papa por su onomástica.


UNA SOLA RAZA: LA DE LOS HIJOS DE DIOS. 


Dos historias con un mismo mensaje. 


Sus amigos eran sus amigos y todos querían y podían serlo. Entre estos abundaban los judíos. El exterminio católico y judío llevado a cabo por los nazis en los campos de concentración fue una tristísimo realidad que saldría luego a la luz. En 1998 conocimos una historia publicada en una revista alemana que puede ser de interés relatar ahora. Una niña de 12 años, de nombre Edith, alemana, con origen judío, fue liberada con otras de una fábrica de armas –a la vez campo de concentración–, terminada la contienda militar. Se encontraba en situación precaria, al límite. Flaca, yerta de frío y hambrienta esperaba no sabe qué en el andén de un apeadero de tren donde ni siquiera sabía si pasaría alguno o, si de hacerlo, pararía. Nada le importaba ya. La vida se le iba y sin familia a quien recurrir, desmotivada, esperaba la muerte arrumbada allí.

Algunos se cruzaron con ella. Iban a otra estación cercana, con la agilidad de quien sí sabe lo que quiere y dónde va. Iban a una estación por la que sí pasaba y paraba un tren. Pero ella, ausente, mirando la nada, impávida, esperaba a nadie.

Pasó un joven –recuerda Edith Zirer, que así se llama– y al verla se paró. Como su indumentaria era la típica del suplicio nazi –pijama a rayas horizontales– le preguntó por su nombre. Algo le hizo estremecerse y caer en sí. Desde hacía varios años nadie le había preguntado por su nombre, había sido sólo un número en constante peligro de ser tachado de las listas. Ese joven le trajo una taza de té caliente, queso y pan para que se repusiera un poco. Después hizo un fuego con unas tablas para que se calentara. Como ni aun así podía caminar la llevó a cuestas durante más de una hora hasta una estación cercana. Cuenta que nevaba mansamente y que durante la caminata hablaron y él le contó que también había perdido a los suyos. Al llegar a la estación, le agenció un billete para desplazarse a un lugar donde podía encontrar alguno de sus familiares. Unos judíos al verla le gritaron que se alejara de él, que era católico. 

Con rapidez y temor, por su parte, se despidieron. Ella nunca olvidará su nombre: Karol Wojtyla. Era el futuro Papa que aunque no era aún sacerdote ya vestía traje talar como convenía a su condición de clérigo. Edith Zirer vive en Haifa, junto al monte Carmelo. Cuando el Papa realizó su histórico viaje a Tierra Santa en el año 2000, Edith Zirer quiso agradecer públicamente su salvadora acción en el acto en Yad Vashem.

La persecución nazi hizo especialmente estragos en la Iglesia Católica –esto se dice poco como es propio en ella–, pero con intensidad también se ensañó con los judíos. A Karol le dolió mucho que destruyeran la Sinagoga de Wadowice porque fue, primero muy amigo de la libertad y, segundo, porque siendo amigo de todos, lo era de manera especial de Jurek como le llamaban cariñosamente los amigos a Jerzy Kluger, judío.

Huyó él con su familia de Wadowice. Su padre y otros familiares sufrieron toda clase de infortunios; alistado en el ejército, combatió en Montecassino para, finalmente, acabar recalando en Roma donde se estableció. En el año 1964 Jurek vivía, pues, ya en Roma, atendiendo sus negocios, sin que el arzobispo Karol Wojtyla lo supiera. Al iniciarse la guerra habían perdido contacto. 

A principios de noviembre de 1965, en un momento de descanso, una noticia llamó su atención poderosamente mientras ojeaba la prensa. Leyó: “el Arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, tuvo ayer una destacada intervención en el Concilio”. ¿No se llamaba así Lolek? ¡Sí! No podía ser el mismo. Era un alumno brillante que si hubiera nacido en Estados Unidos sería el presidente de la General Motors... Pero no tenía noticia de que hubiera ido al Seminario... Nadie me lo ha dicho pero tampoco me sorprende que hubiera ido. Así hacía sus comentarios en voz alta Jerzy Kluger a su socio mientras sostenía doblado el periódico. ¿Por qué no averiguas –le dijo- si este Arzobispo es tu amigo? ¡Me has hablado tanto de él! Tomó la guía nervioso. Buscó el Instituto Polaco. Llamó..., pero no estaba. Dejó recado. Al poco tiempo llamaba su amigo Lolek. ¿Cuándo podemos vernos? Fue el encuentro indescriptible de dos amigos del alma que habían sufrido mucho en su propia carne: el horror nazi primero y el comunista después.

Lo ha descrito el propio Jurek. Hablaron de todo y de todos los amigos comunes; también de la sinagoga destruida por los nazis. Al despedirse, el futuro Papa, en ese prolongado abrazo, le dijo: Un día, judíos y cristianos deberán encontrarse así. 

Pasó el tiempo y el 9 de Mayo de 1989, animado por Juan Pablo II, Jurek asistía a la inauguración en Wadowice de la placa conmemorativa, levantada en el mismo sitio donde había estado la Sinagoga antes, en honor de los judíos de aquella localidad y que fueron víctimas de la persecución y del exterminio nazi. Delante de todos, Jurek, leyó una cariñosa carta que el Papa les dirigía a todos.


ORDENACIÓN SACERDOTAL

Ordenación sacerdotal y primera Misa

La trascendental decisión de su vocación sacerdotal la relata así: Pensando en la historia de mi vocación, debo confesar que fue una vocación tardía, aunque en cierto sentido, anunciada en el período de mi adolescencia. Después del examen final en el instituto de Wadowice, en 1938 comencé a estudiar filología polaca en la Universidad Jaguelónica de Cracovia, lo cual respondía a mis intereses y predilecciones de entonces. Pero estos estudios fueron interrumpidos por la segunda guerra mundial, en septiembre de 1939. Desde septiembre de 1940 comencé a trabajar, primero en una cantera de piedra y después en la fábrica Solvay. Precisamente en esa difícil situación maduró en mí la vocación sacerdotal.

Maduró entre los sufrimientos de mi nación; maduró en el trabajo físico, entre los obreros; maduró también gracias a la dirección espiritual de varios sacerdotes, especialmente de mi confesor. En octubre de 1942 me presenté en el seminario mayor de Cracovia y fui admitido. Desde ese momento, aunque seguí trabajando como obrero en la fábrica de Solvay, me convertí en estudiante clandestino de la Facultad de Teología en la Universidad Jaguelónica, y alumno del seminario mayor de Cracovia. Recibí la ordenación sacerdotal el 1 de noviembre de 1946 de manos del cardenal Adam Stefan Sapieha, en su capilla privada.

El inolvidable día de su ordenación sacerdotal fue un tema habitual en su oración y objeto de abundantes confidencias. Refiriéndose a ese día recordaba el 1 de noviembre de 1993: Ese día lo llevo grabado indeleblemente en mi memoria, pues en la Solemnidad de Todos los Santos recibí el don del sacerdocio de Cristo y me convertí en servidor de la Eucaristía. Recuerdo con perenne devoción a los que me acompañaron en mi preparación para este ministerio. A ellos me uno en el misterio de la comunión de los santos.

Cuando cumplió sus Bodas de oro sacerdotales, el 1 de noviembre de 1996, recordando el día de su ordenación y la primera Misa que celebró al día siguiente hacía esta confidencia en la Homilía: En esos dos primeros días de noviembre pude recorrer el camino que lleva a un nuevo sacerdote a la celebración de su primera misa, o sea, desde la celebración con mi obispo -el cardenal Adam Stefan Sapihea- durante la ordenación sacerdotal, hasta la primera misa, que podríamos definir como propia, aunque una misa nunca puede considerarse como propia. Es siempre el sacrificio de Cristo y de toda la Iglesia.

Al día siguiente, en la mañana del día de la conmemoración de los fieles difuntos tuve la gracia de celebrar la Eucaristía junto con el grupo de los que buscan el rostro del Señor, unido a cuantos lo ven tal cual es.

Ante los ojos de mi alma sigue siempre presente el lugar, la cripta del Wawel, en Cracovia, donde yacen los restos mortales de reyes, grandes caudillos y jefes proféticos de mi nación. La catedral estaba profundamente penetrada de su presencia y de su testimonio, como en la basílica de San Pedro se siente de modo significativo la fascinación espiritual que irradian las tumbas de los Papas.

Ese día, el de la primera santa misa, dura siempre. Y no sólo en la memoria: se perpetúa en la eucaristía de Cristo, que es la misma ayer, hoy y siempre. Se prolonga en el ministerio sacerdotal, como fundamento de todo obispo y, en especial, del Obispo de Roma.

< primer su fue Niegowic de Parroquia>

Después de ser ordenado sacerdote fue enviado a Roma para ampliar sus estudios. Al regreso de Roma su primer destino fue la parroquia de Niegowic, de la que apenas sabemos gran cosa salvo que era una aldea y sin luz eléctrica. Al llegar a la aldea y entrar en el territorio de la parroquia se arrodilló y besó el suelo; lo había aprendido del Cura de Ars. 

Ese gesto de besar el suelo, que tantas veces le vimos hacer al llegar a una nación en sus viajes, significa besar la Iglesia de ese territorio o país. No era un gesto político sino eclesial, religioso. En su viaje a Timor Oriental las autoridades indonesias se lo prohibieron, incluso besar un crucifijo en la escalerilla del avión para que se viera que estaba entrando en una nueva Iglesia. El Papa, paciente, cuando fue a celebrar la Eucaristía llamó al Cardenal Tucci y le dijo: “tome un crucifijo. Colóquelo delante del altar” y al salir de la sacristía se arrodilló y lo besó. Así burló un poco a las autoridades y, sin hablar de política, pidió respeto a los derechos fundamentales.

Así pues desde el 28 de julio de 1948 el párroco de Niegowic tuvo a Karol Wojtla como vicario en esa Iglesia. Los fieles de la aldea quisieron tener una deferencia con él pintando las rejas que rodeaban la parcela donde estaba situado el templo, pero la magnanimidad del nuevo vicario parroquial le llevó a una mejora más ambiciosa: construir un templo nuevo. Un año más tarde, el 17 de marzo de 1949, es asignado a la parroquia San Froilán en Cracovia. 

Hace algunos años estuve en Italia, contaba Zofía Sarapata, y decidí participar en una Audiencia papal. Sabía que don Karol frecuentaba la casa de mis padres cuando era vicario de Niegowic, el primer destino del Juan Pablo II cuando fue ordenado sacerdote. Mi tío Stanislaw había escrito su tesis doctoral a máquina y habían sido muy buenos amigos. Debo decir –seguía diciendo Zofía– que me parezco a mi madre bastante. Al terminar la Misa y ser recibidos todos por el Santo Padre, noté que me miraba bastante. Todos se iban presentando mientras recibían unas palabras amables del Papa y un rosario. Cuando llegó a mí me dijo: No digas nada, ya sé de donde vienes; tú eres la hija de Marysia Wyporek de Niegowic; te pareces muchísimo. ¿Cómo está tu madre? Saluda a tu tío “Stas”. Yo no dije ni siquiera una palabra, sólo se me saltaron las lágrimas.


Peleó silenciosamente contra el comunismo. 

Como hemos dicho, Karol Wojtyla estudió para sacerdote en el Seminario clandestino de Cracovia durante la ocupación alemana y que su primer destino fue la Parroquia de Niegowic, para ser trasladado al año siguiente, en 1949, a la Parroquia San Froilán, ya en Cracovia. Allí vive las consecuencias del fin de la Segunda Guerra Mundial en dos aspectos. El primero es la transformación de un Gobierno “ficticiamente democrático” en una “democracia popular”. El segundo es el fenómeno de la llegada de los polacos expulsados de sus territorios por los soviéticos, a los arrabales de Cracovia, y para los que el Gobierno construye una deshumanizada ciudad llamada Nowa Huta, “la primera ciudad socialista sobre el mapa de Polonia, con el fin de dejar reducida Cracovia y todo lo que significaba, a una reliquia inerte”. La respuesta de los católicos polacos fue la de convertir las Parroquias en centros llenos de vida y actividad pastoral, y, con el tiempo, levantar una Parroquia en el corazón mismo de Nowa Huta.

Cuando pasados los años vuelva a Cracovia siendo Juan Pablo II no dejará de ir a Nowa Huta. Allí, el 9 de junio de 1979, dijo de sí mismo: “El Papa no tiene miedo de los trabajadores (...). Él ha salido de entre ellos. Él ha salido de las canteras de Zakrowek, de los hornos de Solvay en Borek Falecki, después de Nowa Huta. Es a través de estos diversos medios, a través de su propia experiencia de trabajo que el Papa -me atrevo a decirlo- ha aprendido un nuevo evangelio”.


PASTOR EPISCOPAL Y PROFESOR UNIVERSITARIO


Profesor universitario y obispo



En la década de los cincuenta el obispo de Cracovia organiza cursos para chicos y chicas comprometidos con la fe, escribe poemas con seudónimo, en los que difunde la enseñanza católica, yendo a la raíz de los problemas pese al clima soviético tan hostil a la religión. Forma en torno a él un grupo de estudiantes universitarios que hacen excursiones a la montaña, viajando por separado en los trenes para no levantar sospechas, y en esas largas caminatas hablan, ríen, cantan y aprenden a mejorar en su vida cristiana.

En esta etapa, hubo de sufrir en su carne la persecución que supuso la erradicación de la enseñanza religiosa, el cierre de la Facultad de Teología y el encarcelamiento del Cardenal Wyszynski. En 1956 se produjo un levantamiento popular, seguido de una sangrienta represión. 

Para entonces ya lleva años dando clases de ética social en la Universidad Jagellóniaca donde hace su segundo doctorado en Teología. Imparte clases en la KUL, Universidad Católica de Lublin, para alumnos con alto nivel, debatiendo sobre la Ética filosófica de Max Scheler, Immanuel Kant y santo Tomás de Aquino. 

A su experiencia pastoral, el Párroco de San Froilán unió la docente como Profesor en la Facultad de Teología de Jagellon, y como Profesor de Ética en el Seminario y en el Instituto de Ética de la Universidad Católica de Lublin. Pero en esta etapa, hubo de sufrir en su carne la persecución estalinista, que supuso la erradicación de la enseñanza religiosa, el cierre de la Facultad de Teología y el encarcelamiento del Cardenal Wyszynski. En 1956 se produjo un levantamiento popular, seguido de una sangrienta represión.

Cuando la tensión comienza a decaer, en 1958, el Párroco Wojtyla es nombrado Obispo Auxiliar de Cracovia, sin que ello supusiera el abandono de su actividad docente, ni de una pastoral “al aire libre”, que había caracterizado ya su etapa anterior. Se consideraba a sí mismo como un Párroco al que hubiesen ampliado el área de su actividad.

