El custodio del Redentor

Padre Jesús Martí Ballester

 

1. Jesús es hijo de David, porque José, su padre legal y María, su madre, son descendientes del rey David, y en él se cumplen las palabras dirigidas por el Señor al profeta Natán: “Ve y dile a mi siervo David: Estableceré después de ti a un descendiente tuyo, un hijo de tus entrañas y consolidaré tu reino… Yo afirmaré para siempre su trono real” 2 Samuel 7,4.

2. En el momento más amargo de su vida, cuando está dispuesto a dejar a María al verla encinta, le dice el ángel a José: "José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre, Jesús, porque El salvará al pueblo de sus pecados" Mateo 1,16. Podemos pues asegurar que, así como María recibió una anunciación por la cual se le notificaba que iba a ser Madre de Dios, José también tuvo su anunciación en la que se le anunciaba que iba a ser el padre legal del Hijo de Dios, e hijo de María, su esposa, a quienes tendrá que cuidar, alimentar, proteger, defender, convivir y acompañar. Como la imposición del nombre era derecho del padre, el ángel está afirmando la paternidad de José, con lo que, sin esperarlo, se ve inmerso en la familia trinitaria. Y concorde con las muertes y las vidas de Dios, y las paradojas misteriosas también del cristiano, José, como Abraham, a quien se le pidió el sacrificio de su hijo, estaba dispuesto a abandonar a su esposa María, que era como morir en vida: “Al encontrarse con el Dios que da vida a los muertos, y llama a la existencia lo que no existe, Abraham creyó” Romanos 4,13.

3. No ha sido fácil el reconocimiento de san José en la Iglesia, y la mirada hacia su historia resulta desconcertante, pero comprensible. Aunque los evangelios no registran ni una sola palabra suya, José cree y actúa con la eficacia de su silencio en la responsabilidad de esposo de María, padre singular de Jesús y custodio del Redentor. El misterio de la Encarnación aconteció conforme al proyecto divino, con la colaboración de María, pero no solitaria sino desposada con José, compañero y protagonista en la vida oculta de Jesús. Las fantasías de los apócrifos convirtieron al esposo de María en viejo y en viudo con hijos de matrimonios anteriores. Un José ancianísimo se impuso durante siglos a lo largo de la Edad Media.

El redescubrimiento de san José se produjo con el retorno al evangelio reclamado y realizado por los humanistas a partir del siglo XV. El Canciller de la Universidad de París, Juan Gerson, influido por San Buenaventura y encariñado con la misión v con la figura de José, cambió la imagen de un José viejo por la más acorde con su misión de esposo y padre. Su influencia en la espiritualidad posterior, cambió la figura, la devoción y el culto, a partir del Concilio de Constanza, de 1416, acrecido por la gran devoción de santa Teresa al Patriarca de Nazaret, recogido en libros, en sermones, en los cuadros del Greco y de Zurbarán, y en las tallas de Berruguete, de Gregorio Fernández y del barroco español.

La presencia de san José creció en la devoción del pueblo, en los tratados teológicos, en la literatura religiosa, en el culto y en la liturgia. Su fiesta se hizo universal en el siglo XVII, y Pío IX en 1870, declaró al humilde carpintero de Nazaret, Patrono de la Iglesia universal. Era muy coherente que el cabeza de la Sagrada Familia fuera el Protector y el Custodio de la Iglesia, la gran familia de Dios extendida por toda la tierra. El Papa León XIII publicó la única encíclica josefina “Quamquam pluries”, en 1889. Y en el siglo XX, Juan XXIII, tan devoto del Santo, incluyó su nombre en la Plegaria litúrgica de la misa, y encomendó al Santo Patriarca, la protección del Concilio Vaticano II. La renovación de su teología y los congresos, han recibido impulso de la Exhortación Apostólica “Redemptoris Custos” de Juan Pablo II.

4. La realidad fue hermosa, porque José era un joven fuerte y lleno de vida, que amaba profundamente a su novia María. Con una gran delicadeza y ternura, y con gran sentido de responsabilidad, por la fe acató los caminos de Dios. El anuncio de su vocación le causó una alegría inmensa. Y comprendió la gran confianza que depositaba el Padre al elegirlo padre de su Hijo, asociándolo al orden hipostático, y se entregó totalmente a la misión que le confiaba y pondrá todas sus fuerzas al servicio de Jesús y de María. Trabajará y sufrirá, pero también gozará. Recibirá las humillaciones de Belén, cuando no le quieran dar posada, y sufrirá más por María y el Niño que viene, que por él. Buscará la gruta para que María pueda dar a luz. La limpiará, buscará la comida, leña para el fuego y luz para iluminar la cueva oscura.

