Totus Tuus". Juan Pablo II habla de su devoción a María

Agencia Fides

 

El “Totus Tuus” de Juan Pablo II ha resonado en la Iglesia desde los inicios de su ministerio. Como Pastor universal en su primer radiomensaje “Urbi et Orbi”, el Papa, recordando su elección como Pontífice, decía:

“... En esta hora, para nosotros difícil y de intranquilidad, no podemos hacer menos que dirigir con filial devoción nuestra mente a la Virgen María, la cual siempre vive y actúa como Madre en el misterio de Cristo y de la Iglesia, repitiendo las dulces palabras “Totus Tuus” que hace veinte años escribimos en nuestro corazón y en nuestro escudo, en el momento de nuestra Ordenación episcopal...”.

En su libro “Don y Misterio”, el Santo Padre nos explica de dónde proviene el “Totus Tuus”.

“...Hubo un momento en el cual me cuestioné de alguna manera mi culto a María, considerando que éste, si se hace excesivo, acaba por comprometer la supremacía del culto debido a Cristo. Me ayudó entonces el libro de San Luis María Grignion de Montfort titulado “Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen”. En él encontré la respuesta a mis dudas... El autor es un teólogo notable. Su pensamiento mariológico está basado en el Misterio trinitario y en la verdad de la Encarnación del Verbo de Dios... Esto explica el origen del “Totus Tuus”. La expresión deriva de San Luis María Grignion de Montfort. Es la abreviatura de la forma más completa de la consagración a la Madre de Dios”.

En la Encíclica “Redemptoris Mater”, dedicada a la Madre de Dios, el Papa explica el significado de la consagración a María:

“La dimensión mariana de la vida de un discípulo de Cristo, se expresa en modo especial a través de la consagración filial a la Madre de Dios, iniciado con el testamento del Redentor en el Gólgota. Consagrándose filialmente a María, el cristiano, como el Apóstol Juan, recibe “entre sus pertenencias” a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de la propia vida interior, es decir, en su “yo” humano y cristiano: “La tomó consigo”. Así él trata de entrar en el radio de acción de aquella “materna caridad”, con la cual la Madre del Redentor “se ocupa de los hermanos de su Hijo”, para cuya regeneración y formación, ella coopera” según la medida del don, propia de cada uno, gracias al poder del Espíritu de Cristo. Así, también se explica aquella maternidad según el Espíritu, que se ha convertido en la función propia de María bajo la Cruz y en el Cenáculo”.

El Santo Padre, en su Magisterio vuelve muchas veces a meditar aquellos dos versículos, en los cuales confía María al Apóstol Juan (Jn 19, 26-27), como en la Audiencia general del 23 de noviembre de 1988:

“Pero aquel acto solemne de confianza («Mujer, he allí tu hijo»), ese situarse en el corazón mismo del drama de la Cruz, aquella sobriedad y esencialidad de palabras que se dirían propias de una forma casi sacramental, hacen pensar que más allá de las relaciones familiares, el hecho debe ser considerado en la perspectiva de la historia de la salvación, donde la mujer, María, ha sido comprometida con el Hijo del hombre en la misión redentora.”

En su primera Encíclica “Redemptor Hominis”, Juan Pablo II nos habla también, sobre la maternidad espiritual de la Madre de Jesús. En efecto, Ella tiene un papel único y excepcional en el plano de salvación universal. Ella es la Madre del Redentor y de todos los redimidos. Así se contempla el misterio de su maternidad:

“...Su mismo Hijo quiso explícitamente extender la maternidad de su Madre - y extenderla de un modo fácilmente accesible a todas las almas y a todos los corazones- señalándole desde lo alto de la Cruz al discípulo predilecto como hijo... y a continuación todas las generaciones de los discípulos y todos aquellos que confiesan y aman a Cristo - como el Apóstol Juan- recibieron espiritualmente en sus casas a esta Madre. De este modo, ella desde los mismos inicios, es decir desde el momento de la Anunciación, ha sido insertada en la historia de la salvación y en la misión de la Iglesia. Por lo tanto, todos nosotros, los que formamos la presente generación de los discípulos de Cristo, deseamos unirnos a ella en un modo particular... Si, en efecto, en esta difícil y responsable fase de la historia de la Iglesia y de la humanidad, advertimos una especial necesidad de dirigirnos a Cristo, que es Señor de su Iglesia y Señor de la historia del hombre por la fuerza del misterio de la redención, nosotros creemos que nadie sabrá introducirnos como María en la dimensión divina y humana de este misterio. Nadie ha sido introducido en ese misterio por Dios mismo como María. En esto consiste la excepcional característica de la gracia de la maternidad divina... Y, por esto, el corazón debe ser también maternalmente inagotable. La característica de este amor materno, que la Madre de Dios introduce en el misterio de la redención y en la vida de la Iglesia, encuentra su expresión en su singular cercanía al hombre y a todas sus vicisitudes. En esto consiste el misterio de la Madre. La Iglesia, que la contempla con amor y esperanza muy especial, desea compenetrarse de este misterio de manera siempre más profunda... Por consiguiente, María debe encontrarse en todos los caminos de la vida cotidiana de la Iglesia. A través de su maternal presencia, la Iglesia tiene la certeza de que vive verdaderamente la vida de su Maestro y Señor, que vive el misterio de la redención en toda su vivificante profundidad y plenitud...”.

