Juan Diego, el mensajero 

Sonia Gabriela Ceja Ramírez

 

“Ten por seguro que mucho lo agradeceré y lo pagaré, que por ello te enriqueceré y te glorificaré”: ésta es la promesa que hizo, en 1531, Nuestra Señora de Guadalupe “al más pequeño de sus hijos”, y que 471 años después se ve materializada con la canonización de su vidente y mensajero: Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

Un accidentado camino hacia los altares

El acontecimiento del 12 de diciembre en la colina del Tepeyac tuvo un actor humano muy importante: Juan Diego Cuauhtlatoatzin (1474-1548), natural de las tierras de la Nueva España y calificado por sus contemporáneos como un «muy buen indio y muy buen cristiano», a quien desde aquellos tiempos se le manifestaba admiración y respeto.

Ahora, después de muchos años, sus coterráneos siguen manifestando ese cariño por «Juanito, Juan Dieguito», quien será el primer indígena inscrito en el catálogo de los santos, y es que el acontecimiento del que fue testigo y mensajero, ha sido un hecho clave para la evangelización en nuestra tierra mexicana y más allá de nuestras fronteras: «La aparición de la Virgen María al indio Juan Diego en la colina del Tepeyac, el año de 1531, tuvo una repercusión decisiva para la evangelización. Este influjo va más allá de los confines de la nación mexicana, alcanzando todo el Continente», expresa Su Santidad Juan Pablo II en Ecclesia in America.

Cuatro siglos de espera

Juan Diego fue declarado beato el 6 de mayo de 1990, en la Basílica de Guadalupe, durante la segunda visita del Papa a México, pero el proceso para su beatificación y canonización, inició mucho antes.

En 1666 se abrió el proceso jurídico-eclesiástico. Entre el 3 de enero y el 14 de abril se recabaron las primeras informaciones, que consistieron en el testimonio de ocho indígenas de entre 80 y 115 años de edad, que arrojaron como resultado datos precisos sobre las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, y la existencia y calidad moral de su emisario.

Sin embargo, fue hasta 1984 que el Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, en ese entonces Arzobispo Primado de México, dio lectura al decreto con el que inició el proceso canónico del entonces Siervo de Dios e «indio humilde», como lo calificó el Cardenal Norberto Rivera en su carta pastoral por la canonización del Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

En su etapa diocesana, el proceso concluyó el 23 de marzo de 1986. La positio fue enviada a la Santa Sede y en 1990 fue aprobada por las tres Comisiones de la Congregación para las Causas de los Santos: la de Historiadores, la de Teólogos y la de los Obispos y Cardenales.

El milagro

Para alcanzar la gloria de los altares y subir «el cuarto escalón» del proceso canónico, es necesaria la aprobación de un milagro que haya sido concedido mediante la intervención del beato. En el caso del Beato Juan Diego, el milagro fue el siguiente:

«Bajo la dirección del señor Cardenal Ernesto Corripio, se llevó a cabo la investigación diocesana (1990-1994) acerca de una supuesta curación milagrosa, atribuida a la intercesión de dicho beato. El caso en cuestión inició el 3 de mayo de 1990, cuando un joven de 20 años de edad, llamado Juan José Barragán Silva, cayó de una altura aproximada de diez metros, sobre la banqueta de cemento, con un fuerte impacto valorado en 2 mil kilogramos, con fractura múltiple del hueso craneal y fuertes hematomas. Según la valoración de los médicos, la probabilidad de muerte instantánea superaba 80%. El 26 de febrero de 1998, los médicos especialistas de la Congregación para las Causas de los Santos examinaron y aprobaron por unanimidad los estudios que los médicos mexicanos habían hecho durante el proceso diocesano, pues comprobaron que era naturalmente inexplicable que Juan José estuviese vivo y sano, con una curación rápida, completa y duradera: era una curación inexplicable según el conocimiento de la ciencia médica. La madre del joven fue quien, con gran fe, invocó al Beato Juan Diego por la salvación de su hijo. El 11 de mayo de 2001, en sesión especial para estudiar el milagro, los consultores teólogos, presididos por el promotor de la fe, aprobaron el milagro sucedido por intercesión de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, con voto afirmativo unánime». Así lo dicta el documento de la Congregación para las Causas de los Santos, relativo al proceso de canonización que se consuma este miércoles 31 de julio, y es la misma conclusión a la que llegaron los Cardenales y obispos reunidos en sesión ordinaria, el 21 de septiembre de 2001.

