Juan Pablo II: "¡No tengáis miedo!"

+ Mons. Julián López Martín, Obispo de León

 

No es fácil hacer, en un breve artículo, una semblanza del Papa Juan Pablo II. Su personalidad es extraordinariamente rica, como lo demuestran su biografía de obrero, de estudiante, de actor de teatro, de seminarista clandestino, de cura entre los universitarios y de obispo en una ciudad industrial, sus escritos y, por supuesto, el desarrollo de todo su pontificado, el tercero más largo de la historia y, enno pocos aspectos, el más novedoso. Pocos personajes de nuestro tiempo han logrado, sin habérselo propuesto, mantenerse en el primer plano de la actualidadmundial, año tras año. 

No podía ser de otra manera. El Papa venido de lejos –Polonia en 1978 estaba todavía detrás del “telón de acero”-, entendió su misión bajo una doble coordenada. Por una parte hacer de puente –eso quiere decir la palabra pontífice- entre Oriente y Occidente, consciente de que era eslavo entre los latinos y latino entre los eslavos. De ahí su gran mensaje lanzado en Santiago de Compostela a la “vieja Europa”, en 1982, para que avivara sus raíces cristianas y recuperara su identidad. Por otra parte, introducir a la Iglesia Católica en elsiglo XXI y en el nuevo milenio. La puerta santa del Jubileo del año 2000 fue, en verdad, el “umbral de la esperanza” que las generaciones adultas y aún las jóvenes parecía que no se atrevían a atravesar. Como un nuevo Moisés empuñó la cruz como cayado, y puso a toda la Iglesia en actitud de peregrinación, caminando él delante.

Todavía recuerdo las imágenes de la televisión, en la mañana del 22 de octubre de 1978, en la inauguración de su ministerio de Sucesor de Pedro, cuando Juan Pablo II gritaba: “¡No tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Jesucristo! ¡El conoce lo que hay en el interior del hombre! Aquel grito ha sido una verdadera consigna del pontificado del Papa polaco, y sin duda una de las claves para interpretarlo. La exclamación, que entraña una actitud vital bien poseída, está tomada del Evangelio, lo mismo que la más reciente de “¡Boga mar adentro, echad las redes!”. En efecto, Juan Pablo II no ha tenido miedo nunca, ni cuando lo arrolló un camión, siendo obrero en una cantera de cal, ni cuando se preparaba para el sacerdocio en plena ocupación nazi de Polonia, ni cuando, siendo obispo auxiliar de Cracovia, logró una iglesia para los trabajadores de la factoría de Nueva Huta en los años duros del comunismo, al que finalmente contribuyó a vencer. Como tampoco tuvo miedo cuando, el 13 de mayo de 1981, caía herido por una bala asesina en la Plaza de San Pedro. ¿Cómo iba a tener miedo a mostrar su humanidad dañada por el Parkinson, o a enfrentarse a la muerte? 

Hacía años que había dejado de usar el báculo pastoral en forma de cruz, para apoyarse tan sólo en un vulgar bastón, antes de pasar definitivamente a la silla de ruedas; pero había que seguir, aferrado a la cruz, como tantas veces lo hemos visto en los Víacrucis del Coliseo, menos en el último Viernes Santo, en que tuvo que seguirlo desde su apartamento. Cuando se enteró de que se hacían cábalas sobre su posible renuncia, respondió con un tajante “¡Jesucristo no se bajó de la Cruz! Yo debo seguir, hasta que el Señor quiera!”

¡Cuánto se podría escribir tomando otros hilos conductores del pontificado de Juan Pablo II, como su gran devoción a la Santísima Virgen –“¡Todo tuyo, María!” -, o su incansable defensa de la vida humana, o de la dignidad del trabajo, o de la familia, o de la mujer, o de la paz!Pero creo que éste del “No tengáis miedo”, debería seguir resonando en nuestros oídos porque el hombre contemporáneo sigue teniendo miedo de sí mismo, de los otros hombres, de la naturaleza, del futuro, e incluso de Dios, al que imagina no como es, Padre de amor, sino como una fuerza dominadora.

Uno de los grandes mensajes liberadores que nos deja Juan Pablo II es precisamente el de que Dios no sólo existe, vive y actúa, sino que, sobre todo es amor, como afirmó el Apóstol San Juan en su primera carta. Mientras que, para ciertas tendencias filosóficas y pseudo-teológicas, Dios es la inteligencia del mundo, una especie de Gran Arquitecto, el Papa ha querido susurrar al oído de cada ser humano de nuestro tiempo: “¡Date cuenta, quien quiera que seas, de que eres amado! ¡Advierte que el Evangelio es una invitación a la alegría! ¡No te olvides de que tienes un Padre, y que cualquier vida, incluso la que para los hombres es más insignificante, tiene un valor eterno e infinito a sus ojos!”.