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Por los caminos
de san
José. En la
historia y la geografía
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
La historia y la geografía son
grandes ayudas para comprender las Sagradas Escrituras, porque
el Libro Sagrado nos presenta muchos nombres y lugares
desconocidos, y si no sabemos ubicarnos geográficamente e
históricamente, nos perdemos, por eso parece bueno contar con un
Atlas Biblico para no perdernos y uno de los buenos libros
históricos a tener a mano, es la Guerra de los Judíos, del
historiador Judío Flaviano Josefo, (año 37-94), a través de los
escritos de Josefo, podemos descubrir mucho sobre las
tradiciones y costumbre del pueblo de Judío en tiempos de Cristo
Jesus. Aprovecho de recomendar el enlace LA BIBLIA de la página
Web: www.caminando-con-jesus.org allí se pueden encontrar
artículos como “Como leer la Biblia, Diccionario Bíblico, Mapas
Bíblicos, Diccionario Geográfico e Historia de la cultura de la
Biblia.
Buscando antecedentes de San José, esposo de Maria, madre de
Jesús, encontré el libro de Werner Keller, “La Biblia Tenía
Razón”, una guía de los relatos sagrados que se esfuerza por
demostrar que la Biblia tenía razón comprobada por las
investigaciones arqueológicas.
Ayudado por los escritos del historiador Josefo, y las
investigaciones de Keller, podemos descubrir una instructiva y
valiosa novedad que talvez hasta ahora era desconocida.
Evangelio según san Mateo, 2:13-15
Un ángel del Señor se aparece en sueños a José, diciéndole:
“levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto y
quédate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al
niño para acabar con él.” Él, levantándose, tomó al niño y a su
madre de noche y se refugio en Egipto; y estuvo allí hasta la
muerte de Herodes.
Aquel que huye al extranjero acostumbra ir, si es posible, allí
donde viven compatriotas suyos. Y aquel que además lleva consigo
un niño de pecho, dará la preferencia a un lugar situado detrás
de la frontera.
En el camino de Palestina a Egipto, unos 10 kilómetros al norte
de El Cairo, se halla el pequeño y silencioso lugar de Mataria,
en la orilla derecha del Nilo. No es preciso, pues, atravesar la
corriente del río. Entre los extensos campos de caña de azúcar
se asoma la cúpula de la “Sanctæ Familiæ in Aegypto Exuli,” la
“Iglesia de la Sagrada Familia.” A unos jesuítas franceses les
pareció que los antiquísimos relatos relacionados con el
jardincillo próximo eran motivo suficiente para la construcción
del pequeño templo.
Hoy día. como antaño, peregrinos de todo el Mundo salen por la
rechinante puerta al jardín y se detienen ante el robusto tronco
de un sicómoro 1 en el cual se reconocen las huellas del tiempo,
llamado “el árbol de la Santa Virgen.” En su tronco hueco, así
dice una piadosa historia — se cobijó y se escondió la Virgen
María con el Niño Jesús al huir de sus perseguidores. Y una
araña tejió una tela tan espesa sobre los fugitivos, que éstos
no fueron descubiertos.
Sobre la verdadera edad del venerable árbol se ha discutido
mucho. Los testimonios más antiguos respecto a él datan tan sólo
de algunos siglos. Pero existe una mención de este lugar que
cuenta cerca de dos mil años.
El jardín de Mataria era célebre en la Edad Media como “jardín,”
porque en él se producían plantas que no se encontraban en
ningún otro lugar de Egipto: “delgados arbolitos que no llegaban
a crecer más altos que el cinturón de los calzones de montar y
cuyo tronco se parece al de la vid,” escribe el inglés John
Maundeville, que lo visitó en un viaje realizado el año 1322. Lo
que describió eran arbustos de balsamina. Cómo llegaron esa”
preciosas plantas a Egipto lo describe el notable historiador
Flavio Josefo.
Después del asesinato de César, Marco Antonio fue a Alejandría.
Cleopatra, la ambiciosa reina de Egipto, se alió con él.