El 28 de septiembre de 1958 es consagrado obispo. De la cátedra de universidad pasó a la cátedra episcopal de Cracovia. Es un obispo especialmente incómodo para el Gobierno porque defiende los derechos del hombre con audacia y valentía. Quien luego se convertirá en Juan Pablo II dice que la Iglesia no tiene un modelo de sociedad que proponer. Cristo fue bien breve en el tema de relación con la política: Dad al César lo que es del César. La separación de la Iglesia y el Estado no data de 1905, sino del Evangelio –decía Frossard–. A la Iglesia no le conviene el papel de César, como demuestra la historia. El progresismo y el integrismo acaban concediendo, aunque por razones opuestas, demasiado al César. Sin embargo, si la Iglesia debe ceder al César lo que lleva su efigie, debe recordarle también al César el derecho que tiene sobre la persona cuya efigie es la de Dios.


Para dar formación cristiana se hace escritor y publica con pseudónimo. 


La obra dramática de Karol Wojtyla “El taller del orfebre”, firmada con el seudónimo Znak, verá la luz en diciembre de 1960 siendo ya obispo de Cracovia. Trata de formar en al amor verdadero que es autodonación, olvido de sí, darse sin medida, a las parejas. Traemos a colación un pequeño fragmento de este drama. En una de las tres historias paralelas cuenta cómo la esposa de Esteban decide vender su alianza en una joyería porque la indiferencia reinaba entre ellos. Esteban ni lo advertiría, pues ella ya casi no existía para él. Ni siquiera sabía si le engañaba, porque ella tampoco se ocupaba ya de su vida. Le era indiferente. Al salir del trabajo él se iba a jugar a las cartas, y después de tomar unas copas volvía tarde a casa, sin pronunciar una palabra o todo lo más una frase banal, a la que ella contestaba de ordinario con el silencio. Así que se decidió entrar en la tienda del orfebre. 

El núcleo de esta historia que al final acaba bien puede ser este pasaje: El orfebre examinó el anillo, lo sopesó largo rato entre los dedos y me miró fijamente a los ojos. Leyó despacio la fecha de nuestra boda, grabada en el interior de la alianza. Volvió a mirarme a los ojos, puso el anillo en la balanza... y después dijo: ´Esta alianza no pesa nada, la balanza siempre indica cero y no puedo obtener de ella ni siquiera un miligramo. Sin duda su marido vive -ninguna alianza, por separado, pesa nada- sólo pesan las dos juntas. Mi balanza de orfebre tiene la particularidad de que no pesa el metal, sino toda la existencia del hombre y su destino`. Recogí el anillo llena de vergüenza y sin decir palabra salí de la tienda, pero creo que el orfebre me siguió con la mirada. Desde aquel día volvía a casa por otro camino. Hasta hoy... pero la tienda estaba cerrada.

El Concilio Vaticano II y su nombramiento de Arzobispo

En esta situación se convoca el Concilio Vaticano II, que ofrece al Obispo Wojtyla la preciosa oportunidad de acudir a él y participar intensamente en sus trabajos, como hemos comentado anteriormente. El curriculum con el que acudió al Concilio fue el de que la Iglesia en Polonia había logrado lo que no conseguían otras Iglesias locales: mantener viva y activa la comunión con la sociedad y contraponer respuestas religiosas válidas a la dialéctica del materialismo histórico. Esa dotación era especialmente valiosa en el caso del obispo Wojtyla, dado que su trabajo científico sobre la fenomenología le había llevado a un prometedor esclarecimiento del papel de la experiencia en el mundo actual, de las causas de la crisis y de la potencia del amor como respuesta personal y fundamento de participación del hombre en la comunidad, o sea, del yo en el nosotros.

Poco después de morir Juan XXIII, el 18 de enero de 1964, es nombrado Arzobispo de Cracovia. El día de su consagración dijo ante los fieles en la Catedral del Wawell: “Veo esta tarea que se me propone muy difícil y al mismo tiempo fascinante. Quiero decir, ante todo, que la hemos de llevar adelante entre todos. Ser pastor significa aceptar aquello que todos dan. Saber recibir supone saber dar, saber coordinar, hacer de eso un todo, para que de ahí surja un bienestar común. No hay que elaborar nuevos programas, sino insertarse de un modo nuevo, con un celo nuevo y una disponibilidad nueva en el programa que ha existido siempre, en el programa divino que existe desde siempre, el programa de Cristo, y llenarlo de vida según la medida de nuestro tiempo”.

Hubo quien “supo” que sería Papa algún día. 

Participó activamente en el Concilio Vaticano II. Aludiendo a su participación en el Concilio, relatamos un sucedido que se ha repetido en la vida de Karol Wojtyla al ser elevado a la Cátedra de Pedro. 

Durante el Concilio Vaticano II, al que asistía y activamente participaba el obispo de Cracovia, ocurrió que 
acudía también a las sesiones un obispo de una diócesis latinoamericana ya fallecido y viajaba en el tranvía, “la circolare”, rezando el breviario. 

Un anciano sacerdote polaco suavemente le interrumpió con una pregunta obvia, indicadora más bien de su deseo de hablar. Al principio, fue atendido por el prelado cortésmente mientras con el dedo índice señalaba la línea de lectura, pero pronto se percató que deseaba “platicar” así que colocó la cinta de color rojo en la página señalando la interrupción y se dispuso a escuchar al anciano presbítero.

Estuvo casi tres cuartos de hora hablando sin parar. ¿De qué habló? De su madre. El anciano presbítero polaco manifestaba un entusiasta agradecimiento hacia ella. Evidentemente su filial amor a la madre que lo engendró era singular. Cuando llegaron al Vaticano el prelado hizo ademán de interrumpir la “conversación” convencido en su corazón de que había valido la pena atender a un solitario y locuaz anciano, un hombre que habría servido tanto y tan bien, posiblemente, a la Iglesia de Polonia. 

Al despedirse este sacerdote, que estaba muy en sus cabales, le dijo: “Usted habrá pensado que no estoy bien de la cabeza. Es lógico que lo haya pensado. Pero no es así. Mi cariño hacia mi madre no es nada comparado con el amor que tiene Monseñor Wojtyla a la Virgen. Conózcalo”. El prelado quedó tan impresionado por este suceso ocurrido en el tranvía con ese desconocido anciano sacerdote polaco que procuró conocer a Karol Wojtyla. Y así lo hizo. Después, confesaría, tuvo la convicción, que pudo comprobar pasados más de 25 años, de que lo vería en la sede de Pedro.


Algo similar ocurrió en abril de 1974. Daba el Cardenal Wojtyla una conferencia en la abadía de Fossanova y su amigo Stefan Swiezawski, mientras paseaban entre las columnas del claustro, le espetó: “Vas a ser Papa”. No preguntó de dónde le venía tan sorprendente información. Le miró a los ojos y siguió absorto en su oración. Pocos días después de ser elegido Papa y fechada el 21 de octubre de 1978 recibía una carta en la que entre otras cosas decía: ... Bueno, mi querido Stefan, tu carta me ha traído el recuerdo de las palabras que me dijiste en Fossanova durante el congreso en honor de santo Tomás. Deus mirabilis! Gracias por tu ayuda constante y tu presencia, que me han acompañado durante años (...). Necesito tus plegarias y lo pongo todo en manos de Jesús. Totus tuus! Saluda de mi parte a tu esposa, tus hijas y nietos.


Otro suceso más, dado a conocer ahora que está en marcha el proceso de Beatificación del Cardenal Albino Luciani, Juan Pablo I, es éste. El Cardenal Albino Luciani en un viaje a Fátima fue invitado por Sor Lucia –la vidente de Fátima que moriría en 2005– aún a charlar un rato. Accedió y estuvieron –cuenta Juan Vicente Boo, cronista de ABC–, más de dos horas hablando. De regreso y con la cara demudada no habló nada el Cardenal. Pasado el tiempo fue elegido Sumo Pontífice pero en esos pocos 33 días de pontificado hizo veladas y no tan veladas alusiones no sólo a que su reinado sería corto, como afirma Sor Vicenza, la monja que le atendía en los asuntos domésticos, sino también acerca de quién sería su sucesor. Había afirmado en una ocasión que sería quien estaba en frente de él en el Cónclave. Y no se equivocó pues frente a él estaba Karol Wojtyla.

Es nombrado Cardenal

En mayo de 1967, Pablo VI nombra Cardenal al Arzobispo Wojtyla. De su labor en estos años puede decirse que transformó la Curia en “una gran comunidad de trabajo especializado”, consiguió obtener permisos para la erección de nuevas Iglesias; readaptó a las religiosas expulsadas de hospitales, asilos, escuelas de párvulos y monasterios para que cumplieran su misión en la sociedad con renovado ahínco; estimuló toda suerte de publicaciones católicas; patrocinó multitud de actividades culturales; incitó a los sacerdotes para que revisaran su actividad pastoral y la adecuaran a las exigencias de los nuevos tiempos; promocionó multitud de movimientos asociativos, entre ellos algunas iniciativas renovadoras como el movimiento Oasis, creación del vicario Blachnicki, o el Sacrosong, de música religiosa moderna.

No deja jamás el trato con los jóvenes, ni consiente que languidezca la amistad que tiene con tantas personas, antes bien van aumentando. El deporte es un buen instrumento para descansar y estar a solas y departir. Le gusta remar en canoa, caminar por la montaña, esquiar, etc. 

Las autoridades políticas trataban de distanciarle del Cardenal Wyszynski pero conseguían el efecto contrario. Su fidelidad al Primado y su amor a la unidad era tan grande como su certeza de que el comunismo acabaría derrumbándose. 



EL CARDENAL KAROL WOJTYLA ES ELEGIDO PAPA


En dos Cónclaves seguidos


Asistió al Conclave en el que fue elegido Papa el Cardenal Albino Luciani, adoptando el nombre de Juan Pablo I. El 28 de septiembre, mientras desayunaba el Cardenal Wojtyla, entraron a anunciarle que la radio había dado la noticia del fallecimiento de Juan Pablo I. Permaneció en silencio y luego dijo: Dios actúa de formas misteriosas... Inclinemos la cabeza ante ellas. Semanas después, se convoca el nuevo Cónclave. El día 13 de octubre, víspera de su inicio, le dio a su mejor amigo, el obispo Andrzej Deskur, un derrame cerebral. Llegó algo impuntual al Cónclave por estar con él.

El Cardenal de Viena contaba en una entrevista al rotativo “La Vanguardia” de Barcelona, que durante el Cónclave tal y como iban las votaciones de igualadas y sin que el desempate se produjera sugirió al Primado Wyszynsky que un polaco podría ser tal vez ser el candidato del Espíritu Santo. ¡Eso es lo que querrían los comunistas, no verme en Varsovia!, exclamó. A lo cual, replicó el Cardenal Köenig: “hay más Cardenales polacos”. En realidad, sólo eran dos: él y Wojtyla. Es muy joven, parece ser que susurró de primeras. Seguía contando el Cardenal Köenig que en la tarde de su elección estaba sentado enfrente del Cardenal Wojtyla en la Capilla Sixtina y que, cuando el número de votos a favor suyo se acercó a la mitad del total necesario, dejó caer sobre la mesa el lápiz con que anotaba los votos e irguió el cuerpo. Tenía la cara enrojecida. Luego hundió la cara entre las manos. Cuando salió la mayoría necesaria –dos tercios más uno– se inclinó sobre el escritorio y empezó a escribir afanosamente. Luego el Cardenal Camarlengo, Mons. Villot, le preguntó si aceptaba a lo que respondió afirmativamente convirtiéndose en el 263 sucesor de Pedro.

Produce impresión conocer los providentes recovecos por los que Dios conduce a las personas hacia la meta para la que los destina, y en el caso de Karol Wojtyla, más. Su peripecia vital, como hemos visto someramente con historias menudas, es impresionante: huérfano, minero, estudiante, actor, poeta, sacerdote, profesor, deportista, patriota de un país humillado. Una persona cuya Patria y vida han estado sometidas por el nazismo y el comunismo; los dos totalitarismos más degradantes del hombre que hasta entonces la historia había conocido.

16 de octubre de 1978. ¿El humo de una fumata o de un cañonazo?

Era el 16 de Octubre de 1978. Miles de personas expectantes abarrotaban impacientes la Plaza de San Pedro en Roma. El murmullo creció para dar paso después al júbilo de un aplauso cerrado. La alegría envuelta bien en lágrimas o en gritos se desató cuando, desde una pequeña chimenea de la Capilla Sixtina, comenzó a salir una blanca humareda, la fumata blanca, que anunciaba que el Cardenal elegido por el Cónclave para ser Romano Pontífice había aceptado. 

Veinte minutos después el Cardenal Pericle Felici anunciaba, desde la Logia central de la Basílica de San Pedro, la elección del Cardenal Karol Wojtyla como Romano Pontífice, el cual había adoptado el nombre de Juan Pablo II. A las 18,44 horas, el nuevo Pontífice, vestido de blanco, apareció en el balcón, apoyó en él las manos y con gesto decidido hizo su primera proclama al mundo. Sus palabras golpearon los corazones todos los que estaban allí o lo contemplaban en televisión, al oírle decir: ¡No tengáis miedo! ¡Abridle de par en par las puertas del corazón a Cristo!

Esta iba a ser la divisa de su largo Pontificado: confianza absoluta en Jesucristo, Dios, Señor del Universo, de la Historia y de los destinos de la Humanidad, en cuyo nombre iba a entregar su vida, de una forma apasionada, para defender la verdad sobre el hombre y su libertad, cuyos límites sólo pueden ser acotados por esplendor luminoso de dicha verdad. 

La libertad no es un bien absoluto, sus lindes están señaladas por la Verdad, con mayúscula, Cristo. Por ello, para los dictadores marxistas, el humo blanco de aquel día memorable se les antojó el rastro humeante de un cañonazo, como así se demostraría después.

La fina intuición de Alberto Ronchey, que fue director de “La Stampa” de Turín, le llevó a escribir: “Los rusos hubieran preferido a Solhzenytsin como Secretario General de la ONU antes que a un polaco en la sede de Pedro”.

Nunca se le borrará de la memoria el momento en la Capilla Sixtina, donde se celebran los Cónclaves, en el que fue elegido. En 1994 dirá en aquel mismo lugar: “Aquí escuché de labios de mi rector en otro tiempo, el cardenal Maximilien de Fustenberg, las significativas palabras Magister adest et vocat, el Maestro está aquí y te llama. En este lugar el cardenal primado de Polonia, Stefan Wyszynsky, me dijo: Si te eligen, te suplico que no lo rechaces. Y aquí, por obediencia a Cristo y encomendándome a su Madre, acepté la elección hecha por el Cónclave, declarando el cardenal camarlengo, Jean Villot, que estaba dispuesto a servir a la Iglesia”.




Aceptó confiando plenamente en la Virgen María. 