5. El será el primero en ver al Hijo de Dios, Niño recién nacido; en oír sus llantos. Su noble y sensible corazón se sobrecogerá contemplando la pobreza con que viene al mundo el Hijo de Dios y su hijo. Jesús, como todos los niños, tiene que aprender a caminar, a hablar, a leer, a recitar los textos de la Escritura, el “Schema, Israel”, fijándose en los ojos de su padre. Y después, Egipto. Como Abraham: “Sal de tu tierra y de la casa de tu padre”. Huída rápida para salvar al Niño. Tiene que exiliarse. País desconocido, lengua extraña, tierra idólatra, sin medios, buscando el modo de ganar la vida. Muere Herodes. Y el ángel le anuncia que ha muerto el que quería matar al Niño. Y vuelta a su tierra. Pero al enterarse que en Judea reinaba Arquelao, hijo de Herodes, creyó que estaría más seguro en Galilea, se encaminó a Nazaret. Siempre peregrinando y sin ninguna comodidad.

6. Ve crecer al Niño. Ya se lo lleva al taller. Le enseña a manejar las herramientas. A cortar los troncos, a trabajar la madera. A coger el martillo. Hace puertas, ensambla yugos y arados, pule taburetes y encaja ventanas. También trabaja la huerta, y está al servicio de todos, y a veces tiene que discutir su jornal. Es pobre, pero justo. Se suda en el pequeño taller. José educa a Jesús, que va creciendo. José le va enseñando la belleza de los campos, las higueras que apuntan sus brotes en la primavera, las vides con sus pámpanos y racimos. Le explica la necesidad de la poda para que den racimos, las ovejas en el ganado, y las que se escapan, la belleza de los lirios del campo, la cizaña en el trigo, la semilla sembrada en la tierra, el aspecto del cielo, si rojo, o azul. El peligro de la tormenta, la gallina y los polluelos. Lo que después improvisará en sus parábolas y predicación, se lo enseñó su padre. “Les estaba sujeto”. Es decir, no hacía nada sin contar con sus padres. Con deferencia respetuosa, con sencillez y docilidad. Jesús ama a su padre. ¡Y cómo ama José a Jesús! "Por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús", escribió el Papa León XIII, expresando el inmenso cariño y ternura de José por su Hijo Jesús.

7. Jesús va a la sinagoga cogido de la mano de su padre. Jesús ora en familia con José y María. Dice de su padre Santa Teresa del Niño Jesús, que bastaba verle rezar para saber cómo rezan los santos. ¡Qué sería ver rezar a José, el más santo de los santos! La vida de José es una vida de oración y trabajo, de hogar y de amor, de austeridad y pobreza, pero de alegría inmensa como consecuencia de la profundidad de su vida interior y de saberse entregado por completo al primer hogar cristiano, semilla de la Iglesia, de la cual es también Patrono. "Proteged a la Iglesia Santa de Dios, la preciosa herencia de Jesucristo". El Papa Sixto IV decretó en 1480 la fiesta de San José.

8. En la Solemnidad de San José leemos en el evangelio de Lucas: "Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús tuvo doce años, subieron a la fiesta según la costumbre" Lucas 2,41. La caravana ha partido de la fuente de Nazaret y su alma de niño ha comenzado a estremecerse al comenzar el viaje. Un muchacho en Oriente, a su edad, es tan maduro como uno de 16 ó 20 en Occidente. Los caminos de Jerusalén estaban atestados de gente, que caminaba a pie, o a caballo de asnos y de camellos. El polvo subía al aire y se esparcía por los campos, por los olivos verdes, por las alquerías cúbicas. La gente cantaba salmos. Al borde de los caminos los comerciantes vendían frutas y pan. En las alforjas sonaban los timbales y los platillos. En una de esas caravanas va Jesús de 12 años. A los 13 quedará constituido miembro de pleno derecho del pueblo sacerdotal.

