Nueva visión de la devoción Montfortiana

Padre Adrián Balmforth, S.M.M.

 

El 28 de Abril de este año se cumplió un más aniversario de la muerte de San Luis María de Montfort. En el presente artículo consta un resumen acerca de la real naturaleza de la devoción que el Santo practicó y enseñó. Esta devoción es ahora conocida en todo al mundo cristiano como "La Verdadera Devoción a la Santísima Virgen".


Al momento de ocurrir su prematuro fallecimiento, acelerado por un veneno que enemigos de la Iglesia colocaron secretamente en su comida, San Luis María de Montfort sólo tenía 16 años de vida sacerdotal, la mayor parte de la cual la había empleado en predicar misiones parroquiales, tanto en su nativa Bretaña como en los territorios adyacentes, situados en el Noroeste de Francia. Fuera del sector relativamente pequeño en que trabajó, al morir San Luis María era completamente desconocido el "secreto para alcanzar la santidad" que había legado a sus discípulos Sin embargo, ahora la "devoción Montfortiana" que trata de llegar a Jesús a través de María, se ha extendido por los cinco continentes y se enseña y practica en lugares tan apartados entre sí como Brisbane (Australia) y Montreal (Canadá). Esta extraordinaria expansión se ha debido en gran parte a la labor de la Legión de María, cuyo espíritu está vinculado a las enseñanzas de Montfort y cuyo rápido crecimiento ha permitido que su ascética llegue hasta personas que de otra manera acaso no habrían ni oído hablar del Santo.

El aniversario brinda una buena ocasión para dar gracias a Dios por los beneficios dispensados a Su Iglesia a través de San Luis María, y también para considerar, por cierto, con algo de inquietud, si no está generalizándose una cierta rigidez y alguna incomprensión al interpretar el sentido y exponer a la gente la devoción Montfortiana. Esto bien podría ser resultado de la tendencia de repetir al pie de la letra lo que otros han dicho al respecto, en lugar de examinar de nuevo el propio pensamiento de Montfort, y también por no tener en cuenta que las ideas de San Luis María estaban acordes con la época y con el público al cual se dirigía.

Por ello, ahora cuando la renovación Litúrgica y el acrecentado interés que se pone en fomentar la piedad personal han vuelto a poner en vigencia algunos de los más antiguos métodos de devoción privada, es preciso mantenerse alertas para evitar la deformación al momento de exponer la ascética de Montfort, porque de lo contrario se corre el riesgo de crear en esta materia un obstáculo antes que una efectiva ayuda para muchos de nuestros contemporáneos.

En ciertos sectores ya se ha formulado reparos a la devoción Montfortiana. Se sugiere, sino es que se afirma categóricamente, que ya no se adapta a las necesidades o a la mentalidad del "cristiano adulto" de hoy. Algo semejante se dijo ya en el pasado, pero en toda época las críticas se han debido precisamente al desconocimiento de los objetivos que el Santo se proponía al predicar y escribir la "Verdadera Devoción". Sin incurrir en este error, resulta comprensible el relativo anacronismo actual de ciertas prácticas devotas que él recomendara, pero que no pertenecen a la parte esencial de su "Verdadera Devoción". De hecho, los principios que sustenta la obra de San Luis María, conocida con el título de "Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen", son ahora tan válidos como lo han sido siempre y arrancan de las más auténticas raíces del Cristianismo. Pero las críticas muestran con mayor insistencia la necesidad de situar toda la enseñanza de Montfort dentro de su propio contexto y distinguir en ella lo que pertenece al fondo de su naturaleza y lo que sólo es expresión adaptada a las circunstancias propias de cristianos separados de nosotros por dos siglos y medio de importantes transformaciones sociales y culturales.


