Primer aniversario de la muerte de Juan Pablo II: "Dejadme ir"

Padre Javier Leoz

 

1. "A su manera, muchos hombres y mujeres que hoy se sienten alejados de la Iglesia, nos están diciendo: "Queremos ver a Jesús". A todos ha de ser anunciada la Buena Nueva de Jesucristo, vencedor del pecado y de la muerte, reconciliador de la humanidad con el Padre, esperanza única de salvación para cuantos creen en él" (Juan Pablo II, Mensaje al Congreso español sobre Evangelización, 3 de septiembre de 1985).

Recogemos este texto (alusivo al evangelio de este V domingo de cuaresma) recordando la figura del Papa Juan Pablo II y, lo que ella (en toda su consistencia humana, eclesial, espiritual e intelectual) ha supuesto para la Iglesia Católica y para el mundo entero.

Celebramos el primer aniversario de su fallecimiento y, al igual que entonces, seguimos confiándolo a Dios para que le ofrezca un descanso bien merecido en espera de la resurrección definitiva. 

-Una gran factura permanece al pie de la cruz, por aquel hombre, sacerdote, obispo y Papa que, contemplándola se perdía en ella. Supo, además, peregrinar con ella, por ella y llamándonos a una incesante búsqueda y encuentro con Jesús.

-Una larga cuenta subsiste delante del sagrario, por aquel Papa que vino del frío, pero que supo calentar su existencia, y también la de los demás, durante más de 25 años animándonos a vibrar con la fuerza de la Eucaristía; con la seguridad de la Palabra de Dios; emplazándonos a la esperanza de creer, vivir y renovar la presencia de Jesús en nuestra Iglesia.

-Una gran deuda queda delante del Señor, por aquel que intentó servirle con valentía, coherencia, incomprensión, atentados, enfermedad, lucha, pasión, decisión, contracorriente y convencido de lo que hacía y decía.

Aquella frase “dejadme ir”, al atardecer del sábado de hace un año, sigue resonando en nuestros oídos y manifestándonos la alegría máxima de todo cristiano y del Papa Juan Pablo II: encontrarse con el Señor.

2.- Camino de la Pascua, también nosotros, queremos ver al Señor. No podemos permitir que el fenómeno de las vacaciones, disipe lo esencial de estos días: pasará el Señor. No sería bueno que, lo secundario, enturbiara esa gran verdad que fue el eje existencial de un Jesús de Nazaret en su modo de ser, vivir, obedecer y obrar: todo por su Dios en pro del hombre. Nos amará con tal locura que, por nosotros, subirá a la cruz. Y, en la cruz, dará ese toque especial de “dolor” como prueba determinante de la autenticidad de lo que dice y hace.

¿Queremos ver al Señor? ¿Buscamos sentir su presencia? ¿Tenemos ganas de una Semana Santa o de una semana pagana? ¿Haremos de esta próxima Semana Santa un tiempo para buscar, orar y adentrarnos en el Misterio de la vida de Jesús de Nazaret? 

“Ha llegado la hora”. Hemos estado disponiendo, aún lo estamos haciendo, el corazón y la vida personal de cada uno porque, precisamente, queremos ver al Señor. Dentro de no muchos días reviviremos diversos gestos, ritos, símbolos y manifestaciones religiosas que denotarán, en parte, que estamos en esa “hora” para la que el Señor nació, murió y luego resucitó.

3.- Pero, como siempre, surgirá la pregunta del millón ¿Qué nos impide ver a Jesús? Hay muchas almas agitadas, y no precisamente por las aguas de Cristo, sino por las turbulencias del mundo: por la fiebre del simple disfrute; por el poderoso caballero don dinero; por la ausencia de Dios en el día a día; por el alejamiento y olvido sistemático de aquellas coordenadas que Jesús nos marca para encontrarnos con Dios, y convertirlo en el centro de nuestra fiesta, de nuestra vida o de nuestra existencia.

Pidamos al Señor que, de aquí al Domingo de Ramos, pensemos cómo vamos a celebrar la Semana Santa. Si la queremos santa o mediocre, con Palabra de Dios o con simple slogan publicitario, en referencia a Cristo o totalmente descafeinada, en oración o con ruidos ensordecedores.