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Funeral por el santo Padre, Juan Pablo II
+ D. Casimiro López Llorente.Obispo de Zamora, España
5
de abril de 2005
Oración
esperanzada
1.
Cada vez que el Señor nos reúne en torno a la mesa de su altar
actualizamos el misterio pascual de su muerte y resurrección, la
fuente de vida eterna para "todo el que crea en el Hijo de
Hombre" (Jn 3, 8). Esta tarde-noche nuestra celebración
de la Pascua del Señor se hace más intensa al ofrecer esta
Eucaristía por el eterno descanso del Santo Padre, Juan Pablo II,
en su pascua personal. El Papa ha muerto, ha pasado por la muerte
a la vida sin fin, ha llegado a la Casa del Padre para el
encuentro definitivo con Cristo Resucitado. Así lo esperamos
firmemente; y así se lo pedimos fervientemente al Señor para
quien le ha servido como su Vicario en la tierra, como Siervo
bueno y fiel, y como buen Pastor de su Iglesia con una entrega y
un amor admirables.
Sí,
hermanos: ésta es nuestra firme esperanza, porque Juan Pablo II
ha sabido vivir con Cristo, abrazado a su Cruz, muriendo poco a
poco con Él, gastando y desgastando su vida para mejor servir a
su Iglesia y a la humanidad. A lo largo de sus días, sobre todo
desde su elección como Sucesor de Pedro hasta el último momento
de su larga y grave enfermedad, no vivió para sí mismo, sino que
vivió siempre para el Señor. Vivió para el Señor y ha muerto
para Él, 'ofreciendo su vida en sacrificio' como Pablo (2
Tim 4, 6). En la vida y en la muerte ha sido del Señor (cfr. Rom
14 7-9). Ha entregado toda su vida al Señor Jesús, muerto y
resucitado, a la causa del Evangelio y de la humanidad con una
fidelidad y coherencia inquebrantables. A pesar de todas las
penalidades e incomprensiones, su pontificado ha sido una muestra
conmovedora de una fe sin fisuras y de un Sí personal de amor a
Jesucristo y en Él a todo ser humano; un Sí afirmado y renovado
día a día desde lo más hondo de su ser. Ese amor a Cristo,
muerto y resucitado, vivido con una gran intensidad interior y
confesado con un valor excepcional, como los Apóstoles, (cfr.
Hech 4,33) ha sido la fuente del amor en su ministerio: ¡un amor
cálido y cercano a todos, sin excepción! ¡Y un amor humano y
sobrenatural a la vez!
Como
Pablo dice de sí mismo, así también nosotros podemos afirmar de
Juan Pablo II que ha sido un hombre de Dios, un corredor de fondo
al servicio de Cristo y de su Iglesia: Él ha combatido el buen
combate, ha concluido su carrera, ha conservado la fe; por ello
habrá recibido ya del Señor, Juez justo, la corona merecida: el
abrazo definitivo y eterno de Cristo resucitado para participar de
su gloria para siempre (cf. 2 Tim 4, 7-8).
Acción
de gracias a Dios
2.
A nuestra súplica, llena de esperanza, por el Santo Padre, unimos
nuestra sincera acción de gracias a Dios. Él es la fuente y el
origen de todo don. Bien lo sabía el Santo Padre, quien gustaba
llamarse 'el siervo de los siervos'. Demos gracias a Dios por el
regalo extraordinario de Juan Pablo II para la Iglesia y para la
humanidad; demos gracias por los innumerables beneficios que a
través de él hemos recibido a lo largo de sus casi veintisiete años
de ministerio pontificio y misionero.
"Te
lo aseguro, de lo que sabemos hablamos; de lo que hemos visto
damos testimonio", dice Jesús a Nicodemo (Jn 3, 11). Jesús
habla de lo que conoce y da testimonio de lo que ha visto por ser
el Hijo de Dios; el Papa nos ha hablado de Dios providente y
misericordioso desde su profunda fe y desde su personal y mística
experiencia de Dios en Cristo. De manos de María, a quien él
tanto amaba y nos enseño a amar, contempló el rostro de Cristo y
fue su testigo excepcional y valiente para la Iglesia y para el
mundo.
Dios
nos ha concedido en Juan Pablo II un pastor bueno y fiel, que ha
entregado y gastado su vida por la Iglesia, a la que ha conducido
con sabiduría y valor a lo largo de más de un cuarto de siglo.
Él ha sabido clarificar la identidad y la misión de la Iglesia
en tiempos de confusión. Y lo ha hecho con entereza y fortaleza,
sin temor a críticas e incomprensiones. Él sabía bien que la
misión de la Iglesia, su credibilidad y su eficacia radican en su
fidelidad total a Jesucristo y a su Evangelio: desde el amor, sí;
pero, también desde la verdad.
