Ante todo, testigo de Jesucristo

+ Emmo. y Rvdmo. DR. D. Atonio Cañizares Llovera. Cardenal Arzobispo de Toledo, Primado de España

 

5 de abril  de 2005

Homilía del Sr. Arzobispo de Toledo y Primado de España en el funeral por S. S. Juan Pablo II, en la S. I. Catedral Primada


El papa Juan Pablo II ha rendido su vida en las manos de Dios, y acaba de llegar a la meta: la vocación celeste de Dios en Cristo Jesús, la casa del Padre, Dios mismo; ha llegado ya a esa meta con la mirada puesta en Jesucristo, sin retirarse, y contemplar así, para siempre el rostro divino que en todo momento buscó y rastreó. Había ya peleado el buen combate de la fe, había gastado y desgastado su vida en los duros trabajos del Evangelio hasta la extenuación de quedarse sin fuerzas, había guardado y difundido solícita y fielmente la fe, todo lo había cumplido hasta permanecer unido y clavado a la cruz en los últimos días, sólo le quedaba recibir la corona merecida, que el Señor, justo juez, da a todos los que esperan con amor su venida, aquella corona de gloria que no se marchita ni perece, que Dios reserva a los justos y servidores leales que le han seguido con la cruz, negándose a sí mismos y cumpliendo la voluntad y misión que Él mismo les había encomendado (Cf 2 Tim 4, 6-8). 

Una sola voz, un unánime clamor, un sentimiento común está aunando a todas las gentes y naciones, de cualquier condición y rango, en todos los rincones de la tierra, para rendir homenaje de reconocimiento, de profunda admiración, de piedad amistosa o filial, de recuerdo emocionado, de adhesión espiritual, de viva gratitud, de plegaria confiada, de amén y aprobación universal, a la figura grande del Papa fallecido. Nosotros, aquí, Iglesia diocesana de Toledo en comunión sin fisuras con la Iglesia una, extendida hasta los confines del mundo, con sentir piadoso, lleno de dolor amasado de esperanza, elevamos juntos nuestra plegaria por su alma al Dios Padre de misericordia y fuente de toda consolación. Esta Iglesia diocesana, que en el año 1982 se vió agraciada por su doble visita a Toledo y Guadalupe, -¡qué lugares tan emblemáticos! para las raíces cristianas, para la unidad de España y su obra evangelizadora-; esta Iglesia visitada por el, testigo de esperanza, hoy siente la obligación filial y agradecida de unir su voz y sus oraciones al coro ecuménico y universal que durante estos días eleva sus súplicas al Señor, rico, desbordante en misericordia, pidiendo que le haya premiado sus trabajos, sus desvelos, su fidelidad, su ejemplo, su aliento, su entrega sin reservas, todo cuanto ha sido en esta vida suya, en la que Dios, el Poderoso, por su infinita misericordia, ha hecho obras grandes y nos ha ofrecido a todos, creyentes y no creyentes, cristianos y no cristianos, un testimonio vivo, hasta la muerte misma y aún después de ella, de lo que Dios quiere del hombre y para los hombres. Nuestra certeza es, como confiesa san pablo, que "si morimos con Cristo, viviremos con Él; si sufrimos con Él, también reinaremos con Él" (2 Tim 11-12).

Así vivió, así sufrió, así murió, siempre siervo y servidor fiel, el Papa Juan Pablo II. Siempre con Cristo. Este es su real secreto, esta es la razón de su vida: Cristo. Su vida ha sido una vida en Cristo, como le corresponde sencillamente al cristiano, a todo fiel cristiano. La vida, la obra y el mensaje, de este Papa "venido de lejos", pero siempre tan cercano, ha sido cumplimiento y encarnación viva de lo que dice san Pablo: Todo lo tuvo por pérdida ante el sublime conocimiento de Cristo Jesús, por quien sacrificó todas las cosas, y las tuvo por basura con tal de ganar a Cristo y encontrarse con Él, apoyado no en sí mismo sino en la justicia de Dios, que se funda en la fe, para conocerle a Él y la fuerza de su resurrección y la participación en sus padecimientos, configurándose con sus padecimientos y su muerte para alcanzar la resurrección de los muertos (Cf Fil 3, 6-11). Jesucristo ha sido su gran pasión, su gran amor: "Pedro, ¿me amas, me quieres, me quieres más que estos?. Señor, tú lo sabes todo, sabes que te quiero" ( Cf Jn 21, 15-17). Ése ha sido el Papa Juan Pablo II: un enamorado de Jesucristo, para quien Cristo mismo ha sido su vida: ha sido todo en su vida. Por ello Cristo, en su Iglesia, le encomendó apacentar a su rebaño, a los ovejas suyas, las que están y las que aún no están en su redil. Así, hemos tenido la gran dicha del inmenso regalo de Dios a su Iglesia, a su pueblo, a todos los pueblos, de un pastor conforme a su corazón.

