¿La Iglesia se desmorona? 

Pbro. Adalberto González González

 

Quienes fuimos formados a mediados del siglo pasado, en particular los que seguimos la formación sacerdotal, abrevamos en la profunda doctrina de un «sabio del siglo veinte», Su Santidad Pío XII, cuyo nombre de pila era Eugenio Pacelli. Era un hombre alto, delgado, tenía nariz aguileña, usaba anteojos al estilo de Quevedo; se trató de un hombre «hierático», que auxilió a cientos de judíos que fueron perseguidos durante la Segunda Guerra Mundial. En 1950, Pío XII proclamó el Dogma de la Asunción de María Santísima, en medio del alborozo universal del mundo cristiano y murió en Castelgandolfo el 8 de octubre de 1958; tras su deceso, se pensó que no habría otro hombre a su altura, que nadie podría igualarlo en sabiduría y justicia.

Artífice del Concilio Vaticano II

Tiempo después, se eligió a Juan XXIII como Sumo Pontífice, un hombre de baja estatura, de complexión gruesa, pero capaz de una bondad grande, según lo expone el libro Historia de un alma. Juan XXIII sorprendió a la Iglesia al convocar al Concilio Vaticano II, movido por la convicción de que la Iglesia necesitaba cambios en su estructura secular. También impulsó la primera etapa conciliar, que se desarrolló del 11 de octubre de 1962 al 8 de diciembre de ese mismo año. Juan XXIII fue un hombre de una bondad inagotable, un hombre decidido, de empuje encomiable; finalmente murió el 3 de junio de 1963. ¿Quien guiaría a la Iglesia con todo ese bagaje de cambios?.

Papa vigilante

A Juan XXIII lo sucedió un Papa vigilante, que solamente descansaba cuatro horas por la noche, y una a lo largo del día: Pablo VI, quien comercializó bienes de la Iglesia, organizó las finanzas vaticanas y dictó normas especiales para la santificación del Clero; fue asimismo el principal promotor de la segunda y tercera parte del Vaticano II, concluyéndolo el 18 de noviembre de 1965.

Puesto en marcha lo dispuesto en el Vaticano II, surgieron tensiones al interior de la Iglesia, impulsadas por los llamados de avanzada y los conservadores. El mismo Obispo de Roma fue víctima de estos problemas cruciales, hasta el punto de caer enfermo. Atendido en todo momento por las Hermanas Administradoras del Palacio Vaticano, falleció el 6 de agosto de 1978. Nuevamente surge la pregunta: ¿Y ahora quién reunirá las cualidades necesarias para llenar las sandalias de ese hombre brillante, literato e intelectual, Su Santidad Pablo VI, cuya espiritualidad nos fue legada a través de su hermoso testamento? Entonces, aparece la figura de Albino Luciani, Juan Pablo I, un hombre de sonrisa amable, excelente catequista, pero de frágil salud, enfermizo, y que resintió la enorme carga del Papado, muriendo calladamente la noche del 28 de septiembre de 1976, a los 33 días de haber ocupado la silla de Pedro.

E
lección de un “Papa desconocido”

La cuestión reaparece: ¿Quién conducirá la nave de Pedro? Fue electo Papa un «desconocido»; por primera vez en la historia se había elegido a un Sumo Pontífice no Italiano, el Cardenal Karol Wojtyla, Obispo de Cracovia y de nacionalidad polaca. Wojtyla fue un hombre que a nosotros, los mexicanos, nos resultaba desconocido, pero que al poco tiempo de su nombramiento, en enero de 1979, ya estaba planeando un viaje pastoral a México. Conocer esa noticia fue un hecho extraordinario, puesto que del nuevo Papa no sabíamos más que el nombre, porque pedíamos por él al celebrar la Misa y porque alguien traía de Roma algún souvenir con su imagen; al estar entre nosotros, percibimos su vitalidad y simpatía; lo consideramos como alguien nacido en nuestro pueblo, pero que llevaba un apellido castizo, Wojtyla. En nuestro País sintió ese cariño de las multitudes de fieles que lo alentaron a su paso, que revivieron la fe que da un horizonte profundo de colores, de cantos, de abrazos, de presencia de Dios. Cuantas veces el Papa Juan Pablo II volvió a México lo quisimos más, y de seguro fue así con todos los pueblos que visitó en los años de su largo y prolífico Pontificado. Y ahora que se nos fue, ¿qué sucederá? ¿La Iglesia se desmorona? De ninguna manera. La Iglesia está cimentada en Cristo y es guiada por inspiración del Espíritu Santo, y está en las manos de Dios Padre; ya vendrá el hombre adecuado para conducir la nave de Pedro, en estos tiempos difíciles.

Pongámonos de rodillas y oremos por el nuevo Papa y por la Iglesia; y no sigamos nomás pensando que la Iglesia está fincada sobre una roca. La Ecclesia somos todos.

Fuente: Semanario, Arquidócesis de Guadalajara, México