Nuestra Señora de la Esperanza

Mons. Jesús Catalá Ibáñez, Obispo de Alcalá de Henares

 

Monasterio de Clarisas. Alcalá de Henares. 18 de diciembre de 2005

Lecturas: 2 Sm 7,1-5.8-12.14.16; Rm 16,25-27; Lc 1,26-38.

1. En la historia de la salvación de la humanidad, el Señor Dios crea al hombre (cf. Gn 1,26-28) y éste comete un acto de desobediencia (cf Gn 3,11). El proyecto que Dios tenía para el hombre, queda roto por su conducta. 

Pero, desde ese momento Dios hace una promesa y un primer anuncio de salvación del género humano (cf. Gn 3,15). Por el primer hombre y la primera mujer (Adán y Eva) entró el pecado en el mundo; y por otro Hombre (Jesucristo) será redimido el mundo; otra mujer (María) colaborará en ese proyecto de redención. 

Con el pecado de Adán aparece la muerte, los males morales, las relaciones deterioradas entre los hombres (odios, envidias) y entre el hombre y la naturaleza. 

Pero existe, al mismo tiempo, la esperanza de salvación. Dios ha prometido que la humanidad va a ser salvada, a través del Hijo de Dios (Jesucristo), nacido de una mujer (La Virgen María). 

2. Esta situación de pecado y de esperanza se dan simultáneamente en grandes círculos concéntricos: en primer lugar, afecta a toda la humanidad. El pecado de Adán, como cabeza de la humanidad, toca a todo hombre que viene a este mundo. Toda la humanidad está con ese desorden interior, y con la esperanza de que ese desorden vuelva a su equilibrio original. 

Unos pueblos son más conscientes que otros y los expresan con formas distintas de religiosidad, pero con la esperanza de que se resuelva esa situación.

Aquel primer anuncio de salvación, hecho al inicio de la humanidad, como narra el libro del Génesis, se hace explícito en el pueblo de Israel, concretamente en la casa de David. Dios le promete que de su descendencia y de su familia saldrá el Salvador del pueblo. 

3. Dios realiza con David una alianza explícita y le promete que un Hijo de sus entrañas será el Salvador (cf. 2 Sm 7,12-13). El Mesías será hijo del rey David. El mismo Dios concentra su atención en el pueblo de Israel y en la casa de David. 

A partir de ese momento, el pueblo de Israel vive de un modo más preciso e inmediato el deseo de salvación y la esperanza de quedar salvados. Todo el pueblo anhela que venga el Mesías Salvador. 

Lógicamente, el mismo pecado del pueblo y el desorden, que siguen existiendo en cada hombre, hacen que cada uno entienda la figura del Salvador a su manera. Dentro del mismo pueblo no coinciden en cómo va a ser ese Salvador: unos lo ven como un liberador político o un fuerte guerrero, aniquilador de sus enemigos, que según cada momento de la historia de Israel unas veces son los asirios, otras veces los medos, otras veces lo persas, otras veces Egipto, y finalmente Roma. 

Otros israelitas consideran al Mesías como un profeta, otros como un maestro; cada cual hace su proyecto y su ideal. Pero esos planes no suelen coincidir con los de Dios. Los hombres, con su pobre inteligencia y con su ceguera, piensan que el salvador vendrá según el modo que ellos creen. Pero la salvación, que Dios trae, llega a los hombres por los caminos y formas que él quiere, que no coinciden necesariamente con los planes de los hombres.

4. Concretando los círculos concéntricos, hemos visto en primer lugar a la humanidad; después al pueblo de Israel. Vamos ahora a concretar más aún. La salvación llega desde un lugar muy determinado y a través de una mujer concreta: María de Nazaret. 

Ella es parte de la humanidad y, al mismo tiempo, es miembro del pueblo de Israel, a quien Dios ha dado una promesa, a través de los profetas. Ella es una mujer sencilla, perteneciente a un pequeño pueblo de Israel: Nazaret. Ella encarna en sí el deseo de salvación y la esperanza de que la humanidad y su pueblo queden salvados. 

Ella es de las pocas personas que no conciben la salvación como sus paisanos: los saduceos, los fariseos, los publicanos o los de otros grupos. María está abierta a Dios y su proyecto sobre la venida del Salvador. María no espera un Mesías político, ni la reductiva solución a los problemas sociales o económicos. 

María espera una redención profunda, que regenere al hombre y le salve de su propio pecado. Los problemas sociales, políticos, económicos, familiares son manifestaciones del pecado; son fruto o consecuencia del actuar humano, cuando se distancia de Dios. 

5. La humanidad y el pueblo de Israel viven una situación de desastre moral, por falta de obediencia a Dios; por no cumplir los mandamientos del Señor. El Hijo de Dios, sin embargo, salva a la humanidad del desequilibrio en que se encuentra, precisamente, con la obediencia. 

Hemos escuchado en la carta a los Hebreos: «Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo - pues de mí está escrito en el rollo del libro- a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (Hb 10,6-7). El nuevo Adán, Jesucristo, salvará con su obediencia la desobediencia del primer hombre. Jesús de Nazaret ha obedecido plenamente la voluntad de Dios, hasta llegar a la cruz. Aunque lo hemos escuchado muchas veces y nos parece normal, es muy duro que un inocente pase por todo lo que pasó Jesús, para poder saldar la desobediencia del género humano. Esa es la forma que tiene Dios de arreglar las cosas.

