Descubrir el valor manifiesto del vivir oculto

Padre Antonio González Moreno


1.- "Tu casa y tu reino durarán por siempre..." (2 S 7,14) El rey David recibe la promesa más preciada que un monarca puede soñar, que su dinastía permanezca para siempre. De ordinario, por no decir siempre, las casas reales sufren los avatares de la Historia y terminan desapareciendo. En cambio la casa de David dura por siempre pues un hijo suyo es el Mesías, el Salvador del mundo, Jesús el hijo de María, la Virgen Madre, la esposa de S. José de la estirpe de David, el sencillo y buen carpintero de Nazaret.

Es cierto que Jesús nace por obra del Espíritu Santo, sin la intervención de varón alguno y sin que, por tanto, la virginidad de María sufra el menor menoscaba. Sin embargo, José era su esposo el padre legal del Niño, que por ello recibe su condición de hijo de David, según era costumbre entonces, por la vía legal de su padre adoptivo. Por eso en las genealogías de Cristo aparece siempre la figura de S. José, mi Padre y Señor como le gustaba invocarle, imitando a Santa Teresa de Jesús, al fundador del Opus Dei.

2.- "Por lo cual le fue computado como justicia" (Rm 4,22) San Pablo recuerda la figura del Patriarca Abrahán y, en consonancia con los métodos rabínicos deráshicos, aprendidos a los pies de Gamaliel, evoca el Antiguo Testamento para comprobar que en la vida de Jesús se realizan por transposición y elevación muchas de las realidades narradas por los viejos hagiógrafos. En nuestro caso se refiere a la fe de Abrahán y a la promesa recibida respecto a su descendencia futura, numerosa como las estrellas de cielo, a pesar de la incredulidad y esterilidad de Sara.

Su fe le justificó a los ojos de Dios. Esa fe le llevó a esperar contra toda esperanza, a estar seguro de que sería posible lo anunciado por el Señor, a pesar de la risa lógica de Sara, vieja ya y estéril desde su juventud. Es cierto que Abrahán sólo pudo tener un hijo de Sara, Isaac, y otro de la esclava Agar, Ismael. Pero de ellos nacerían dos pueblos numerosos. Y, sobre todo, estamos lo que por la fe en Cristo somos hijos de Abrahán, cuantos como él hemos creído en la promesa de Dios.

3.- "El bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad" (Lc 2,51) Con pocas palabras se nos describen treinta años de la vida de Cristo, los años de su vida oculta, los años de su magisterio callado pero elocuente, sencillo pero de una importancia trascendente para los que, como él, pasan su vida en el silencio de un hogar normal, en medio de las actividades cotidianas, comunes a la inmensa mayoría de los hombres. Una doctrina que nos habla de cuánto de divino puede y debe tener lo que es humano, que extraordinario es lo más ordinario cuando se hace con amor de Dios.

Pasar oculto es lo mío, decía San Josemaría, enamorado de aquel taller de Nazaret donde el trabajo era oración y servicio bien hecho. Vivir sin afán de protagonismo, que sólo Jesús se luzca, repetía también el Fundador del Opus Dei. Qué fácil es decirlo y que difícil vivirlo. Tendemos a constituirnos en el centro de cuanto nos rodea, nos molesta el más mínimo menosprecio, somos hipersensibles a los agravios comparativos. Hay que rectificar, descubrir el valor manifiesto del vivir oculto.

Fuente: betania.es