9. Nunca un niño se ha parecido tanto a su madre. Cuanto más iba creciendo, más se le parecía. Cuando sea un adulto, toda su naturaleza humana reflejada en su cuerpo, en actitudes, biológicas y espirituales, será el puro espejo de su Madre. Sólo su cuerpo, sus cromosomas y genes, son los que han formado aquella naturaleza bella y armoniosa que era el propio retrato de su Madre. Sus mismos ojos profundos, sus mismas manos. Sus gestos idénticos. Jesús observa con mirada penetrante. Jerusalén es una ciudad en fiestas. Cuando Jesús entra en el Templo, donde habita su Padre, y ve que la sangre de los corderos viene corriendo desde el altar de los holocaustos, experimenta una inmensa emoción. Aquellos miles de corderos degollados, le representan a él... ¡Qué momento más intenso! Nunca en la historia un muchacho ha sentido una conmoción como la suya. María, que conocía como nadie la intimidad de su hijo, le observaba, extasiado en Dios, su Padre, su Vida, su Amor. A las tres de la tarde comenzó el sacrificio vespertino.

A Jesús le saltaba el corazón en el pecho adorable. Contemplaba por primera vez el cortejo de los once oficiantes dispuestos a sacrificar los corderos en el Templo. Vio al sacerdote avanzar con el cuchillo en la mano. Vio hundir el cuchillo en el cuello del cordero. Corría la sangre. La derramaron los sacerdotes sobre el altar. Es natural que su alma se sintiera en pleamar y quisiera ver más y saber más de aquel mundo misterioso. El amor le sube en oleadas por su ser entero. No se queda en el Templo por casualidad. Lo necesitaba su alma hambrienta. Ni sus padres habían descubierto el terremoto espiritual producido en la conciencia humana de su hijo.

10. "Y cuando terminaron, se volvieron; pero el Niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, caminaron una jornada, y se pusieron a buscarlo entre los parientes y los conocidos; al no encontrarlo se volvieron a Jerusalén en su busca". Miles de peregrinos van saliendo de Jerusalén, con la natural algarabía y confusión. Asnos y camellos, literas y arrieros, comerciantes y peregrinos, hombres por un lado, mujeres aparte y los niños con unos o con otros. Los caminos se llenaban de gente; cuando comenzaban a caminar unas caravanas se confundían con otras, hasta que se separaban en grupos.

11. Cuando se reunió la caravana en el sitio convenido para el descanso de la noche, todos se unían a sus familiares. Pero Jesús no apareció. José y María fueron de una parte a otra preguntando a parientes y conocidos, alarmándose progresivamente. ¡Nadie había visto al Niño durante todo el camino! Desolación. Tenían que volver a Jerusalén, aquella misma noche. Luna llena y caminos animados. En Jerusalén preguntaron en la casa donde habían comido el cordero pascual, entre conocidos, amigos y comerciantes. Cuando María veía a un muchacho se sobresaltaba su corazón. En el alma de María se ha desatado un huracán de angustia y dolor: "Una espada de dolor te atravesará el corazón". ¿A dónde te escondiste, Amado, / y me dejaste con gemido?...Salí tras ti corriendo / y eras ido...Después de tres días de busca y de agonía, lo encontraron por fin, en el Templo. Los rabinos que comentaban la Escritura los días festivos, ofrecían la oportunidad a los forasteros de que les escucharan en estas ocasiones. Era como un cursillo o unos Ejercicios espirituales.

12. "Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados" (Lc 2,41). La palabra padre en labios de María, tiene una significación plena en el orden espiritual, moral y afectivo. María le da la preferencia a José. Le honra, le pone delante. Ni en el orden ontológico ni el de la santidad le corresponde esa preferencia, pero sí en el orden jurídico familiar y social. La frase "Nos has tratado así", indica la unión de corazones; José es verdadero esposo de María y está unido a ella en el dolor. Como hay unión de corazones, sufren juntos por la pérdida y separación de Jesús. Cuando perdemos a Jesús, sufrimos. Me diréis que hay muchas personas que están apartadas de Dios y no sufren por ello. Sí que sufren, aunque no se dan cuenta. Puede uno no darse cuenta de que está tragando veneno, pero se envenena sin darse cuenta. Dicen que el sida puede estar latente en un organismo durante años. Cuando se quebrantan los mandamientos se produce un desequilibrio, un desquiciamiento de la persona. Se da la esquizofrenia, que consiste en la disociación del deber y del hacer. Los mandatos de Dios no son arbitrarios. El sabe lo que nos conviene y lo que nos daña. Por eso manda lo que nos conviene y prohíbe lo que nos daña. La ausencia, la pérdida de Jesús causa dolor, angustia: "Te buscábamos angustiados".

