José de Nazaret, un padre trabajador para un hijo carpintero

Eduardo A. González 


En el ambiente de Galilea, el nombre de José, el esposo de María, recuerda al hombre que, vendido por sus hermanos, llegó a ser el Primer Ministro en Egipto, rescatando a su familia de la miseria y el hambre (cf. Gn capítulos 37 al 47).
El evangelio de Lucas, en el capítulo 2, lo muestra como el varón, que emparentado con el rey David, viaja con su esposa para censarse en Belén. Recibe la visita de los pastores que llegan para ver a Jesús recién nacido. Cumple con los deberes religiosos prescriptos para los niños por la Ley de Moisés. La humilde ofrenda de pichones de palomas en el Templo permite identificarlo como perteneciente a una familia pobre.
El evangelio de Mateo, en sus dos primeros capítulos, relata los aspectos de mayor tensión y dificultad de su vida. Aunque su genealogía se remonta hasta el patriarca Abraham, vive en sueños el drama de la anunciación de un hijo divino, sobre el que debe cumplir el rol paterno de la tradición judía: imponerle el nombre de Jesús. Con su familia huirá a Egipto, y vivirá como un exiliado perseguido. Más tarde, con miedo e inseguridad, regresará a su tierra junto a María y al Niño Jesús.
Es muy probable que, según la costumbre, haya enseñado a su Hijo divino la tarea humana del trabajo manual; de tal manera que, años más tarde, los compatriotas de Jesús de Nazaret, al verle actuar con sabiduría y realizar milagros, se preguntarán con asombro: “¿No es éste el hijo del carpintero?” (Mt 13,55). Por su parte, el evangelio de Marcos señala que lo llamaban “el carpintero”. (6,2)
Es el Hijo de Dios que, “semejante a nosotros en todo, dedicó la mayor parte de los años de su vida terrena al trabajo manual junto al banco del carpintero, en el taller de José” (CDSI, 259).
La fiesta de San José Obrero, que celebramos el 1º de mayo, fue elegida porque ese día en todo el mundo las organizaciones obreras recuerdan uno de los momentos más dramáticos de la historia de las luchas de los trabajadores ante las nuevas realidades sociales. En 1886, en la ciudad de Chicago, durante una manifestación que formaba parte de una campaña por el cumplimiento de la ley de la Jornada laboral de 8 horas, una bomba provocó la muerte de varios policías. Aunque nunca se descubrió a los responsables del atentado, cuatro líderes anarquistas fueron acusados, sumariamente juzgados y ejecutados.
Podemos entender que eran tiempos en que “el conflicto entre capital y trabajo se originaba, sobre todo, por el hecho de que los trabajadores, ofreciendo sus fuerzas para el trabajo, las ponían a disposición del grupo de los empresarios y que éste, guiado por el principio del máximo rendimiento, trataba de establecer el salario más bajo posible para el trabajo realizado por los obreros. 
Actualmente... los progresos científicos y tecnológicos y la mundialización de los mercados, de por sí fuente de desarrollo y de progreso, exponen a los trabajadores al riesgo de ser explotados por los engranajes de la economía y por la búsqueda desenfrenada de productividad” (CDSI, 279).

Fuente: sanantoniodepadua.org