Más cerca que nunca. Siete consideraciones sobre la muerte del Papa

Daniel Gallegos Mayorga

 

Una «gran luz» se ha apagado. Sí, nos ha dolido la ausencia terrenal de alguien que aprendimos a amar porque lo conocimos entrañablemente; de alguien que se había hecho uno de nosotros: Papa mexicano y Papa universal, que supo amar sin condiciones, ni puso límite alguno a su particular forma de darse a los demás.

Es comprensible sufrir. Millones hemos llorado; lágrimas silenciosas han aflorado desde la paz del corazón y han sido como una oración de acción de gracias a Dios por el don de la vida del «Amigo», del «Padre», del «Pastor», de este santo contemporáneo que ha cimbrado al mundo con su testimonio heroico de amor a Dios y a los hermanos.

Mas a este respecto, nos vendría bien hacer una «lectura» espiritual sobre la muerte de Juan Pablo II.

Alegría en lugar de tristeza: Si es la tristeza la que domina nuestro ánimo, sin duda nuestra fe es pobre; atendemos más a las emociones. Que alguien, quien quiera que sea, alcance la meta de la santidad y más de la forma tan extraordinaria como lo hizo Juan Pablo II, ha de ser motivo de gran alegría, porque sabemos que la muerte está vencida y que el Papa está más vivo que nunca. Por lo tanto, no se ha perdido al «Amigo», sino que se ha ganado un «Santo».

Dirección de la oración: Las millones de oraciones que suben hasta el trono de Dios, desde todos los rincones de la Tierra, más que sufragios por el eterno descanso del Santo Padre, habrían de ser una acción de gracias a Dios, por habernos permitido el privilegio de ser «amigos» de este santo extraordinario. Nuestra oración se aprovecharía más si orásemos intensamente a Dios por la Iglesia, pues si decimos amar al Santo Padre, hemos de amar con mucha mayor intensidad a nuestra Iglesia, por la cual Cristo dio su vida, así como lo hizo su Vicario. ¡Si amamos al Papa, amemos a la Iglesia, con ardor, con pasión! Dejemos de criticarla y pongámonos a servirla como lo hizo nuestro amigo el Papa. Ahora, nuestra oración será muy útil, además, por el exitoso desarrollo del Cónclave, para alcanzar de Dios la bendición de otro nuevo Papa tan santo como aquél cuyo tránsito a la Vida Eterna nos alegra de manera extraordinaria.

La Iglesia es inconmovible: Si la ausencia de Juan Pablo II como «expertísimo timonel» de la Barca de Pedro nos causa zozobra y pensamos que la Iglesia se tambalea, nuestra fe es también débil. La Iglesia está cimentada sobre una Roca inconmovible que es Cristo y por más santo que sea el Romano Pontífice, su fundamento no es humano sino divino; por lo tanto, podemos estar completamente seguros que «las fuerzas del Infierno no prevalecerán contra Ella».


Más cerca que nunca: Si nos sentimos huérfanos por esta pérdida, volvamos nuestros ojos de fe a la «Comunión de los Santos», por medio de la cual estamos ciertos de participar de esta riqueza inmensa de los méritos de Cristo y de los miembros de la Iglesia triunfante que habita la Jerusalén Celestial, entre ellos, nuestro querido San Juan Diego, quien junto con María habrán conducido de la mano al Papa hasta Cristo... ¿Por qué dudarlo?... Ahora bien, si nunca tuvimos ocasión de viajar a Roma y visitar al Papa en la Santa Sede, ahora será muy fácil conversar con él. Qué hermoso es ahora tener a Cristo Eucaristía en nuestra boca, nuestro corazón y pedirle al mismo Señor, que nos conceda la caridad de darle un abrazo y un beso de nuestra parte al santo Papa. Ese mismo favor lo hará seguramente complacido nuestro ángel custodio, San Juan Diego, y sobre todo la Virgen María, quien, perfecta Intercesora, llevará gustosa nuestro amor y nuestro encargo a este hombre que se confió totalmente a su cuidado maternal. Entonces, ahora, por la fe, podemos decir con certeza que el Papa nos conoce, de manera plena y personal... ¡Ahora lo podemos sentir más cerca que nunca!... Podremos afirmar: El Papa me conoce por mi nombre y lo he adoptado como mi intercesor privilegiado... ¡Qué riqueza de la Comunión de los Santos!: Iglesia Triunfante, Iglesia Purgante e Iglesia Militante unidas en el mismo amor.


Se apaga una «Luz»; se encienden miles: Una gran luz se ha apagado, decíamos al inicio. Es cierto, mas recordemos que la sangre de los mártires es fermento de cristianos... ¡Cuántas miles de luces habrá encendido el Espíritu por medio del sacrificio del Papa en tantos hermanos de todos los rincones del orbe, como una repercusión de su santidad! ¡Cuántas conversiones!... ¡Qué lección de amor ha sido su vida para creyentes y no creyentes! ¡Qué ejemplo para los políticos de todo el mundo que afirman servir a su pueblo!... ¿Qué el Papa no es mártir?... El mejor martirio es el sacrificio sostenido por toda una vida: 26 años de incansable ofrenda de sí mismo.

El Espíritu nos está hablando de santidad: Estas muestras únicas y quizá irrepetibles que seguimos contemplando atónitos en los medios de comunicación, en las que vemos a millones de personas de todos los países, a jefes de Estado, a propios y extraños, reconociendo la santidad de este gran hombre, es una fuerte voz del Espíritu que nos habla aquí y ahora de la «santidad» que despreciamos. ¡Dios eleva al que se humilla! El Espíritu nos está gritando esta vida en abundancia que Cristo vino a traer y que el Papa refleja de manera diáfana. Cuando alguien siente invadirse de una paz y inusual y gozo inexplicable al presenciar la figura del Papa, es el Espíritu que habla e invita a la santidad.

Si amamos al Papa, hay que imitarlo: ¿Queremos «capitalizar» la vida y muerte del Papa...? ¡Imitémoslo! El que ama trata de parecerse al ser amado. ¿De qué nos sirve proclamar nuestro amor al Papa si no respondemos con obras a sus santas palabras que no son sino eco de las propias palabras de Cristo? ¿De qué nos sirve tanto amor por el Vicario de Cristo si no nos apropiamos del testamento espiritual que nos legó a través de tantos documentos, cartas, exhortaciones, encíclicas?
El Papa da ya gloria a Dios en el Cielo, mas también tú y yo podemos lanzarnos con intrepidez a los altos vuelos del amor... ¿Por qué no intentarlo?... Sí se puede. Tu destino y mi destino es ser santos, como el Papa; sí, aunque parezca presunción o una misión imposible. ¡Hay que intentarlo!...
Él lo ordenó: «¡Ustedes serán santos porque Yo soy Santo!» (Lv 19, 1-2; Mt 5, 48).
¡Que nuestra vida haga sonreír a Dios!

«La única rivalidad que ha de haber entre los discípulos de Cristo, es mostrar quién ama más»: Juan Pablo II. Goza de Dios.

Fuente: Semanario, Arquidócesis de Guadalajara, México