13. El amor espiritual es más fuerte que el natural. "Los amores de la tierra le tienen usurpado el nombre" al amor, dice Santa Teresa. "El que ama con amor espiritual, dice San Juan de Ávila, necesitaría dos corazones: uno de carne para amar; otro de hierro para recibir los golpes por la pérdida de los hijos espirituales”. El corazón de María estaba ya desbordado de amargura cuando prorrumpe en estas palabras de queja, reprensión cariñosa y respetuosa. ¿Por qué nos has tratado así, a los dos? Unidos en la misma duda. Y unidos en la misma acción: "Te buscábamos angustiados". José y María, como Abraham, tienen que recibir la herida dolorosísima de la separación del hijo: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?". ¿Qué dice? ¿Qué lenguaje es éste? Este Jesús no es el Jesús que ellos conocían. Jesús ha marcado una línea clara de separación. Se les exige el desprendimiento total. La noche del espíritu, que María vivirá en el Calvario, se le adelanta a José en este momento. La colaboración de José a la Redención alcanza ahora mismo un nuevo dolor. Y así fue en toda su vida. En el viaje a Belén, en la noche del Nacimiento, en el día de la presentación en el Templo, en la huída a Egipto, ante la profecía de Simeón, en Nazaret, en el Templo con los Doctores. Necesitamos la luz y la vida de la Palabra de Cristo: "Que ella habite entre vosotros en toda su riqueza" (Col 3,15).Y nos prepare para hacer y recibir la Eucaristía, creadora de familias santas, donde se trabaja como en Nazaret: "Comerás del fruto de tu trabajo"; donde la fecundidad es mirada y valorada como bendición del Señor: "Tu mujer como parra fecunda; tus hijos como brotes de olivo, alrededor de tu mesa. Donde Dios derrama su bendición: "Que el Señor te bendiga y veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida" (Sal 127).

14. Cuando ya no era tan necesario, por ser Jesús adulto y capaz de proteger a su madre, José, se sintió cansado, agotada su vida en el taller, sintió frío y Jesús y María, alarmados y llenos de pena, corrieron a su lado y asistido por, ellos cuidadosamente y con inmenso cariño, murió en la paz de Dios. Jesús, que lloró con tanta emoción ante el sepulcro de Lázaro, ¿cómo lloraría al morir su padre, a quien tanto amaba? Y las lágrimas de su esposa María, se unieron a las de su Hijo, porque se les iba el esposo y el padre, compañero de la peregrinación. Por eso, por el consuelo que tuvo al morir en brazos de su hijo y de su esposa, es el patrono de los agonizantes. Jesús, José y María, asistidnos en nuestra última agonía. Vio la siembra y supo que se acercaba la cosecha, que no pudo ver. Santa Teresa experimentó la eficacia de la intercesión de San José y "se hizo promotora de su devoción en la cristiandad occidental" y, principalmente, quiere que lo tomemos como maestro de oración. José, padre de Jesús, que entregó al Redentor su juventud, su castidad limpia, su santidad, su silencio y su acción, puede hacer suyo el Salmo 88: "El me invocará: Tú eres mi Padre, mi Dios, mi roca salvadora".

15. San José nos enseña que lo importante no es realizar grandes cosas, sino hacer bien la tarea que corresponde a cada uno. "Dios no necesita nuestras obras, sino nuestro amor" (Santa Teresa del Niño Jesús). La grandeza de san José reside en la sencillez de su vida: la vida de un obrero manual de una pequeña aldea de Galilea que gana el sustento para sí y los suyos con el esfuerzo de cada día; la vida de un hombre que, con su ejemplaridad y su amor abnegado, presidió una familia en la que el Mesías crecía en edad, en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres (Lc 2,52). No consta que san José hiciera nada extraordinario, pero sí sabemos que fue un eslabón fundamental en la historia de la salvación de la humanidad.

