San José

Padre Jesús Martínez García

 

Dios añadió en esta tierra a María la persona de José, por lo que no podemos terminar este capítulo sobre la Virgen sin hablar de este gran santo, pues aquello que Dios ha unido, ni en la ciencia teológica ni en la piedad se deben separar.

La dignidad especialísima de san José proviene de «haber sido esposo de María y padre, según se creía, de Jesucristo. De esto se deriva toda su dignidad, gracia, santidad y gloria» (León XIII, Enc. Quamquam pluries, 15-VIII-1889).

José es esposo de María realmente. Entre ellos hubo verdadero matrimonio y no sólo esponsales o promesa de matrimonio. Así aparece indicado en la Sagrada Escritura cuando se afirma que «La Virgen (María) estaba desposada con un varón de nombre José» (Lc 1, 27), y sobre todo cuando se enumeran las genealogías de Jesús y se dice que «Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (Mt 1,16). Jesús nació en el seno de una verdadera familia.

José es el padre legal de Jesús. No intervino biológicamente en la concepción de Jesús, pero por otra parte le impone el nombre como correspondía hacerlo al padre (cfr. Mt 1,17). Es mencionado por María como padre, y por tal lo tiene: «mira que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote» (Lc 2,48), y como padre es reconocido por las gentes: «¿no es éste (Jesús) el hijo del carpintero?» (Mt 13,55).

Esposo castísimo. «No estoy de acuerdo con la forma clásica de representar a san José como un hombre anciano, aunque se haya hecho con la buena intención de destacar la perpetua virginidad de María. Yo me lo imagino joven -escribía el Fundador del Opus Dei-, fuerte, quizá con algunos años más que Nuestra Señora, pero en la plenitud de la edad y de la energía humana (...). Joven era el corazón y el cuerpo de san José cuando contrajo matrimonio con María, cuando supo del misterio de su Maternidad Divina, cuando vivió junto a Ella respetando la integridad que Dios quería legar al mundo, como una señal más de su venida entre las criaturas. Quien no sea capaz de entender un amor así, sabe muy poco de lo que es el verdadero amor y desconoce por entero el sentido cristiano de la castidad» (San Josemaría, Es Cristo que pasa).

San Agustín expone estas aparentes contradicciones entre la castidad perfecta y la paternidad de José diciendo: «Pues como el suyo era matrimonio, y matrimonio virginal, así lo que la Esposa dio a luz virginalmente, ¿por qué no iba a aceptarlo castamente el esposo? Pues lo mismo que la esposa lo era en castidad, en castidad era el esposo; y lo mismo que Ella era casta Madre, él fue casto Padre. En su corazón él cumplía un oficio mucho mejor que otro que lo desea realizar sólo carnalmente. Pues quienes adoptan hijos, tienen más castidad al engendrarlos en el corazón que los que carnalmente pueden tenerlos. Por tanto, José no sólo debió ser padre, sino serlo al máximo... En resumen, todos los bienes del matrimonio se dieron en los padres de Cristo: la prole, la fidelidad, el sacramento. La prole la reconocemos en la Persona del Señor Jesús; la fidelidad, porque no hubo adulterio, y el sacramento, pues no hubo separación ni divorcio... ¿Cómo era padre? Tanto más profundamente padre cuanto más casta fue su paternidad... El Señor no nació del germen de José. Sin embargo, a la piedad y a la caridad de José, le nació un hijo de la Virgen María, que era Hijo de Dios» (San Agustín, Sermón 51).

San Pedro Damián afirma la virginidad de san José señalando cómo la virtud de la castidad es necesaria para estar cerca de Dios: «Y para que se viera que esto no bastaba, que era virgen su Madre, es de fe de la Iglesia que fue virgen también el que pasó por ser su padre. Si, pues, nuestro Redentor tanto amó la integridad de la pureza que no sólo nació de un seno virginal, sino que además quiso ser tratado por un (padre) nutricio también virgen... cómo han de ser los que quiere que traten su cuerpo, cuando ya reina en la inmensidad de su gloria» (San Pedro Damián, De coelibatu sacerdotali).

