Custodio del Redentor

Laura Cioni

 

Era un hombre como todos los demás. Un hombre sencillo.
A través de su humilde servicio a María y a Jesús participa en el Misterio de la salvación.
Juan Pablo II le ha vuelto a confirmar como patrono de la Iglesia de nuestro tiempo.
Algunos puntos de reflexión 



El Evangelio es muy esencial al narrar la historia de San José e identificar los rasgos de su figura, pero los párrafos de Mateo y Lucas que lo nombran y describen su función respecto a María y a la infancia de Jesús fueron retomados con autoridad por Juan Pablo II en la Exhortación apostólica Redemptoris custos, de 1989. En ella, el Papa identifica en primer lugar la función de San José como custodio de María y de la Iglesia, señalando en la relación con su esposa la humilde y madura forma de servir y de participar en el misterio de la salvación. La disponibilidad que manifiesta san José hace que su matrimonio con María sea, antes que el fundamento jurídico de su paternidad con respecto a Jesús, el encuentro de la fe de la Virgen con la fe de este hombre justo (Nm. 1-8). La extremada sobriedad de los relatos evangélicos sobre la figura de San José ha guiado la imaginación de algunos hombres, muy diferentes entre sí, pero acostumbrados a descender a las profundidades de la narración de los Evangelios. Don Giussani, por ejemplo, expresa así el misterio de este hombre fiel: "Estamos en el mes de San José, que es la figura humana más bella que se pueda concebir y a la que el cristianismo ha dado cuerpo. San José era un hombre como todos los demás, tenía el pecado original como yo. ¡Pensad qué distancia tan profunda vivía en su absoluta cercanía con María! Eso significa que la vocación a la virginidad es una posesión con una distancia dentro, con un dolor dentro; una posesión donde la fuerza de la relación amorosa se intensifica y se hace visible en el dolor que entraña, donde se siente lo que es verdaderamente el amor, donde el amor verdadero comienza ya como un alba. No es un vacío o una separación: es un dolor, porque la relación se hace más dramática. San José vivió como todos y de él no nos queda ni una sola palabra, nada: no puede haber una figura más pobre que esta" (L'attrattiva Gesù, Ed Rizzoli, Milán 1999).

Literatura
El libro del polaco Jan Dobraczynski - elogiado por el cardenal Wiszynski por su tacto y su finura - titulado La sombra del padre se remonta a 1977. En él el autor, el más conocido escritor católico polaco, reconstruye la figura de José novelándola, pero dejándola enraizada en la historia y en la cultura judía; el esposo de María aparece como un hombre siempre en conflicto entre sus exigencias humanas y la llamada impenetrable de Dios con signos que continuamente prueban y maduran su fe.
Más recientemente, Ferruccio Ulivi, conocido como uno de los máximos estudiosos de Manzoni, pero también novelista, escribió para la Navidad de 1997 la novela Come il tragitto di una stella (ndt. Como el recorrido de una estrella), en la que subraya la distancia que advirtió José con María y Jesús durante toda su vida y que sólo al final encontró la paz completa del amor. La historia interior y exterior de José se sitúa dentro de la fatiga contemporánea de la cultura y el poder romanos.
Más breve, como sucede con la poesía, pero no menos profunda es la relectura de Edo Morlin en su obra de teatro El Evangelio del día de hoy, representada más de una vez. Es una poesía que nace de la predicación en Uganda, en la lengua de los acholi, y traducida por amor a la tierra natal al dialecto milanés.

En la casa de Nazaret
La Exhortación apostólica de Juan Pablo II subraya más adelante (n. 22-27) que San José da testimonio de una manera especial del trabajo vivido como expresión del amor, y de la suprema importancia de la vida interior que se podía respirar en la casa de Nazaret. También Pablo VI apreció vivamente estos dos aspectos y no es casual que también la Redemptoris custos los cite más de una vez. La liturgia recoge una página muy significativa al respecto en la Fiesta de la Sagrada Familia. Se trata del discurso realizado en Nazaret, en 1964, en el que no se nombra explícitamente a San José, pero se le percibe presente en cada línea: "Mas no partiremos de aquí sin recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la lección de Nazaret. Su primera lección es el silencio. Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo Dios ve.
Se nos ofrece además una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irremplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social. Finalmente, aquí aprendemos también la lección del trabajo. Nazaret, la casa del hijo del artesano: cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad, de manera que fuera a todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo no puede ser un fin en sí mismo, y que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen tan sólo de sus motivos económicos sino también de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un fin más noble".
Al final de la exhortación apostólica, Juan Pablo II, citando entre sus predecesores a León XIII como autor de un renovado culto a San José, vuelve a confirmar al esposo de María como patrono de la Iglesia de nuestro tiempo.