Por ello mismo, y a luz de esto, hay que ver y leer su vida. Unido a Cristo identificado con Él, lo que ha hecho, lo que ha dicho, lo que ha mostrado Juan pablo II, es un testimonio de Jesucristo. No nos ha ofrecido una interpretación más de Jesucristo, no ha sido un ideólogo ni un maestro de moral, ni un líder social, político o religioso. Ha sido, ante todo, un testigo. Se ha encontrado con Jesucristo, Hijo de Dios vivo, el Mesías que tenía que venir y al que los hombres esperan, Dios con el hombre y para el hombre, le ha seguido como únicamente se le puede seguir -cargando con la cruz desde su infancia hasta el final, varón de dolores- y ha mostrado con su vida, gestos y palabras, con su persona y sus mensajes qué es lo que sucede cuando uno se abre y acepta a Jesucristo, que está a la puerta de cada uno y llama. ¡Qué fuerza cobran ahora aquellas palabras del propio Juan Pablo II!: "Me gustaría encontrarme a solas con cada uno de vosotros, y conversar: oír y responder. No siendo esto posible, como amigo y como "más viejo", como quien hizo la confrontación de sí mismo con la voluntad de Dios y cree en su amor de Padre, quiero dejar a todos mi testimonio: el testimonio de lo que yo considero más importante para los hombres, mis hermanos. Y es éste: sólo en Dios encuentran fundamento sólido los valores humanos, y sólo en Jesucristo, Dios y hombre, se vislumbra una respuesta al problema que cada persona constituye para sí misma. Él es el camino, la Verdad y la Vida para todos los hombres" (Juan Pablo II).

Cuando me piden que resuma en dos palabras al Papa Juan Pablo II, doy la misma respuesta: Juan Pablo II ha sido, es incluso tras su muerte, un singular "Testigo de Jesucristo", y por ello mismo, "testigo de esperanza". Porque Jesucristo, el santo y justo, al que los hombres han entregado y rechazado ante Pilato, el autor de la vida y piedra angular que han desechado y siguen desechando tantos hombres y "artífices" de humanidad, Dios lo resucitó de entre los muertos, y vive para siempre, con el costado y las llagas abiertas de Crucificado. Y de ello, todo el hacer y decir, el pensar y actuar, la persona y misión en nuestro tiempo (Cf He 3, 12-15) del Papa Juan Pablo II, es testimonio vivo. Por esto mismo, toda su obra, su inmensa obra apostólica, ha sido cumplimiento, encarnación viva, testimonio hecho historia, del mismo gesto de Pedro, el primer Papa, en favor del paralítico, de una humanidad postrada y necesitada de ponerse en camino, con esperanza, de reemprender la marcha hacia una humanidad nueva hecha de hombres y mujeres nuevos conforme al Evangelio: "No tengo oro ni plata; pero lo que tengo, eso te doy. En nombre de Jesucristo, el Nazareno, echa a andar" (He 3, 5). Es el mismo Cristo en persona, quien, en la hora de la verdad, la noche en que ya iba a ser entregado, les dijo a los Apóstoles: "¡Levantaos, vamos!". Y ha sido el propio Papa, quien nos ha dicho en el penúltimo de sus libros autobiográficos: "Con la mirada fija en Cristo, sostenidos por la esperanza que no defrauda, caminemos juntos por los caminos del nuevo milenio: '¡Levantaos!¡ Vamos!" (Mc 14, 42).

