¿Para qué San Juan Dieguito?

 

Jaime Septién

 

La humildad de Juan Dieguito fue la tierra fértil de la promesa de Cristo de quedarse entre los más sencillos. 

El arzobispo emérito de San Luis Potosí y encargado de las causas de los santos, monseñor Arturo Szymanski, suele decirme: «no preguntes por qué suceden las cosas, sino para qué suceden». Preguntar para qué, es introducir a Dios en nuestra vida personal. Y en lo que respecta a la marcha del mundo, es encontrar en ésta la historia de la salvación. De modo que no es ocioso preguntar para qué el Papa va a canonizar a Juan Dieguito el próximo 30 de julio en México. Sabido es que Su Santidad Juan Pablo ll gusta de canonizar héroes de la fe, pero con destinatarios muy concretos. En este caso son los cerca de 60 millones de indígenas que habitan nuestra América Latina, 10 de ellos en el territorio mexicano. Juan Dieguito fue el intermediario de la Virgen de Guadalupe para llevar el mensaje de amor a los naturales de las tierras apenas conquistadas por la corona española. Ahora servirá de intercesor ante Dios para todas las peticiones de fe de sus hermanos indígenas y de los que vivimos en este subcontinente. 
¿Tienen utilidad los santos? Yo creo que sí y mucha. No se me puede quitar de la cabeza que la canonización de los mártires mexicanos en mayo de dos mil trajo como bendición a nuestra Patria la fiesta ciudadana de la democracia del 2 de julio de ese año. Que esa fiesta se haya aguado es obra de los hombres, no de los mártires que dieron su sangre por Cristo Rey del Universo y por una nación que creían (y que es) privilegiada por su amor y protección. Juan Dieguito servirá, pues, como un ejemplo maravilloso -desde la inocencia- de donación al mensaje de Dios y de disposición al amor para propagarlo; pero, por encima de todo, servirá para que los mexicanos sepamos saldar, de una vez y para siempre, la enorme y lacerante deuda que tenemos con nuestros hermanos indígenas, sometidos hoy al aislamiento más despiadado del desarrollo, a las condiciones de pobreza más brutales, al despojo, la ignorancia y, lo que es peor: a la cruel indiferencia nuestra, a aquella que aplicamos cada día al ver a una madre indígena en el crucero y arrojarle, desde la burbuja de nuestra comodidad automotora unas cuantas monedas: migajas de corazón entumecido. 
La humildad de Juan Dieguito, dice mi esposa Maité, fue la tierra fértil de la promesa de Cristo de quedarse entre los más sencillos. La Gracia de la santidad los ha elevado a los altares, a él como a Santa María Goretti, Santa Bernardita, los pastores de Fátima… Agrega Maité su condición de difusor del amor de Cristo a los más pobres. Ver a las miríadas de humillados y ofendidos hincarse frente al ayate de la Basílica, contemplar su rostro colmado de amor es parte del milagro. Y el iniciador de este grandísimo suceso, al menos como parte humana, lo fue Juan Dieguito. Su canonización exalta a los sin nada. Los vuelve a poner en el sitio del Padre, pues en ellos se quedó a morar Cristo con nosotros. Y el que no vea la urgencia de la justicia a los indígenas en santo Juan Dieguito, mis respetos, pero está completa, absoluta, totalmente -como dicen nuestros exvotos populares-ciego de sus ojos.

Juan Diego, ¿cuándo?
La fecha de la cononización fue fijada este 26 de febrero de 2002, a las 12 del mediodía, hora de Roma en un consistorio de cardenales, reunido en el Vaticano y presidido por Juan Pablo II, en el que también se fijaron las ceremonias en la que serán canonizados otros ocho beatos, entre ellos los españoles Alonso de Orozco y Josemaría Escrivá de Balaguer, y el famoso fraile capuchino italiano Padre Pío de Pieltrecina. 
Ese mismo día la Nunciatura Apostólica en México se complació en comunicar lo siguiente:
«El Santo Padre Juan Pablo II realizará un Viaje Apostólico a Ciudad de México para la Beatificación de los Mártires Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles y para la Canonización del Beato Juan Diego Cuautlatoatzin, del 29 al 31 de julio próximo». 

Fuente: periodismocatolico.com