En silencio preparaba el restablecimiento del antiguo poder de
sus antepasados, la reconquista de Palestina. Muchas veces
visitó la tierra judía y Jerusalén y hasta intentó tender sus
redes al rey Herodes, puesto allí por Roma, y atraerlo a su
lado. Ciertamente que Herodes estaba muy lejos de ser enemigo de
las mujeres, pero era demasiado ladino y perspicaz para no
comprender que semejante aventura podía acarrearle la enemistad
del poderoso Marco Antonio. Sin embargo, la negativa dada a
Cleopatra estuvo a punto de costarle la cabeza. La vanidad
femenina, herida en lo profundo, hizo que intrigara cerca de
Marco Antonio contra Herodes. Se arregló de manera que el rey
pidió, bajo la inculpación de graves cargos, fuese citado a
Alejandría. Cleopatra había llevado su juego en forma muy
refinada, pero Herodes era un viejo zorro.
Cargado de oro se hizo anunciar a Marco Antonio y consiguió
apaciguar al romano sobornándole. ¡Otro nuevo motivo de
humillación para la reina! Sin embargo, tampoco ella salió del
trance con las manos vacías. Herodes tuvo que ceder toda la
valiosa costa de Palestina con sus ciudades; Marco Antonio hizo
de ella un presente a su amada en calidad de propiedad personal.
Y, además, la ciudad de Jericó, junto al Jordán, con todas las
plantaciones anexas; en jardines perfumados crecían allí las
especies más valiosas del reino vegetal procedentes de semillas
que, en tiempos remotos, había donado la reina de Saba al gran
Salomón... entre ellas la planta productora del bálsamo.
“La nueva propietaria — hace notar expresamente Josefo —• tomó
muestras de ella y se los llevó a Egipto. Dentro de la
circunscripción del templo de Heliópolis (el “On” de la Biblia)
(Gen. 41:50) fueron plantados por orden suya. Bajo el cuidado de
expertos jardineros judíos, procedentes del valle del Jordán,
arraigaron en la tierra del Nilo aquellas plantas tan raras y
valiosas... y así se formó el famoso “jardín” de Mataria.
Treinta años después, cuando Marco Antonio y Cleopatra hacía ya
tiempo se habían suicidado después de perdida la batalla naval
frente a Accio, José y María con el Niño Jesús buscaban un
refugio seguro entre los jardineros judíos, en el perfumado
huerto de balsaminas de Mataria.
Muchas son las huellas que conducen obstinadamente a aquel
lugar; quizá algún día se hallará alguna que resulte de
auténtico valor histórico.
Evangelio según san Mateo 2:19-22
Habiendo muerto Herodes. He aquí que un ángel del Señor se
aparece en sueños a José en Egipto y le dice: “levántate, toma
al niño y a su madre y vete a la tierra de Israel, porque han
muerto ya los que atentaban contra la vida del niño”... Mas,
habiendo sabido que en judea reinaba Arquelao en lugar de su
padre Herodes, temió ir allá.
Herodes murió cuando contaba setenta años, en el año 4 antes de
nuestra era, treinta y seis años después que Roma le había
nombrado rey. Inmediatamente después de su muerte tuvo lugar un
eclipse de Luna cuya fecha exacta han calculado los astrónomos:
ocurrió el 13 de marzo de dicho año.
Duro es el juicio que Flavio Josefo nos transmite de él cuando,
algunos decenios más tarde, escribe sobre Herodes: “No fue un
rey sino el tirano más cruel que jamás haya gobernado un país.
Ha asesinado a una multitud de personas y la suerte de aquellas
que dejó con vida fue tan triste, que envidiaban la suerte de
los sacrificados. No sólo ha martirizado como individuos a sus
súbditos, sino que, además, los ha maltratado como pueblo. Para
embellecer ciudades extranjeras ha sometido al pillaje a las
suyas propias, haciendo a otros países obsequios pagados con la
sangre de los judíos. Debido a ello, en lugar del primitivo
bienestar y de las costumbres ancestrales y dignas de respeto,
ha empobrecido al pueblo y ha sembrado en él la desmoralización.