Como dirá al día siguiente de su elección, puso toda su confianza en la Virgen antes de aceptar. En esta gran hora que hace temblar, no podemos menos de dirigir, con filial devoción, nuestra mente a la Virgen María, que siempre vive y actúa como Madre en el misterio de Cristo y de la Iglesia, repitiendo las dulces palabras totus tuus -todo tuyo- que hace veinte años escribimos en nuestro corazón y en nuestro escudo con motivo de nuestra ordenación episcopal.

Confiando en la Virgen, el Cardenal Wojtyla se abandona en Dios y acepta la carga del Pontificado. Preguntado, muchos años después, si se le había pasado por la cabeza que habría de ser el Papa que introdujera en el tercer milenio a la Iglesia cuando su predecesor apenas la había gobernado 33 días, dijo: Ya desde el inicio de mi pontificado he invitado a la Iglesia universal a dirigir su mirada hacia el comienzo del tercer milenio, ya inminente. También he tenido la oportunidad de poner de relieve que no se trata de inducir a un nuevo milenarismo, con la tentación de presagiar cambios sustanciales en la vida de las colectividades y de cada persona. La vida humana continuará, los hombres seguirán teniendo éxitos y fracasos, momentos de gloria y de decadencia, y Cristo nuestro Señor continuará siendo hasta el fin de los tiempos, la única fuente de salvación.

Sin embargo, el tiempo tiene una importancia fundamental, porque la salvación nos llegó a través de las acciones que el Verbo encarnado realizó en la historia. La fe católica, por su parte, no nos aparta del mundo, sino que nos estimula a escuchar las llamadas que Dios nos hace.

La Virgen del Santuario de Jasna Góra, una colina cercana a Czestochowa, es la Reina de Polonia, y por ello tan querida de Juan Pablo II. Esta imagen tiene dos heridas en la cara, producidas en 1430 por unos bandoleros, que además de dañar la tabla le dieron incluso dos cuchilladas.

Cuando en el siglo XVII los ejércitos suecos se plantaron frente a Jasna Góra, la pequeña fortaleza de Czestochowa, que era el último foco de resistencia de la nación invadida, los polacos sabían que si caía aquella torre, más de oración que de piedra, Polonia dejaría de ser católica. Pero los escasos defensores de Jasna Góra vencieron. Fue la victoria, sobre todo, del espíritu contra la violencia de la fuerza materialista. La Virgen, una vez más, interviene en defensa de la fe. En el siglo XX fue la Virgen de Fátima quien salvará al mundo entero.

En la fiesta de la Virgen de agosto, los polacos van en peregrinación hasta allá, y después del largo viaje, rezan el Via Crucis recordando lo mucho que padecieron Cristo y su Madre por nosotros. Karol Wojtyla fue en muchas ocasiones, y allí repetía miles de veces en su corazón: Totus tuus –soy todo tuyo–, leyenda que incorporaría después a su escudo episcopal.


El Papa del hombre. 

Desde el primer momento manifestó su amor al hombre en Cristo. Animó sin ambages a abrir de par en par las puertas del corazón y del alma a Cristo en servicio de todos y de cada uno de los hombres, y él ha ido por delante en todo momento. Al poco de ser elegido Papa, Andrè Frossard no dudó en definirle como “el Papa del hombre”. Pensaba entonces así. Y después, pasados los años, el gran escritor francés llegó a afirmar que si tuviera que resumir en dos frases el pontificado de Juan Pablo II, lo haría cabalmente diciendo con sus propias palabras: No tengáis miedo, es decir, ved un hombre que camina con la valentía que tuvo Jesucristo, y, dando como razón de tal esperanza ese amor que el Señor tiene por la humanidad entera, pronunciaría estas otras palabras también suyas: Abrid las puertas a Cristo. 

La historia conservará de manera imborrable una realidad que se está escribiendo hoy y ahora. Y la realidad es ésta: que Juan Pablo II defiende al hombre con el coraje del amor de Dios que sólo Cristo ejerció, porque es el propio Cristo –en el Papa– quien le defiende.


Un Papa muy cercano

Al día siguiente de su elección se acercó a ver a su gran amigo Deskur rompiendo todo protocolo. Siempre buscó estar cercano a todos, haya o no –que siempre los hay– riesgos. Juan Pablo II acudió a consolar a este enfermo. Acudió al Policlínico Gemelli de Roma. Como siempre el consuelo viene de Dios y de su Madre Santísima, el Papa rezó junto a su amigo unos misterios del Santo Rosario. 

En los días sucesivos, llamaba personalmente para seguir el curso de la recuperación, incluso cuando monseñor Deskur fue trasladado –pasado el peligro– a Suiza. Es un ejemplo de saber querer al amigo, al hijo que sufre. El amor no tiene esquemas rígidos. En aquella visita, al despedirse y saludar a los enfermos, les dijo: Vosotros, aunque estéis débiles, sois muy poderosos: como Jesús en la Cruz. Me encomiendo a vuestras oraciones. Yo me apoyo en vosotros. Rezad por el Papa, que en otro sentido también es muy débil.

En una de las ocasiones que llamó por teléfono personalmente al Prelado amigo, la telefonista preguntó: “¿De parte de quién?” contestó: del Papa, ante lo cual la telefonista le recriminó por “la broma”. Sólo al cabo de un rato, con gran sofoco, aquella señorita accedió.

Desde el principio dijo bien claro dónde estaba su mayor preocupación. A Jesucristo, durante su caminar terreno, lo que más le dolía era ver la ignorancia espiritual de las gentes porque andaban como ovejas sin pastor. A Juan Pablo II el tema que le atenaza el corazón es la evangelización. El problema de la humanidad que más me preocupa, es precisamente éste: pensar en los hombres que aún no conocen a Cristo, que no han descubierto la gran verdad del amor de Dios. Ver una humanidad que se aleja del Señor, que quiere crecer al margen de Dios o incluso negando su existencia. Una humanidad sin Padre, y, por tanto, sin amor, huérfana y desorientada... Por eso, quiero de nuevo comprometeros a ser apóstoles de una nueva evangelización del Amor.
Al poco de ser elegido Papa, sus amigos y los habitantes de los lugares donde trascurrió su historia fueron abordados por periodistas e historiadores en busca del dato preciso. Consciente de ello estuvo y está atento para agradecer y pedir disculpas, cuando en realidad es para ellos motivo de orgullo y hasta beneficio colectivo. ¿Quién conocía Cracovia, Katowice, Wadovice, por ejemplo? En Wadovice, el padre Edward Zaher, un sacerdote que había tratado mucho a Lolek –como familiarmente llamaban a Karol Wojtyla- tenía 76 años cuando en 1978 fue elegido Papa. Malhumorado por perder la quietud y la intimidad de vida, hubo de rendirse al cariño del Papa cuando mostraba una carta en la que decía entre otras cosas: Padre Zaher, yo siempre le di trabajo y ahora sigo igual. Lo siento.

El señor Giuseppe enseña feliz una foto a sus amigos. Es la imagen del día más inolvidable de su vida: el mismísimo Papa bendijo la boda de su hija Vittoria con Mario, un electricista de Roma. Y todo fue muy sencillo... Un día en una visita que hizo el Papa a su parroquia, su hija se atrevió a decirle: “Me caso en febrero, ¿sabe? ¿Podría tener la felicidad de que bendijera nuestro matrimonio?”. La respuesta del Papa ella no se la esperaba: os espero a Mario y a ti en el Vaticano para fijar la fecha. Y él bendijo su matrimonio en la fecha acordada.

La persona más importante para Juan Pablo II fue siempre aquella con quien estaba en ese momento. En una ocasión el Papa alargó muchísimo una ceremonia que se preveía corta. Pasaba el tiempo y Juan Pablo II seguía saludando uno a uno a los asistentes. Un periodista dijo que el Papa, como Dios, “sólo sabe contar hasta uno”. Amar supone tener a la persona con la que en ese momento estamos como la más importante del mundo. Hacerla caso, estar atento, pendiente de sus palabras y preocupaciones. Como si en el mundo sólo estuviéramos aquella persona y yo. Otro periodista decía de él: “En una multitud ve un rostro, y luego otro... Cada vez ve a un ser único; y uno de sus mayores sufrimientos es no poder hablar con cada uno de ellos”.

La “Redemptor hominis” fue su primera y emblemática Carta Encíclica.

Si aquel 16 de octubre de 1978 un gran escalofrío recorrió los cuerpos de los fieles que oyeron por vez primera el nombre del nuevo Papa, pasados los meses, pasó algo semejante. Ocurrió cuando su primera Encíclica, la que marcaría su programa durante su Pontificado, había visto la luz. Juan Pablo II, durante una alocución del Angelus, lleno de un humilde atrevimiento, dijo estas palabras: “He tratado de expresar en ella lo que ha animado y anima continuamente mis pensamientos y mi corazón desde el principio de mi pontificado que, por inescrutable designio de la Providencia, tuve que asumir. La Encíclica contiene los pensamientos que entonces, al comienzo de este nuevo camino apremiaban con especial fuerza mi alma, y que sin duda, ya anteriormente venían madurando en mí, durante los años de mi servicio sacerdotal y después en el episcopal. Creo que si Cristo me ha llamado así, con tales pensamientos..., con tales sentimientos, es porque ha querido que estas llamadas en mi mente y en mi corazón, que estas expresiones de fe, esperanza y caridad, encontrasen resonancia en mi nuevo ministerio universal, desde su comienzo. Por lo tanto, como veo y siento la relación entre el misterio de la redención en Cristo Jesús y la dignidad del hombre, así querría unir mucho la misión de la Iglesia con el servicio al hombre en este su impenetrable misterio. Veo en esto la tarea central de mi nuevo servicio eclesial”. Ha terminado su Pontificado y podemos afirmar que ha sido una tarea perseguida y una realidad conseguida.

Desde entonces su vida y su actividad serán tema continuo en los medios de comunicación: discursos, viajes… Su influencia mundial era un hecho que iba in crescendo. Pero toda su experiencia, todas sus vivencias, sus angustias, su formación y su conocimiento del hombre y de los sistemas, es puesto al servicio de su nueva tarea. Y, precisamente entonces, es cuando su pensamiento doctrinal, moral, espiritual y social ha tenido la más rica formulación de todos los Pontificados de la Historia.


LA CAÍDA DEL COMUNISMO


La fragua del atentado del 13 de mayo. 


Tuvo la astucia de aceptar ir –recién elegido Pontífice– a México, país entonces laico. Se trataba de la Reunión del CELAM. Era muy importante su presencia y estaba convocada mucho antes de su elección, pero también pensó que sería un “argumento” para conseguir de los comunistas ir a su tierra natal: Polonia. En su primer viaje a Polonia, el día 2 de junio de 1979, en la Plaza de la Victoria de Varsovia, el Papa dijo ante un millón de polacos: no se puede, de hecho, comprender al hombre sin Cristo, es decir, la clave para comprender esa gran y fundamental realidad que es el hombre. O más bien, el hombre no es capaz de comprenderse a sí mismo hasta el fondo sin Cristo. No puede entender quién es, ni cuál es su verdadera dignidad, ni cuál es su vocación, ni su destino final. No se puede entender todo esto sin Cristo... 

Durante los últimos años desde 1989, han sido muchos los escritores, periodistas, pensadores o politólogos que han escrito sobre la caída del comunismo, simbolizado en la caída del Muro de Berlín, desde muy diversos puntos de vista. Se habla de un nuevo orden mundial y la bibliografía tanto de libros como en revistas especializadas, es inabarcable.

Sin embargo, pocos se atreven a reconocer el papel, para mí determinante, de Juan Pablo II en los acontecimientos. Hace algunos años la revista TIME, en una crónica de su corresponsal en el Vaticano, daba explicaciones sobre el atentado contra el Papa. A juicio de este periodista, la decisión de atentar contra el Santo Padre se tomó en el Kremlin después de la primera visita a Polonia en junio de 1979. Posteriormente, el 6 de junio pronuncia ante un millón de obreros una homilía en la que dice que “el trabajo es una dimensión fundamental del hombre sobre la Tierra... ¡Hombres del trabajo, no os dejéis seducir por la tentación de que el hombre puede encontrarse plenamente a sí mismo, renegando de Dios, borrando de su vida la oración ... No sólo de pan vive el hombre!”.

Cuando este viaje fue analizado en el Kremlin se constató la enorme capacidad de convocatoria del Papa, y que si en vez de ser una visita pastoral, y si en lugar de hablar de Dios, hubiese arengado a las muchedumbres a rebelarse contra la falta de libertad a la que estaban sometidos por el gobierno comunista, el pueblo polaco le habría seguido como un sólo hombre. Las autoridades soviéticas decidieron que la KGB actuara para salvar una ideología, sin ideas, basada en la mentira sobre el hombre y que con tanta claridad estaba desmontando Juan Pablo II. Había que acabar con este peligro y comenzó a fraguarse el atentado. 

Y diez años más tarde, en 1989, se produce el derrumbamiento de todo el sistema comunista y soviético, no sólo en los llamados países satélites, sino también en el interior de la ya extinta Unión Soviética. Y mientras tantos escritores y pensadores aducen causas económicas, sociológicas, evolucionistas, deterministas y otras tantas, sólo Juan Pablo II es capaz de dar una explicación moral a la caída del comunismo, y en sus palabras resuenan los ecos de aquellas homilías de 1979.

El atentado del 13 de mayo de 1981

Durante la Audiencia general del 13 de mayo de 1981, un turco, Alí Agcá, disparó a corta distancia al Santo Padre que se desplomó apenas sin vida. Iba por la explanada de la Plaza de San Pedro, en coche descubierto, saludando y bendiciendo a los peregrinos cuando fue mortalmente herido por los disparos de su agresor. Juan Pablo II cae en los brazos de su secretario, don Estanislao, que le pregunta: “¿Es doloroso?” Responde: Sí. Se le cierran los ojos y mientras le trasladan al policlínico con rapidez musita: ¡María, Madre mía!, ¡María, Madre mía! Al llegar al Hospital apenas tenía pulso. Su secretario –perfecto conocedor del querer del Papa en esos trágicos momentos– le administra el sacramento de la Unción de enfermos justamente antes de entrar en el quirófano para ser intervenido. 

Al producirse el atentado el Santo Padre fue trasladado al Hospital en una ambulancia que una semana antes le habían regalado los médicos de Roma, pero cuyas luces y sirena no funcionaron, no obstante lo cual el conductor del Papa consiguió llegar al Policlínico Gemelli en ocho minutos, a través del caótico y crónico tráfico romano, y en un trayecto que normalmente requiere, al menos, media hora. Aquel día estaba convocada una manifestación a favor del aborto, tan duramente fustigado por el Santo Padre, verdadero defensor de la vida. Ante el magnicidio se suspendió dicha manifestación. 