El
Papa ha sido un verdadero maestro en la fe con un rico y extenso
magisterio sobre las verdades fundamentales de la fe. Ha aplicado
las enseñanzas del Concilio a la vida de la Iglesia: una Iglesia
que está llamada a ser presencia eficaz de Cristo resucitado para
todos los hombres; una Iglesia llamada a ser fermento de vida y de
unidad, de perdón y de paz, de justicia y de caridad entre los
hombres y los pueblos; una Iglesia llamada a vivir desde
Jesucristo, su Palabra y sus Sacramentos, la unidad en la fe y en
la vida con un mismo pensar y sentir (cfr. Hech 4, 32).
Con
la mirada puesta en Cristo, en quien se revela plenamente el
misterio de todo hombre, el Santo Padre ha sido un defensor
incansable de la dignidad de todos los hombres. Su fe en el valor
siempre actual del Evangelio de Jesús y su amor apasionado por
todo lo humano le ha llevado a proclamar sin cesar los derechos
inalienables de toda persona, el respeto a la vida humana en
cualquier circunstancia, las exigencias de la justicia, la primacía
del bien común y de la paz, basada en la reconciliación y el
perdón, y la necesidad de favorecer la renovación espiritual y
moral de los cristianos y de la sociedad en general.
El
Santo Padre ha sido un hombre de su tiempo y de su mundo, sin
dejar de ser un hombre de Dios, de Jesucristo y de la Iglesia.
Viajero y misionero incansable, el Papa ha ido al encuentro de
todas las personas, con las culturas y las instituciones sociales
y políticas, con las confesiones y religiones. No ha rehuido los
problemas más vivos del momento para ofrecer siempre la verdad
del Evangelio de Jesús y la Vida nueva de su Espíritu.
Acción
de gracias de nuestra Iglesia diocesana
3.
Como Iglesia diocesana agradecemos al Santo Padre su entrega total
y sin reservas al ministerio que el Señor le confió. Ha sido un
gran hombre, un gran cristiano, y un gran Papa, servidor del Señor,
de la Iglesia y de la humanidad. Todavía están recientes en mi
memoria sus muestras de cariño de padre y pastor hacia todos
nosotros en mi Visita ad limina. De modo especial, hacia los niños
en su iniciación en la fe y vida cristiana; hacia los jóvenes
-sus amigos predilectos-, a quienes hasta el final ha mostrado un
amor sincero desde la verdad sin rebajas y la coherencia de su
propia vida; hacia los matrimonios y las familias, a quienes
siempre alentó a vivir lo que sois; y hacia los mayores y los
enfermos en su edad avanzada y en su dolor. Todos sin excepción,
estábamos en su mente y en su corazón: seglares y consagrados,
sacerdotes y seminaristas, trabajadores y profesionales.
Aunque
su pérdida visible nos apena, hoy nos sentimos más fortalecidos
en la fe, más alentados en la esperanza y más animados a vivir
la caridad tras las huellas de Cristo al servicio de la Nueva
Evangelización. Acojamos su herencia, verdadero don de Dios para
la Iglesia y para cada uno de nosotros.
El
Santo Padre, testigo incansable de la esperanza que no defrauda,
nos dijo al inicio de su pontificado y nos repite hoy: "¡No
tengáis miedo! ¡Abrid vuestras puertas de par en par a
Cristo!": las de nuestro corazón, las de nuestras familias,
las de nuestros pueblos y ciudades, las de nuestra nación y las
de Europa, las de toda la humanidad. Cristo resucitado es la
Esperanza de la humanidad. Dichosos los que "esperan con
amor su venida" (2 Tim 4, 8).
Exhortación
final
4.
Nuestra acción de gracias y las plegarias de toda nuestra Iglesia
diocesana de Zamora se unen a las de la Iglesia Universal para que
la esperanza de la Gloria se haga realidad para nuestro querido
Papa, Juan Pablo II. ¡Que el Señor Resucitado, acoja a su siervo
fiel y solícito por toda la eternidad en la asamblea de los Ángeles
y de los Santos! Así se lo confiamos a María, Madre del Señor y
Madre nuestra, la Reina del Cielo, a la que Juan Pablo II dedicó
su vida y consagró su ministerio. En estos momentos elevamos
también nuestra oración a Cristo Jesús, el Señor Resucitado,
el Señor y Esposo de la Iglesia, para que nos dé pronto un
pastor según su Corazón, que sea su Vicario fiel y guíe con
entrega y generosidad a su Iglesia. Amén.
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Casimiro López Llorente
Obispo de Zamora
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