En realidad, los judíos han sufrido en pocos años, bajo Herodes,
más sufrimientos que sus antepasados en el largo espacio de
tiempo desde la salida de Babilonia y el regreso bajo Jerjes.”
Durante los treinta y seis años de su reinado apenas si hubo un
día en que no se cumpliera una pena de muerte.
Herodes no respetaba a nadie, ni siquiera a su propia familia ni
a sus más íntimos amigos ni a los sacerdotes y tampoco a su
pueblo. En la lista de sus asesinatos figuran dos esposos de su
hermana Salomé, su mujer Mariamme y sus hijos Alejandro y
Aristóbulo. Hizo ahogar a su cuñado en el Jordán y eliminó a su
suegra, Alejandra. Dos sabios que habían arrancado las águilas
romanas de oro de la puerta del templo fueron quemados vivos.
Hircano, el último de la familia de los Hasmoneos, fue
asesinado; varias familias nobles completamente exterminadas;
muchos fariseos apartados de su camino. Cinco días antes de su
muerte el anciano hizo aún asesinar a su hijo Antípater. Y esto
era sólo una parte de las fechorías de aquel que, “como
soberano, era una fiera.”
El carácter de ese hombre cruel explica que fuera capaz de
ordenar la degollación de los inocentes de Belén que en la
Biblia se le atribuye (Mt. 2:16).
Después de asesinado Antípater, Herodes, en su propio lecho de
muerte, hace testamento, nombrando sucesores suyos a tres de sus
hijos menores: Arquelao, como heredero de la realeza; Herodes
Antipas y Filipo, como tetrarcas, soberanos de Galilea y Perea,
una parte de la tierra situada al este del Jordán, así como del
territorio al nordeste del lago de Genesaret. Arquelao es
reconocido rey por su familia, y las tropas de Herodes,
constituidas por soldados germanos, galos y tracios; le aclaman.
Pero al saberse en el país la noticia de la muerte del déspota,
estallan desórdenes de violencia jamás conocida entre el pueblo
judío. Al sordo odio contra la estirpe de los herodianos se
mezcla la sublevación contra Roma.
En vez del duelo por la muerte de Herodes se elevan lamentos y
quejas por sus inocentes víctimas. El pueblo reclama venganza
por Yehuda ben Serifa y Matatías ben Margolot, que fueron
quemados cual teas humanas. Arquelao contesta mandando sus
tropas a Jerusalén. En un solo día se producen 3.000 víctimas.
El atrio del templo está lleno de cadáveres. Esta primera
actuación de Arquelao pone al descubierto su verdadero carácter:
el hijo de Herodes supera a su padre en instintos de crueldad y
en injusticias.
El testamento requería aún el beneplácito del emperador Augusto.
Por eso se desplazan sucesivamente a Roma Arquelao y Herodes
Antipas. Al mismo tiempo se dirigen a Augusto cincuenta ancianos
como embajada de Israel, para solicitar de él que les libre de
aquella monarquía. En ausencia de los herodianos los desórdenes
adquieren mayor extensión. Para restablecer la paz se manda a
Jerusalén una legión romana. La desgracia quiere que en medio de
estos desórdenes llegue Sabino, el pretor administrativo de
Augusto. Sin escuchar consejos ni advertencias se instala en el
palacio de Herodes y se ocupa de comprobar las contribuciones y
los tributos de la Judea.
En la fiesta semanal acuden millares de peregrinos a la Ciudad
Santa. Se produce un choque sangriento. En la plaza del templo
tiene lugar una lucha encarnizada. Las tropas romanas son
apedreadas. Éstas incendian las galerías, penetran en el templo
y roban todo lo que hallan a mano. El propio Sabino se apodera
de 400 talentos pertenecientes al tesoro. Después tiene que
atrincherarse apresuradamente en palacio.
