Asistimos a un evento extraordinario

Carlos Navarro, L.C. 

 

Hace tres años que vivo en Roma. Es indudablemente una oportunidad muy especial por la que hay que dar gracias. Dentro de diez, quince o veinte años, algunos me preguntarán: ¿Viviste en Roma? ¿Conociste tal o cual lugar? ¿Conociste el Vaticano? Y tal vez alguno me diga: ¿En qué año? Y más que responder «en el año “tal”», diré: «Viví en Roma en el año en que murió Juan Pablo II».

Fue un evento extraordinario. Cualquiera puede darse cuenta de ello, de modo muy especial, los que estuvimos ahí. Durante aquellos días, nos envolvía una atmósfera singular que se manifestaba con la presencia de miles de personas. Personas que venían desde otras ciudades y de otros países. Personas que llegaban a la Plaza de San Pedro y se recogían en oración. Personas a quienes no les importaba estar de pie durante horas. Personas llenas de paz, de gratitud y de benevolencia.

¿Qué sucedió? ¿A quién fuimos a ver? ¿A un hombre anciano que moría? ¿Un gran científico? ¿Un gran estadista? Yo creo que simplemente fuimos a ver a un hombre de fe que entraba en la eternidad.

¿Por qué fuimos a verle? ¿Resolvió nuestra situación económica? ¿Promulgó leyes más justas? ¿Abolió la discriminación? Algo habrá de esto. Sin embargo, el motivo era mucho más profundo y mucho más simple. Tan solo queríamos estar por última vez con quien nos había dado uno de los más grandes testimonios de fe y de vida cristiana. Evangelio vivido hasta la muerte. Como un soldado que cumple su misión muriendo en la línea de batalla. 

La muerte de Juan Pablo II fue la más concurrida de la historia. Tan solo el día en que falleció había más de setenta mil personas en la Plaza de San Pedro. Al día siguiente, durante la Misa de exequias, había cerca de cien mil. 

Durante esa semana, las autoridades romanas declararon que hubo cerca de dos millones de peregrinos, de los cuales unos ochocientos eran diplomáticos y jefes de estado que asistieron a la Misa de cuerpo presente. 

Indudablemente, los miles de hombres y mujeres, niños y jóvenes que pasamos aquella noche a las puertas de la basílica vaticana acudimos a un evento extraordinario. 

«¿En qué año estuviste en Roma?» En el año en que Juan Pablo II entró en la eternidad.