San Jose, modelo de padres

Miguel y Rosalía

 

En este tiempo en el que se habla tanto de la dimisión del padre como figura capital (en unión a la madre cuyo acoso también está en marcha) de la familia, y para la educación de los hijos en los valores masculinos (que tan mala prensa acumulan, y no sólo en los medios), creemos que es el momento en que los matrimonios cristianos debemos volver nuestra vista a la figura del padre humano de Jesús.

San José ha sido, salvo en grandes pero escasas figuras de santos, el gran olvidado del santoral cristiano y especialmente católico, quizá ensombrecido por el brillo fulgurante de las dos personas que compartieron con él su peripecia vital. Sin embargo estimamos que aquellos que han apagado el brillo de este gran santo para así engrandecer el de su mujer y su Hijo hacen una flaco favor a estos que le amaron como a nadie en la tierra y que (seguro) encuentran su gloria en la de aquél que les sirvió de padre y marido, dentro de los moldes que Dios ha fijado para el correcto funcionamiento de esta institución de origen divino y cuyos términos hemos intentado fijar en estos artículos.

Se le ha descrito como un viejo decrépito, de vuelta de toda sensación humana, cargado de decepciones, de relaciones y de hijos (los famosos hermanos de Jesús, indudablemente). Se le ha descrito como alguien blando y algodonoso, poco apto para emprender con él cualquier empresa que no fuera la de silencioso guardián de una mujer de armas tomar, capaz de tomar por si misma las riendas de la familia en la que Dios quería ponerse en el mundo en la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

Se han dicho tantas cosas de San José que no se le ha podido tomar como el ejemplo del padre de familia, del varón que tiene encomendada la misión de velar por la integridad y la supervivencia de aquellos a quienes Dios más ha amado en este mundo. Es palabra de Dios que sus delicias son jugar con los hijos de los hombres y qué mejores y mayores hijos de hombres que Aquél que llevó tal nombre por antonomasia y la madre que El mismo se eligió para venir a este mundo y que, por ello, tantos elogios y piropos han cosechado de los demás hijos de hombre a lo largo de la historia; y el hombre que de ellos cuidó y por ellos veló mientras el Señor lo estimo necesario. 

Por todo ello cualquier varón a quien se le diga que debe mirarse en el espejo de San José para llevar adelante su matrimonio y la educación de los hijos que Dios vaya creando de la cooperación entre él y su mujer, miraría a quien tal osara, como mínimo, con una mirada de conmiseración como se hace con aquellos a quienes por no considerar en sus cabales no se toma uno la molestia ni de rebatirles sus afirmaciones.

Y, sin embargo, se podría decir de San José lo mismo que San Bernardo afirmó en su día de María Santísima: “Si quiso y no pudo no es Dios, si pudo y no quiso no es Hijo”.

Si alguno de nosotros hubiera podido elegir para su aventura en este mundo la figura de las personas que iban a guiar sus primeros pasos, a educar su personalidad, a enseñarle a amar a Dios y a formarle social, cívica y profesionalmente, ¿qué hubiera elegido? Según muchas personas a lo largo del tiempo una madre excepcional y un medio tonto decepcionado y pasota por padre. Pues no estamos conformes con tal histórica afirmación.

San José, si duda, era un hombre joven, lleno de vida, con proyectos maravillosos y fuerzas para llevarlos a cabo y, sobre todo, y eso es lo único que dice de él el Evangelio (porque es lo más importante) justo. Indudablemente estaba enamorado hasta lo más hondo de su corazón de la mujer que le había correspondido para compartir su vida, porque ella era inmensamente amable entre otras razones; y sabía despertar en ella una correspondencia semejante porque a él tampoco le faltaban prendas.

Si ambos querían a alguien más que a ellos era a Dios (de ahí el calificativo de justo que a él se le da y ella demuestra en el evangelio) y cuando les fue anunciado el plan de Dios sobre sus vidas lo aceptaron con total convencimiento y pusieron todo el empeño de su humanidad en colaborar con el Señor para que hiciera en ellos lo que Él había pensado para bien de sus amados hombres. Sin vacilaciones, sin dudas y sin restricciones mentales una vez que discernieron que tal era la auténtica voluntad de Dios, como muchas otras personas han hecho a lo largo de la historia (aunque no tan excelentemente como ellos) en el momento en que han descubierto cual era la voluntad de Dios sobre sus vidas.

Aunque la vocación de Dios sobre ellos debían vivirla en virginidad y, por eso, son patronos de aquellos a quienes el señor les pide tal estilo de vida, a María y a José se les pidió que la vivieran en matrimonio y, por ello, son el modelo de los casados; todos los matrimonios debemos fijarnos en como vivieron su amor para reflejar en nuestras vidas la forma en cómo Dios quiere que vivamos nuestro matrimonio.

A partir del momento en que María fue a vivir a la casa de José, momento en que el matrimonio se perfeccionaba en el Israel de aquellos entonces, José pasó a ejercer el papel de varón en aquella recién formada familia, sin dimitir de una sola de las funciones que a la figura del hombre le corresponde en el hogar.

El hijo que el matrimonio tuvo (poco más de nueve meses después del desposorio) fue el hijo de José (y, por tanto, Hijo de David, de él viene, no de María, la ascendencia davídica del Mesías) sin dudas ni vacilaciones por parte de ninguna persona en un ambiente pueblerino en el que la más mínima vacilación hubiera tenido hondas repercusiones en las personas de aquella familia.

Lo que más llama la atención de la figura de San José es el aparente silencio que guarda continuamente a tenor de lo que relatan los evangelios. No se debe olvidar que los evangelios son catequesis biográficas sobre Jesús, no biografías al estilo moderno y, por tanto, no incluyen datos que no reflejen enseñanzas que convengan a los cristianos para tomar al Hijo de Dios por modelo de vida y amor al Padre. Por otro lado, de la Virgen, y dirigidas a los hombres solamente se conservan unas pocas palabras: “Haced lo que Él os diga”, y nada más.

San José enseñó a Jesús su oficio, pues sabemos que fue el que El ejerció. San José fue el encargado de dirigir a su familia a Belén, a Nazaret, a Egipto y allí donde tuvo que ir. San José enseñó a Jesús a rezar, a recitar los salmos que es la forma que Dios nos ha enseñado para que nos dirijamos a El, y no nos cabe la menor duda, cuando Jesús se retira a orar a un lugar apartado que de José lo aprendió desde su infancia y con él saldría muchas veces a encontrarse en soledad con el Padre de Jesús y también Padre de José porque Cristo así lo ha querido. 

Cuando nos retiremos a la oración pidamos al padre humano de Jesús que nos enseñe a ejercer nuestra misión de maridos y padres y tengamos la certeza absoluta que de él obtendremos la mejor de las ayudas y el más completo de los consejos ya que no sólo él fue el maestro del mejor de los Maestros si no que, y también por ello, fue el más amado de los varones entre los seres que Dios más ama en este mundo que son los seres humanos.

Fuente: cpcr.org