La verdadera consagración a María 

San Luis María Grignion de Montfort

 

Elección de la verdadera consagración

Hay diversas actitudes auténticas de parte del cristiano para con la Santísima Virgen. No te hablo de las falsas.

La primera consiste en honrar a María como Madre de Dios e implorar de tiempo en tiempo su protección, mientras nos esforzamos en cumplir nuestros deberes cristianos, evitando el pecado y obrando más por amor que por temor.

La segunda consiste en alimentar un profundo amor, estima, confianza y veneración hacia la Santísima Virgen. Se expresa haciendo conocer el puesto ocupado por ella en el plan de salvación, publicando sus alabanzas, honrando sus imágenes, recitando el Rosario, alistándose en las asociaciones marianas.

Esta actitud, siempre que nos comprometamos a vivir cristianamente, es buena, santa y saludable. Pero no logra liberarnos de todo egoísmo, para unirnos perfectamente a Jesucristo.

La tercera es conocida y vivida por muy pocas personas. Es la que te quiero descubrir y comunicar ahora.

I. Es una consagración total

Consiste en ofrecerse con absoluta disponibilidad a María para realizar mejor la entrega de sí mismo a Jesucristo. Por esta entrega o consagración nos comprometemos a hacerlo todo con María, en María, por María y para María.

II. Es una forma excelente de espiritualidad

Muchas luces necesitaría para describir las excelencias de esta forma de espiritualidad. Me contentaré con exponer brevemente algunas ventajas:

Es imitar la conducta de Dios

Consagrarse así a Jesús por María es imitar al mismo Dios.

El Padre, en efecto, nos ha dado su Hijo y continúa dándonos sus gracias solamente por María.

El Hijo ha venido a nosotros escogiendo a María por Madre: con su ejemplo nos invita a ir a él por la misma persona que lo introdujo en el mundo.

El Espíritu Santo nos comunica sus gracias y carismas solamente con la intervención de María.

Nada más justo, entonces, que ofrecernos a Dios por medio de María a fin de que, como dice san Bernardo, la gracia vuelva a su autor por el mismo canal por el que ha llegado hasta nosotros.

Es honrar a Jesucristo y practicar la humildad

Ir a Jesús por María es honrar verdaderamente a Jesucristo y reconocer que por razón de nuestros pecados no somos dignos de llegar hasta él por nosotros mismos. El pecado, en efecto, nos impide llegar a la amistad con Jesucristo y vivir en ella.

Entonces, acudimos a María para que sea nuestra abogada y medianera ante Jesús, verdadero Dios-Hombre, nuestro mediador supremo ante el Padre, santo de los santos y juez de vivos y muertos.

En esta forma, María nos hace tomar conciencia de la santidad de Jesucristo, a la vez que nos encamina hacia él, nuestro hermano y salvador. Es, en una palabra, practicar la humildad, virtud que arrebata siempre el corazón de Dios.


Es encontrar la forma de agradar a Jesucristo

Consagrarse a Jesús por María es escoger un camino de perfección. Nuestras buenas acciones, por dignas que las creamos, quedan siempre imperfectas y manchadas, indignas de que las mire y acepte Dios, ante quien no son puras las mismas estrellas (Jb 25,5).

Entreguemos a María nuestro obsequio para que ella lo purifique, santifique, perfeccione, embellezca y haga digno de Dios.

Todos los haberes de nuestra alma son ante Dios, el Padre de familia, menos de lo que sería para un rey la manzana agusanada que para pagar el arriendo le presentara un pobre colono de su majestad. ¿Qué haría éste, si fuera listo y tuviera cabida ante la reina? Acudiría a ella que, llena de bondad con el pobre campesino y de respeto para con el rey, embellecería la fruta, quitándole lo dañado y colocándola en una bandeja de oro, rodeada de flores. ¿Cómo no aceptaría el rey condescendiente y hasta gustoso, de manos de la reina, el obsequio de su arrendatario?

Lo poco que puedas ofrecer a Dios, dice san Bernardo, ofrécelo por manos de María, si no quieres ser rechazado.

¡Ah! Dios mío, ¡cuán poco es lo que hacemos! Pero cuánto aumentará el valor si lo confiamos a María con plena disponibilidad. Ella tan generosa como es, conforme al dicho popular, por un huevo te dará un buey, es decir, corresponde a nuestro obsequio comunicándose del todo a nosotros con sus méritos y santidad. Colocará nuestros presentes en la bandeja de oro de su amor, nos revestirá de Jesucristo como Rebeca a Jacob con los vestidos de su primogénito. De suerte que, tras renunciar a nuestro egoísmo y autosuficiencia para honrarla, nos encontraremos revestidos de dobles vestiduras (cfr. Prov 37,21), es decir, de los méritos de Jesucristo y de María y seremos para los demás como el buen olor de Jesucristo.