San Luis M. Grignon de Montfort

 

R.I.I.A.L

¿A qué Santo vamos a presentar hoy?... Corría el 28 de abril de 1716. En una población francesa estaba agonizando un sacerdote ejemplar, misionero ardiente, de sólo cuarenta y tres años. Se llamaba Luis María Grignon de Montfort. 
En el sermón que había predicado la noche anterior sobre la dulzura de Jesús para con el publicano y la Magdalena, había hecho prorrumpir en sollozos a la gente que llenaba la iglesia. Hubo de retirarse a la pobre casucha que utilizaba durante la misión, y todo el pueblo quería visitarlo en su lecho de muerte. 
De repente, se le ve luchar contra un enemigo invisible. Y Luis, sereno, le intima al demonio:
- Es inútil que me acometas. Estoy entre Jesús y María. He llegado al término de mi carrera. ¡No me harás pecar más!
Y dicta y rubrica su testamento: 
- Yo el firmante, el mayor pecador, quiero que mi cuerpo sea enterrado en el cementerio, y mi corazón bajo la tarima del altar de la Santísima Virgen. 
No podía dictar un testamento diferente. Aquel corazón pertenecía a uno de los Santos más amantes que ha tenido la Virgen y un apóstol infatigable de su devoción. 
Grignon de Montfort es el primero de una era de grandes Santos, profetizados por él mismo, que se distinguirán por su devoción a la Virgen María, la cual, por esos sus grandes siervos, hará grandes maravillas, destruirá el poder del pecado, y establecerá el reinado de Jesucristo sobre el mundo. ¿Qué de extraño que ahora deje su corazón a la Virgen María, para que Ella se enseñoree de él, hasta que lo tenga resucitado con el suyo en la gloria?...
Grignon de Montfort era hijo de una ejemplar familia cristiana. De entre sus hermanos, tres de los varones fueron sacerdotes y tres tres de las mujeres se consagraron a Dios como religiosas. Ya desde niño, demostró lo que sería la pasión de su vida: un amor encendido a la Virgen María, a la que llamaba con ternura sin igual: ¡Mi Madre!, ¡Mi buena Madre! ¡Mi Madre querida! 
Dondequiera encontrase una imagen de María, caía de rodillas, se quedaba inmóvil, y allí permanecía extático durante horas. Era evidente una gracia especial de Dios, en un joven todo energía. 
En el famoso seminario sulpiciano de París aprende a vivir el amor a la Virgen con una fórmula que será después el nervio de su doctrina mariana, enseñada en sus dos libros famosos El Secreto de María y Tratado de la Verdadera Devoción.
- Hacer todo CON María, en su compañía, sin perderla nunca de vista, pues, haciéndolo todo con Ella, venimos a hacerlo todo como María, con su misma finura, y salimos imitadores suyos perfectos. 
- Hacer todo EN María, es decir, meterse en María, en sus sentimientos, en su corazón, de modo que sea María el motor de toda nuestra actividad.
- Hacer todo POR María, o sea, dirigirse a Jesucristo y a Dios por medio de la Virgen María, por ser una intercesora y una Medianera poderosa de la Gracia. 
- Hacer todo PARA María, porque nos rendimos a Ella como unos esclavos, que no tienen más ilusión que servir gozosos a su Reina y Señora. 
¿Sabemos lo que nos enseña Grignon de Montfort? No nos dice nada nuevo. Nos dice lo que desde San Pablo nos sabemos de memoria en la Iglesia: que no tenemos más que un Mediador, que es Jesucristo. Pero, ¿queremos ir fácilmente a Jesucristo? ¡Vayamos por María! 
Hay que ir a Jesucristo, y por Jesucristo a Dios en el Espíritu Santo. Pero escogemos un camino fácil, encantador, podríamos decir, como es María. 
Porque María no se nos quedará para Sí misma, sino que nos llevará irremisiblemente a Jesucristo y por Jesucristo a Dios. María se convierte en el atajo más rápido para llegar a Jesús. 
El Sacerdote y Misionero tan celoso, que recorría incansable todo el norte de Francia, formado por María, resultará una copia perfecta de Jesucristo. Aprenderá la ciencia más difícil, como es el amor a la cruz, y será un lema suyo que se hará famoso: 
-¡Qué cruz, no llevar ninguna cruz!.
Porque no sabía vivir sino clavado con Jesús en la cruz. Y repetía, y hacía repetir a todos en sus misiones, cuando renovaban las promesas del Bautismo: 
- Yo me entrego todo a Jesucristo por manos de María, para llevar en pos de Él mi cruz todos los días de mi vida. 
Para nosotros, cristianos católicos, cuando se trata del amor y devoción a la Virgen, parece que sobran todas las recomendaciones. El amor a la Virgen María lo llevamos entrañado en el alma. Y ahora, al escuchar a San Grignón de Montfort que venía la era de los Grandes Santos ―profecía que se ha cumplido y se está cumpliendo en la Iglesia de manera tan evidente― nosotros nos llenamos de ilusión por formar parte en esa legión de hijos amantes de María, para que Ella nos lleve a Jesús. Y para que nos lleve ―aunque esto ya nos resulta más fuerte― precisamente por el camino real de la Cruz. 
Con la Virgen, y llevando con gallardía cada uno nuestra cruz, el seguir a Jesucristo se hace fácil y hasta placentero, como lo predicaba siempre Luis María Grignon de Montfort.
Su mensaje final dirigido hoy a nosotros, lo resume en estas palabras, que son el compendio de toda su vida de santo y de apóstol: -¡Amad ardientemente a Jesucristo, amadle por María!

Red Informática de la Iglesia en América Latina 

Estoy pensando en Dios (Mensaje radiado)