Una correcta comprensión de esta ascética sólo es posible si se la considera como una manifestación directa del trabajo misionero de San Luis María. Ya en 1706, en una audiencia que le fuera concedida, el Papa Clemente Xl, le otorgó el título personal de "Misionero Apostólico", y durante el resto de su vida el Santo demostró haber merecido este honor del Pontífice. Enviado a una zona del país donde la Fe se había debilitado y empobrecido como consecuencia de divergencias religiosas y del poco celo que manifestaba el clero, Montfort, utilizando como instrumento las misiones que en cada parroquia solían prolongarse por un mes y aún por más tiempo, logró una transformación espiritual completa en los sitios que visitó.

Conviene notar que el éxito que obtuvo al realizar esta tarea, durante un lapso de tiempo notoriamente corto, se debió no sólo a su gran santidad sino también al sentido muy práctico de trabajo que desarrolló y a su capacidad para la organización. Acogiendo la recomendación formulada por el Concilio de Trento, de que era preciso recordar a los fieles las promesas del Bautismo y exhortarlos a que las renovaran, San Luis María se dedicó a esta tarea en su misión en tal forma que su misión culminaba con una solemne renovación de las promesas del bautismo (de modo semejante a la forma como ahora se procede en la Liturgia de la Vigilia Pascual), haciendo que simultáneamente se pidiera la ayuda y protección de la Santísima Virgen.

Uno de sus biógrafos describe la realización de esta ceremonia, tenida luego de la procesión con el Santísimo Sacramento con la asistencia de todos los fieles: "Llegando al Altar, Fray Luis María predicaba y luego la procesión continuaba adelante; cuando entraba a la iglesia y pasaba ante la pila bautismal, cada uno de los asistentes, bajo la dirección de un sacerdote, renovaba las promesas del bautismo, diciendo: "Renuevo con todo mi corazón las promesas de mi bautismo y renuncio para siempre a Satanás, al mundo y a mis deseos desordenados". Después, todos pasaban a otro altar, donde Fr. Luis María sostenía en sus manos una pequeña imagen de la Santísima Virgen que siempre llevaba consigo, y llamaba a cada uno a besar al pie de la imagen, diciendo: "Mediante el patrocinio de María, me entrego plenamente a Jesucristo, para llevar mi cruz detrás de Él todos los días de mi vida".

Los que habían asistido fielmente a la misión, recibían una pequeña hoja impresa que era conocida como el "Convenio de Alianza con Dios", la misma que firmaban y la guardaban para sí. En un lado de este recuerdo estaban reproducidas las promesas hechas durante la ceremonia descrita y en el otro constaba una corta lista de las "Prácticas devotas para aquellos que han renovado sus promesas del Bautismo". A base de la revitalización del fundamental tema bíblico de la "Alianza con Dios", vinculado a las promesas que habían sido personalmente ratificadas en el punto culminante de la misión, San Luis María orientaba los esfuerzos de los fieles hacia la necesidad de una "actividad enteramente personal" en la práctica del Catolicismo. Resume su pensamiento con la frase "darse uno mismo incondicionalmente a Jesucristo" y para él, esta actitud era la señal manifiesta de la "verdadera devoción". Como se puede apreciar, el apelativo "verdadera" no tenía un solo sentido, sino que incluía también la implícita condenación de la devoción falsa e hipócrita, bastante común por entonces, de quienes practicaban su fe por motivos sociales y no por motivos religiosos. La devoción que él enseña es, ante todo, devoción hacia Jesús, ya que "no hay en el cielo otro nombre, aparte del de Jesús, por el cual nosotros seremos salvados" (Hechos 4, 12; Cfr. "Tratado" No. 61). Pero es también devoción a María, pues "ella es el instrumento seguro, el camino recto e inmaculado para llegar a Cristo" (Tratado No. 50). Nadie debería engañarse por el título del "Tratado" (puesto no por Montfort, sino añadido mucho tiempo después) y pensar que esta devoción está centrada en María antes que en Jesús. El Acto de Consagración es hecho a Jesucristo si bien a través de María, pues Ella como nuestra madre espiritual es también la madre de la nueva vida de la Gracia que recibimos en el Bautismo. De otra parte, como el propósito de la Consagración es hacernos más perfectos cristianos, no podemos seguir una norma más adecuada que formular nuestra respuesta a la Gracia divina siguiendo el ejemplo de María.

