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La repercusión histórica del Papa Juan Pablo II.
José Antonio Benito Rodríguez
Sigue presente en Perú el vivo recuerdo de
las entrañables visitas del Papa. El Campo Marte de Lima, entre
otros, alberga en el colorido de sus mosaicos la creatividad
afectiva de las regiones del Perú profundo. Calles, colegios,
monumentos, distritos, llevan su nombre.
Desde el privilegiado observatorio que es el Vaticano, a través
de los numerosos puntos de información de la Iglesia y los
permanentes encuentros papales (visitas ad limina, viajes
apostólicos, recepciones oficiales...), podemos asegurar que
nadie como Juan Pablo II ha conocido la realidad del acontecer
mundial, así como su trayectoria histórica. Siempre están
presentes en sus documentos un diagnóstico actualizado de la
palpitante actualidad al que corresponde un lúcido análisis y un
entusiasta programa de acción. Difícil es acertar con la clave
del mismo; imposible, en un breve artículo, analizar su
desbordante magisterio y fecundísima actividad. El purpurado
alemán J. Ratzinger afirma que la clave de su pontificado es la
primacía de Dios en el centro del cosmos y de la historia. El
Papa cree que los siglos tienen su propia fisonomía; por eso
espera que los grandes hundimientos de este siglo y sus
lágrimas, sean recogidas y se conviertan en un nuevo comienzo...
La inagotable energía con la que se mueve el Papa tiene su
origen, precisamente, en esta esperanza suya”.
Este sentimiento está presente continuamente en el corazón del
Papa como demuestra con la paradoja propuesta, al concluir la
dilatada entrevista con el periodista V. Messori: “para liberar
al hombre contemporáneo del miedo... es necesario desearle de
todo corazón que lleve y cultive en su propio corazón el
verdadero temor de Dios... fuerza del Evangelio” que genera
“hombres santos, es decir, verdaderos cristianos, a quienes
pertenece en definitiva el futuro del mundo”. Y cita, a
continuación, al filósofo André Malraux que “el siglo XXI será
el siglo de la religión o no será en absoluto”.
G. Weigel —biógrafo del Papa— destacará que “Juan Pablo II ha
renovado decisivamente el papado para el siglo XXI, recuperando
y renovando la primacía evangélica del oficio de Pedro del
primer siglo de la Iglesia” convirtiéndolo en “el más
consecuente desde la Reforma del siglo XVI” . Sus ocho grandes
contribuciones o hitos son: la renovación del papado, la puesta
en práctica en su totalidad de la doctrina del Concilio Vaticano
II, el desmoronamiento del comunismo, la clarificación de los
retos morales a los que se enfrenta la sociedad libre, la
impronta del ecumenismo en el corazón del catolicismo, el nuevo
diálogo con el judaísmo, la redefinición del diálogo
interreligioso y la inspiración personal que ha cambiado
incontables vidas. Tras dieciséis años de estudios sobre la
persona y escritos del Papa, así como de cuatro buceando en su
mundo interior, el mejor biógrafo del Papa, concluye: “es un
hombre que se ha esforzado muchísimo por ofrecer a las personas
de su tiempo los instrumentos necesarios que hacen que vivamos
la vida de una manera digna”.
En otra biografía más desenfadada y crítica, C. Bernstein-M.
Politi se le reconoce el ser un firme baluarte de la unidad del
ser humano y portavoz de valores universales:
“El mundo sabe que es el último de los gigantes en el escenario
internacional, que no hay otros grandes heraldos de una visión o
principio universal... Juan Pablo II ha quedado casi solo
predicando la dignidad del trabajador y la ayuda para los
desempleados, urgiendo la reconciliación y la solidaridad entre
los diversos segmentos de la sociedad y exhortando a las
naciones ricas a preocuparse por los países asfixiados por la
pobreza y la deuda externa... De repente, en un escenario
mundial dominado por profundas divisiones económicas, nacionales
y religiosas, el Papa se destaca como el único vocero
internacional de valores universales. Ofrece un Evangelio de
salvación y esperanza a la luz de los nuevos ídolos: el egoísmo
tribal, el nacionalismo exacerbado, el fundamentalismo
fieramente sectario y violento, las ganancias sin preocupación
alguna por la calidad de la vida humana”.
Ha querido y en parte lo ha conseguido: dar confianza,
seguridad, esperanza a todo el género humano. Jorge Basadre, tan
recordado en Perú por conmemorar su centenario, en su obra Perú
vivo (Lima 1966) nos dará la solución concreta: “lo que
realmente importa, en la vida y en la obra, es ser uno leal
consigo mismo, proceder de acuerdo con el fondo ‘insobornable’
que todos llevamos dentro”. G. K. Chesterton, al caracterizar a
Santo Tomás Moro, parece describir a Juan Pablo II: “era, por
encima de todo, un hombre histórico: él representó a la vez un
tipo de hombre, un momento crucial y un destino último. Si no
hubiera existido este singular hombre en aquel particular
momento, toda la historia hubiera cambiado de rumbo”.
El popular periodista sacerdote José Luis Martín Descalzo en el
programa televisivo “Cinco papas del Siglo XX” destacó los tres
saltos dados en el cónclave de octubre de 1978 que eligió a K.
Wojtyla: Un papa no italiano, el anterior —555 años— fue Adriano
de Utrech, preceptor del emperador Carlos V; un papa joven, 58
años; un papa del Telón de Acero, de la Europa comunista. Un
Papa que ha ido respondiendo —uno a uno— a los inquietantes
desafíos de este cambio de época entre los dos milenios. Con
razón se le ha llamado el Papa Magno: Si para la Edad Antigua,
frente a los bárbaros tuvimos a San León Magno; para la Edad
Media, frente al siglo de hierro eclesial, surgió San Gregorio
Magno; para la Edad Moderna, con la Reforma Católica, San Pío V;
para nuestro tiempo de relativismo y pesimismo, Juan Pablo II
será el testigo del esplendor de la verdad y el campeón de la
lucha por la vida, la paz y la solidaridad.
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