Parece ser que al despertar de la anestesia después de una intervención larga, en el límite de la conciencia, preguntó a don Estanislao, su secretario: ¿Hemos rezado completas? Este hombre siempre es así y siempre está así: pendiente de hacer bien y con perfección su trabajo, como en su día hiciera en la mina o en las canteras.

La bala que recibió el Santo Padre estuvo a punto de acabar con su vida, pues recorrió su cuerpo en varias direcciones rozando órganos vitales. Él mismo reconoce que fue milagroso y que el milagro lo debe a la Virgen de Fátima y añade: Una mano ha sostenido la pistola, y otra ha guiado la bala.

El 17 de mayo de 1981, con voz débil y desde la sala de reanimación, Juan Pablo II habla al mundo por vez primera desde el atentado que ha podido costarle la vida. Dice: Rezo por el hermano que me ha herido, al cual he perdonado sinceramente. Pienso en las dos personas heridas a la vez que yo. Unido a Cristo, sacerdote y víctima, ofrezco mis sufrimientos por la Iglesia y por el mundo; a ti María, repito: Totus tuus ego sum.

Después de la operación a vida o muerte sufrida tras el atentado, el Papa estuvo en la UVI, y más tarde fue trasladado a la habitación 1.018. El doctor Manni, el anestesista que le atendió durante su estancia en la reanimación, recordaba después: “Casi nunca dejó escapar un lamento y cuando pudo hablar, sus primeras palabras fueron de agradecimiento, casi de excusa, por todo el trastorno que causaba”.

Desde el primer momento perdonó de todo corazón a su agresor, al que llamó sinceramente, hermano. Contaba Andrè Frossard, amigo personal de Juan Pablo, que cuando tuvo oportunidad le dijo:”Santidad, yo hubiera preferido que ese hermano hubiera encontrado otro medio de entrar en la familia”. El verdadero mal es el pecado, y Dios siempre que nos arrepentimos, lo perdona. Juan Pablo II sigue ese mismo camino.



Derribó con la ayuda de la Virgen de Fátima al comunismo. 

A raíz del atentado se interesó de manera especial en los mensajes que la Virgen de Fátima había dado a tres niños ignorantes en Portugal, de los que aún vivía en el Carmelo de Tuy Sor Lucía. Fue así como el 7 de junio de ese año hizo un acto de consagración del mundo a María, con una alusión implícita a Rusia. Semanas más tarde, durante su segunda estancia en el Policlínico Gemelli debido a la infección del citomegalovirus contraída en la primera, el Papa pidió el texto original del tercer secreto de Fátima, escrito por Sor Lucía en Tuy en enero de 1944 y custodiado desde 1957 en el Vaticano.

El 13 de mayo de 1982, primer aniversario del atentado, el Papa acudió a Fátima para dar gracias a la Virgen por haberle salvado la vida y repetir la consagración del año anterior, que no reunía todas las condiciones mencionadas por la Virgen en julio de 1917. Tan sólo dos años más tarde, el 25 de marzo de 1984, Juan Pablo II renovó la consagración en unión espiritual con todos los obispos del mundo. Poco después, según reveló el Cardenal Tarcisio Bertone, encargado de clarificar el tercer secreto, Sor Lucía recibió una visión de la Virgen que agradecía la consagración solicitada al Papa a través de ella. La vidente de Fátima confirmó que la consagración de 1984 reunía todos los requisitos y lo volvió a confirmar el 8 de noviembre de 1989. Poco tiempo después y contra todo pronóstico, el comunismo se desplomó, el Pacto de Varsovia se disolvió, la Unión Soviética se desintegró pacíficamente y, Rusia como Estado, volvió a abrazar el cristianismo.

Pasado el tiempo, preguntado por Jas Gawronski, periodista de “La Stampa”, el 2-XI-1993, sobre su papel en el derrumbe del comunismo, Juan Pablo II contestó: Creo que, si ha habido un papel determinante, ha sido el del cristianismo en cuanto tal, su contenido, su mensaje religioso y moral, su intrínseca defensa de la persona humana y de sus derechos. Yo no he hecho más que recordar, repetir, insistir en que éste es un principio que hay que observar, sobre todo el principio de libertad religiosa, pero no sólo esa libertad, sino todas las demás libertades debidas a la persona humana.

Conocedor de las promesas mentirosas que ofrecía una ideología débil por despreciar al hombre, explicaba, no obstante, las causas del éxito rápido del comunismo, incluida Polonia. Decía: ha sido en este siglo una reacción a cierto tipo de capitalismo excesivo, salvaje, que todos conocemos bien. Basta releer las encíclicas sociales, sobre todo la primera, la Rerum novarum, en la que León XIII describe la situación de los trabajadores en esa época. También Marx la describió a su manera. No cabe duda de que ésa era la realidad social, y derivaba del sistema, de los principios del capitalismo ultraliberal.

Contra esa realidad surgió una reacción que fue creciendo y adquiriendo gran consenso en la gente, y no sólo en la clase trabajadora, sino también entre los intelectuales. Muchos de ellos pensaban que el comunismo iba a mejorar la calidad de la vida. Por ello muchos intelectuales -también en Polonia- decidieron colaborar con las autoridades comunistas. Luego, en un determinado momento se dieron cuenta de que la realidad era bastante distinta de la que pensaban. Algunos, los más valientes, los más sinceros, comenzaron a apartarse del poder pasando a la oposición.

Mientras tantos escritores y pensadores aducen –tercamente– causas económicas, sociológicas, evolucionistas, deterministas y otras tantas y diversas causas, sólo Juan Pablo II pudo dar la explicación moral y cierta de la caída del comunismo. En sus palabras de dichas el 2 de junio de 1979 en Varsovia y, sobre todo, en su obediencia a lo que la Virgen de Fátima había deseado que se hiciera hay que buscar la causa del evento.

Si el Papa salió vivo del salvaje atentado en el que le dispararon a bocajarro fue por la acción de la Virgen de Fátima. Poco conocía él de las apariciones a los tres pastorcitos pero cuando fue informado pidió toda la documentación y el sobre del tercer secreto. Juan Pablo II recapacitó mucho en su oración sobre el tema. El 13 de mayo de mayo de 1994 no tendrá reparos en decir a un grupo de Cardenales en Roma: A mí se me ha dado a comprender de un modo especial el mensaje de la Virgen de Fátima: la primera vez el 13 de mayo de 1981, en el momento del atentado a la vida del Papa, y después de nuevo hacia el final de la década de los ochenta, en ocasión del hundimiento del comunismo en los países del bloque soviético. Pienso que se trata de una experiencia bastante transparente a todos.

La caída del comunismo era lógica: no tenía fundamentos antropológicos

En el libro “Cruzando el umbral de la esperanza”, entrevistado por Messori, daba la explicación del porqué cayó el comunismo. Venía a decir que “lo que llamamos comunismo tiene su historia: es la historia de la protesta contra la injusticia, como he recordado en la Laborem exercens. Una respuesta del amplio mundo de los hombres del trabajo, que se convirtió en una ideología. Pero esa protesta se convirtió también en parte del magisterio de la Iglesia. Baste recordar la Rerum novarum, al final del siglo pasado. Añadamos que el Magisterio no se limitó a la protesta, sino que lanzó una mirada clarividente hacia el futuro; León XIII fue quien predijo en cierto sentido la caída del comunismo, una caída que costaría cara a la humanidad y a Europa, ¡porque la medicina –escribía él en su Encíclica de 1981– podría demostrar ser más peligrosa que la enfermedad misma! (...) El comunismo como sistema, en cierto sentido se ha caído solo. Se ha caído como consecuencia de sus propios errores y abusos. Ha demostrado ser una medicina más dañosa que la propia enfermedad. No ha llevado a cabo una verdadera reforma social, a pesar de haberse convertido para todo el mundo en una poderosa amenaza y en un reto. Pero se ha caído solo, por su propia debilidad interna”.

En su primer viaje a Polonia, en 1979, el 6 de junio pronunciaba ante un millón de obreros una homilía en la que dice en un momento dado: el trabajo es una dimensión fundamental del hombre sobre la Tierra... ¡Hombres del trabajo, no os dejéis seducir por la tentación de que el hombre puede encontrarse plenamente a sí mismo, renegando de Dios, borrando de su vida la oración ... No sólo de pan vive el hombre! Aquel primer viaje tuvo repercusiones muy importantes para la caída del comunismo, especialmente con la intervención de la Virgen de Fátima después de hacer, como Ella deseaba, la Consagración a su Dulcísimo Corazón de todo el mundo, incluida Rusia –del Papa y todos los obispos en comunión con él– años después del atentado. 

La insolidaridad entre los hombres ha hecho sufrir mucho al Santo Padre. Incluso cuando palpó en el comentario de un político que con el muro vivían mejor porque estaban alejados de una sociedad sin ilusión, sin laboriosidad, de una sociedad que sería una carga si el muro cayese. Así se lo comentaba en una entrevista en La Stampa a Jan Gawronski: Un político me dijo una vez una frase que me impresionó: el derrumbe del muro de Berlín es, sobre todo, un problema para nosotros, para la Europa occidental, porque hasta ahora ese muro nos protegía, podíamos vivir en paz, tranquilos, trabajar y enriquecernos. Ahora debemos mirar hacia toda la Europa del este y preocuparnos de lo que está ocurriendo allí, de lo contrario, se nos caerá encima. Así me decía; y creo que esa observación es muy interesante.

En 1989, la ideología comunista cayó. Hay que ver en ello su desprecio hacia el hombre y la cultura de muerte que ofrece. Hoy, ahora, emerge pujante otro camino también egoísta y materialista de consumismo que también caerá por asfixia, por ahogo, porque han quitado a Dios de sus vidas. Dios es como el oxígeno del que estamos necesitados, pues en Él vivimos, somos y nos movemos como dice San Pablo.

Por ello dirá el Papa que: el vacío espiritual provocado por el ateísmo, el cual ha dejado sin orientación a las jóvenes generaciones y en no pocos casos las ha inducido, en la insoslayable búsqueda de la propia identidad y del sentido de la vida, a descubrir las raíces religiosas de la cultura de sus naciones y la persona misma de Cristo, como respuesta existencialmente adecuada al deseo de bien, de verdad y de vida que hay en el corazón de todo hombre.

El 23 de marzo de 1990, pocos meses después de caer el telón de acero comunista Vaclav Havel, Presidente entonces de la República Federativa Checa y Eslovaca, acogía al Papa, y decía sin ambages: “Desconozco si sé, o no, lo que es un milagro. A pesar de ello me atrevo a decir que, en este momento, estoy participando en un milagro: el hombre que no hace más de seis meses era arrestado como enemigo del Estado, recibe hoy y da la bienvenida, como Presidente de este Estado, al primer Pontífice que, en la historia de la Iglesia católica, pisa esta tierra nuestra. Desconozco si sé, o no, lo que es un milagro (...).

Desconozco si sé, o no, lo que es un milagro. A pesar de ello me atrevo a decir que en este momento, estoy participando en un milagro: al país desvastado por la ideología del odio, llega el mensajero del amor; al país devastado por un gobierno de ignorantes, llega el símbolo vivo de la cultura (...). Durante largos decenios, el espíritu ha estado prohibido en nuestra Patria. Tengo el honor de ser testigo del momento en el que nuestro suelo es besado por el apóstol de la espiritualidad, ¡Bienvenido a Checoslovaquia, Santidad!”.

Recordaba Frossard haber oído al Papa en una de sus frecuentes conversaciones, que el error del hombre de hoy, “su pecado”, era el de “vivir como si Dios no existiera”. Y el parte de salud de un mundo que vive “como si Dios no existiera” no es tranquilizador. Los inmensos males que planean sobre un mundo que vive así no han de ser borrados de la cabeza. Además, lógicamente, esa actitud de vivir “como si no existiera” es una afirmación tajante y segura de su existencia. Pensando en Adán y Eva, dice el Papa que el fruto del conocimiento era realmente un fruto hermoso; pero no era una razón para sacrificarle el resto del jardín.

Después, pasado un tiempo, el Papa dijo: Me ha permitido comprender claramente y hasta el fondo que ésta -la prueba del dolor- es una gracia especial para mí mismo como hombre y, a la vez -teniendo en cuenta el servicio que realizo como Obispo de Roma y Sucesor de San Pedro- una gracia para la Iglesia. Juzgo que ha sido una gracia particular que me ha hecho, y por esto expreso mi gratitud al Espíritu Santo.

No perdió jamás la paz y la serenidad pues se supo hijo de Dios y en Él se abandonó absolutamente. Sólo una única cosa le preocupaba: no ser fiel instrumento de Dios luchando por ser santo. Por eso cuando recibió a unas polacas conocidas suyas, después del fallido magnicidio, y ya utilizaba en sus desplazamientos el “papamóvil” blindado, estas buenas señoras le comentaron: “Santo Padre, nos agrada mucho la solución adoptada, pero con todo no podemos dejar de decirle que estamos muy preocupadas por Su Santidad”. Y el Papa contestó: Yo también estoy preocupado por mi santidad.

Siempre vio la mano providente y amorosa detrás de cada acontecimiento por cruel que pareciera a los ojos de todos los demás, especialmente cuando se refieren a su persona. Cinco meses después del atentado, en la Audiencia general del 14 de octubre de 1981, decía: Dios me ha permitido durante los meses pasados experimentar el peligro de perder la vida, durante los cuales he pasado una gran prueba divina. Y he dicho prueba divina. Efectivamente, aunque los acontecimientos del 13 de mayo -el atentado contra la vida del Papa- tengan su dimensión plenamente humana, sin embargo ésta no puede ofuscar una dimensión más profunda aún: precisamente la dimensión de la prueba permitida por Dios.

Me ha permitido, al mismo tiempo, comprender claramente y hasta el fondo que ésta es una gracia especial suya para mí mismo como hombre y, a la vez -teniendo en cuenta el servicio que realizo como Obispo de Roma y Sucesor de San Pedro- una gracia para la Iglesia. Juzgo que ha sido una gracia particular que me ha hecho, y por esto expreso mi gratitud al Espíritu Santo, que han recibido los Apóstoles y sus Sucesores el día de Pentecostés como fruto de la cruz y de la Resurrección de su Maestro y Redentor.

En los años siguientes el Papa estuvo en el Santuario de Fátima y de Jasna Góra para agradecer a la Virgen su providencial y patente intervención al salvarle la vida. Con gran claridad habla Juan Pablo II el 19 de junio de 1983 en su Polonia natal. Allí ante la Virgen de Jasna Góra reza: Oh Madre: ¡He sido llamado a servir a la Iglesia universal en la Sede romana de San Pedro. Pensando en este servicio universal repito constantemente Totus tuus, soy todo tuyo. Deseo ser siervo de todos! ¡Madre, todo lo mío es tuyo! ¡Madre, todo lo mío es tuyo! ¿Qué más puedo decirte?

