Solemnidad de la Inmaculada Concepción

Mons. Jesús Catalá Ibáñez, Obispo de Alcalá de Henares

 

Catedral-Magistral, 8 de diciembre de 2005

Lecturas: Gn 3, 9-15.20; Ef 1,3-6.11-12; Lc 1,26-38.

1. Hoy se cumplen cuarenta años de la Clausura del Concilio Vaticano II. El Papa Benedicto XVI ha conmemorado esta gran efeméride eclesial, en una celebración eucarística en la Basílica Vaticana. La figura de la Virgen María, ha dicho el Papa, estuvo muy unida a la celebración de este Concilio: "Un marco mariano circunda el Concilio. En realidad, es mucho más que un marco: es una orientación de todo su camino. Nos remite, como remitía entonces a los Padres del Concilio, a la imagen de la Virgen en escucha, que vive de la Palabra de Dios, que guarda en su corazón las palabras que le llegan de Dios y, conjuntándolas como en un mosaico, aprende a comprenderlas (cf. Lc 2,19.51); nos remite a la grande Creyente que, llena de confianza, se pone en las manos de Dios, abandonándose a Su voluntad; nos remite a la humilde Madre que, cuando la misión del Hijo lo exige, se retira aparte y, al mismo tiempo, a la mujer animosa que, mientras los discípulos se dan a la fuga, ella permanece di pie bajo la cruz" (Benedicto XVI, Homilía en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, Vaticano, 8.XII.2005).

Al finalizar el Concilio, el Papa Pablo VI declaró a la Virgen María "Madre de la Iglesia". Hoy recordaba Benedicto XVI este acontecimiento: "Espontáneamente los Padres (conciliares) se alzaron de repente de sus sitiales y aplaudieron de pie, rindiendo homenaje a la Madre de Dios, a nuestra Madre, a la Madre de la Iglesia. De hecho, con esto título el Papa reasumía la doctrina mariana del Concilio y daba la llave para su comprensión" (Ibid.).

2. Celebramos con gozo, queridos hermanos, la solemnidad de la Inmaculada Concepción. Los primeros indicios de esta fiesta hay que buscarlos en Oriente, durante los siglos VII-VIII, en la fiesta de la Concepción de Santa Ana. En Occidente aparece en la Italia meridional, en la región habitada por los bizantinos. La celebración tardó en difundirse, a causa principalmente de la lenta penetración de la teología en este misterio mariano de la preservación de la María de toda mancha de pecado original. 

En Roma la fiesta entró en el calendario litúrgico en 1476. La fecha elegida está en relación con la fiesta de la Natividad de la Virgen (8 de septiembre), que es una fiesta más antigua.

Entre la Inmaculada Concepción y la Natividad de María se da, por tanto, la misma dependencia que entre la Anunciación del Señor y la Navidad.

El documento más antiguo que poseemos sobre esta Fiesta está compuesto por San Andrés de Creta, quien escribió su himno litúrgico en la segunda mitad del siglo VII, siendo monje de San Sabas, cerca de Jerusalén. 

En la Iglesia Occidental la fiesta del 8 de diciembre aparece tímidamente en algunos monasterios anglosajones en el siglo XI. Pero el intento de introducirla oficialmente provocó contradicción y discusión teórica en relación con su legitimidad y su significado, que continuó por siglos y no se fijó definitivamente antes de 1854. 

Como podemos constatar por la historia, la aceptación de las verdades de fe tienen, a veces, procesos largos. Pidamos hoy a la Virgen Inmaculada que nos ayude a aceptar, con fe sincera, lo que la Iglesia nos propone para ser creído y vivido.

3. La celebración de la Inmaculada en este tiempo de Adviento, es una ocasión propicia, para fundamentar el culto a la Virgen, unido a la persona de Jesús. De este modo, los fieles cristianos "al considerar el inefable amor con que la Virgen Madre esperó al Hijo, se sentirán animados a tomarla como modelo y a prepararse, ‘vigilantes en la oración y... jubilosos en la alabanza’ (Misal Romano, Prefacio de Adviento II), para salir al encuentro del Salvador que viene" (Pablo VI, Marialis cultus, 4). 

El espíritu del Adviento, al unir la espera mesiánica y el glorioso retorno de Cristo al entrañable recuerdo de la Virgen-Madre, fomenta un culto mariano y una piedad popular equilibrada, centrados en Jesucristo; frente a posibles tendencias de fomentar un culto a la Virgen separado de la persona de su Hijo. 

4. En esta fiesta nos llega un mensaje de la que es toda Santa e Inmaculada, que colabora con su Hijo en la obra de la redención humana: María, al contemplarla devotamente, nos invita a la oración confiada, a la conversión de corazón y a vivir el santo temor de Dios (cf. Pablo VI, La Beata Virgen María, 13.V.1967, 4).