Santidad de san José. El Evangelio dice de él que era «hombre justo» (Mt 1,19). «Una alabanza más rica de virtud y más alta en méritos no podría aplicarse a un hombre... Un hombre... que tiene una insondable vida interior, de la cual le llegan órdenes y consuelos singulares, y la lógica y la fuerza, propia de las almas sencillas y limpias, de las grandes decisiones, como la de poner enseguida, a disposición de los planes divinos, su libertad» (Pablo VI, Homilía, 19-I1I-1969).

La santidad consiste, de una parte, en la correspondencia fiel a las gracias que Dios da, y de otra, en tratar familiarmente a Dios y a la Santísima Virgen. Ambas cosas se dieron en José. Como indica san Bernardo, «Este (José) reconociendo virgen a su Señora, Madre del Señor, la guardó fidelísimamente, conservándose él mismo en toda castidad... mereció ser sabedor y participante de los misterios soberanos..., recibió el pan vivo del cielo para guardarle para sí y para todo el mundo. Sin duda, este José fue hombre bueno y fiel. Siervo fiel y prudente, a quien constituyó Dios consuelo de su Madre, proveedor del sustento de su cuerpo; finalmente, a él solo sobre la tierra... manifestó los secretos y misterios de su sabiduría y le dio el conocimiento de aquel misterio, que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; (a él solo otorgó), en fin, no sólo ver y oír al que muchos reyes y profetas, queriéndole ver, no le vieron y queriéndole oír no le oyeron, no sólo verle y oírle, digo, sino tenerlo en sus brazos, llevarlo de la mano, abrazarlo, besarlo, alimentarlo y guardarlo» (San Bernardo, Sermón Super missus est).

Patrono de la Iglesia. «El Santo Padre Pío IX... quiso satisfacer los deseos de los sagrados obispos y declaró solemnemente al patriarca san José Patrono de la Iglesia Católica, poniéndose a sí mismo y a todos los fieles bajo el poderosísimo patrocinio del Patriarca san José» (Sagrada Congregación de Ritos, Decr. Quemadmodum Deus, 8-XII-1870).

Y la razón es que si Dios le confió como varón fiel y prudente de su casa en Nazaret, ¿por qué no ha de serlo de la familia de todos los cristianos? Del mismo modo que María, Madre del Salvador, es Madre universal de todos los cristianos, José mira a la multitud de todos los cristianos, multitud que le sigue confiada. Es defensor de la Santa Iglesia, que es verdaderamente la casa del Señor y el reino de Dios en la tierra.

Tratar a san José. Para los hombres y mujeres de nuestro tiempo, como para los de cualquier época, este santo constituye no sólo una figura venerable, cuya vocación y dignidad admiramos. Nos proporciona, además, un modelo, cuya enseñanza callada podemos y debemos empeñarnos en seguir. «Tratándole se descubre que el Santo Patriarca es, además, Maestro de vida interior: porque nos enseña a conocer a Jesús, a convivir con él, a sabernos parte de la familia de Dios. San José nos da esas lecciones siendo, como fue, un hombre corriente, un padre de familia, un trabajador que se ganaba la vida con el esfuerzo de sus manos» (San Josemaría, Es Cristo que pasa). Pero a la vez siempre estaba en oración. Ni el trabajo en el taller o en los hogares vecinos, ni el descanso, ni siquiera el sueño impedían su coloquio amoroso con Dios, pues hasta en sueños le habló Dios (cfr. Mt 1, 20). Tratándole aprenderemos a ser fieles a Dios, aprenderemos a cumplir su voluntad, a servir a los demás..., aprenderemos a tener vida interior.

Hablemos de la Fe
10. La Virgen María Jesús Martínez García
Ed. Rialp. Madrid, 1992 

Fuente: Jesusmartinezgarcia.org