El 13 de mayo se cumplieron dos años de aquella tarde en que Tú me salvaste la vida. Sucedió en la Plaza de San Pedro. Allí, durante la Audiencia general, fue disparado contra mí un disparo, que debía haberme quitado la vida. El año pasado, el 13 de mayo estuve en Fátima para darte las gracias y hacer la consagración. Hoy dejo aquí un signo visible de este acontecimiento: el fajín de la sotana agujereado por la bala.

Años más tarde dejará que el proyectil quede engastado en la corona que adorna la imagen de la Virgen de Fátima, en Portugal.

LOS VIAJES EN EL PONTIFICADO DE JUAN PABLO II


A Juan Pablo II no se le puede entender sin sus viajes.

No se trata de narrar esta realidad que ocupó gran parte de su labor pastoral, acercándose a los problemas que la Iglesia tenía en cada país y animando a los pocos católicos que podían encontrarse en algunos de ellos. Todos sus viajes removían a mucha gente, católicos o no. Pero es que a Juan Pablo II no se le puede llegar a comprender sin sus viajes. Incansable viajero como incansable fueron sus duras jornadas diarias. Jornadas de las que apenas se reponen sus acompañantes: séquito personal y periodistas. En ellas ocurren miles de anécdotas en las que su espíritu de oración saca a flote la eficacia apostólica del viaje. Sin orden cronológico pondremos algunas anécdotas que marcan la personalidad del Papa que se nos ha ido y que es lo único que en estos momentos pretendemos aunque sea de manera tan breve.

En 1979 hizo Juan Pablo II un viaje apostólico a Turquía. Por aquellas fechas el país vivía en medio de una ola tremenda de terrorismo. Durante su estancia en aquella nación, un peligroso terrorista que había amenazado con matar al Papa se había fugado de la cárcel. Se trataba de Alí Agcá, autor del efectivo atentado de 1981. Al regreso del viaje, la conocida periodista Paloma Gómez Borrero preguntó al Santo Padre si había tenido miedo. Él respondió: Debes saber que cuando el amor es más fuerte, más grande que el peligro, nunca se tiene miedo; además, nunca olvides que estamos en las manos de Dios...

En uno de sus viajes a Polonia, visitó los lugares más entrañables de su historia. La entrada en el gran teatro del mundo de Juan Pablo II fue, en su familia humana, ocupando el puesto tercero de los hijos; después, adoptado como hijo de Dios, entró a formar parte de la Familia divina mediante el Bautismo. De ahí que el Papa, arrodillado junto a la pila bautismal de Wadowice, donde sus padres le llevaron a bautizar, dijera: Cuando dirijo mi pensamiento atrás para mirar el largo camino de mi vida, considero cómo el ambiente, la parroquia, mi familia, me han llevado (...) a la gracia de convertirme en hijo de Dios, junto con la fe en mi Redentor.

Durante la primera estancia del Papa en España, en 1982, después de un día de intensa actividad y en vísperas de otros similares, el Nuncio, Monseñor Innocenti, oyó ruido en los alrededores de la habitación de Juan Pablo II. Entró y halló al Papa rezando el Vía Crucis. Eran las cuatro de la madrugada. “Pero Santo Padre, ¿ha olvidado lo que le espera mañana?”. El Papa no se inmutó. Siguió de rodillas, le miró fijamente y le respondió: Precisamente por eso lo hago. Usted, señor Nuncio, haga como yo: póngase de rodillas y acompáñeme a hacer el Via Crucis, para afrontar con más gracia de Dios la dura jornada de mañana. Así lo hizo, claro.

El Papa es vitalista pero sabe escuchar; optimista, pero conoce la realidad amarga del dolor de tantas personas. Conoce la soledad, el olvido, la falta de cariño y las hambrunas que se dan en pleno siglo XXI cuando sobran alimentos y se tiran para que no bajen los precios en lugar de distribuirlos convenientemente. 

En una ocasión, cenaba el Papa con más de ciento treinta mendigos en el Hospicio de Roma. Era el 3 de enero de 1988, y allí Juan Pablo II les hizo esta confidencia: “Es cierto que en la vida del Papa hay muchos y variados compromisos, pero quizá algún día Jesús pregunte al Papa: Tú que has hablado con ministros, presidentes, cardenales y obispos, ¿no has tenido tiempo para encontrarte con los pobres, con los necesitados? Y entonces, este encuentro resultará más importante que muchos otros”.

En Brasil, varios miles de personas se agolpan para ver –incluso acercarse– al Papa. Entre un grupo de indios una mujer trata sin éxito de acercarse al Pontífice. Lleva a su hija pequeña en brazos. Un periodista le echa una mano y el jefe de seguridad, Civin, lleva a la niña en volandas hasta Juan Pablo II. El Papa se dio cuenta del problema de la criatura y ante la mirada expectante de todos la acarició, la bendijo y la abrazó con inmensa ternura. La niña regresó de nuevo volando junto a su madre. Al estar junto a su madre, la niña preguntó: “Mamá, ¿cómo es el Papa?... ¿Verdad que es muy hermoso?”. La niña era ciega.

No ha cesado de llevar el alivio a los que sufren y la doctrina cristiana del amor sin límites que Jesucristo enseñó, porque ante todo, es a Él a quien anuncia, a quien lleva y quien consuela. Cuando visitó la India, nada más llegar, fue a abrazar los cuerpos esqueléticos y a bendecir los párpados casi cerrados de los enfermos que atienden las monjas de Teresa de Calcuta. Una mujer, tras saludar al Papa, falleció musitando: “Estoy sola, muy sola, vuelva otra vez”. En aquel viaje Juan Pablo II diría conmovido: No puedo dar una respuesta completa, no puedo tampoco aliviaros vuestro dolor, pero estoy seguro de esto: Dios os ama con un amor infinito. Sois para Él seres preciosos. Quizá por eso haya que pedir también más fe a los que acompañan a los que sufren, porque aunque todos padezcan, la fe en este amor de Dios alivia siempre. 

Al igual que Cristo, Juan Pablo II siempre se acerca y consuela al que sufre saltándose muchas veces el protocolo. Es un hombre al que nada, ni personas, ni acontecimientos, ni ideologías mayoritarias le encorsetan. Nunca actúa de cara a la galería sino en presencia de Dios. Cuando ve a un enfermo o a un niño, se olvida del protocolo y va hacia él. Y coge al niño de la mano, o en brazos; y habla y bendice al enfermo dejándose abrazar por él. Y se queda tan feliz. ¿Cual es la razón? La razón se encuentra en el Evangelio. Dijo Jesús a los fariseos que insidiosamente le tentaban, después de que le mostraran un denario con el sello del César: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. El sello acuñado en la moneda indicaba en aquella época quién era su dueño. El sello, la imagen y semejanza, que hay impresa en el hombre muestra que Dios es su Dueño. Esta imagen está especialmente marcada en la inocencia de los niños y en la cruz de los que sufren. Por eso son inmediatamente descubiertos por Juan Pablo II.

Con ocasión de un viaje a Brasil visitaba Juan Pablo II un barrio de chabolas en Sao Paulo. En un momento dado tomó a un niño pequeñín, le aupó y le besó. Después, cruzando por el barro, entró en un barracón. Ante la mirada atónita de todos, se quitó el anillo pontificio y se lo entregó a los habitantes de las chabolas para que lo vendiesen y aliviar así en algo la miseria que les rodeaba. Ahora lo tienen como su más precioso tesoro, el del amor del Papa.

En Kinshasa Juan Pablo II defendió la monogamia, comprendiendo la dificultad que tenían quienes le escuchaban dadas sus ancestrales costumbres. Así les explicaba el matrimonio: Es comparable a una montaña muy alta, que sitúa a los esposos en las inmediatas cercanías de Dios; hay que reconocer que la ascensión a dicha montaña exige mucho tiempo y mucha fatiga. Pero ¿podría ser esta una razón para suprimirla o rebajar su altura? Un periodista comunista comentó que lo que pedía a esa gente era un imposible. El Papa, sonriente, respondió: Imposible, no; muchos lo hacen; ciertamente no es fácil, pero es que ser cristiano auténtico es difícil. En África y fuera de África...

La omnipotencia de Dios y su amor por el hombre se pone de manifiesto en todo momento; también en aquellos acontecimientos que no comprendemos y tenemos, incluso, la certeza de que son y serán siempre malos; por ejemplo: el dolor, el sufrimiento del inocente, las catástrofes, etc. Sin embargo, no es así. Dios en los humildes se luce y saca de la enfermedad salud espiritual, del dolor ofrecido purificación de nuestras culpas, etc. 

El sida también puede, y de hecho lo hace en tantas ocasiones, producir santos con el arrepentimiento y el poder divino. África, 1993. Juan Pablo II visita un hospital de infectados de sida. Una joven enferma narra con los ojos arrasados en lágrimas cómo había sido infectada tras una violación. El Papa, muy conmovido, recorrió todo el hospital, consolándolos, comprendiéndolos: en definitiva, amándolos. Ante esta enfermedad, afirmó que pese a ser una respuesta de muerte que el organismo da a la crisis de valores morales que existe en el mundo, de este mal se puede llegar a descubrir, mediante la aceptación del dolor, que el amor auténtico está sólo en Dios. 

Un pequeño detalle ocurrido en el último viaje a Japón. La temperatura era de 10º bajo cero y caía la nieve. Durante la Misa un seminarista protegía con un paraguas al Papa. Sus manos, moradas del frío, estaban ateridas, insensibles. Juan Pablo II se da cuenta, y al terminar, tomando las manos del seminarista entre las suyas, comienza a frotarlas y a darles calor.

El portavoz de la Santa Sede, Joaquín Navarro-Valls, testigo de excepción de la entrega de Juan Pablo II, dejaba en una entrevista estas pinceladas de cómo se gasta en servicio de todos: “El Papa no pierde un minuto en sus viajes. Tiene una resistencia física enorme. Entre el pequeño grupo que le acompañamos en sus viajes repetimos que él hace el trabajo y nosotros nos cansamos. Recuerdo uno en el que cinco veces cambiamos de zona horaria, que ya supone un trastorno. Luego el programa densísimo de actos, el cambio diario de comidas, de habitación, de clima. Es tremendo. En esos viajes el Papa no se reserva nada. Un día en Australia me atreví a preguntarle, Santo Padre, ¿está muy cansado? Su respuesta fue: No lo sé. Era sincero. Se ignora a sí mismo de forma total”.

En la India las muchedumbres se agolpaban a ambos lados de la carretera, pero no con el fin de ver al Papa sino de ser mirados por él. Tienen la convicción espiritual de que cuando son mirados por un hombre bueno quedan purificados. Desde luego que Juan Pablo II atrae. El Papa atrae y mucho. Poca gente pone en duda la afirmación de que nadie en este siglo –muchos hay que dicen incluso milenio– ha tenido tanto prestigio moral, capacidad de convocatoria y atracción para gentes tan distintas, como él. Así lo debía pensar Louisse, una joven francesa de 23 años que intentaba entrar en el encuentro con discapacitados: minusválidos, enfermos de sida, retrasados mentales, etc., cuando presentó para entrar estas credenciales: “He sido violada. No soy católica. Pero estoy segura de que si puedo hablarle al Papa recuperaré mi dignidad”. Es la asociación que se da en muchas personas de que al “rozarse con los santos” quedan purificados. Hay bastante de verdad en esto.

El viaje a Tierra Santa merece mención especial

Si dejamos las connotaciones entrañables de los viajes a su Polonia natal, no hay duda de que el viaje que más gozo le produjo fue el que hizo a Tierra Santa en el año del Jubileo, es decir, el año 2000. Todo fue un largo proceso hasta llegar a este viaje tan deseado.

El 23 de octubre de 1992 el embajador de Israel en Italia invitó oficialmente al Papa a visitar Jerusalén. ¡Cuánto había rezado y soñado por ese momento el Santo Padre! Bien pronto, al comienzo de la entrevista Simón Peres hizo la invitación. Sólo el escritorio les separaba de Juan Pablo II, que no hizo ningún comentario mientras la conversación sobre temas generales continuó diez o quince minutos más. El silencio del Papa sobre la invitación hizo creer al ministro de Asuntos Exteriores que quizá el Papa no le había oído correctamente, por lo que repitió la invitación, dejando claro que se trataba de una invitación oficial a visitar Jerusalén. Nadie sabía que Juan Pablo II lo había escuchado perfectamente hasta que se fijaron bien en su rostro. Unas lágrimas corrían mansamente por sus mejillas. Estaba enormemente conmovido. Entonces les dio las gracias por la invitación. ¿Cómo no? El Papa vive, sufre, envejece y llora sólo por una Persona que vive y que se llama Cristo y que es la razón de su vivir.

Un año antes de entrar en el tercer milenio, Yassir Arafat y Benjamin Netanyahu, líder palestino y primer ministro israelí respectivamente, encontraron un punto de convergencia en la figura de Juan Pablo II y le invitaron a ir. El ministro israelí dijo: “El Papa Juan Pablo II me recuerda a los profetas bíblicos representados en la Capilla Sixtina. Creo que allí reside el espíritu bíblico que el Papa refleja y creo que allí se encuentra su verdadera fuerza. Wojtyla representaría mejor que nadie el peregrinaje espiritual a Jerusalén, donde ha nacido el credo de la redención del hombre. Se lo digo a un amigo, a un líder sabio, a una autoridad indiscutible. Santidad, le esperamos en Jerusalén”.

El viaje tuvo lugar en marzo. El Papa Juan Pablo II rechazó cortés, pero firmemente, la insistente demanda por parte de las autoridades judías a usar un chaleco antibalas confeccionado especialmente para él con motivo de la visita. Como parte de las excepcionales medidas de seguridad desplegadas, las autoridades israelíes habían confeccionado un chaleco de largas dimensiones, pero en material de última generación que, al mismo tiempo de proporcionar seguridad, era ligero y flexible de tal manera que no impidiera los movimientos. 
Según el diario Maariv de Tel Aviv, las autoridades no pudieron convencer al Pontífice de que usara el equipo protector. Rafi Peled, uno de los coordinadores israelíes de la visita papal, dijo que, aunque la petición se debió a una preocupación por el bienestar del Papa, su negativa era comprensible. “El Papa realiza la visita sin chaleco, y sin necesidad de usarlo”, declaró Peled a Radio Israel. “Pienso que es obvio que en una visita de paz, es preferible no llevar armadura”, concluyó.
Uno de los momentos más emocionantes de la ceremonia en la visita que realizó Juan Pablo II fue en el Memorial del Holocausto. Emocionante fue el encuentro entre el Papa y un amigo de infancia judío. Es un relato conmovedor que indica la apertura de su corazón a todos los hombres y su amor a la libertad religiosa. Hace ochenta años, en Wadowice, un niño judío, de nombre Yossef, era otro de los mejores amigos de Karol. Crecieron estudiando y jugando juntos, dando patadas al balón, hasta que les separó la segunda guerra mundial. En el viaje del Papa a Jerusalén, el año del Gran Jubileo cristiano, pudieron abrazarse estos dos grandes amigos. Y ante este abrazo, esperado durante más de medio siglo, entre el judío superviviente del Holocausto y el cristiano convertido en Papa, nadie se quedó con los ojos secos. “Desde hace tiempo –dijo Yossef– quería pedirle una audiencia en el Vaticano, pero tenía la esperanza de que antes o después podría volver a ver aquí, en Israel, a mi antiguo compañero de juegos”.