Mirándola a Ella, nos sentimos inducidos a elevar nuestra plegaria de acción de gracias a Dios por las maravillas que ha realizado en María y a pedirle al Señor que nos haga partícipes de su gloria. 

Al contemplar a María, resuena con más fuerza en nuestro corazón la invitación del Señor Jesús a creer en el Evangelio y a convertirnos a su amor incondicional, a confiar en su infinita misericordia y a pedir perdón de nuestros pecados. 

La salvación, que el Hijo de Dios ha traído a los hombres, ha sido posible gracias a la maternidad de la Virgen María. Como dice san Pedro Crisólogo, María es la Madre de los vivientes: "La Virgen se ha convertido verdaderamente en madre de los vivientes mediante la gracia, Ella que era madre de quienes por naturaleza estaban destinados a la muerte" (Sermón 140, 4; PL 52, 557B-557B). 

Al contemplar a María, nos entran mayores deseos de vivir como hijos de Dios, amándolo sobre todas las cosas y deseando su eterna compañía en la gloria celeste, junto con la Virgen y todos los santos.

5. La Iglesia nos dice que la Virgen María, "En virtud de la riqueza de la gracia del Amado, en razón de los méritos redentores del que sería su Hijo, María ha sido preservada de la herencia del pecado original. De esta manera, desde el primer instante de su concepción, es decir de su existencia, es de Cristo, participa de la gracia salvífica y santificante y de aquel amor que tiene su inicio en el «Amado», el Hijo del eterno Padre, que mediante la Encarnación se ha convertido en su propio Hijo" (Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 10).

Toda acción de Dios en la historia tiene unas consecuencias para nuestra vida y un alcance salvador para nosotros, porque nos abre la posibilidad de una vida nueva. Así, la concepción inmaculada de María nos anuncia la victoria definitiva del amor y la misericordia de Dios en el mundo. Dios ha querido preservar a una de sus criaturas, para que fuera la Madre de su Hijo y, así, iniciar el mundo nuevo que nos prometió. 

Dios, más fuerte que el pecado, realiza y proclama en María la liberación del pecado, de la muerte y del egoísmo. Frente al hipotético fatalismo del mal, en María resplandece la victoria de la misericordia de Dios; frente a la noche, símbolo del sufrimiento humano, María es la aurora que nos trae al Salvador; frente a la destrucción, María es la esperanza de renovación.

San Cirilo de Jerusalén contempla a María como medianera de vida: "Por medio de la Virgen Eva entró la muerte; era necesario que por medio de una virgen, es decir, de la Virgen, viniera la vida...". (Catequesis, XII, 15; PG 33, 741).

6. Damos gracias a Dios por haber realizado en María la obra de redención, desde el primer instante de su concepción; por eso es aclamada como "llena de gracia", como la llamó el ángel en la anunciación (cf. Lc 1, 28). A la luz de la Inmaculada podemos descubrir que, a pesar de nuestros pecados, hay salvación y esperanza para nosotros. 

La Inmaculada nos revela un camino nuevo en medio de un mundo viejo, marcado por tanta miseria humana y tanto pecado. La promesa divina de salvación ha sido realizada ya en María: "En el designio salvífico de la Santísima Trinidad el misterio de la Encarnación constituye el cumplimiento sobreabundante de la promesa hecha por Dios a los hombres, después del pecado original" (Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 11). 

La Inmaculada es la realización de la gran promesa de Dios a la humanidad: "María permanece así ante Dios, y también ante la humanidad entera, como el signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios, de la que habla la Carta paulina: «Nos ha elegido en él (Cristo) antes de la fundación del mundo,... eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos» (Ef 1, 4.5). Esta elección es más fuerte que toda experiencia del mal y del pecado, de toda aquella «enemistad» con la que ha sido marcada la historia del hombre. En esta historia María sigue siendo una señal de esperanza segura" (Ibid.). Por eso, el pueblo cristiano aclama a María como "vida, dulzura y esperanza nuestra".

7. Hoy clausuramos en toda la Iglesia el Año dedicado a la celebración del 150 Aniversario de la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción. 

Os animo, estimados hermanos, a contemplar a María, Madre de nuestra esperanza; a rezarle a la Virgen, la llena de gracia y medianera de salvación; a imitar a María, modelo de todo cristiano; a amar a la Virgen, Madre de Jesucristo, de la Iglesia y de todos los hombres. 

¡Que la Virgen Inmaculada, con su protección maternal, nos ayude a vivir como hijos confiados de Dios Padre y a estar siempre dispuestos a hacer su voluntad! Amén.