Amigo Juan Pablo, te vas pero te quedas 

Arnold Omar Jiménez Ramírez / Jesús Carlos Chavira Cárdenas

 

Juan Pablo II, El Grande, sigue batiendo récords y sorprendiendo al mundo entero. En su funeral, el Pontífice venido de un «país lejano», logró unir al mundo, a personas de distintos credos, incluso, de pensamiento contrario al de la Iglesia, pero que reconocían en el Sucesor de Pedro la figura de un líder que peregrinó por el mundo predicando la paz, y promoviendo la dignidad humana. Difícilmente, volveremos a ver este episodio; difícilmente, otro personaje logrará reunir a tantos y tantos líderes y personas para darle el último adiós.

Durante la Misa Exequial del Sumo Pontífice, más de cinco millones de turistas se apostaron en los alrededores de la Plaza de San Pedro junto a los tres millones y medio de habitantes de Roma que, de cerca o a través de las 25 pantallas gigantes colocadas en toda la ciudad, observaron la última despedida que le dio el mundo a Karol Jozef Wojtyla, sin contar a los millones que lo observaron alrededor del mundo.

Unos dos mil 500 dignatarios de distintos credos y razas también estaban allí, incluido el presidente estadounidense George W. Bush, su homólogo francés Jacques Chirac, el Secretario General de Naciones Unidas, Kofi Annan, el Presidente de México, Vicente Fox y cuatro reyes, cinco reinas, y más, muchos más personajes en todos los ámbitos. Todas estas cifras se suman a los 70 millones de personas con las que tuvo contacto directo en sus 150 viajes, y a los 17 millones que recibió en audiencia durante su pontificado en los pasillos vaticanos.

Aplauso interminable

Las nubes pusieron un velo gris sobre el cielo de Roma al momento en que el féretro color caoba que portaba el cuerpo de Juan Pablo II, apareció en el umbral de la Basílica de San Pedro. El reloj del sagrado recinto marcaba las 10:02 am (3:02 am en México). Los millones de fieles presentes lo recibieron con un aplauso interminable, mientras que doce hombres lo colocaron al frente del altar, afuera de la Basílica.

El sol que había comenzado a sentirse sobre las espaldas de los que inundaban la Plaza de San Pedro y la Vía della Conciliazione, desapareció; en los minutos previos, el ambiente no parecía de duelo; pero al comenzar la Misa Exequial por el difunto Papa, la solemnidad le imprimió otro matiz.

Los cantos alegres de los jóvenes italianos y polacos, cambiaron por rostros serios. Atrás habían quedado los minutos en que las porras y cantos se escuchaban en italiano, polaco y español; si los italianos cantaban, la multitud polaca respondía con la misma canción, pero en su lengua; si los latinoamericanos gritaban: ¡Viva el Papa!, la marea roja y blanca de polacos, alzaba la voz con un fuerte: ¡Polska! (¡Polonia!).

Emotiva, sin igual

La emotiva ceremonia la presidió el decano del Colegio Cardenalicio, el Cardenal Joseph Ratzinger, acompañado de 164 cardenales de todo el mundo. Puntualmente se siguió el rito llamado Ordo exsequiarum Romani Pontificis, establecido por la Constitución Vaticana Universi Dominici Gregis, promulgada por el mismo Karol Wojtyla, en 1996. A lo largo de la celebración, el Cardenal Ratzinger fue interrumpido por los aplausos de los fieles, ante la mirada atónita de los dignatarios de todo el mundo, de los mismos cardenales y obispos del orbe católico.

México y Polonia, siempre fieles

Entre tres banderas polacas, se erguía una mexicana. Esos dos pueblos que el Papa dijo llevar especialmente en el corazón. Ahí estaba Alejandro y su madre, dos poblanos quienes viajaron por trece horas para llegar a Roma; el mismo tiempo que hicieron el pasado miércoles 6 de abril, desde el inicio de la Vía della Conciliazione hasta el interior de la Basílica de San Pedro –debido a la multitud reunida–, que normalmente se camina en menos de diez minutos, para orar unos segundos ante el cuerpo tendido de Juan Pablo II. No importó que fuera tan sólo por unos segundos, como cuando pasaba por las calles de México; para ellos, todo sacrificio había valido la pena, así como el dormir junto con miles de peregrinos, en la calle, soportando la fría noche romana de la vigila a la Misa Exequial.

¡Hasta pronto, Juan Pablo II!

