Un Justo

José Rubén Valencia, L.C.

 

Y Dios tenía que destruir el mundo porque sus obras eran malas. «...pero, Señor, ¿si hubiera 99 justos destruirías el mundo?», preguntó el profeta. 

El Señor le contestó con firmeza: «No los hay..., no hay 99 justos en este mundo egoísta. Todos piensan en su felicidad. Están muy ocupados». 

El profeta cada vez más nervioso levantó de nuevo una súplica: «¿Y si hubiera 30 justos? Debe haber al menos 30 hombres buenos». 

El Señor, que ya pensaba en si sería una gran ola o una guerra terrorista o una devastadora enfermedad, le respondió: «No los hay... si no murieran tantos niños los tendrían, pero no los hay...». 

El profeta en un último gemido desesperado dijo: «¿Y si hubiera un justo en este planeta? Si hubiera un sólo hombre que te agrade, ¿aún así nos destruirías?». 

Y el Señor por primera vez volvió su rostro al mundo, se compadeció de ellos y dijo: «Tienen a un justo, un hombre fiel que me recuerda a mi Hijo, lleno de bondad y de amor, de dolor y de donación. Por ese justo no destruiré al mundo».

Por fin el profeta pudo tomar aire. Hasta que llegó la noche en que el justo murió... Todo se paralizó. Era el 2 de abril, hace exactamente un año: Juan Pablo II expiró. 

El mundo se quiso esconder de su Creador. Había perdido su baluarte. Estaba desnudo.

Y el Señor mandó llamar de nuevo al profeta para dictar sentencia de manera definitiva. 

El profeta se ocultó por varios días. Por fin se presentó y le dijo al ya impaciente Señor: «Dios de vivos, tú sabes que somos tus siervos y que nada podemos ofrecerte…». El Señor le interrumpió. Con lágrimas en los ojos miró al profeta y le dijo conmovido mientras repicaban las campanas de la plaza y un humo blanco captaba su atención: «... él también... él también... Ustedes siempre tendrán a un hombre justo...».

En el primer aniversario de la muerte de S.S. Juan Pablo II y de la elección de Benedicto XVI.