Carta abierta a los devotos de san José 

Francisco Canals Vidal 

 

En el Congreso Josefino de El Salvador, septiembre de 2001

Conversaciones telefónicas recientes sobre el riquísimo contenido doctrinal que hallamos en los volúmenes publicados a partir del Congreso de 1970 sobre San José en los quince primeros siglos de la Iglesia, y el título de la ponencia de Pedro de La Noy al próximo Simposio de El Salvador: "De la Redemptoris Custos a la Teología dogmática", me han sugerido una idea que voy a exponer del modo más explícito que esté a mi alcance.

La doctrina sobre San José ha ido madurando ciertamente con lentitud y retraso en comparación no sólo con la cristología, sino incluso con la mariología. Y parece haberse dado como una tendencia al silencio que ha hecho posible, a veces, ciertas vacilaciones y algún retroceso en las formulaciones doctrinales.

Pero parece falso y desorientador suponer, como se hace a veces, que sabemos muy poco sobre San José. Existe en la Iglesia, en el pueblo de Dios, en el sentido de la fe del pueblo cristiano, en la tradición teológica, en la liturgia y en la plegaria de los fieles, un contenido objetivo cierto, conexo con las verdades más centrales sobre la Encarnación redentora y la economía del Misterio salvífico. Hay, pues, que reconocer la posibilidad de elaborar una dogmática sobre el Patriarca San José, apoyada en aquellas fuentes, y que alcanzaría a una enunciación sistemática coherente y fundamentada.

A modo de invitación a quienes participen de esta convicción, aludiré a algunos puntos sobre los que me parece alcanzada una alentadora certeza en la contemplación del Patriarca José en su oficio en la obra de Salvación de la humanidad. Esta certeza no se ha expresado en formulaciones ex catedra por parte del magisterio pontificio, pero sí en numerosas expresiones por parte de los Papas o de los obispos, que dan un testimonio indudable de cuál es la fe de la Iglesia sobre el Patriarca José.

Unas palabras de Paulo VI, incluídas por Juan Pablo II en la Redemptoris Custos núm.7, ponen a José con María, en antítesis con Adán y Eva en cuanto fuente del mal en el mundo, en el inicio de la Salvación de la humanidad:

"En el umbral del Nuevo Testamento (...) hay una pareja; la de José y María constituye el vértice por el cual la santidad se esparce por toda la tierra. El Salvador ha iniciado la obra de la Salvación con esta unión virginal y santa."

En esta perspectiva que contempla a San José puesto por designio divino en el inicio de la Salvación de la humanidad, se había situado ya el obispo Venerable Torras i Bages: 

"Hay un bienaventurado en el cielo a quien Cristo, Señor nuestro, constituyó Padre, protector e intercesor de todo el linaje humano, porque fue Padre, protector y custodio suyo en la tierra, y el amor de Cristo hacia nosotros es tan grande que quiso darnos el mismo padre y la misma madre que Él tuvo" (Obres Completes del Ilm. Senyor Doctor Josep Torras i Bages, Bisbe de Vic, Barcelona, Biblioteca Balmes, 1935, vol. XXV, págs. 13-14).

"Predestinación admirable de José sobre todos los antiguos Patriarcas: Adán es el tronco del linaje humano: San José lo es del pueblo cristiano; Abraham, Padre de los creyentes: también San José; San José protector de Cristo, protector del pueblo cristiano. Cristo y el pueblo cristiano forman un solo cuerpo" (íbid. pág. 17)

Si contemplamos al Patriarca José desde el designio salvífico por el que Dios dispuso la Encarnación del Verbo, su misión nos hará comprender adecuadamente el misterio de su matrimonio con María y de su paternidad respecto de Jesús, el Hijo de Dios. Escribió Garrigou-La Grange:

"Lo más probable es que San José fue predestinado a su misión excepcional antes que a la Gloria, pues su predestinación no se distingue del decreto de la Encarnación, que no se refiere a la misma Encarnación de un modo común, sino a la Encarnación del Verbo de María Virgen desposada al Varón llamado José, de la casa de David" (De Christo Salvatore. Turín, 1945, pág. 522. Citado por el P. Francisco de Paula Solà en La predestinación de San José. Estudios Josefinos, 19 (1965) pág. 165).

Estas afirmaciones vienen a ser la consumación plena de la capital tesis que formuló Francisco Suárez en la Disputación VIII de su Comentario sobre la III Parte de la Summa Teológica de Santo Tomás: De mysteriis vitae Christi, al afirmar la pertenencia de José al orden hypostático. 

Este mismo oficio o misión soteriológica del Patriarca José ilumina la realidad y el significado de su matrimonio con María y de su paternidad respecto de Jesús. En la Encíclica de León XIII Quamquam pluries hallamos este espléndido testimonio pontificio de la fe de la Iglesia:

"La casa divina que José gobernó con patria potestad contenía los comienzos de la Iglesia naciente. La Virgen Santísima, al modo como es la Madre de Cristo, así es la Madre de todos los cristianos (...) por lo cual el bienaventurado Patriarca tiene encomendada a sí, por razón peculiar, la multitud de los cristianos de los que consta la Iglesia, a saber, la familia innumerable extendida por toda la tierra sobre la cual, por ser el esposo de María y el padre de Jesucristo, goza de una autoridad de algún modo paterna." (DS, 3262-3263).

