La posada de San José
Padre
Javier Leoz
1.-
Si alguien hubiera disfrutado, y sufrido también, de haber
vivido, con la vida pública de Jesús, estoy seguro que ese, habría
sido San José.
El
hombre del silencio, dejó sin decir nada, que transcurriera todo
según lo señalado desde antiguo por los santos profetas.
El
hombre de la fidelidad, aún teniendo poderosas razones para
sucumbir en ese propósito, se mantuvo firme hasta el final.
El
hombre de esperanza, como Abraham y tantos otros, supo esperar al
día siguiente. A que detrás de la tormenta apareciera el sol, a
que después del viento llegase la calma.
2.-
San José, en el ecuador de la cuaresma, es posada obligada para
entender y comprender con más nitidez la vida de Jesús de
Nazaret.
¿La
cuaresma no es conversión? El paso de José es un buen aperitivo
para saber por dónde ha de encajar mejor nuestra fidelidad a
Dios, a su Palabra, a su mensaje.
¿La
cuaresma no es austeridad? La existencia de José, es una mesa
donde no faltó nunca lo imprescindible y de la que sobró lo que
no era necesario. Lo imprescindible era la fe, y lo no necesario
era aquello que le impedía cumplir una misión y un objetivo:
acoger, educar, acompañar y ser padre de la primera familia
cristiana.
3.-
Por ello mismo, San José, es una posada en medio de la cuaresma.
Un lugar donde nos sobrecogemos ante una insignificante persona,
que fue gigante ante los ojos de Dios por su finura y respuesta.
San
José, es una posada donde nos detenemos para reflexionar sobre el
cómo acogemos y acompañamos a ese Jesús en el que fuimos
bautizados.
San
José, es una posada donde aprendemos que la obediencia a Dios se
convierte en garantía de salvación, en llamada y disponibilidad,
en espejo de valentía y sobriedad.
San
José, en este día en el que muchas Diócesis ponen sus ojos con
preocupación, y con esperanza, en sus respectivos seminarios, es
un referente de la vocación y del amor de Dios.
Por
Dios y por los hombres, quiso ser fiel hasta el final de sus días.
Por Dios y por los hombres, necesitamos cristianos que descubran
la vida sacerdotal como uno de los mejores caminos para ser
felices en su vida cristiana y para hacerla descubrir a los demás.
Y, si además es al estilo de José (comprometidos, radicales,
obedientes, intrépidos, pobres, humildes y abiertos a Dios) mejor
que mejor.
4.-
Vamos acercándonos a Jerusalén. Lo hacemos sabedores de que una
cruz nos espera. De que un amigo sufrirá y derramará, por Dios y
por los hombres, hasta el último suspiro y hasta la última gota
de sangre en un madero.
Lo
hacemos meditándolo con fuerza en la posada de José, con fe y
con docilidad.
Si
María estuvo al pie de la cruz, San José acompañó mientras
pudo y magistralmente, al que siendo niño fue grande y fiel, como
él, hasta el final de sus días.
LA
ORACIÓN DE SAN JOSÉ
Quisiera
dormir para escuchar de nuevo la voz del ángel
ser
joven para empezar de nuevo
envejecer
como el vino, y ser ofrecido
en
la copa de la obediencia para Dios
Quisiera
dormir y no despertar sino en los brazos de María
y
saber que, mi humilde camino, junto a Ella
fue
sendero por el que Dios se filtró humanado por la tierra.
Quisiera
dormir y soñar
soñar
con los ojos despiertos:
con
el horizonte por Dios dibujado
y
que Nazaret me diese la oportunidad de trabajar de nuevo
o
que, en Belén, me cerrasen sus puertas
para,
en una gruta, con mi cayado proteger al recién nacido.
Porque,
aunque nada digo en los Evangelios,
son
mis actitudes, humildes y calladas,
lo
que ante Dios dejo.
Como
artesano viví a la sombra de mi humilde oficio
y,
entre madera y formón,
quise
también forjar ilusiones y juventud
fe
y esperanza
de
Aquel que, aún no siendo sangre de mi sangre,
lo
quise y lo amé con responsabilidad de padre: Jesús de Nazaret
¿Puedes
pedir más de mí, Señor?
¿Pude
darte más sino mi tiempo y mi honradez, Señor?
¡Por
Dios y por los hombres,
yo
también puse mi grano de arena, mi Señor!
Amén.
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