San Juan Diego (1474-1548)

El Observador 

 

El Vidente del Tepeyac se llamaba en la gentilidad Cuauhtlatóhuac, «El que habla como águila». Nació en el barrio de Tlayacac del señorío de Cuautitlán. Originalmente nos era presentado como un pobre macehual que se ganaba la vida gracias a muy modestas actividades, entre ellas la manufactura de petates que vendía en el mercado de Tlatelolco. La escasa educación que tendría la habría adquirido en el telpochcalli, centro de instrucción fundamentalmente para labriegos, antítesis del elitista calmecac, escuela para nobles.
En l524 fue bautizado. Contrajo matrimonio en 1526 con Malintzin, doncella que, al bautizarse, tomó el nombre de María Lucía. Ésta murió pronto, en 1529, terminando así una unión marcada por la virginidad que adoptaron los cónyuges, influida por las prédicas del padre Motolinia. Se habla de un hijo adoptivo de la pareja, quien habría escrito una apología de nuestro beato.
En diciembre de 1531 Juan Diego fue varias veces interlocutor y finalmente mensajero de la Virgen María. El retrato de la Señora del Cielo quedó prodigiosamente pintado en el burdo ayate del indígena. La narración detallada de las apariciones la encontramos en el documento Nican Mopohua, atribuido a Antonio Valeriano.
Sus últimos años los dedicó a cuidar la ermita que en seguida se construyó para venerar el milagroso ayate. LLevó entonces una vida muy espiritual, asociada con la oración y la penitencia, hasta su muerte en 1548. Su Santidad Juan Pablo II beatificó a Juan Diego en la basílica del Tepeyac el 6 de mayo de 1990. La fiesta particular del beato quedó fijada para el 9 de diciembre.
Todo hacía suponer que, cumplidos todos los requisitos, Juan Diego sería canonizado durante el tiempo jubilar conmemorativo del segundo milenio cristiano: el milagro requerido para tal efecto estaba en principio certificado. Era el caso de un drogadicto de la ciudad de México que trató de suicidarse y tuvo fractura de cráneo, a quien los médicos daban por muerto; sin embargo, sanó milagrosamente, debido a que su madre lo pidió a Juan Diego.
Pero se interpuso un cuestionamiento de don Guillermo Schulenburg, abad emérito de la basílica guadalupana, quien encontró apoyo en otras dos personas relacionadas con el culto, y el proceso se detuvo. Hacia finales de 1999 el padre Arturo Rocha Cortés, de la Comisión Postuladora para las Causas de los Santos, presentó su estudio «Documentos para servir en la genealogía del indio Juan Diego», y Miguel González Fernández, Eduardo Chávez Sánchez y José Luis Guerrero Rosado sacaron a luz su obra El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego, donde aportan información complementaria importante. Parece que ahora resulta que Juan Diego no sólo existió de verdad sino que fue descendiente de la nobleza de Texcoco (habría sido nieto del rey Nezahualcóyotl). Arrancó hace poco la construcción de un santuario dedicado a este beato en el cerro de Zacahuitzco, al costado norte de la basílica de Guadalupe, sobre la avenida Cantera. (J.J.G.G.)