Marcado por la Cruz de Cristo

+ Juan Cardenal Sandoval Íñiguez, Arzobispo de Guadalajara

 

Nuestro Santo Padre, el Papa Juan Pablo II, ha llegado al Puerto donde todos hemos de llegar.
Ha tomado el camino hacia la eternidad, para encontrarse con su Creador.

Juan Pablo II llega a la hora suprema del encuentro colmado de méritos, tras haber llevado una vida santa y ejemplar, en la que destacan: Su amor a la oración, ya que el Santo Padre fue un hombre de profunda oración. Su trabajo incansable por la Iglesia de Dios, pues como sacerdote, obispo, cardenal y Sumo Pontífice, Karol Wojtyla dedicó todo su tiempo, energía, capacidades y amor, a difundir el Evangelio y a servir generosamente a su Dios y Señor Jesucristo, y desde luego su caridad y amor al prójimo, pues el Vicario de Cristo fue un hombre lleno de bondad, con un enorme corazón donde todos, creyentes y no creyentes, personas rectas o no, tuvimos acogida y encontramos comprensión.

Lo caracterizó además, una gran apertura, manifestada no sólo en asumir y atender problemas de la Iglesia, sino también los de la sociedad, que han preocupado al hombre en el final del siglo XX y principios del XXI. Ha dejado en suma este Papa una profunda huella y legado de humanidad, comprensión, sensatez y ejemplo, más allá de intereses e ideologías, que demostró su constante preocupación por el hombre, centro de la Creación y razón de ser de todo lo visible.

El Sumo Pontífice fue asimismo un hombre marcado por la Cruz de Cristo; un alma predilecta y elegida para asemejarse de una manera más perfecta a su Señor.

En un repaso breve de su vida sabemos que de niño Juan Pablo II quedó huérfano de madre, luego perdió a su hermano y posteriormente su padre. Así, solo y sin familia, pudo convertirse en miembro de todas las familias del mundo por su comprensión y cariño inagotables, y en hermano y padre de los creyentes.

La cruz le siguió cuando sacerdote, soportó la ocupación de su patria por los nazis; vivió luego bajo el régimen comunista y ateo durante muchos años y cuando llegó al Pontificado, vigoroso, alegre y lleno de ilusiones, conoció la cruz del sufrimiento físico, que lo acompañaría a lo largo de estos 25 años. El origen fue, sin duda alguna, el atentado sufrido en la Plaza de San Pedro, el 13 de mayo de 1981.

Mas con resignación cristiana soportó sus padecimientos, y en conformidad con la Cruz de Cristo, expresó, en momentos de gravedad: «Cristo no se bajó de la Cruz, tampoco lo haré yo», resuelto a seguir ofreciéndose por la salvación del mundo, hasta su último aliento.

Pienso que los frutos de la vida del Papa Juan Pablo II y sus sufrimientos serán abundantes, porque el dolor de los justos, como el de Jesús, el de la Virgen y de tantos mártires, no es estéril; es moneda de redención.

Habrá copiosos y benéficos frutos para la Iglesia gracias a la vida ejemplar y cruz de sufrimiento de nuestro extinto Santo Padre, el Papa Juan Pablo II.

Todos los católicos y hombres de buena voluntad que tanto amamos al Papa Juan Pablo II, seguiremos en oración, confiando en que en su cruce por el umbral de la eternidad, Cristo lo haya recibido y hecho partícipe de la Vida Eterna.

Encomendado también a la Santísima Virgen María, a la que tanto amó y a quien consagró su vida, especialmente su Pontificado, con aquel lema inscrito en su escudo: Totus tuus (Todo tuyo), seguramente bajo su amparo y protección lo habrá llevado de su mano al encuentro con Cristo Nuestro Señor.

Unidos en oración

Hermanos, les pido orar por nuestro amado Papa Juan Pablo II y por la Iglesia Católica, para que este proceso de elegir al Sucesor de Cristo en el Cónclave, sea afortunado y sepamos escoger con acierto a quien Dios nos tiene destinado.

Apreciada feligresía de la Arquidiócesis de Guadalajara, espero estar de regreso en tres o cuatro semanas, para seguir sirviéndolos con mucha alegría.

Dispongámonos a recibir al Papa elegido, con el amor y afecto que nace de la fe en Nuestro Señor Jesucristo. Recordemos que el valor fundamental del Papa es representar a Cristo Nuestro Señor aquí en la Tierra, motivo por el cual hemos de amarlo y escucharlo.

Fuente:
Semanario, Arquidócesis de Guadalajara, México