Santa Ana Madre de la Santísima Virgen

 

San Juan Bautista de la Salle



Santa Ana vivió veinte años casada con san Joaquín sin tener hijos, porque según atestigua san Juan Damasceno, quería Dios con ello manifestar que era don de la gracia el fruto que habría de dar a luz. 

Pasó esos veinte años ocupada en toda clase de ejercicios piadosos, y haciendo muchas limosnas a los pobres según sus posibilidades, para no añadir la esterilidad del alma a la del cuerpo: ésa ha de ser la preocupación de toda alma que quiere verse enriquecida con gracias abundantes. 

Mirad bien no caigáis en esterilidad que os prive del gusto de la oración y del gusto de Dios. Procurad que vuestros días sean llenos, como dice la Escritura (1), por la práctica de buenas obras, conformes a lo que en vuestra profesión Dios exige de vosotros. Ese será el medio de vivir contentos, y de tener contento a Dios. 



Su asiduidad a la oración, y el haberse aplicado con empeño a solicitar de Dios con plegarias, durante el tiempo de su esterilidad, la gracia de verse libre de ella; le merecieron dar al mundo a la Santísima Virgen, Madre de Jesucristo nuestro Señor. 

Admiremos cuán grande fue el honor que Dios le hizo, al elegirla para madre de tan santa y excelente hija y, por consiguiente, para ser la primera en contribuir al inefable misterio de la Encarnación. Ved ahí el fruto de sus fervorosas y constantes súplicas. 

Eso movió a decir a san Juan Damasceno que, " como la antigua Ana concibió a Samuel por sus oraciones " (2); así santa Ana dio a luz a la Santísima Virgen por su perseverancia en la oración. 

Dios, que os ha escogido a vosotros para que le deis a conocer, quiere también que, por decirlo así, engendréis a la Santísima Virgen su Madre en el corazón de los que instruís, inspirándoles tierna devoción hacia Ella. 

Esta fecundidad debe ser efecto de vuestras fervientes súplicas, de vuestro amor a la Santísima Virgen y del celo que pongáis en las instrucciones que les deis para inculcarles su amor. 



Después de dar a luz santa Ana a la Santísima Virgen, la ofreció a Dios, como cosa que le era debida; puesto que Él se la había dado, y había nacido para pertenecer de cerca al Hijo de Dios, por estar destinada a ser su Madre. Parecióle muy justo que, habiendo sido honrada con tan singular favor, debía demostrar a Dios su gratitud devolviéndole lo que de El había recibido. 

Ofrecióse también ella misma a Dios, y le consagró el resto de sus días, en agradecimiento por haberla preferido a todas las mujeres del mundo, para ser madre de la más santa y más perfecta de todas las criaturas. Y era muy puesto en razón que, después de consagrar a Dios su santísima Hija, se diese ella misma a Dios, para no ocuparse sino en lo concerniente al divino servicio 

Vosotros recibisteis especiales gracias de Dios, cuando os sacó del mundo y os llamó a un ministerio que mira únicamente a la salvación eterna de las almas: ¿os habéis consagrado a Dios de manera que lo hayáis renunciado todo, para no pensar más que en El y en los deberes de vuestro empleo? Procurad que así sea desde ahora, para poneros en estado de ejercer debida mente tan santo ministerio