León XIII afirma, pues, como razón de ser del patrocinio paterno del Patriarca José sobre la Iglesia el hecho de ser esposo de María y padre de Jesucristo: quia vir Mariae et pater est Iesu Christi. Es improcedente recordar vacilaciones, causadas por dificultades conceptuales accidentales a la cuestión, que se dieron en otros tiempos para no afirmar lo que ya Suárez en su tiempo pudo establecer categóricamente: la realidad del matrimonio de María y José es una verdad de fe, como reconocen unánimememte los teólogos (De mysteriis vitae Christi, Disp. VII, Sect. 2, nº 2).

En la ordenación del matrimonio con María al nacimiento del Hijo de Dios de la Madre Virgen hallamos la razón del misterio del matrimonio virginal y de la virginidad de José que, vindicada por San Jerónimo (Contra Helvidio, ML 23, 203), fue afirmada por San Pedro Damiano notando que es la fe de la Iglesia (Ep. VI Ad Nicolaum Secundum. ML 145, 384). Fe de la que dan también testimonio las frecuentísimas expresiones del lenguaje de la Iglesia en su plegaria privada y pública al invocar a José como "el castísimo esposo de María".

El capital tema de la paternidad de José respecto a Jesús ha progresado también en la misma teología en nuestros últimos siglos. Había sido ya orientado en el sentido adecuado por San Agustín y por cierto en conexión con el hecho de la transmisión de la herencia davídica por José, al que en el Evangelio hallamos como nombrado e invocado en nombre de Dios por su Ángel, "hijo de David".

El capital principio podría hoy, después de los espléndidos y documentados estudios, ser afirmado en la forma más indudable. Voy a alegar sólo dos testimonios que coinciden con otros innumerables: el de Juan Pablo II, que calificaba la paternidad de José respecto de Jesús como "encarnación perfecta de la paternidad en la familia humana y al mismo tiempo sagrada" (Catequesis en la Audiencia de 19 de marzo de 1980) y el del santo y ferviente apóstol de San José José María Vilaseca, que habló así de la paternidad virginal del Señor San José:

"La paternidad virginal del Señor San José con relación a Cristo, Señor nuestro, es tan divina como la de su divino matrimonio, y supuesto que éste es verdadero, indudablemente, pues de él nos hablan las Sagradas Páginas, así también estos mismos Libros nos demuestran que es real esta divina paternidad. El mismo Crisóstomo, arrebatado en espíritu por esta sublime doctrina tan honrosa para el que es padre de Dios, lleno de admiración, dijo: "¡Oh, bienaventurado José, tú eres el verdadero padre de Cristo (...) así te proclaman los Evangelistas, así te llamó tu misma esposa!" (Muy piadosas preces al Señor San José, México, 1837, día 27 de febrero, lección III).

Quiero añadir aquí, en apoyo de la doctrina del Padre Vilaseca, y recuerdo de homenaje al que fue mi maestro en Teología Josefina, el Padre Francisco de Paula Solà S.I., que también este afirmaba la legitimidad de la expresión "padre de Dios" atribuída a San José (Pertenencia de María y de José al orden hypostático, Estudios Josefinos, 1962, pág. 143).

La excelsa misión de San José fue ya caracterizada por Suárez como "superior" a la de los mismos Apóstoles, y como consecuencia de ella, sostenía que podía también afirmarse una primacía en la santidad, en la fidelidad con la que el que el Evangelio califica de "justo" ejercitó en su obediencia la fe en las promesas y designios divinos.
León XIII, en su encíclica, afirma: "Es cierto que la dignidad de la Madre de Dios es tan alta que nada podría superarla (...) pero no hay duda de que San José se acercó más que nadie a aquella dignidad por la que la Madre de Dios es superior a todas las naturalezas creadas".

Con este texto en el que advertimos una afirmación sin ningún matiz interrogativo ni limitativo, concuerdan plegarias como las preces eucarísticas que aprobó el Papa Benedicto XV para la solemne reserva del Santísimo Sacramento, que concluyen con las dos deprecaciones:

"Bendito sea San José, su castísmo esposo
Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos"

Santa Teresa del Niño Jesús, hace pocos años proclamada Doctor de la Iglesia, en sus manuscritos autobiográficos afirma que desde su infancia "se confundía su devoción a San José con la que profesaba a la Virgen Santísima". Su ejemplo puede aducirse para dar razón a quienes consideran que el culto a San José tendría que ser visto más como cercano al que damos a la Virgen Madre de Dios que al que tributamos a todos los demás ángeles y santos. Tampoco se explicaría de otro modo el sentido del culto a la Sagrada Familia tal como fue aprobado por la Iglesia a partir de León XIII y Benedicto XV.

En la pertenencia de José, como Cabeza y Padre, a aquella familia que fue el origen de la Iglesia, basaba precisamente San Bernardino de Siena, en un celebérrimo sermón, su creencia en la resurrección corporal de José, asociada a la de Cristo, y por la que "aquella Santa Familia permanece eternamente unida en la gloria como lo había estado en la tierra". Esta doctrina no ha pasado hasta ahora de ser "piadosamente creíble", pero no podemos olvidar que fue profesada por muy insignes teólogos y santos, entre ellos por el venerado y santo Pontífice, el Beato Juan XXIII.

Roguemos a la Santísima Virgen y a su esposo el Patriarca José que uno de los frutos del Simposio de El Salvador sea un resurgir de la Teología Josefina que contribuya y ayude al magisterio jerárquico a una mayor iluminación y exhortación de los fieles en su devoción a San José.

En Barcelona, 14 de septiembre del año 2001,
fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

Firmado: Francisco Canals Vidal 

Fuente: orlandis.org