El decreto «acerca del milagro» fue promulgado en la ciudad de El Vaticano ante Su Santidad Juan Pablo II el 20 de diciembre de 2001, y el 26 de febrero de 2002, con el espíritu lleno de alegría y agradecimiento, México recibió la decisión del Santo Padre de canonizar a Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

El impacto de canonizar a Juan Diego 

El 24 de agosto de 1999, durante la presentación de «El Encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego», El Cardenal Juan Sandoval Íñiguez, en su exposición «La Virgen de Guadalupe en el Sínodo para América», se refiere al entonces probable acontecimiento: «La existencia, personalidad y santidad de Juan Diego, están íntimamente ligadas al Hecho Guadalupano. Su canonización sería el glorioso epílogo de los trabajos del Sínodo, que ha pedido y espera este acontecimiento. Con ella, se complementarían las expectativas de quienes participaron en el Sínodo para América y se haría realidad la promesa que la Virgen de Guadalupe le hizo a Juan Diego en pago a sus servicios, de engrandecerlo y honrarlo.

Importa mucho que los devotos de la Virgen de Guadalupe difundamos la memoria de Juan Diego, para que el pueblo conozca la vida de este indio humilde y noble, digno representante de los 40 millones de indígenas que actualmente pueblan el Continente Americano; confidente y mensajero fiel de la Virgen, ejemplo de vida cristiana y de celo en la difusión del Evangelio».

En este documento, el arzobispo de Guadalajara citó palabras del Papa Juan Pablo II: «Virgen Santísima: que, como el Beato Juan Diego, podamos llevar tu imagen impresa en el camino de nuestra vida, y anunciar la Buena Nueva de Cristo a todos los hombres».

LA SANTIDAD DE JUAN DIEGO

«Era un indio que vivía honesta y recogidamente, y era muy buen cristiano temeroso de Dios, y de su conciencia, de muy buenas costumbres y modo de proceder en tanta manera que en muchas ocasiones les decía a otros: “Dios os haga como Juan Diego, y su Tío, porque los tenían por muy buenos indios y muy buenos cristianos”» (Marcos Pacheco, quien dijo haber conocido muy bien a Juan Diego, y a María Lucía, su mujer, y a Juan Bernardino. Dio su testimonio para las Informaciones Jurídicas de 1666, cuando se abrió el proceso jurídico de Juan Diego).

«Aun los mismos indios que frecuentaban el Santuario se valían de las oraciones de su compatriota viviendo y, ya muerto y sepultado allí, lo ponían como intercesor ante María Santísima, para lograr sus peticiones. Esperamos en Dios que un día lo veremos en el honor de los altares» (Cayetano de Cabrera y Quintero, Escudo de Armas, Impresiones del Real, México 1746, p. 345).

«Juan Diego es un ejemplo para todos, pues nos enseña que todos los fieles de Cristo, de cualquier condición y estado, son llamados por el Señor para la perfección de la santidad» (Papa Juan Pablo II, durante su segundo viaje apostólico a México el 6 de mayo de 1990).

«Juan Diego, obedeciendo cuidadosamente los impulsos de la Gracia, siguió fiel a su camino y se entregó todo a cumplir la voluntad de Dios, según aquel modo en el que se sentía llamado por el Señor. Haciendo esto, fue sobresaliente en el tierno amor para con la Santísima Virgen María, a la que tuvo constantemente presente y veneró como madre» (Íbid).

«Una personalidad como la de Juan Diego, vivida en fidelidad a la voluntad divina y al servicio de los hermanos se convierte, para cualquier bautizado, en un modelo que llama a la conciencia y nos anima a confrontar nuestro estilo de vida con el Evangelio de Jesucristo, y a integrarnos con los demás miembros del pueblo de Dios para seguir colaborando en la misión (...) Contemplación, oración, práctica sacramental, ayuno, penitencia y misión, son parte de la personalidad espiritual del agente laico evangelizador» (Carta pastoral del Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México, con motivo de la canonización de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, n. 120).

«La santidad que se necesita en América es la revolución de la ternura, que se refleja en el diálogo de Santa María de Guadalupe con Juan Diego» (Cardenal Juan Sandoval Íñiguez, La Virgen de Guadalupe en el Sínodo para América, citando la XIX Congregación General del 2 de diciembre).

Fuente: Semanario, Arquidiócesis de Guadalajara, México