El reloj marcó las 12:40 pm; doce hombres volvieron a cargar sobre sus hombros el féretro del Santo Padre; su paso era lento, armónico, doliente. El pecho se oprimía. Las lágrimas se agolparon en las pupilas. La campana que el 2 de abril, a las 9:37 pm, alzó su voz para anunciar al mundo que el corazón del Papa se había detenido, volvía a entonar su canto de bronce para dar el último adiós a Juan Pablo II. La schola vaticana entonaba el Magnificat. Lentamente, el cortejo giro el féretro hacia la multitud estremecida, para quedar de frente a ésta. Un minuto de espera, y después, desapareció lentamente entre el oscuro umbral de la Basílica de San Pedro, para ser conducido a las grutas vaticanas. En la plaza, los aplausos quedaron por varios minutos más; el recuerdo, la oración, la enseñanza, la gratitud, se multiplicaron. Nadie quería irse.

Juan Pablo II había dado su última lección: La de la unidad de todos los pueblos, sin importar raza ni credo. Una pancarta, de los miles que le dedicaban al Papa, decía: Habemus sanctum (Tenemos un santo). Hasta pronto, Juan Pablo II; hasta pronto, Papa amigo. Pronto, en el Cielo, nos volveremos a ver.


“Desde la ventana del Cielo, él nos bendice”
• Xóchitl Zepeda León


«El Santo Padre ha sido sacerdote hasta el fondo, ha destinado su vida a las ovejas, a la familia humana y al servicio de la Iglesia, sobre todo, en las difíciles pruebas de los últimos meses. Así, ha sido una sola cosa con Cristo y un pastor que amó a sus ovejas y, permaneciendo en el amor y buscando el encuentro con todos, ha tenido la capacidad de perdón y el don de la apertura. Aprendiendo, en la escuela de Cristo, el arte del verdadero amor»; así definió a Juan Pablo II el Cardenal Joseph Ratzinger, Decano del Colegio Cardenalicio, quien presidió la Misa Exequial.

Durante la homilía que marcó el último adiós al Papa viajero, y tras mencionar la presencia de la Curia romana, de las Iglesias de todo el mundo que están en comunión con la sede de Pedro, de religiosos, fieles y de los jóvenes, el Cardenal Ratzinger explicó cómo Su Santidad, «rodeado y amenazado por el nazismo», escuchó la voz de Jesús que le decía: «Sígueme».

Fue desde entonces, refirió el purpurado alemán, que aceptó ser pastor y vivir su ministerio bajo tres postulados basados en las palabras del Señor: «No me habéis elegido vosotros, yo los he elegido a ustedes y los he mandado a que vayan y den fruto»; «El pastor ofrece la vida por la ovejas» y, «Como el Padre nos ha amado, así los amo Yo». Estas palabras resumen el «alma del Santo Padre», mencionó el Cardenal Ratzinger.

Añadió que siguiendo el mandato del Creador: «Levantaos e ir», Juan Pablo II fue a todas partes incansablemente, dejando un mensaje y un ejemplo a los discípulos de ayer y hoy, puesto que fue él, añadió el Cardenal Ratzinger, quien siguiendo la llamada de la Iglesia asumió el paso de Cristo.

Por ello, refirió el Decano del Colegio Cardenalicio, «ha querido darse a sí mismo en Cristo», llegando a todos los rincones y momentos, en su misión pastoral y siguiendo a fondo el Evangelio.

A salvo, de la mano del Señor

La profunda entrega a Cristo hizo que el Santo Padre Juan Pablo II llevara su amor por Él y a su Iglesia, más allá de las fuerzas humanas, siguiendo el ejemplo de San Pedro, a quien el Señor le pidió su martirio, que es una forma que resume el amor, enseñanza que Su Santidad supo asumir a cabalidad hasta el último aliento.

El Cardenal Ratzinger, a quien en más de dos ocasiones se le cortó la voz, refirió que en su pontificado, como joven lleno de fuerza, Juan Pablo II llegó hasta los confines del mundo y, después, entró en los sufrimientos de Jesús, descubriendo con ello la verdad de las palabras del Cristo sufriente, anunciadas en el Evangelio.

Señaló, que las múltiples dolencias físicas que experimentó Su Santidad, le han dado un nuevo sentido al sufrimiento y ha introducido una nueva dimensión, la del amor, que invita a «consumir el Mal con la llama del amor».

Siempre entre y con nosotros

El Cardenal Ratzinger recordó la inolvidable presencia del Papa Juan Pablo II en la ventana del palacio apostólico aquella mañana del domingo de Pascua, para dar la bendición a los fieles congregados en la Plaza de San Pedro. Ahora también, desde la ventana de la Casa del Padre, desde el Cielo, nos ve y nos bendice, refirió.

Fuente:
Semanario, Arquidócesis de Guadalajara, México