Al escribir su "Tratado", San Luis María nos enseñó lo que él deseaba, y así lo comprueba su propio testimonio: "(aspiro a) poner en el papel lo que tengo enseñado pública y privadamente en mis misiones, con buenos resultados, durante años" (No. 110). De ahí que Montfort relate los sermones, los temas de meditación, las exhortaciones para obrar bien, la recepción de los Sacramentos, encaminado todo a asegurar el efecto prolongado de la renovación y consagración, pero que para los lectores de su "Tratado" no se hace preciso observar al pie de la letra, en razón de que las circunstancias son diferentes, aunque el Santo proyectó para sus lectores un período de preparación que alcanzaría a 30 días y que resultaría una especie de misión privada o retiro.

Mirada contra el telón de fondo de la actividad misionera de la que derivó, la devoción Montfortiana tiene como propósito central conseguir la renovación interior del individuo: "la parte esencial de esta devoción es la modelación del estado interno del alma" (Tratado No. 119). Luego de hecha la Consagración, cuando preguntamos cómo deberíamos proceder para mantenernos fieles a lo prometido, la respuesta, como es obvio, guardará armonía con el espíritu de la Consagración, y consistirá primeramente en recomendar la preservación y desarrollo de nuestro sentido de "compromiso personal con Cristo", y, en segundo lugar, que deberíamos procurar sentir que cada actividad de nuestra existencia se cumple por Jesús y María, llenándose plenamente nuestra vida de cristianismo.

Las demás prácticas internas y externas mencionadas en el "Tratado" sólo es necesario adoptarlas si de ellas va a derivar para la piedad personal resultados provechosos. No se las menciona ni explícita ni implícitamente en la fórmula de la Consagración y el mismo San Luis María parece haberlas considerado únicamente como opcionales (Cfr. Tratado No. 257). Esto resulta tanto más exacto ahora, cuando se tiende a una participación más íntima de los fieles en la Liturgia de la Iglesia y la mayor accesibilidad a la Sagrada Escritura brinda ciertas posibilidades para fortalecer el espíritu esencial de esta devoción, de las cuales carecían los contemporáneos de Montfort. Tenemos sobre todo, un mejor conocimiento de la sicología humana y del hecho de que la firmeza de un propósito no está necesariamente en proporción con la medida en que se hace explícito.

Resulta, pues, deformada la devoción Montfortiana si creemos que su práctica exige de un desproporcionado número de oraciones en obsequio de la Santísima Virgen, o si por un equivocado sentido de lealtad pensamos que se debe preferir una participación en devociones específicamente Marianas ante que, por ejemplo, en una Vigilia Bíblica, o rezar el Rosario en lugar de intervenir lo más plenamente que sea posible en las oraciones de la Liturgia. Por cierto, esto no significa que debemos perder de vista el papel de Mediadora que corresponde a María, respecto de todos los esfuerzos que realicemos para aproximarnos a Jesús. Entenderlo así, sería confundir aspectos esenciales con los accidentales, actitud errónea en la que San Luis María de Montfort, gracias a su eminente sentido práctico, jamás habría incurrido.

El autor, nacido en Cheshire, Inglaterra, fue Contador antes de incorporarse como miembro activo al Praesidium de Wirral. En 1954 ingresó al noviciado y siete años más tarde fue ordenado sacerdote. Luego de cursar tres años de estudio en Roma obtuvo el grado en Teología; su tesis doctoral versó sobre la ascética de Montfort. Es experto oficial en esta materia de los Padres Montfortianos en Inglaterra. Es también Profesor de Teología en el escolasticado Montfortiano de Shropshire.

Fuente: Legión de María