16. Las lecturas de la liturgia de San José quieren destacar que la realización del plan divino de salvación discurre por el cauce de la historia humana a través, a veces, de figuras señeras como Abraham, Moisés, David, Isaías, Pablo; o de hombres sencillos como el humilde carpintero de Nazaret. Lo que importa ante Dios es la fe y el amor con que cada cual teje el tapiz de su vida en la urdimbre de sus ocupaciones normales y corrientes. Dios no nos preguntará si hicimos grandes obras, sino si hicimos bien y con amor la tarea que debíamos hacer. El evangelio apenas si nos dice nada de san José. Poquísimo nos dice de su vida, y nada de su muerte, que debió de ocurrir en Nazaret poco antes de la vida pública de Jesús. Sólo Mateo escribe de José una lacónica frase que resume su santidad: era un hombre justo. Acostumbrados a tanto superlativo, esta palabra tan corta nos dice muy poco a nosotros, tan barrocos. Pero a un israelita decía mucho. La palabra "justo” ciñe como una aureola el nombre de José como los nombres de Abel (He 11,4), de Noé (Gn 6,9), de Tobías (Tb 7,6), de Zacarías e Isabel (Lc 1,6), de Juan Bautista (Mc 6,20), y del mismo Jesús (Lc 23,47). “Justo”, en lenguaje bíblico, designa al hombre bueno en quien Dios se complace. El Salmo 91,13 dice que “el justo florece como la palmera”. La esbelta y elegante palmera, tan común en Oriente, es una bella imagen de la misión de san José. Así como la palmera ofrece al beduino su sombra protectora y sus dátiles, así se alza san José en la santa casa de Nazaret ofreciendo amparo y sustento a sus dos amores: Jesús y María.

17. La santidad de José consiste en la heroicidad del monótono quehacer diario. Sin llamar la atención, cumplió el programa de quien es "justo” con Dios mediante el fiel cumplimiento de las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad; y con el prójimo por medio de su apertura constante al servicio de los demás. Como se construye la casa ladrillo a ladrillo, el edificio de la santidad se va realizando minuto a minuto, haciendo lo que Dios quiere. “San José es la prueba de que, para ser bueno y auténtico seguidor de Cristo, no es necesario hacer "grandes cosas", sino practicar las virtudes humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas” (Pablo VI).

18. José es el santo del silencio. Hay un silencio de apocamiento, de complejo, de timidez. Hay también un silencio despectivo, de orgullo resentido. El silencio de José es el silencio respetuoso que escucha a los demás, que mide prudentemente sus palabras. Es el silencio necesario para encauzar la vida hacia dentro, para meditar y conocer la voluntad de Dios. José es el santo que trabaja y ora. Trabajar bajo la mirada de Dios no estorba la tarea, sino que ayuda a hacerla con mayor perfección. Mientras manejaba la garlopa y la sierra, su corazón estaba unido a Dios, que tan cerca tenía en su mismo taller. Una mujer santa decía a sus compañeras de fábrica:"las manos en el trabajo, y el corazón en Dios”.

19. Al celebrar la Pascua, pensemos en el reino eterno y feliz de David, y en la fe de Abraham, nuestros padres en la fe, con quienes entronca San José, que nos bendice con su Hijo. Y pidámosle que nos enseñe a orar, que nos conceda un trato cariñoso con Jesús y con el Jesús que está escondido en cada hermano y que cuide de nuestra fe y de nuestras virtudes, como cuidó de la vida de su Hijo, Jesús, del cual estuvo tan próximo como lo estamos nosotros en la comunión. Terminemos con las palabras de León XIII, en su Encíclica ya citada “Quamquam pluries”: “Disponemos que durante todo el mes de octubre, durante el rezo del Rosario, se añada la siguiente oración a San José, y que esta costumbre sea repetida todos los años: “A vos, bienaventurado san José, acudimos en nuestra tribulación; y después de implorar el auxilio de vuestra santísima Esposa, solicitamos también, confiadamente vuestro patrocinio. Os pedimos suplicantes, por aquella caridad que os unió con la inmaculada Virgen Madre de Dios y por el paternal amor con que abrazasteis al Niño Jesús, que miréis benignamente la herencia que Jesucristo adquirió con su Sangre, y que, con vuestro poder y auxilio, nos socorráis en nuestras necesidades. Defended, oh Custodio providentísimo de la divina Familia, a la prole escogida de Jesucristo; alejad de nosotros, oh Padre amantísimo, toda peste de error y de corrupción; asistidnos propicio desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en este combate con el poder de las tinieblas, y como en otro tiempo librasteis a Jesús del inminente peligro de la vida, así ahora defended a la santa Iglesia de Dios de las asechanzas de los enemigos y de toda adversidad, y cubrid con vuestro perpetuo patrocinio a cada uno de nosotros, para que, a ejemplo vuestro y sostenidos con vuestro auxilio, podamos santamente vivir, piadosamente morir y conseguir la eterna bienaventuranza en el cielo. Amén. Dado en el Vaticano, el 15 de agosto de 1889, undécimo año de nuestro pontificado.