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Juan Pablo II: Fuerza del amor de Cristo
+ Agustín García-Gasco Vicente, Arzobispo de Valencia, España
3
de abril de 2005
La
grandeza inmensa de la personalidad de Juan Pablo II tiene una
explicación clara: su biografía va unida a un amor constante y
creciente hacia nuestro Señor Jesucristo y su Madre. Los retos,
las alegrías y los sufrimientos que tejen su biografía han sido
ocasión de expresar su confianza en la voluntad de Dios, que
siempre busca y cuida a sus hijos con verdadero amor de Padre.
Desde la identificación del siervo con
su Señor, de Juan Pablo II con Cristo, se pueden entender las
tres "catedrales" o monumentos que Juan Pablo II ha
regalado a la Iglesia y al mundo: una “catedral de la sabiduría”,
otra de “la alegría” y una tercera “del servicio”.
Karol
Wojtyla ya desde joven, y como sacerdote, obispo, cardenal y sumo
pontífice, ha sido un intelectual riguroso. En sus trabajos, la
colaboración entre la fe y la razón muestra hasta qué punto la
preocupación por la verdad favorece la unidad del ser humano, de
su inteligencia, su libertad y su corazón.
Su amor a la Universidad, su aprecio hacia
los profesores que acompañan a los jóvenes para dar respuesta a
sus inquietudes más profundas y más difíciles, se ha hecho
presente en su tarea magisterial como Sucesor de Pedro. Juan Pablo
II ha educado a la Iglesia y a la humanidad para que adquiera la
sabiduría que une y crea, frente al escepticismo que divide y
destruye.
El
magisterio de Juan Pablo II muestra que es perfectamente posible
ser cristiano y ser “de hoy”, y unir, allí donde se los
estaba separando o contraponiendo, la fe y la razón, la
inteligencia y la voluntad, la libertad y la verdad, la justicia y
la paz, la moral individual y el compromiso social, la persona y
la familia, el bien común y los derechos humanos. El resultado ha
sido un cuerpo doctrinal que es hoy una auténtica catedral de la
sabiduría.
Juan
Pablo II tuvo desde muy joven una sensibilidad singular hacia la
literatura, la comunicación y el arte dramático. Su formación
intelectual y su fuerza expresiva le han permitido construir auténticas
catedrales de la alegría. Sus viajes por todo el mundo, sus
encuentros con los jóvenes, las familias y con tantos otros
grupos sociales o profesionales, han suministrado encuentros
multitudinarios en los que todos los que participan experimentan
la alegría incomparable del encuentro personal.
Una
sociedad triste es aquella que cierra las puertas a Dios, a las
personas, porque el afán desmedido de bienestar y de seguridad
empobrece el rostro humano. Juan Pablo II ha celebrado con las
familias la alegría de los hijos, con los niños la alegría de
crecer, con los jóvenes la alegría de construir, con los científicos
la alegría de investigar, con los trabajadores la alegría de
crear juntos. Continuamente ha llamado su las distintas iglesias
particulares a vivir la fiesta de aquellos hijos suyos merecedores
de subir a los altares.
Juan
Pablo II ha llevado esa misma alegría a la vida diaria y
concreta, al rezo confiado del rosario, enriquecido con los
misterios de luz, a la participación jubilosa en la Eucaristía,
a la lectura agradecida de los textos de la Palabra de Dios, al
acercamiento confiado a la misericordia de Dios en el sacramento
de la penitencia, al encuentro singularmente conmovedor con los
enfermos y con los que sufren, a la práctica del deporte, y al
cuidado y disfrute de la naturaleza y el medioambiente.
La
tercera catedral es la del servicio. La formación sólida y la
alegría de vivir llevan necesariamente a servir a los demás
buscando su auténtico bien. Juan Pablo II ha defendido los
derechos humanos con una mirada atenta hacia los que se ven
amenazados por la pobreza o la violencia, hacia los que no pueden
ejercer sus libertades ciudadanas, hacia los que tienen difícil
fundar una familia, encontrar trabajo, expresar sus convicciones y
creencias, educar a sus hijos según sus convicciones, contribuir
eficazmente al bien común.
La
historia del final de un milenio y del comienzo del otro, el
horror de una patria violentamente arrebatada, la lacra de las
guerras, la dominación política de los totalitarismos y las
dictaduras, el azote del terrorismo, la violencia contra los
indefensos por razones de edad o salud, el escándalo de la
pobreza en el mundo de la superabundancia, han encontrado en Juan
Pablo II una respuesta constante y continua: el compromiso por
anunciar que podemos vivir según nuestra dignidad de hijos de
Dios, y la denuncia de todo aquello que nos lo impide.
Tanto
bien recibido tiene una explicación muy sencilla: quiso vivir
como su Maestro, quiso vivir en amistad con Cristo y pasar por el
mundo haciendo el bien. Juan Pablo II, gracias de corazón.
Con mi bendición y afecto,
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