Muchos creen equivocadamente que Juan Diego era un indio ignorante. Fue Caballero Águila y nieto de Netzahualcóyotl, nada menos.

 

Miguel Vázquez

 

«Nieto de Netzahualcóyotl y emparentado también con el emperador Moctezuma I, el noble Juan Diego nació en 1474, en lo que hoy es el pueblo de Santa Clara Coati-tle. Su nombre original era Cuautlizatzin Ix-lilxóchitl. Fue dueño de vastas propiedades e instruído en el sacerdocio y en el arte de la guerra, consiguiendo el grado de Caballero Águila. Juan Diego tuvo dos esposas a la vez, Beatriz y María Lucía. Con la primera procreó tres hijos, y con la segunda, dos hijas. Al convertirse al cristianismo, decidió vivir únicamente con María Lucía. Ya era viudo cuando en 1531 se le apareció la Virgen en el Tepeyac, a la que consagró los últimos años de su existencia. Murió en 1548, a los 74 años de edad». Así dice exactamente la biografía definitiva de Juan Diego, basada en las investigaciones que entregó personalmente al Papa el postulador de la causa de canonización, monseñor Enrique Salazar y Salazar. 

«Es interesante conocer la historia», explicó el padre José Fortunato Alvarez, secretario canciller del obispo de Mexicali. «Algunos tenemos la idea de Juan Diego como la de un indio ignorante, y no es así. Él tenía una posición reconocida entre los aztecas. Esto hace más atractiva su conversión reconocida entre los aztecas. Todo el que se bautizaba era aquel que había dejado la idolatría, y nunca es fácil desprenderse de su cultura, prácticas y creencias. 

«Juan Diego, por ser de la nobleza indígena, tuvo formalmente dos mujeres y, según los investigadores, pudo incluso haber tenido varias concubinas, como acostumbraban los señores de la época pre-hispánica. Pero Juan Diego, renunciando a sus tradiciones, aceptó y abrazó la fe católica que trajeron los españoles. En 1524 el fue bautizado junto con su esposa María Lucía, cuando el tenía 50 años. 

«Juan Diego fue beatificado en 1990. El pasado 13 de diciembre del 2001 el Papa aprobó el decreto canónico de reconocimiento del milagro atribuído a la intercesión de Juan Diego. Este es el tercer y último milagro requerido para su canonización», dijo. 

Ahondó: «El milagro ocurrió el 6 de mayo de 1990, en el mismo momento en el que el Santo Padre proclamaba beato a Juan Diego. Se trata del joven Juan José Barragán Silva, que desesperado y bajo el efecto de la droga, frente a su mamá, se hirió a sí mismo con un cuchillo y se tiró de cabeza al vacío desde un balcón a 10 metros de altura. La madre del muchacho, Esperanza, ha contado que justo cuando el joven estaba cayendo lo encomendó a Dios y a la Virgen de Guadalupe. Invocando a Juan Diego le dijo: `Dame una prueba. ¡Sálvame a mi hijo! Y tú, Madre mía, escucha a Juan Diego'. A juicio de los médicos, la muerte debía haber sido instantánea. Considerando la altura desde la que se aventó el muchacho, su peso de 70 kilos y el ángulo de impacto, se ha calculado que la caída ocasionó una presión de dos mil kilos en su cráneo. Sin embargo, a los tres días de estar hospitalizado, de manera instantánea e inexplicable, Juan José se curó completamente. No quedó con ningún daño neurológico o psicológico, y además sanó de su problema de drogadicción. Los especialistas dijeron que este caso era científicamente inexplicable». 

«La canonización de Juan Diego tiene implicaciones muy grandes. La fe de México está sostenida en el milagro guadalupano, y es importante no pasar por alto a aquel hombre que, habiendo conocido a la Madre de Dios, no vaciló en dejar todas sus ocupaciones anteriores para dedicarse a Ella. Es un ejemplo de fe, esperanza y caridad. Él era el custodio de la imagen de la Virgen que se hallaba en una capilla que mandó construir el obispo Zumárraga. A partir de las apariciones, Juan Diego vivió en una consagración especial a la Virgen María. No hay que dejar de ver, pues, que en favor del milagro guadalupano existió una persona que, humildemente, en el silencio, con su vida, protegió ese milagro, que es grandísimo, y ayudó a que pudiera darse plenamente en México. Juan Diego estuvo presente para que el milagro guadalupano fuera posible y creíble. En los diez años anteriores a la aparición, los misioneros y franciscanos habían convertido al catolicismo entre 250 y 300 mil indígenas en México, mientras que, tras el milagro guadalupano ocurrido en 1531, en sólo 7 años se convirtieron 8 millones de personas».

«El Papa viene a hacer un homenaje a este hecho. Viene a resaltar las virtudes heroicas. Un santo es aquel hombre de carne y hueso que la Iglesia declara que vivió en fe, esperanza y caridad de forma heroica y grande. La iglesia lo hace santo para que todos veamos que podemos vivir las virtudes».

(Fuente: La Cruz de CalIfornia, Año 6, No. 3, marzo de 2002)