Ante el fallecimiento del Santo Padre Juan Pablo II 

+ Emmo. y Rvdmo. DR. D. Atonio Cañizares Llovera. Cardenal Arzobispo de Toledo, Primado de España

2 de abril  de 2005

Su Santidad el Papa Juan Pablo II ha muerto. Esta es la noticia que acaban de transmitirnos. Momentos de dolor, pero también momentos para la plegaria y la esperanza. Que el entrañable Juan Pablo II haya escuchado las consoladoras palabras del Señor: Porque has sido fiel, siervo fiel, “entra en el gozo de Tu Señor”. Junto a este sentimiento de dolor filial, porque es la muerte de un padre, elevamos nuestra plegaria confiada a Dios, Padre de Misericordia y de toda Consolación, por este Papa, Pastor conforme al corazón de Dios; don que Dios ha concedido a la Iglesia y a la humanidad durante casi 27 años. 

En estos momentos de fe y de esperanza elevamos también nuestra acción de gracias por este gran regalo de Dios que, en su divina misericordia, se ha volcado a favor de los hombres. Signo de contradicción como Cristo mismo, no ha ahorrado esfuerzo alguno, incluso en la debilidad y escasez de sus fuerzas físicas, para trabajar por la paz, por la unidad entre todos los pueblos, por anunciar el Evangelio de la esperanza. 

El ejemplo de estos últimos meses ante la escasez de fuerzas, ante un cuerpo tan frágil, incluso un cuerpo mudo, ha pronunciado su gran palabra y nos ha dejado su gran enseñanza, la enseñanza de cómo Cristo es la única y la verdadera esperanza para todas las gentes, de donde brota todo amor y toda misericordia, que cambia la faz de la humanidad. 

Su gran pasión, como la de Dios manifestada en Jesucristo su Hijo, ha sido el hombre. Él mismo, desde el comienzo de su Pontificado, definió al hombre como camino de la Iglesia. Si hay una clave para interpretar a fondo el pensamiento de este gran Papa que nos deja, esta es su preocupación por el respeto a la sublime dignidad de la persona humana, la grandeza de cuya vocación ha sido desvelada en la persona de Cristo y del estupor y la maravilla que entraña el hombre, todos y cada uno de los hombres. Se ha hecho todo para todos y ha abrazado a todos. 

En el Papa Juan Pablo II hemos podido reconocer al testigo del Dios vivo, enseña de esperanza para todos los hombres, amigo fuerte de Dios y defensor del hombre, de todo hombre y de su dignidad, peregrino de la paz por todos los caminos de la tierra, paladín de la vida y de la libertad, trabajador incansable en los duros trabajos del Evangelio, evangelizador hasta en los confines del mundo, infatigable luchador por una nueva cultura de la vida y de la solidaridad y por una nueva civilización del amor, buen samaritano que se ha inclinado y se ha acercado con ternura y amor al hombre maltrecho y malherido y, así, amigo cercano y aliento también de los jóvenes, a los que tanto ha querido que tanto se han sentido queridos por él y que son el futuro y la expresión de una nueva primavera para la humanidad. 

Por eso, en el Papa Juan Pablo II hemos tenido al Papa que, desde el inicio de su Pontificado, nos ha dicho a toda la humanidad: No tengáis miedo, no tengáis miedo, abrid de par en par las puertas a Cristo. Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas tanto económicos como políticos, los dilatados campos de la cultura, de la civilización del desarrollo; abrid las puertas a Cristo, abridlas al Redentor del hombre, sólo Él sabe lo que hay en el corazón del hombre. 

Todo en su Pontificado es como una invitación a este abrir toda realidad humana: la familia, la política, la cultura, a Jesucristo, a quien nadie tiene derecho a expulsar de la historia de los hombres porque Él, Camino, Verdad y Vida, tiene que ver con todo hombre y con todo lo que le afecta. Nada humano le es ajeno, en Él está la esperanza, en Él tenemos la escuela para hallar el verdadero, el pleno, el profundo significado de palabras como paz, amor o justicia. Por eso, en este Papa tenemos al gran testigo de esa humanidad y al hombre que ha cruzado el umbral de la esperanza siendo el abanderado de la esperanza para una humanidad tan necesitada de ella. 

Juan Pablo II ha sido y se le reconocerá un Papa abierto al futuro, lleno de esa esperanza que alienta al mundo al comenzar este nuevo milenio y que se encuentra, como el mismo definió, temeroso de sí, temeroso de lo que sea capaz de hacer, temeroso ante el futuro. Es bueno, en estos momentos, recordar una de las muchas palabras que podríamos recordar del Papa Juan Pablo II, las que pronunció en las Naciones Unidas en 1995: “Con vistas a asegurarnos de que el nuevo milenio sea testigo de un nuevo florecer del Espíritu en el que mediará una auténtica cultura de la libertad, hombres y mujeres deben aprender a conquistar o vencer el temor. Debemos aprender a no tener miedo, debemos redescubrir un espíritu de esperanza y un espíritu de confianza. La esperanza no es el optimismo vacío que surge de la ingenua confianza en que el futuro ha de ser necesariamente mejor que el pasado”. La esperanza y la confianza –añadiría el Papa- son las premisas de una actividad responsable y se cultivan en ese santuario íntimo de la conciencia en la que el hombre se haya a solas con Dios y percibe, por tanto, que no está solo en medio de los enigmas de la existencia, pues está rodeado del amor del Creador, el que se nos ha manifestado en Cristo único Redentor de los hombres. 

Al tiempo que expresamos nuestro más filial y afectuoso dolor, expresamos también y renovamos nuestro amor más vivo a Dios por la infinita bondad que Él ha tenido con nosotros al concedernos un Papa así y le rogamos le premie sus trabajos duros por el Evangelio haciéndole participe de la gloria de su Hijo, su razón de ser y su esperanza. Descanse en paz, que Dios le premie sus trabajos»

X Antonio Cañizares Llovera
Arzobispo de Toledo
Primado de España