Por esto ante los grandes y graves problemas con los que se ha cerrado el segundo milenio y con los que se ha abierto el nuevo, el Papa Juan Pablo II proclamó con toda certeza y convicción: "No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!" (NMA 29). No son las ideologías, no son las teorías, no son las interpretaciones, o las elucubraciones en el vacío, sino la persona concreta de Jesucristo, que vive y sale a nuestro encuentro en los caminos de la vida, donde deambulamos perdidos, desconcertados o sin esperanza."No se trata, añade el Papa, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en Él la vida trinitaria y transformar con Él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas" (NMI 38). Éste ha sido el programa y el camino del Papa, el mismo de Pedro, el mismo de la Iglesia. Y lo ha sido hasta la muerte, con esa fe recia y esa identificación plena e inquebrantable que hemos visto en los últimos meses y días hasta su muerte. Es el camino del Amén de Dios, del Testigo fiel, que abre y no cierra unos nuevos y luminosos horizontes de futuro y de la esperanza que no defrauda para todos los hombres; es el camino de una humanidad en camino, renovada, fortalecida y sin miedo. Cristo sí que renueva y hace nuevas todas las cosas.

No en balde, inició su pontificado con aquellas prometedoras palabras: "¡No tengáis miedo! Abrid de par en par vuestras puertas a Cristo!". El mismo Juan Pablo II nos aclaró el sentido de estas palabras, en su libro entrevista Cruzando el umbral de la esperanza: "Cuando el 22 de octubre de 1978 pronuncié en la plaza de San Pedro las palabras: '¡No tengáis miedo!', no era plenamente consciente de lo lejos que me llevarían a mí y a la Iglesia entera. Su contenido provenía más del Espíritu Santo, prometido por el Señor Jesús a sus Apóstoles como Consolador, que del hombre que las pronunciaba. Sin embargo, con el paso de los años, las he renovado en variadas circunstancias. La exhortación '¡No tengáis miedo!' debe ser leída en una dimensión muy amplia. En cierto sentido era una exhortación dirigida a todos los hombres, una exhortación a vencer el miedo a la actual situación mundial, sea en Oriente, sea en Occidente, tanto en el Norte como en el Sur. ¡No tengáis miedo de lo que vosotros mismos habéis producido, no tengáis miedo tampoco de todo lo que el hombre ha producido, y que está convirtiéndose cada día más en un peligro para él! En fín, ¡no tengáis miedo de vosotros mismos! ¿Por qué no debemos tener miedo? Porque el hombre ha sido redimido por Dios. Mientras pronunciaba esas palabras en la plaza de San Pedro, tenía ya la convicción de que la primera encíclica y todo el pontificado estarían ligadas a la verdad de la Redención <o lo que es lo mismo, a la verdad de Cristo, Redentor y Redención>. En ella se encuentra la más profunda afirmación de aquel: '¡No tengáis miedo!': '¡Dios ha amado al mundo! Lo ha amado tanto que ha entregado a su Hijo Unigénito!' (Cf Jn 3, 16). Este Hijo permanece en la historia de la humanidad como el Redentor. La redención impregna toda la historia del hombre, también la anterior a Cristo, y prepara su futuro escatológico. Es la luz que 'esplende en las tinieblas y que las tinieblas no han recibido' (Cf Jn 1,5). El poder de la Cruz de Cristo y de su Resurrección es más grande que todo el mal del que el hombre podría y debería tener miedo" (Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, Barcelona 1994, pp 213-214)

Papa de los derechos del hombre, paladín y constructor de la paz, defensor como nadie de la dignidad de la persona humana, luchador infatigable en pro de la vida, impulsor y promotor de una nueva cultura de la solidaridad y de la vida y de una nueva civilización del amor, hombre del diálogo y del encuentro entre las religiones, protector y padre de los pobres y defensor de los oprimidos, hombre libre como pocos y amante de la libertad para todos, evangelizador incansable,..., en definitiva, hombre apasionado, desde lo más profundo de su ser, por el hombre, por la verdad del hombre, al que definió y señaló como "camino de la Iglesia", maravillado por el ser del hombre y su grandeza con un verdadero asombro en todos sus escritos e intervenciones, el Papa Juan Pablo II ha sido todo eso precisamente por Jesucristo, quien, en cierto modo, con su encarnación, se ha unido a todo hombre, que sabe como nadie sabe lo que hay dentro del corazón del hombre, y que ha rescatado con su sangre preciosa al hombre esclavo y dominado por el mal. 