La rebelión de Jerusalén se propaga a todo el país como un
incendio. Los palacios reales de Judea, después de ser
saqueados, son pasto de las llamas. El gobernador de Siria acude
con un poderoso ejército romano reforzado con tropas de Beirut y
de Arabia. Así que las fuerzas aparecen ante Jerusalén los
sublevados huyen. Son perseguidos y hechos prisioneros en masa.
Dos mil hombres son crucificados.
El gobernador de Roma en Siria, que fue quien dio la orden, es
mencionado en el libro de la Historia por una desastrosa derrota
sufrida en el año 9 después de J.C. Se llamaba Quintilio Varo.
Trasladado de Siria a Germania, perdió la batalla de la Selva de
Teutoburgo.
Tal era la desastrosa situación cuando José, viniendo de Egipto,
“oyó que en Judea reinaba Arquelao en lugar de su padre
Herodes.” Por esto “temió ir allá.”
“Yendo a habitar a una ciudad llamada Nazaret...” (Mt. 2:23).
Muchos eruditos y escritores han alabado repetidamente la
belleza del lugar en donde Jesús pasó los días de su niñez y de
su juventud. San Jerónimo llamaba a Nazaret la “Flor de
Galilea.” El Nazaret actual es una pequeña villa de 8.000 almas.
En las arcadas de sus calles y callejuelas están situados los
talleres abiertos y las tiendas de muchos carpinteros. En ellos
se construyen yugos de madera para los bueyes, arados y una gran
variedad de utensilios que como entonces ahora siguen utilizando
los pequeños campesinos.
En nuestros tiempos, como en los de Jesús, las mujeres van a
buscar agua y llevan en la cabeza con suma habilidad los
cántaros. El agua procede de una fuente situada al pie de la
colina, donde brota en forma de un pequeño manantial. “Ain
Maryam,” es decir, “la Fuente de María” es el nombre que lleva
desde remotos tiempos.
El viejo Nazaret ha dejado numerosas huellas. Estaba situado
encima de la población actual, y allí, a 400 metros de altura,
se agrupaban las pequeñas casas construidas con paredes de
barro. Una de ellas pertenecía al carpintero José.
Lo mismo que Jerusalén, Nazaret está rodeada de montañas, Pero
¡qué diferente el carácter de ambos paisajes, cuan distintas las
siluetas de ambas poblaciones y hasta el ambiente que las rodea!
Una sensación de amenaza y de melancolía pesa sobre la tierra
montañosa de Judea. Imponente y severo escenario de un mundo que
albergó al profeta, al luchador sin compromisos, que opone su
voluntad a la voluntad de todo el mundo, que fulmina contra toda
injusticia, contra la inmoralidad, contra la inculcación del
derecho y predica la responsabilidad de los pueblos y la
corrección de las naciones.
Llenos de paz, de contornos suaves y amables, son en cambio los
alrededores de Nazaret. Jardines y huertos rodean al pequeño
poblado de campesinos y artesanos. Palmerales, bosquecillos de
higueras y de granados, matizan de verdor las cercanas colinas.
Los campos están sembrados de trigo y de cebada, los viñedos dan
opimos frutos y en todas partes, junto a los linderos y a los
caminos, se ven vistosas flores.
Ése es el panorama del cual Jesús tomó los motivos para sus
bellas comparaciones y sus parábolas: la de la simiente, la de
la cosecha de trigo y la cizaña, la del grano de mostaza, la de
la viña y de los lirios del campo.
Sin embargo, el antiguo Nazaret no estaba enteramente apartado
del gran mundo. Desde el Norte, procedente de las montañas de
Galilea, torcía en dirección a Nazaret la gran ruta de los
romanos, y, pocos kilómetros al Sur, cruzaba un antiguo camino
de caravanas, la animada vía comercial que unía a Damasco con
Egipto a través de la llanura de Yezreel.
Bibliografía:
Josefo, Flavio (1997/1999), LA GUERRA DE LOS JUDIOS, Madrid:
Editorial Gredos.
Y LA BIBLIA TENÍA RAZÓN, Werner Keller (Ediciones Omega)
Fuente: betania.es
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