Conversan. Hablan en polaco, le llamaba con el diminutivo de entonces, Lolek (Carlitos), le recordó los viejos tiempos, “las tardes en los campos de fútbol –él jugaba de portero y paraba un montón de goles– como, metafóricamente hablando, había de hacer en esos momentos; de las excursiones para ir a esquiar, de la escuela...”. Juan Pablo II le estrechó la mano durante un buen tiempo, le preguntó por su familia, en gran parte desaparecida en Auschwitz y Dachau, los mismos campos de exterminio en los que fue confinado Yossef.
Antes de la guerra, vivían dos mil hebreos en Wadowice. Tan sólo doscientos se libraron de la espantosa muerte a manos de los nazis. Algunos emigraron a Israel, y ahora los trece que todavía viven, todos viejecitos en torno a los ochenta años, fueron invitados a Yad Vashem al encuentro con Juan Pablo II. 

“Lolek era el primero de la clase, un auténtico genio –siguió contando Yossef Bainenstock–. A los profesores no les daba tiempo a hacer una pregunta cuando ya les había contestado. Un genio generoso, que me dejaba copiar de sus cuadernos, me ayudaba a pasar los exámenes. Yo era judío y él cristiano pero no veíamos nada de extraño en nuestra amistad”.

Recordemos que el Papa en aquel viaje, estamos en el año 2000, ya tiene 80 años; es por tanto, un anciano. Un joven anciano como le gustaba decir. Los médicos parecen haberse puesto de acuerdo para definir algo muy difícil: ¿qué es tener salud? Han llegado a la conclusión de que tiene buena salud aquella persona que no deja de hacer su actividad programada y sus proyectos personales por la merma de sus facultades físicas o psíquicas. El portavoz de la Santa Sede al ser preguntado, la víspera de cumplir ochenta años el Papa, es decir, el 17 de mayo de 2000, por su estado de salud contestó aludiendo a este acuerdo médico: “Puedo asegurar que en estos 17 años que llevo junto al Santo Padre nunca ha dejado de hacer los proyectos que tenía previsto”. El viaje a Tierra Santa era uno de ellos.

Una anécdota más que confirma este comentario quedó patente dentro de este mismo viaje. Todo lo previsto había sido cumplido, salvo un detalle “por falta de tiempo”: subir hasta arriba del calvario a través de una escalerilla empinada de cinco metros.

El Santo Padre insinuó que aquello estaba pendiente de hacer porque al visitar el día anterior por la mañana el Santo Sepulcro, el Papa no había tenido tiempo de rezar en la capilla que recuerda el lugar de la atroz muerte de Jesús. Intentaron disuadirle. Era tarde, complicado de hacer a su edad, etc. Pues no, dejando a un lado el programa oficial, insistió en ir a rezar ante ese santo lugar de difícil acceso. No hubo nada que hacer: el Santo Padre estaba decidido a visitar el Calvario y al final los organizadores accedieron a su deseo. 

Lentamente, apoyándose en la barandilla, subió hasta el recinto que custodia el misterio de la cruz. Allí se detuvo durante veinte minutos, sumido en un profundo recogimiento.

Uno de los testigos de este episodio fue el superior de la Basílica del Santo Sepulcro, el padre Luis Terrato. Así cuenta lo sucedido: “Cuando el Santo Padre había salido de la Basílica para ir a comer, después de la Misa, expresó el deseó de subir a la Capilla del Calvario, pero los organizadores del viaje le dijeron que no era posible, por falta de tiempo. El Santo Padre se fue del Santo Sepulcro con la espina en el corazón de no haber podido rezar en el Calvario”. Por este motivo, al terminar la comida, insistió ante los organizadores en volver al lugar sagrado. El Papa subió la empinada escalerilla que lleva a la capilla “con esfuerzo pero con gran energía”. Y continúa diciendo el padre Terrato: “Fue como una subida al Calvario y lo hizo con sufrimiento, pero lo logró: se fue junto al lugar de la Pietà del Calvario y allí rezó un buen momento. Le dejamos tranquilo pues sólo había venido para rezar. Nosotros quedamos detrás de él”.

La visita al Calvario tenía un significado muy particular para el Papa al final de una peregrinación tan importante, aclara el padre Terrato. “En la homilía, había hablado de la Resurrección y del Calvario: dado que existe una profunda unidad entre la muerte y la resurrección de Cristo, parecía que sin la subida al Calvario le faltaba algo a su viaje. Por eso, creo que en cierto sentido quiso completar de este modo su peregrinación”.
El fraile franciscano dice que en ese momento el Papa no estaba particularmente cansado: “Me sorprendió el 
hecho de que regresara y que tuviera la fuerza para subir: parecería que recibió una nueva fuerza”.

UN HOMBRE CONTEMPLATIVO


Oración y Eucaristía

La fuerza titánica que derrochó Juan Pablo II para acometer todos los temas tan espinosos como le tocaron tanto doctrinales, como de gobierno, o pastorales, sociales, etc., la obtuvo de la oración y la Eucaristía. El Cardenal Herranz decía: “Él ama apasionadamente a Cristo, y el amor es difusivo. Le sucede como a los enamorados, que no cesan de hablar a todos del amor que llena su inteligencia, su memoria, su corazón, su esperanza, su tiempo, su todo... Y él está enamorado de Cristo apasionadamente. Juan Pablo II ha batido un record del que ustedes los periodistas hablan poco. (...) Para mí es el hombre que más horas ha pasado metiéndose en las escenas del Evangelio, para tratar la humanidad de Cristo con esa intimidad con que lo hacían san Juan de la Cruz o santa Teresa. Lo estamos viendo con evidencia ahora, en que vienen a menos el vigor y la salud de su cuerpo: él es un místico, y tiene la fuerza y el coraje de los místicos”. También es el Papa –continuaba diciendo– que ha batido el record de haber pasado más horas rezando delante del Sagrario. “Si no hubiera sido como es, un hombre enamorado profundamente de Cristo, no hubiera podido hacer lo que ha hecho y lo que está haciendo”.

De la Santa Misa y de la oración nutrió su alma con un vigor divino impresionante. En su Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia no pudo contenerse e hizo esta confidencia: Cuando pienso en la Eucaristía, mirando mi vida de sacerdote, de Obispo y de Sucesor de Pedro, me resulta espontáneo recordar tantos momentos y lugares en los que he tenido la gracia de celebrarla. Recuerdo la iglesia parroquial de Niegowic donde desempeñé mi primer encargo pastoral, la colegiata de San Florián en Cracovia, la catedral del Wawel, la basílica de San Pedro y muchas basílicas e iglesias de Roma y del mundo entero. He podido celebrar la Santa Misa en capillas situadas en senderos de montaña, a orillas de los lagos, en las riberas del mar; la he celebrado sobre altares construidos en estadios, en las plazas de las ciudades... Estos escenarios tan variados de mis celebraciones eucarísticas me hacen experimentar intensamente su carácter universal y, por así decir, cósmico. ¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo. Ella une el cielo y la tierra.

Decía uno de sus más íntimos colaboradores que la fuerza del Papa estaba en su vida de oración pues había adquirido una portentosa facilidad para recogerse en pocos segundos y alcanzar un íntimo grado de trato con Dios. Fue verdaderamente un místico. 

Por citar algún detalle de su profundo recogimiento y presencia de Dios, comentaba el Cardenal Ricardo María Carles que en su viaje a España en 1993, durante el Congreso Eucarístico en Sevilla, un obispo andaluz –de Sevilla, además– estaba sufriendo al verle cómo por ir tan recogido no miraba los monumentos que le iban enseñando y que no se pudo contener y dijo: “Santidad, mírelo... que es La Giralda!”. 

Habituado a quedar fascinado por la belleza, la presencia de Dios que albergaba en su alma saboreó primero de todo al Absoluto, Dios, y lo hizo en ese recogimiento, en esa oración constante. Por eso fue capaz de estar en todo. Conoció y alcanzó la hondura de los problemas como ningún otro hombre porque fue un hombre de Dios. También por eso fue capaz de conocer al hombre desde dentro y por dentro mejor que el propio hombre: es la sabiduría –don del Espíritu Santo– que se da en los santos.

Cenaba con uno de sus más cercanos colaboradores y al finalizar le invitó a acompañarle a la Capilla privada a saludar al Señor. Se colocó discretamente detrás del Papa y allí pasaron cerca de 20 minutos, al cabo de los cuales salieron. Fue entonces cuando se acordó de su acompañante al que pidió perdón. Cuando está con Nuestro Señor Sacramentado parece como que pierde la noción del tiempo.

Para nada le importa estar o no solo: siempre se “queda solo” con Dios. Por ello se le pasa el tiempo en un instante. Los que no lo conocían, un día, en su primer viaje a España, le vieron postrarse ante una imagen de la Virgen, Patrona de aquella diócesis, y ellos también lo hicieron en el suelo; los que le conocían, quien más quien menos, se buscaron un reclinatorio, para unirse a su oración. Más de 20 minutos sin moverse que al Papa le debieron parecer un instante por cómo se levantó y siguió. 

El Cardenal Carles contaba que el Papa en Misa, al recibir las ofrendas, entre pareja y pareja que subían hasta él, después de acoger la ofrenda, decirles unas palabras y bendecirles, bajaba los ojos. Este bajar los ojos hacía, en ocasiones, comentar a alguno: “se le ve cansado” y él respondía con energía: “No. El Papa está en Misa y no se pierde la unión con el Señor ni esos momentos de espera”.

Contemplativo en el dolor, en el hospital, su segunda casa

Mons. Ricardo María Carles, Cardenal de Barcelona, cuenta como al poco de sufrir el Santo Padre el atentado del 13 de mayo de 1981, muchos se preguntaban si ahora sería todo distinto, si serían menos sus viajes y su contacto con las muchedumbres. Los que conocían al Papa, polacos de Cracovia, no dudaron nunca: seguirá igual. Decían: “Karol Wojtyla sabe que los motivos que tiene para vivir son superiores al valor de su vida”. Acertaron. 

Tras la recuperación del atentado de 1981, se le diagnostica al Papa una infección debida a la transfusión de sangre que se le hizo, y debe reingresar en el hospital. El cirujano que le atendió, Dr. Crucitti, ya fallecido, decía: “Ha sufrido mucho pero he visto triunfar en él la dimensión espiritual del hombre”. 

Muchas y no pequeñas enfermedades le han aquejado después, especialmente después atentado de mayo de 1981, algunas de ellas como secuelas de aquél suceso. Esa circunstancia ha hecho que haya sido intervenido quirúrgicamente varias veces y estar internado largas temporadas en el Policlínico Gemelli.

Cuando en 1982 vino a España, comiendo con los obispos uno le dijo que le encontraba estupendamente tras los sufrimientos de su atentado aunque sí le veía algo pálido. Su secretario, D. Estanislao, explicó que desde el fallido atentado no paseaba al sol por una terraza que tenía en el Vaticano con vistas a otros edificios no pontificios y como ese hecho no servía para la evangelización, aunque le agradaba mucho pasear al sol, se lo negaba. Son dos pinceladas de lo que es vivir para su misión y no para él.

Cuando Teresa de Calcuta decidió abrir en la ciudad de Roma una de sus casas de atención a los más pobres de entre los pobres, se lo pidió al Papa, quien le dijo que fuera cuando quisiera. Entonces el Papa le preguntó: “¿Qué es sacrificio, madre Teresa?”. A lo que ella contestó: “Dar hasta que duele”.

Cuando en 1992 el Papa tuvo que ser internado de nuevo para ser intervenido, esta vez aquejado de un cáncer de colon, sigue de cerca la preparación del siguiente viaje. Le sorprendió la intervención quirúrgica en momentos de intensísimo trabajo y a las pocas semanas ya estaba inmerso en la vorágine del trabajo. Al poco tiempo emprende, de nuevo, otro viaje apostólico. África es el destino. 

En Abril de 1994, el Papa tuvo un nuevo percance que le hizo sufrir una vez más. Se fracturó la cadera, la cabeza del fémur, como consecuencia de una caída en la ducha. También, pocos meses antes, se había roto la muñeca durante una audiencia sin que por ello -lleno de dolor- dejara de saludar uno a uno a todos los asistentes. Todo lo lleva con la alegría de quien ve a su Padre Dios que le visita y “juega” con él.

Al llegar al Policlíno Gemelli de Roma, con su habitual buen humor, a uno de los enfermeros le dijo: Bueno, yo aquí ya soy de casa. Obediente a los médicos dedicó todo el tiempo previsto a la rehabilitación, pero sin dejar de despachar todos los asuntos del gobierno de la Iglesia. Hasta últimos de mayo, en que fue dado de alta.

Cumplió con su deber animado por su amor a Jesucristo. No hizo lo que quiso sino lo que debía; se le vio envejecer y cómo el alma tiraba del cuerpo. No cejó en cumplir con su obligación aunque el cansancio o el dolor apretaran. El Papa a quien nunca se le ha visto con el más mínimo asomo de dureza –en ocasiones sí enérgico, pero no duro– no dudó en flagelar con santa ira, como Cristo a los mercaderes del Templo, los programas de la ONU sobre el control de natalidad. Salió antes de que le dieran el alta los médicos del Policlínico Gemelli, para ir al Vaticano y combatir un proyecto preparado por la ONU. Yo digo simplemente: No, no. Pensadlo dos veces, convertíos; si sois la ONU no debéis destruir. Esto ocurrió durante el Año internacional de la Familia y fue en ese año de 1994 cuando, especialmente, sus gritos desgarradores en defensa de la vida y de la familia se han dejado oír con una rotundidad impresionante. Desde el balcón de San Pedro, durante el Ángelus, dijo clara y llanamente: Por medio de María quisiera hoy expresar mi gratitud por este don del sufrimiento. Quiero agradecer este don. He comprendido que es un don necesario. Hoy debía seguir en el hospital, debía estar ausente de esta ventana durante cuatro semanas; del mismo modo que sufrí hace trece años, debía sufrir este año.

He meditado, he vuelto a pensar en todo esto durante mi hospitalización. Y he reencontrado a mi lado la gran figura del cardenal Wyszynski, primado de Polonia. Al comienzo de mi pontificado, me dijo: Si el Señor te ha llamado, debes llevar a la Iglesia hasta el tercer milenio. Él mismo llevó a la Iglesia en Polonia hacia su segundo milenio cristiano.