El Papa parece habernos señalado con el “Totus Tuus” la expresión de plena y gozosa acogida de la maternidad espiritual de la Virgen María, la respuesta diligente a la invitación de Jesús: “He allí tu Madre” (Jn 19,27). Es la Madre que nos introduce en el Misterio del Hijo. Es en el Gólgota que el Santo Padre nos hace contemplar el cenit de la dimensión mariana. Es aquí, en el extremo sacrificio de Cristo Redentor, que ha iniciado el “Totus Tuus” como camino de consagración de la Iglesia y de la humanidad entera a María Corredentora, realizado por el mismo Jesús. Así continúa en los siglos aquel “Acto de Consagración” que, radicado en la voluntad salvífica de Jesucristo crucificado, tiene un valor que sobrepasa el espacio y el tiempo, se extiende mas allá de los confines de la Palestina y atravesando la historia humana, alcanza a cada uno de nosotros. Juan Pablo II, con su “Totus Tuus”, ha puesto ante nuestras conciencias la “sagrada consigna” de que Cristo desde la Cruz, nos ha invitado a caminar con María:

“Cristo, en el momento más sagrado y solemne de su vida, nos ha hecho el regalo más precioso. Era su última voluntad, su tesoro más querido, María, su Madre. Estas fueron sus últimas palabras, que hemos apenas escuchado. Es «el testamento de la Cruz»: «Jesús, entonces, viendo su Madre y, a un lado de ella, el discípulo amado, dijo a su Madre: ‘Mujer, ¡allí tiene a tu hijo!’. Después dijo a su discípulo: ‘¡Allí tienes a tu Madre!’ (Jn 19,26-27)
Con esta consigna, Jesús dona a María como madre a toda la humanidad en la persona de Juan, el joven discípulo amado. Jesús transforma así todos los redimidos en hijos de María. A partir de este momento, ninguno en el mundo se sentirá realmente solo o abandonado en las vicisitudes de la vida. Jóvenes, ¡María camina con ustedes!. También ella nos repite al lado de su Hijo: «No teman, yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo». Cristo non ha hecho el más bello de los dones: seguir presente entre nosotros a través de la solicitud y la protección materna de María de Nazaret” (8 de mayo de 1990)

En Fátima Juan Pablo II en la homilía del 13 de mayo de 1982, hablaba acerca del significado de consagrar todo el mundo al Corazón Inmaculado de María. Un texto fundamental para comprender el “Totus Tuus” en dimensión universal:

“Consagrar el mundo al Corazón Inmaculado de María significa acercarse, mediante la intercesión de la Madre a la misma Fuente de la Vida, que brota en el Gólgota. Esta Fuente ininterrumpidamente brota con la gracia y la redención. Continuamente se realiza en Ella la reparación de los pecados del mundo. Incesantemente es Fuente de vida nueva y de santidad.

Consagrar el mundo al Inmaculado Corazón de la Madre, significa retornar a la Cruz del Hijo. Más aún, eso quiere decir consagrar este mundo al Corazón herido del Salvador, restituyéndolo a la fuente misma de la Redención. La Redención es siempre más grande que el pecado del hombre o que el «pecado del mundo». El poder de la Redención supera infinitamente toda la gama del mal que hay en el hombre y en el mundo.

El corazón de la Madre es consciente de todo esto, como ningún otro en el cosmos. Por esto llama. Llama no sólo a la conversión sino que también llama a hacernos ayudar por ella, Madre, para retornar a la Fuente de la Redención.

Consagrarse a María significa dejarse ayudar por ella a ofrecer la humanidad y a nosotros mismos a «Aquel que es Santo», infinitamente Santo. Dejarnos ayudar por ella – recurriendo a su corazón de Madre, abierto al pie de la Cruz al amor hacia todo hombre, hacia el mundo entero- para ofrecer al mundo, al hombre, a la humanidad y a todas las naciones, a Aquél que es infinitamente Santo. La santidad de Dios se ha manifestado en la redención del hombre, del mundo, de la entera humanidad, de todas las naciones: redención realizada mediante el Sacrificio de la Cruz. «Por ellos me consagro Yo mismo», había dicho Jesús (Jn 17,19). Con el poder de la redención, el hombre y el mundo han sido consagrados. Han sido consagrados a Aquél que es infinitamente Santo. Han sido ofrecidos y confiados al Amor mismo, al Amor misericordioso.

La Madre de Cristo non llama y nos invita a unirnos a la Iglesia del Dios vivo en esta consagración al mundo, en esta consagración mediante la cual el mundo, la humanidad, las naciones y todos los hombres son ofrecidos al Eterno Padre con el poder de la Redención de Cristo. Ellos son ofrecidos en el Corazón del Redentor atravesado en la Cruz.

La Madre del Redentor nos llama, nos invita y nos ayuda a unirnos a esta consagración, a esta custodia del mundo. Será así, en efecto, que nos encontraremos lo más cercanos posible al Corazón de Cristo traspasado en la Cruz”.