De Cristo tienen, tenemos, necesidad los pueblos y las naciones del mundo entero, las gentes de toda edad y condición. "Es necesario que en su conciencia resurja con fuerza la certeza de que existe Alguien que tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa; Alguien que tiene las llaves de la muerte y de los infiernos (Ap 1, 18); Alguien que es el Alfa y la Omega de la historia del hombre (cf Ap 22,13), sea la individual como la colectiva. Y este Alguien es Amor (Cf 1 Jn 4,8-16). Amor hecho hombre, Amor crucificado y resucitado, Amor continuamente presente entre los hombres. Es Amor eucarístico. Es fuente incesante de comunión. El es el único que puede dar plena garantía de las palabras '¡No tengáis miedo!'" (Juan Pablo II, Cruzando el umbral, p 216). Toda la vida del Papa ha sido testimonio vivo, personal y verdadero, hecho carne de nuestra carne, amasado con la historia difícil de nuestro tiempo, desde su Polonia natal, a Roma y hasta los últimos rincones de la tierra, testimonio de ese Alguien que es Amor, de Cristo. Por ello mismo, su vida entera ha sido realizada en la verdad, la verdad del Evangelio, en la confianza filial a Dios y en la entrega sin reserva a los hombres. Testimonio, por esto, de una vida sin miedo ni temores, testimonio de resurrección y redención, de vida nueva, de costumbres y comportamientos nuevos que pueden ser muy exigentes o estar en contraste con la cultura de nuestra época, pero que expresan la grandeza y elevación del hombre, de su verdad y su dignidad.

Lo que Juan Pablo ha dicho, las exigencias de vida moral que nos ha señalado a todos, que no son otras que las señaladas en el Evangelio, hechas carne y vida humana en Jesús, así como las llamadas tan importantes y bellas que ha hecho a los jóvenes, centinelas del mañana, tan queridos por él, no son irrealizables: en él mismo, en Juan Pablo II, hombre como nosotros, las hemos visto, hemos podido palparlas, como en estos días tan universalmente se reconoce. "Aceptar lo que el Evangelio exige quiere decir afirmar la propia humanidad completa, ver en ella toda la belleza querida por Dios, reconociendo en ella, sin embargo, a la luz del poder de Dios mismo, también sus debilidades: 'Lo que es imposible a los hombres es posible a Dios' (Lc 18,27)... Dios quiere la salvación del hombre, quiere el cumplimiento de la humanidad según la medida por Él mismo pensada"( Juan Pablo II, Cruzando el umbral, p 217). En el Papa Juan Pablo II, Dios ha querido actuar y nos ha mostrado esa medida y ese pensamiento. El Papa, que comenzó su pontificado con las palabras "¡No tengáis miedo!", ayudado de la gracia y en fidelidad a ella, ha procurado, según propia confesión, "ser plenamente fiel a tal exhortación", y ha estado, hasta el final, "siempre dispuesto a servir al hombre, a las naciones, y a la humanidad entera en el espíritu de esta verdad evangélica" (Juan Pablo II, Cruzando el umbral, p 222). No nos quedemos pues en la mera alabanza o en el sentido y emocionado recuerdo. También como Pedro, en el pasaje que hemos leído del libro de los Hechos, la persona, las palabras y los gestos, el testimonio en suma de Papa, que ha partido lejos, pero viviendo muy cerca, nos llama a una conversión, a una vida nueva, nos lleva a seguir sus huellas, las de esos pies grandes, presurosos por andar hasta los confines de la tierra, para enseñar lo que ha visto y oído, para que estando en comunión con toda la Iglesia cimentada en los Apóstoles, el mundo entero pueda gozar de la libertad, la alegría, el amor y la esperanza que se encuentran en Cristo, verdad de Dios y verdad del hombre, inicio de una humanidad nueva y de los cielos nuevos y la tierra nueva donde habite la justicia de Dios, que tanto quiere al hombre. 

Estas son nuestras raíces, las raíces de nuestra historia más propia, inseparable de Jesucristo, de la fe y aceptación de Jesucristo. No rompamos, por ello, con nuestras raíces cristianas, que son el rasgo más sobresaliente de nuestra identidad. Sólo así, nos dijo el Papa en su último viaje a España, seremos capaces de aportar al mundo y a Europa la riqueza cultural de nuestra historia (Homilía en la Eucaristía de Canonizaciones, 5); así construiremos mejor a hacer realidad un gran sueño: el nacimiento de la nueva Europa del espíritu, una Europa fiel a sus raíces cristianas (Discurso a los jóvenes, 2). Esta es la voz del Papa, profeta de nuestro tiempo. Dios ha hablado por él, en su vida, en su muerte y tras ella. Ojalá escuchemos esta voz. Esta voz que nos dijo: "España evangelizada, España evangelizadora: ése es tu camino". Ahí está nuestro futuro, ahí tenemos nuestro camino, ahí encontramos la esperanza.

X Antonio Cañizares Llovera, Arzobispo de Toledo,
Primado de España