Así me habló el cardenal Wyszynski. Y he comprendido que debo llevar a la Iglesia de Cristo hasta el tercer milenio con la oración, con diversas iniciativas, pero he visto que no basta: necesitaba llevarla con el sufrimiento, con el atentado de hace trece años y con este nuevo sacrificio. ¿Por qué ahora? ¿Por qué este año? ¿Por qué en este año de la familia? Precisamente porque se amenaza a la familia, porque se la ataca. El Papa debe ser atacado, el Papa debe sufrir, para que todas las familias y el mundo entero vean que hay un evangelio -podría decir- superior: el evangelio del sufrimiento con el que hay que preparar el futuro, el tercer milenio de las familias, de todas las familias, de cada familia.


Contemplativo en la vida cotidiana. 

Juan Pablo II fue ciertamente el Papa del hombre. Podríamos contar mil anécdotas más todavía –y un día... se contarán– que avalen esta afirmación, aunque creemos estar cumpliendo con nuestro humilde cometido anunciado al inicio. Narremos algunas más de la vida ordinaria que vivió 
Contaba Monseñor Martínez, arzobispo de Granada, que en una ocasión –cuando era obispo auxiliar de Madrid– almorzando con el Papa y otros Prelados, tras una jornada intensísima para el Santo Padre, tuvo alguno la filial osadía de preguntarle cómo era la jornada de un día cualquiera para el Santo Padre. Juan Pablo II, cortésmente, les relató pormenorizadamente su habitual quehacer. Tras oírle lleno de compasión, el invitado interpeló: “Pero, Santo Padre, tendrá algo de tiempo libre”. El Papa dejó caer el cuchillo de postre con el que jugueteaba y dijo, sin vacilar ni un instante: No, no; si todo esto es libre. Y es que sólo quien es libre puede dar la vida, puede amar.

Para Juan Pablo II, el que sufre, sea quien sea, es Cristo. Al margen de su raza, ideología o condición. Por eso llega enseguida al corazón de los que trata. Con el socialista Sandro Pertini, siendo éste presidente de la República italiana, le unió una tan profunda amistad que ambos amigos no dejaron de tratarse ni siquiera cuando la enfermedad o el atentado del 13 de mayo se lo dificultó. La amistad con Pertini comenzó al encanto de una cosa tan aparentemente sencilla: los dos adoraban a sus madres. 

Mons. Antonio María Rouco Varela, Cardenal de Madrid, contaba en la radio, con motivo del XX aniversario de la elección de Juan Pablo II, cómo unos meses antes cuando fue elevado a cardenal, en la ceremonia el Papa llevaba el dedo meñique vendado. ¿Qué había pasado? Al bajar, justamente a esa ceremonia, se pilló la mano en el ascensor que le trasladaba a la Basílica. Le atendieron con una cura rápida de urgencia e insistió en que no se variara el horario. Con todo el dolor que le supuso la ceremonia no se le notó. Sólo al ponerle el anillo en la mano a Mons. Rouco, dijo éste emocionado, se dio cuenta de que le había manchado de sangre la mano. 

Ha hecho mil gestos en busca de la unión ecuménica, muchos de ellos contemplados en imágenes de televisión. Mucho sufrió con un obispo católico francés que se apartó por una fidelidad mal entendida del obispo de Roma. Su tradicionalismo integrista le llevó a desobedecer y tras muchos intentos por ganárselo fue imposible. Busca siempre el diálogo, ponerse en el alma del otro, conocer los porqués. Un día, conversando con su amigo francés Frossard, le dijo: ¿Cómo es un integrista francés? Santidad, un integrista francés “es un francés que sólo quiere hacer la voluntad de Dios lo quiera Dios o no lo quiera”.

Despachaba asuntos de gobierno con Prelados de un país de Europa y uno de ellos con vehemencia manifestaba su parecer. Con gran humildad se disculpaba después de cada actuación por hacerlo de esa manera explicando que ése era su modo de ser de siempre. El Papa escuchó a todos y al impetuoso le replicó cortésmente a la tercera vez que se disculpó: Pues corríjase, Eminencia, corríjase. 

En otra ocasión, salía Juan Pablo II de visitar un hospital cuando tuvo lugar un episodio que conmovió a los que le rodeaban. Un hombre de unos cincuenta años, con cáncer de laringe, al ver pasar al Papa junto a su cama se abalanzó sobre él, le agarró una mano con fuerza como se agarra a una cuerda alguien que se cae al vacío, y entre sollozos se la llevó a la garganta. El Papa le dejó hacer, le miró con gran ternura, y estuvo unos momentos intensos y largos junto a él. Después, tras consolarle, le bendijo.

Un párroco de una Parroquia conflictiva situada en el extrarradio de Roma, donde la drogadicción estaba muy implantada, fue brutalmente golpeado quedando a consecuencia de ello ciego. El Papa fue informado y al cabo de un tiempo el párroco fue invitado un día por el Santo Padre, a través de D. Estanislao, a los Oficios de Semana Santa. Debió ser en los primeros años de la década de los noventa. Este buen sacerdote se excusó, muy agradecido, porque no estaba todavía repuesto de la paliza y estaba, además, ciego. El Papa insistió a D. Estanislao para que a pesar de todo fuera. Por la insistencia del Santo Padre fue. Durante la ceremonia recuperó la vista.

En Semana Santa el Papa comienza lo que luego sería una tradición: reunirse con jóvenes del mundo entero que acuden a “romanizarse”, a tener un corazón universal. Juan Pablo II les concede Audiencias especiales incluso. Un día, de la Semana Santa de 1980, entre el clamor de jóvenes que gritan: ¡Juan Pablo II, te quiere todo el mundo”, suena una voz en un intervalo de silencio que deja desconcertados a todos menos al Papa. ¡Santo Padre, la Plaza de San Pedro está incompleta! Con la mirada busca “al osado” que ha dicho eso. ¿Qué falta? Responde el Santo Padre. La respuesta: una imagen de la Virgen. ¡Cierto, cierto! Habrá que solucionar esa carencia. Al año siguiente, el mosaico de Santa María, Madre de la Iglesia, luce en la Plaza.
Ante el desconcierto de todos visitó en la cárcel a Ali Agcá, su agresor, al que desde el primer momento perdonó y llamó “hermano”, y también recibió más adelante en audiencia privada a la madre de éste. 

Entrevistada la primera bailarina de la Scala de Milán, Carla Fracci, cuando en una encuesta le preguntaron por la causa del éxito sin precedentes y multitudinario que tiene siempre Juan Pablo II, respondió: “A un mundo huérfano, Juan Pablo II se ofrece como padre”.

Contemplativo en un trabajo agotador. 

Las encíclicas trinitarias, las relacionadas con el trabajo y la cuestión social, la de la Virgen, el esplendor de la verdad o la del evangelio de la vida, o la de la fe y la razón para llegar a la décimo cuarta tratando de la Eucaristía, pueden dar una idea junto al Catecismo de la Iglesia católica, las Exhortaciones y Cartas Apostólicas, de la ingente labor desarrollada. Tradiciones como las Jornadas Mundiales de la Juventud o el nuevo Código de Derecho Canónico, los viajes que superan el centenar, más de una docena de Sínodos, más de 1300 beatos, más de 500 santos, etc., etc., dan una somera idea de su ritmo habitual.

Ha sido así siempre. Su actividad ha sido y es intensísima pero llena de serenidad. En una ocasión, siendo obispo de Cracovia, Monseñor Wojtyla enfermó. ¿Síntomas y causas de su enfermedad? ¿Cuál es el diagnóstico? Se barajan muchas posibilidades. Al final, se determina de modo indudable una sola: agotamiento. De ahí que el remedio fuese tan fácil. Dos semanas de descanso al aire libre y se repuso. 

Estamos ante un Romano Pontífice excepcional. Su horario de trabajo diario impresionó a los poderosos de las multinacionales más grandes del mundo. También cuando las limitaciones locomotoras fueron grandes. Para toda su tarea, el Santo Padre contó ciertamente con colaboradores magníficos, pero él era una catarata de ideas que encauzaba constantemente. Al parecer los textos de las catequesis las escribía directamente con los apoyos que precisase, e incluso en la Capilla privada, su reclinatorio podía transformarse en escritorio, que a veces utiliza para escribir, frente al Sagrario. Ya lo hacía en Cracovia donde trabajaba en un pequeño pupitre frente al Altar. Lo narra así el Cardenal Marcelo González: “Me contaba un día en Roma, durante el Cónclave, un Cardenal italiano, huésped durante una semana del Arzobispo de Cracovia en su palacio arzobispal hace unos años, que al entrar en la Capilla privada del palacio vio una mesa con algunos objetos de escritorio. Pronto supo que ello se debía a que el Cardenal Wojtyla tenía la costumbre, según le dijeron, de escribir los guiones de sus homilías y discursos religiosos precisamente en la Capilla, en ambiente de oración”.

Narraba en otra ocasión Monseñor Álvaro del Portillo una anécdota que le sucedió un día en el que había sido recibido en audiencia por el Santo Padre al final de la tarde. Observó don Álvaro que el Papa caminaba con fatiga, y en su rostro aunque lleno de serenidad, se traslucía el cansancio. Al comentárselo con exquisito cariño el Papa le contestó: Si a estas horas del día no estuviera cansado, significaría que no habría cumplido mi deber.

Cuando alguno de sus íntimos colaboradores, filialmente, le sugirió que moderase su trabajo o su mortificación, le daba un disgusto, y, con agradecimiento, Juan Pablo II le contestaba: cuando se muere un Papa, viene otro Papa. Lo que tiene que hacer él, ahora, es no reservarse nada sino darse del todo.

Incansable defensor de la vida humana desde su concepción no duda en proclamarlo a los cuatro vientos aunque resulte incómodo. También resultó molesto Jesucristo por proclamar la verdad. No pierde ocasión, sin embargo, para apoyarse en las investigaciones de los expertos de mayor renombre científico puesto que la ciencia si está bien hecha, con rigor a la verdad, no se opone nunca a la fe. En una carta enviada al arzobispo de París con motivo de la muerte del Prof. Lejeune, ocurrida en 1994, Juan Pablo II señaló que el científico francés tuvo lo que puede llamarse un carisma, pues supo siempre hacer uso de su profundo conocimiento de la vida y de sus secretos en favor del verdadero bien del hombre y de la humanidad. Juan Pablo II recordó su perseverante labor en favor de la vida al decir que diversos organismos le invitaban para dar conferencias y solicitaban su consejo. Daba esas conferencias con maestría de divulgador, con intervenciones acertadísimas y ejemplos gráficos que persuaden y hacen reflexionar. “La vida tiene una historia muy larga –solía decir–, pero cada individuo tiene un comienzo muy preciso: el momento de la concepción”. Explicaba que el embrión es, sin lugar a dudas, uno de los nuestros, ¡un hombre!, aunque el más chico. “El increíble Pulgarcito, el hombre más pequeño que el dedo pulgar, existe realmente: no el del cuento, sino el que cada uno de nosotros hemos sido”.

Fue un trabajador incansable. Impresionaba ver a Juan Pablo II tiritar de frío en el aeropuerto de Tbilisi, en Georgia, o sudar en La Habana. Este hombre, ¿es que no va a parar?, tan anciano como está y no se dosifica ni pizca. Santo Padre, descanse, por favor, le rogaba un cercano colaborador suyo; el Papa contestó: Ya descansaré en la vida eterna. Ahora se ha cumplido el deseo del colaborador afectuoso.

Contemplativo en la ancianidad. 

La vejez es una enfermedad crónica e incurable que debemos afrontar todos los hombres, con agradecimiento, si la alcanzamos. Juan Pablo II se ha hecho mayor y le hemos visto envejecer. Recordemos que para gente que frise los 30 años no ha conocido otro Papa, prácticamente, que Juan Pablo II. En esta “enfermedad” como en otras que le han aquejado y las que ahora le afligen ha ido por delante con su ejemplo haciendo realidad aquellas palabras que pronunció en la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, en 1992: La enfermedad, que en la experiencia diaria se percibe como una frustración de la fuerza vital natural, se convierte para los creyentes en una invitación a leer la nueva y difícil situación en la perspectiva propia de la fe. Fuera de ella, por otra parte, ¿cómo se puede descubrir, en el momento de la prueba, la aportación constructiva del dolor?, ¿cómo dar significado y valor a la angustia, a la inquietud, a los males físicos y psíquicos que acompañan a nuestra condición mortal?, y ¿qué justificación se puede encontrar para el declive de la vejez y para la meta final de la muerte que, a pesar de los progresos científicos y tecnológicos siguen subsistiendo inexorablemente?

La generación a la que perteneció conoció el horror de la guerra, los campos de concentración y la persecución. En su Patria, durante la segunda Guerra Mundial, sacerdotes y cristianos fueron deportados a los campos de exterminio. Sólo en Dachau fueron internados casi tres mil sacerdotes; su sacrificio se unió al de muchos cristianos provenientes de otros países europeos, pertenecientes también a otras Iglesias y Comunidades eclesiales.

Fue testigo en los años de su juventud de tanto dolor y de tantas pruebas. Su sacerdocio, desde sus orígenes, ha estado inscrito en el gran sacrificio de tantos hombres y de tantas mujeres de mi generación. La experiencia de la Segunda Guerra Mundial y de los años siguientes le ha movido –dirá– a considerar con grata atención el ejemplo luminoso de cuantos, desde inicios del siglo XX hasta su fin, experimentaron la persecución, la violencia y la muerte, a causa de su fe y de su conducta inspirada en la verdad de Cristo. ¡Y son tantos! Su recuerdo no debe perderse, más bien debe recuperarse de modo documentado. Los nombres de muchos no son conocidos; los nombres de algunos fueron manchados por sus perseguidores, que añadieron al martirio la ignominia; los nombres de otros fueron ocultados por sus verdugos. Sin embargo, los cristianos conservan el recuerdo de gran parte de ellos.

Se puede ser anciano, pero joven por el talante abierto, y al revés: joven, pero de ideas fosilizadas por el integrismo siempre intolerante. Juan Pablo II fue siempre, dicho esto, muy joven. Todo lo bueno, bello y verdadero cupo en su amplio corazón. El 6 de noviembre de 1999, en Nueva Delhi, visitando el Raj Ghat, el parque donde se encuentra el monumento en que fue incinerado el cuerpo de Gandhi tras ser asesinado, le presentaron el libro de firmas para visitantes ilustres y escribió: Ninguna cultura puede sobrevivir si trata de ser exclusiva. Son justamente unas palabras dichas por Gandhi y que el Papa hizo suyas porque entiende que quien se erija en propietario de la total verdad acerca del hombre dejará de conocer otras muchas verdades, que aunque fueran pequeñas y parciales no dejan de ser importantes para entender el misterio del hombre, y cooperan en el conocimiento más íntegro de la persona humana. Impresionante.