Tres oraciones
Por eso nos parece significativo citar tres oraciones que la Iglesia le ha dedicado en diferentes momentos: las letanías, un antiguo prefacio ambrosiano para la fiesta de la Sagrada Familia y la oración del siglo XIX, "A Ti, oh bienaventurado san José".

Iconografía
Diremos una última palabra sobre la iconografía de San José: se le representa como hombre anciano, sobre todo en los cuadros más famosos, como los de Guido Reni o el joven Caravaggio; el fundamento bíblico de esta identificación se puede encontrar en figuras como Abraham y Zacarías, que fueron protagonistas y testigos de unos nacimientos especialmente significativos para el mundo judío y que, precisamente para subrayar que el don de la paternidad proviene de Dios, recibieron un hijo en su vejez, después de años de esterilidad. La iconografía tradicional de san José se debería así no tanto a un comprensible respeto y devoción a la virginidad de María cuanto a una tradición bíblica con un contenido muy sólido y significativo. 

"José - dijo la voz - ¡deja ya
de sentir remordimientos por tu sentimiento!
Porque ahora que los dos habéis dicho "sí"
el Señor allí arriba está verdaderamente contento.

El Hijo que nacerá de María
necesita un padre en la tierra,
y ella, protección: no seas tonto 
y llévatela a casa.

Lo que sientes en tu corazón por tu mujer
no se contradice con Su amor".
Y José tomó a la Virgen
para poder vivir con el Señor. 


Descendiente glorioso de David, ruega por nosotros
Luz de los Patriarcas
Esposo de la Madre de Dios
Puro custodio de la Virgen
Sostén del Hijo de Dios
Defensor solícito de Cristo
Cabeza de la Sagrada Familia
San José justísimo 
San José castísimo
San José prudentísimo
San José fortísimo
San José obedientísimo
San José fidelísimo
Espejo de paciencia
Amante de la pobreza
Ejemplo de los trabajadores
Decoro de la vida doméstica
Custodio de las vírgenes
Columna de las familias
Consuelo de los afligidos
Esperanza de los enfermos
Patrono de los moribundos
Terror de los demonios
Protector de la santa Iglesia.

"Tu Hijo único, asumiendo nuestra condición humana, quiso formar parte de una familia para exaltar la belleza del orden creado por ti, y devolver a la vida familiar la elevada y pura dignidad de su origen. En la casa de Nazaret reina un amor conyugal intenso y casto; resplandece la dócil obediencia del Hijo de Dios a su madre, la Virgen y a san José, su esposo justo; y la concordia del afecto recíproco acompaña sus días laboriosos y serenos. Oh familia escondida a los grandes de la tierra y a la fama del mundo, más noble por sus virtudes que por su descendencia real. En ella, oh Padre, has puesto las arcanas primicias de la redención del mundo".


"A ti, oh bienaventurado san José, acudimos en la tribulación e invocamos confiados tu patrocinio, junto con el de tu santísima esposa.
Por el sagrado vínculo que te une a la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, y por tu amor paterno hacia el niño Jesús, te pedimos que mires con bondad la querida herencia que Jesucristo adquirió con su sangre, y con tu poder y ayuda socorre nuestras necesidades.
Protege, oh cuidadoso Custodio de la divina Familia, a la prole elegida por Jesucristo; aleja de nosotros, oh Padre amadísimo, la peste de los errores y los vicios que corrompen el mundo; asístenos propicio desde el cielo en esta lucha contra el poder de las tinieblas, oh fuerte protector nuestro; y así como en otro tiempo salvaste de la muerte la vida amenazada del niño Jesús, defiende ahora a la santa Iglesia de Dios de las insidias hostiles y de toda adversidad; y extiende continuamente sobre cada uno de nosotros tu patrocinio, para que, a ejemplo tuyo y mediante tu socorro, podamos vivir virtuosamente, morir píamente y conseguir la eterna beatitud en el cielo". 

Fuente: huellas-cl.com