San José, esposo de María

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Fiesta: 19 de marzo

En el Plan de Dios, José tuvo un papel esencial: Dios le encomendó la gran responsabilidad y el privilegio de ser el padre adoptivo del niño Jesús y el esposo virginal de María. José, el santo custodio de la Sagrada Familia, es el santo que más cerca está de Jesús y de la Santísima Virgen. 

Mateo (1,16) llama a José el hijo de Jacob; según San Lucas (3,23), su padre era Helí. Probablemente nació en Belén, la ciudad de David, del que era descendiente. Al comienzo de la historia de los Evangelios (poco antes de la Anunciación), José vivía en Nazaret. 

Según Mateo (13,55) y Marcos (6,3), José era un “tekton”, lo cual significa que era carpintero o albañil. San Justino lo confirma, y la tradición ha aceptado esta interpretación, pues Jesús fue llamado “hijo de José el carpintero” (Jn 1,45; 6,42; Lc 4,22). 

Como sabemos, no era el padre natural de Jesús, quien fue engendrado en el vientre virginal de la Virgen María por obra del Espíritu Santo y es Hijo de Dios; pero José lo adoptó amorosamente y Jesús se sometió a él como un hijo a su padre.

En virtud a ello, San José ha recibido diversos títulos: padre nutricio, padre adoptivo, padre legal, padre virginal; pero ninguno expresa a plenitud la misión de San José en la vida de Jesús. 

San José ejerció sobre Jesús la función y los derechos que corresponden a un verdadero padre, del mismo modo que ejerció sobre María, castamente, las funciones y derechos de un verdadero esposo.

La relación de esposos que sostuvieron José y María es ejemplo para todo matrimonio; ellos nos enseñan que el fundamento de la unión conyugal está en la comunión de corazones en el amor divino. Para los esposos, la unión de cuerpos debe ser una expresión de ese amor y por ende un don de Dios.

Desde su unión matrimonial con María, San José supo vivir con esperanza en Dios la alegría y el dolor de la vida diaria. 

En Belén tuvo que sufrir con la Virgen la carencia de albergue hasta tener que tomar refugio en un establo. Allí nació Jesús, el Hijo de Dios.

Después de la visita de los magos de Oriente, Herodes el tirano, lleno de envidia y obsesionado con el poder, quiso matar al niño. José escuchó y obedeció el mensaje de Dios transmitido por un ángel: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle” (Mt 2,13). Y la Sagrada Familia tuvo que vivir varios años en el exilio de Egipto. 

Siendo extranjeros, no hablaban el idioma de aquel país, donde no contaban con el apoyo de familiares o amigos, y podían ser víctimas de los prejuicios, de las dificultades para encontrar empleo y de la consecuente pobreza. José aceptó todo esto por amor a María y a Jesús, y por fidelidad a los mandatos del Señor.

Es muy posible que San José haya muerto antes del comienzo de la vida pública de Jesús, ya que no estaba presente en las bodas de Caná, ni se vuelve a hablar de él en los Evangelios. Según San Epifanio, José murió a los 90 años de edad.

Las principales fuentes de información sobre la vida de José son los primeros capítulos del Evangelio de Mateo y del de Lucas. En los relatos no se recogen palabras dichas por él, pero conocemos sus obras; sus actos de fe, de amor y de protección en favor de su amadísima esposa y de su Hijo. Es un caso excepcional en la Biblia: un santo del que no se conoce ni una sola palabra. Es, pues, el “Santo del silencio”. 

Desde el principio recibió la gracia de discernir los mandatos del Señor. Su libre cooperación con la gracia divina hizo posible que su respuesta al Plan de Dios fuera total y eficaz.

Se destacan en él las virtudes de la vida oculta: la castidad, la humildad, la pobreza, la paciencia, la prudencia, la fidelidad que no puede ser quebrantada por ningún peligro, la sencillez y la fe; la confianza en Dios y la más perfecta caridad.

San José, patrono de la vida interior, nos enseña con su propia vida a orar, a amar, a sufrir, a actuar rectamente y a dar gloria a Dios con toda nuestra vida.

José es también modelo incomparable, después de Jesús, de la santificación del trabajo corporal. Por eso la Iglesia ha instituido la fiesta de San José Obrero, celebrada el 1º de mayo, presentándole como modelo sublime de los trabajadores manuales.

El Papa Pío IX, atendiendo a las innumerables peticiones que recibió de los fieles católicos del mundo entero, y, sobre todo, al ruego de los obispos reunidos en el concilio Vaticano I, declaró y constituyó a San José, Patrono Universal de la Iglesia, el 8 de diciembre de 1870.

Al saludar a los peregrinos en lengua polaca durante la Audiencia General del miércoles 17 de marzo de este año, el Papa Juan Pablo II recordó que el viernes 19 se celebraría la solemnidad de San José, esposo de la Santísima Virgen María.

“Esta solemnidad”, afirmó el Papa, “exhorta a las familias de hoy, confortadas por el ejemplo de María y de José, que cuidaron con amor al Verbo encarnado, a inspirarse en su estilo de vida al tomar decisiones cotidianas, y a hallar la fuerza para superar las dificultades”. El Santo Padre concluyó señalando que “sólo en una familia auténtica, unida establemente y amorosa, los hijos pueden llegar a la sana madurez, siguiendo el ejemplo de amor gratuito, de fidelidad, de entrega recíproca y de respeto por la vida” representado por la Santa Familia.

Fuente: vozcatolica.org