SUS BODAS DE ORO SACERDOTALES


Cincuenta años de sacerdocio

En 1996 cumplió sus bodas de oro sacerdotales. Fue un año de eventos entrañables para él y los sacerdotes que ese año cumplían también el mismo aniversario. La memoria hace presente el pasado, revive con una intensidad distinta, y a la vez idéntica, la realidad pretérita. En ese clima de cordialidad que se estableció con los sacerdotes que acudieron a Roma, el Papa les volvió a abrir su alma. En una alocución hecha el 7 de noviembre de ese año decía: A los cincuenta años de mi ordenación, desfilaron ante mis ojos, a impulsos de mis sentimientos más íntimos, las imágenes de aquel día bendito. Veo el venerado arzobispo de Cracovia, Cardenal Sapieha, mi predecesor y verdadero padre, que con la imposición de sus manos me hizo partícipe del misterio sacerdotal de Cristo. He visto siempre en él un ejemplo nobilísimo de sólidas virtudes humanas y de dedicación generosa a las tareas propias del ministerio episcopal. 

Siento afecto y gratitud por cuantos contribuyeron a llevarme al altar: mi familia, la parroquia natal, el ambiente de la fábrica, el seminario clandestino, mis confesores y muchos otros sacerdotes y amigos. Recuerdo con gratitud a quienes me ayudaron a descubrir el tesoro de la herencia de Jesús crucificado, que dijo: “Ahí tienes a tu madre", y me alentaron a recibir a María en mi casa interior.

Con el paso de los años, las fuerzas físicas van debilitándose poco a poco. Pero la fuerza interior no sigue las leyes físicas.

En Junio de 1999 Juan Pablo II estuvo en Polonia otra vez. Era día 17, en Wadovice, con la iglesia de Santa María al fondo, recuperado de manera asombrosa de una gripe que le había tenido en cama el día anterior y cuando casi todos auguraban que el viaje acabaría antes, improvisó ante la multitud de paisanos y compatriotas unas palabras muy emotivas señalando los lugares con la nostalgia de la memoria viviente de un anciano que vuelve a sus raíces y dijo: La ciudad de mi infancia, la casa paterna, la iglesia de mi santo bautismo... Quiero atravesar esos umbrales hospitalarios, inclinarme ante mi tierra natal y sus habitantes y repetir el saludo a los parientes después de un largo viaje: ¡Sea alabado Jesucristo!... Y la casa que se encuentra a mi espalda, en la calle Koscielna, desde ella cuando miraba a través de la ventana veía el reloj de sol y el texto: El tiempo se va, la eternidad espera. Ya está todo cumplido.

Este hombre sonriente siempre sufrió constantemente en su ancianidad los achaques de un enfermo de Parkinson cuyos efectos de rigidez muscular impedían que ya aflorare su tradicional sonrisa. Andaba penosamente con andares vacilantes hasta que ya necesitó ir en silla de ruedas. Indiferente al “que dirán” de los medios de comunicación omnipotentes. Este hombre –dijo de él Indro Montanelli– con sus achaques y su resistencia a morir entre médicos o medicamentos lo sentimos de los nuestros, aunque la carga que lleva sobre los hombros aplastaría a cualquier hombre.

Veinticinco años de Pontificado

Los sectarios muestran su intolerancia, propia de los enemigos acérrimos de la Iglesia, no perdonándole su “intolerancia” ante el error. No se dejó llevar por la opinión generalizada de la confrontación bélica sin agotar de verdad todos los recursos del diálogo, aunque sean potencias quienes las propugnan, y lo hace con la humildad de quien defiende en nombre de Dios al hombre, su Creador. Escribía el poeta bengalí Rabindranath Tagore que la verdad levanta tormentas contra sí y con ellas dispersa sus semillas a los cuatro vientos.

Esto que ocurría ya cuando no llevaba ni un año de pontificado sigue sucediendo ahora, trascurridos más de veinticinco años. No se amilana para reafirmar mil veces que el matrimonio es uno e indisoluble –uno con una para toda la vida–, que las relaciones prematrimoniales son inmorales, que la conducta homosexual es moralmente deshonesta, que el capitalismo salvaje o el comunismo esclavizan, que los niños no nacidos tienen derecho a la vida ya desde el primer instante de su concepción, que nadie puede adjudicarse el derecho divino a que ésta concluya de modo natural sin eutanasia ni eufemismos y retirará el simbólico donativo a la UNESCO que no respeta este derecho. Y así podríamos seguir y seguir...

Voces sectarias, masónicas, anticristianas y, por tanto, inhumanas, llevan “enterrándolo” desde hace muchos años. Como nadie se muere la víspera sino el día que tiene Dios designado, lo quieren “enterrar en vida” hablando de que le ha llegado la hora de la jubilación. Sabedor de que su testimonio y vivencia de la enfermedad y del sufrimiento estaba siendo –como dijo Miguel Ángel Velasco– la mejor de sus maravillosas encíclicas, y bien consciente de que un padre por más que le llegue la hora de la jubilación, no se jubila jamás como padre, Juan Pablo II no se avergüenzó de la enfermedad, ni temió que sus hijos se avergonzaran de él. 

Supo, porque lo preguntó, que la televisión hacía primeros planos, a veces, en los momentos en que se le caía la baba o la mano le temblaba más, pero sólo dijo: ya me lo imaginaba. Con todo, el respeto por parte de los medios de comunicación no sectarios, fue exquisito.

Los altibajos del Parkinson continuaron pero todos sabemos y él había dicho con humilde claridad que no renunciaba al peso de la Cruz y al enclavamiento en ella: No renuncio porque Jesucristo no se bajo de la Cruz. Podía haberlo hecho; podía habernos redimido de otra manera, pero no lo hizo...

En una conmovedora Eucaristía, celebrada a la misma hora en que fue elegido Papa hacía exactamente 25 años, Juan Pablo II volvió a poner su vida en manos de Dios y pidió la ayuda de los creyentes del mundo entero. El Papa entonó algunos de los cantos y no sólo presidió, sino que también celebró la Eucaristía, celebrada en la Plaza de San Pedro llena hasta rebosar de fieles que inundaban también la pequeña plaza contigua.

En la homilía, Juan Pablo II recordó aquellos momentos en los que el colegio cardenalicio le escogió como sucesor número 263 de san Pedro, a los 58 años. En ese mismo momento, las campanas de las Iglesias de Polonia repicaban en recuerdo de aquel acontecimiento que cambiaría la historia de ese país.

¿Cómo podía no temblar, humanamente hablando?, se preguntó el Papa. ¿Cómo no podía pesarme una responsabilidad tan grande? Fue necesario recurrir a la divina misericordia para que ante la pregunta: "¿Aceptas?" pudiera responder con confianza: "En la obediencia de la fe, ante Cristo mi Señor, encomendándome a la Madre de Cristo y de la Iglesia, consciente de las grandes dificultades, acepto, recordó repitiendo literalmente las palabras que entonces pronunció.
La conclusión de la homilía se convirtió en una personal y emocionante oración. A ti, Señor Jesucristo, único Pastor de la Iglesia, ofrezco los frutos de estos veinticinco años de ministerio al servicio del pueblo que me has confiado, comenzó diciendo. Perdona el mal realizado y multiplica el bien -dijo con voz temblorosa, en parte por la emoción–: todo es obra tuya y a ti sólo se debe la gloria. Con plena confianza en tu misericordia, te presento hoy una vez más a quienes confiaste hace años a mi atención pastoral. Consérvalos en el amor, reúnelos en tu grey, carga en tus espaldas a los débiles, cuida a los fuertes -añadió-. Sé su Pastor, para que no se pierdan. Protege la querida Iglesia que está en Roma y a las Iglesias de todo el mundo. Asiste con la luz y la potencia de tu Espíritu a quienes has puesto al mando de tu grey: que cumplan con empuje su misión de guías, maestros, santificadores, en la espera de tu retorno glorioso. 

Te renuevo, por intercesión de María, Madre amada, el don de mí mismo, del presente y del futuro: que todo se cumpla según tu voluntad, pastor supremo, quédate entre nosotros, para que podamos avanzar contigo seguros “hacia la casa del Padre”. Y repitió al concluir: “hacia la casa del Padre”.

El 19 de octubre de 2003, los eventos de acción de gracias por su vigésimo quinto aniversario de pontificado, concluyeron con la beatificación de la Madre Teresa de Calcuta, fundadora de las Hermanas de la Caridad. Mujer admirada por el mundo entero, premio Nóbel de la paz, dedicada en cuerpo y alma a los más pobres de entre los pobres. Se puede decir que no ha habido nadie indiferente ante ella: todos la admiraron por su humildad y santidad. Tuvo con el Papa abundante trato. Como él, decía las cosas claras a políticos y poderes fácticos pero gozó del beneplácito de todos aunque resultaran molestas sus afirmaciones llenas de fidelidad al Magisterio de la Iglesia y, por tanto, a las enseñanzas del Santo Padre que siempre reforzaba.

Como ella, Juan Pablo II, desde el lugar en el que Dios le puso, abordó el tema del dolor, dando ejemplo de abandono en todas sus enfermedades y consuelo a los que las padecen. El porqué del dolor es una pregunta que sólo tiene respuesta en el difícil idioma que se aprende junto a Dios: el de la fe. Por eso Juan Pablo II ha consolado tanto al que habla ese idioma, sea quien fuere. 

El Santo Padre sufrió y sólo nos lo imaginamos los que estábamos lejos, pero los cercanos a él lo veían. A veces eran la causa noticias desagradables y especialmente duras de las que era informado, otras la zozobra ante la toma de decisiones difíciles que le hacían pasar horas junto al Santísimo en oración. Pero no podemos olvidar que aunque estuviese solo –nuestra oración era la mejor compañía– tenía que tomar decisiones él al fin y al cabo. Con un gran corazón de carne sintió la necesidad del afecto de sus hijos que por la cercanía pudieran manifestárselo. En una ocasión de éstas, durísima, un Monseñor que sabía de su dolor tuvo “un pronto” y sin pensárselo dos veces fue hacia él y le dio un beso. El Papa, extrañado, le miró, se quedó pensativo y dijo: gracias, lo necesitaba. 

Decía el 12 de octubre de 2003 el recientemente nombrado Cardenal Herranz que “es cierto que el Papa ya no es tan rápido caminando: se mueve en silla de ruedas. Pero pensando es igual de rápido que antes y, en realidad ha rebajado poco su ritmo de trabajo. Las limitaciones son de movilidad y de pronunciación, debido sobre todo a la rigidez muscular propia del Parkinson. Cualquier persona de 83 años tiene días mejores y días peores, y a él le pasa igual. Pero puedo decirle, por mis encuentros personales con el Papa, que su inteligencia, capacidad decisoria y su voluntad es fortísima, continúan en plena forma. Tiene verdaderamente en su mano el timón de la Iglesia. No me cabe la menor duda. Además no hay que olvidar que Juan Pablo II es un hombre de profunda vida interior, un místico. Vive en continua presencia de Dios, y de ahí viene su extraordinaria energía. Se dice que el alma tira del cuerpo, y la suya es el alma de un apasionado enamorado de Cristo”.

Batiendo records

Por el momento, se trata del cuarto pontificado más largo de la historia del Papado. El más largo fue el de San Pedro (no se conoce la fecha precisa), seguido por el del Papa Pío IX (1846-78: 31 años, 7 meses y 17 días), y el tercero fue el de su sucesor, León XIII (1878-1903: 25 años, cuatro meses y 17 días), según informaba este jueves la Santa Sede a través del Vatican Information Service.

Hasta ahora ha celebrado nueve consistorios en los que ha creado 232 cardenales. Desde el comienzo de su pontificado hasta hoy, el Santo Padre ha nombrado más de 3.300 de los más de 4.200 obispos del mundo. Se ha reunido con cada uno de ellos en diversas ocasiones a lo largo de los años, particularmente cuando 
cumplen su obligación quinquenal de la visita «ad limina Apostolorum».

Ha escrito 14 encíclicas, 14 exhortaciones apostólicas, 11 constituciones apostólicas, 42 cartas apostólicas y 28 motu proprio, además de cientos de mensajes y cartas. El Papa, hasta la fecha, ha presidido 15 sínodos de obispos: seis ordinarios, uno extraordinario (1985) y ocho especiales dedicados en su gran mayoría a continentes.

A lo largo de los años, el Santo Padre ha realizado 102 visitas pastorales fuera de Italia. Ha realizado 143 viajes dentro de Italia y casi 700 en la ciudad y la diócesis de Roma, entre ellos las visitas a 301 de las 325 parroquias de la diócesis de la que es obispo, además de a institutos religiosos, universidades, seminarios, hospitales, casas de reposo, prisiones y escuelas. Con sus 245 viajes pastorales fuera y dentro de Italia, el Papa Juan Pablo II ha recorrido 1.163.865 kilómetros, esto es, más de 28 veces la circunferencia de la Tierra o 3 veces la distancia entre la Tierra y la Luna.

En Roma, el Papa recibe una media de medio millón de peregrinos al año, incluidos los que asisten a las audiencias generales semanales, además de los que van a funciones litúrgicas especiales como las Misas de Navidad y Pascua, las beatificaciones y las canonizaciones. También recibe aproximadamente 150-180.000 personas cada año en audiencias destinadas a grupos particulares, jefes de Estado y de Gobierno.
Hasta finales de octubre de 2003, Juan Pablo II, ha celebrado 1.108 audiencias generales en las que han participado más de 17 millones personas de todo el mundo. Otras audiencias, entre ellas las concedidas a jefes de estado y de gobierno, superan las 1.500.

Al principio del pontificado de Juan Pablo II la Santa Sede tenía relaciones diplomáticas con 85 países. Ahora las tiene con 174 naciones, así como con la Unión Europea y la Soberana Orden Militar de Malta. Son de naturaleza especial las relaciones con la Federación Rusa y con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

Según la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, en los últimos 25 años el Papa ha beatificado a 1.324 Siervos de Dios en 140 ceremonias, y ha canonizado a 477 Beatos en 51 ceremonias.
En febrero de 1984 fundó el Instituto Juan Pablo II para el Sahel, y en febrero de 1992, la Fundación “Populorum Progressio” para los pueblos indígenas de Latinoamérica. También ha fundado las Pontificias Academias para la Vida y para las Ciencias Sociales. Asimismo, instituyó la Jornada Mundial del Enfermo (celebrada anualmente el 11 de febrero) y la Jornada Mundial de la Juventud. La XVII Jornada Mundial de la Juventud se celebró en Toronto (Canadá) en julio de 2002. El propio Papa elige el tema y desarrolla sus contenidos en un mensaje anual a los jóvenes del mundo.

Pedro Beteta. Escritor y autor de libros sobre Juan Pablo II

Fuente: agea.org.es