Feliz debilidad

Walter Turnbull

 

Recordando esa hermosa sentencia de la liturgia de Semana Santa: “Feliz culpa que mereció tal redentor”, yo veo a nuestro gigante Juan Pablo y pienso: “Feliz debilidad que permite tal testimonio”
¿Cuál habrá sido el mejor de los Papas? Obviamente es algo que nadie puede decidir. Sería absurdo evaluar con criterios de nuestro tiempo y en circunstancias actuales el desempeño de los Papas que fueron en otros tiempos y otras circunstancias. Apostaría a que todos los Papas han sido el mejor en la opinión de sus coetáneos. Y estoy positivamente seguro de que en todo momento Dios ha puesto al frente de la Iglesia precisamente al hombre que la Iglesia y el mundo necesitaban en ese momento.

¿Cuál ha sido la época más difícil para la Iglesia y el mundo? Tampoco podemos saberlo. Pero lo cierto es que la nuestra es un buen candidato. La amenaza de la guerra, del deterioro del ambiente, del desarrollo irresponsable de la ciencia, del estallido social, se han acrecentado gracias a los adelantos tecnológicos y a la globalización. Todavía no sanamos de las heridas abiertas por el comunismo y el funcionalismo, y ahora más que antes nos vemos bombardeados por ideologías, teorías, filosofías, doctrinas de todos tipos, la enorme mayoría falsas y deshumanizantes. Cualquiera opina, todo se difunde, todo se cuestiona. Nadie tiene derecho a tener la verdad, y en cambio todos tienen derecho a predicar la mentira. La nuestra es más que nada una época de enorme confusión. Dentro de la misma Iglesia hemos visto casos de desorientación muy graves.

¿Cuál ha sido el más sabio de los hombres (después de Cristo, claro)? Vaya usted a saber. Pero es un hecho que Juan Pablo II también sería un buen candidato. Para una época como la nuestra, hacía falta un hombre como él. Yo me siento muy afortunado de haberlo conocido y tenido como pastor.

Dejando aparte otras cualidades humanas: su simpatía, su carisma, su vigor, su alegría, su sensibilidad, su ingenio, su entusiasmo, su preparación... todos hemos sido enriquecidos por las cualidades requeridas por su cargo: su inteligencia, su infalible percepción de la realidad, su prudencia, su conocimiento de las Sagradas Escrituras y de la doctrina cristiana, su equilibrio, su firmeza, su asertividad, su preocupación por los necesitados; y por encima de todas ellas, su amor y su fidelidad a Cristo y a la Iglesia, y su voluntad indestructible.

Nadie como él ha reunido multitudes, se ha ganado la admiración de propios y extraños, ha logrado el acercamiento de enemigos ancestrales, ha sido factor esencial para librar al mundo de la peste del imperialismo comunista. Solo él ha tenido la sabiduría para mantener a la Iglesia dentro del camino correcto en medio de tantas desviaciones y tentaciones. Esa sabiduría que sólo puede venir por la inspiración del Espíritu Santo. Solo él ha podido guiar la barca en medio de tantos escollos.

Cómo me recuerda al inmenso San Pablo recorriendo incansable todo el mundo conocido para llevar la buena noticia, y en medio de enormes tribulaciones escribir a los Filipenses: “Estén siempre alegres”.

Ahora nuestro querido Papa está débil. Necedad para los Griegos y escándalo para los Judíos. Está anciano y está enfermo. Nuestra cultura materialista se niega, se opone, se resiste a aceptar que un hombre así pueda tener la razón. Es una ofensa al dios de la belleza y la fuerza física. Este es un mundo para los guapos, los ágiles, los fuertes, los divertidos, los jóvenes. Los más escandalizados piden su cabeza. Lo que nunca aceptaron su autoridad se justifican alegando que ya chochea.

Y Juan Pablo II sigue adelante con la cruz a cuestas un día tras otro. Al límite de sus fuerzas. Sostenido solamente por su voluntad. Su mente tal clara como siempre, con toda su inteligencia, su juicio, su prudencia, su perspicacia. Su amor y su fidelidad más fuertes que nunca. Con la Fortaleza que sólo el Espíritu Santo puede dar.

Ahora más que nunca me recuerda a San Pablo.

“...Y precisamente para que no me pusiera orgulloso después de tan extraordinarias revelaciones, me fue clavado en la carne un aguijón, verdadero delegado de Satanás, que me abofetea para que no me engría. Tres veces rogué al Señor que lo alejara de mí, pero me respondió: ‘Te basta mi gracia; mi mayor fuerza se manifiesta en la debilidad’.

Por tanto, con todo gusto me preciaré de mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me alegro en las enfermedades, humillaciones, necesidades, persecuciones y angustias sufridas por Cristo; pues, cuando me siento débil, entonces soy fuerte... Yo, por mi parte, muy gustosamente gastaré lo que tengo y me desgastaré yo entero por todos ustedes.” (2Co. 12, 7-10. 15)

Supongo que ni San Pablo ni Juan Pablo II planeaban enorgullecerse. De cualquier modo han tenido que sufrir enfermedades, humillaciones, persecuciones y angustias. Y al igual que San Pablo, Juan Pablo II ha sido para nosotros testimonio de la fuerza de Cristo que actúa en los santos.

Recordando esa hermosa sentencia de la liturgia de Semana Santa: “Feliz culpa que mereció tal redentor”, yo veo a nuestro gigante Juan Pablo y pienso: “Feliz debilidad que permite tal testimonio”.

Fuente: periodismocatolico.com