También la actitud de obediencia y de apertura a Dios de María, la Virgen de Nazaret, superará la actitud egoísta y desobediente de Eva. La Virgen de la Esperanza es María de la obediencia. Dios busca en María una colaboradora. María es la Virgen de la Esperanza, porque espera como hija de Israel y como mujer de la humanidad la presencia Salvador. Aunque el pecado ha producido un desengaño y una desesperanza, María de Nazaret está abierta a la esperanza y se pone ante Dios con total actitud de apertura, de escucha y de obediencia. 

6. La fiesta de la Virgen de la esperanza es llamada también fiesta de la Virgen de la "O", porque la Iglesia, cuando se pone ante la Virgen y la contempla, queda como maravillada, encantada y absorta ante la maravilla que Dios ha hecho. 

La Iglesia le canta a la Virgen una serie de alabanzas en forma de admiración: ¡Oh, María, tú que has sido...! ¡Oh, Virgen, tú que has obedecido…! ¡Oh, señora, tú que has sabido…! 

¡Cantadle a la Virgen, hoy y durante estos días, alabanzas de admiración, que salgan de vuestro corazón agradecido! Decidle: ¡"Oh, María, gracias por tu presencia!; ¡Oh, Virgen santa, gracias por ser obediente!; ¡Oh, Virgen de la Esperanza, gracias por esperar! 

¡Dejad que de vuestro corazón sincero salgan expresiones de agradecimiento, de cariño, de amor a la Virgen María! ¡Uníos a la oración de la Iglesia, en esta fiesta de la Virgen de la "O", de la Virgen de la Esperanza!

7. Es necesario, sin embargo, no quedarnos sólo con la contemplación de la Virgen, como si no nos incumbiera a nosotros. La Virgen ha hecho posible la presencia entre los hombres del Emmanuel, del Dios con nosotros. La Virgen ha traído al Salvador; gracias a Ella, como medianera, Dios se ha hecho hombre y ha salvado a la humanidad. Ello nos pide una actitud de compromiso.

Todos hemos de poner en práctica las exigencias de la fe en Dios y del amor a la Virgen. Me dirijo en primer lugar a las queridas monjas del Monasterio de Nuestra Señora de la Esperanza, donde estamos celebrando la Eucaristía. Vosotras, estimadas hermanas, sois parte de la humanidad, y pertenecéis al nuevo pueblo de Israel, la Iglesia, en estos inicios del siglo XXI. Más aún, sois miembros de una comunidad monástica, cuya titular es la Virgen de la Esperanza. 

Debéis contemplar a la Virgen, como religiosas consagradas, como hijas suyas, y pedirle que vuestra vida y vuestro testimonio estén en consonancia con la Virgen de la Esperanza, es decir, con la Virgen de la "O", la que ha traído a la humanidad al Salvador y ha sido obediente a Dios. 

8. Por la Regla y los votos habéis profesado obediencia, estimadas hermanas. Con vuestra obediencia haréis que la esperanza de la humanidad se actualice en nuestro tiempo. Con vuestra oración y contemplación permitiréis que la humanidad viva con mayor esperanza. 

Jesucristo ha venido ya y nos ha salvado, pero aún no hemos actualizado dentro de nosotros esa salvación. Él nos ha salvado ya, pero el pecado y el desorden siguen estando presentes en nosotros y en la sociedad. Siguen haciendo falta, por tanto, creyentes con esperanza, obedientes hijos de Dios que sigan actualizando la salvación. 

Hoy pedimos por vosotras, para que la Virgen os bendiga, os proteja y os ayude a ser como Ella. Os animamos a que vivir con mayor profundidad vuestra consagración; de ese modo, colaboraréis a una mayor presencia de Dios entre los hombres. 

9. Todos los cristianos: sacerdotes, religiosos, obispos y laicos, nos hemos de poner ante de la Virgen, para pedirle que se realice, dentro de cada uno de nosotros, la salvación que Dios nos ha traído, siendo obedientes a lo que Dios nos pide. 

Debemos cultivar la presencia de Jesús en nuestros corazones, en nuestras familias, en nuestro trabajo, en nuestra sociedad, aceptando y obedeciendo al Señor. Cada uno, en su campo, tiene el deber y la responsabilidad de seguir haciendo presente al Salvador entre los hombres.

10. Todos sabemos lo que nuestra sociedad, de manera profana, celebra en Navidad: algo muy diferente a lo que realmente es la Navidad. Nos encontramos en el momento de la preparación inmediata. 

La fiesta de NªSª de la Esperanza marca la pauta dentro del Adviento. Estamos en la cuarta semana y entramos en los días inmediatos. La Iglesia nos advierte de la llegada inminente y cercana del Señor. 

Hay que preparar bien esa Venida; hay que preparar bien nuestro corazón. Ese es el sentido de la Fiesta de hoy. La Virgen está encinta, a punto de dar a luz. Hay que preparar bien las cosas. Nos están acuciando a que nos espabilemos. 

¡Que a Virgen nos ayude a vivir con fruto estas fiestas de Navidad! ¡Que vivamos la presencia de Dios entre los hombres! ¡Que aceptemos con gozo la liberación del pecado y del desorden! ¡Que la Virgen de la esperanza, la Virgen de la "O", nos ayude a vivir con esperanza, con gozo y con intensidad estos días navideños! Amén.